viernes, 9 de marzo de 2012

PABLO DE TARSO: LA CONVERSIÓN

Quienes apedreaban a Esteban depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado “Saulo” (Hch 7,58). Saulo aprobaba la muerte de Esteban (Hch 8,1). Enseguida se desencadenó una persecución contra los cristianos, en la que Saulo jugó un papel muy relevante. Hacía estragos en la Iglesia: entraba en las casas, apresaba a los cristianos y los metía en la cárcel (Hch 8,3). Un día pidió al sumo sacerdote que le diera autorización para dirigirse a Damasco con el fin de llevar encadenados a Jerusalén a cuantos seguidores del Camino encontrara, es decir a cuantos cristianos encontrara (Hch 9,1-2).

    Cuando estaba cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo preguntó: ¿Quién eres Señor? La voz respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer (Hch 9,3-6).

    Notemos algo decisivo. Saulo perseguía a la Iglesia, pero Jesús le hace saber que le está persiguiendo a él. Jesús resucitado se identifica con la Iglesia que Saulo persigue. Ciertamente, la Iglesia es el lugar privilegiado donde el ser humano puede palpar la presencia del Resucitado que le llama a vivir el Evangelio. Un cristiano que vivía en Damasco, Ananías, acogió a Saulo en su casa. El Señor reveló a Ananías cuál iba a ser la tarea de Saulo en la Iglesia, le dijo: Pablo es un instrumento elegido para llevar mi Nombre a todas las naciones (Hch 9,15). Ananías bautizó a Pablo y quedó incorporado a la Iglesia para siempre.

Ejercicio: lee la segunda Carta de Pablo a Timoteo.

                                                                 Francesc Ramis Darder.

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