lunes, 26 de mayo de 2014

¿EN QUÉ CONSISTE LA MADUREZ PERSONAL?


                                                                                    Francesc Ramis Darder


Cuando miramos a alguien “de frente”, si está inmóvil, le observamos limitado, percibimos su silueta: el límite que contornea la persona. La lengua hebrea denomina al hombre visto de frente “Basar” que significa “carne”, no “carne” para comer, sino “carne” en el sentido de ser limitado. Al contemplar al hombre como “carne”, la Biblia lo percibe en su limitación: edad, altura, peso, inteligencia ...

    Los límites del ser humano no son un defecto, sino una situación. La Biblia al referir el límite humano nos indica: “Mírate a ti mismo y discierne aquello en que debes aceptarte porque no lo puedes cambiar, y aquello que debes mejorar porque aún estás a tiempo”.

    Es fácil observar al prójimo y detectar en qué debería aceptarse y en qué mejorar, pero cuesta mucho contemplar la propia vida para aceptar los condicionamientos que tenemos y valorar las potencialidades con las que contamos. Los libros sapienciales, especialmente Job y Eclesiástico, impelen a mirar nuestro interior para apreciar los valores y admitir las limitaciones.

    La persona, contemplada “de frente” (basar, carne, límite), es feliz cuando advierte las virtudes que posee y detecta los condicionantes impuestos por la vida. En cambio, cuando no acepta las posibilidades de la existencia ni los lindes de su persona, se rompe: cae en el pecado y deviene infeliz porque bloquea su crecimiento personal.

    El pecado, desde la perspectiva del hombre limitado, radica en negarse a mirar su interior para no distinguir las virtudes de que dispone ni las sombras que le envuelven. El pecado es la serpiente que, enredada en el árbol de la vida, impide ver el fondo de nuestra persona.

    La Biblia insiste en que observemos nuestro interior para descubrir nuestros límites: aquellas cosas que debemos aceptar porque no las podemos cambiar (edad, historia pasada, traumas antiguos), y que apreciemos las virtudes que el curso del tiempo ha sembrado en nuestro interior (experiencia, sentido común). Solo aprendiendo a encajar nuestras limitaciones y esforzándonos por desarrollar nuestras cualidades alcanzaremos la madurez humana y el equilibrio personal. 

sábado, 17 de mayo de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA SER RESPONSABLE?

                                                                                    Francesc Ramis Darder

 Las religiones circundantes a Israel atribuían el éxito o el fracaso vital al destino, la mala suerte, o los malos espíritus. La Biblia es muy clara: es cierto que en la vida tenemos condicionantes y limitaciones, pero la victoria o el fracaso de nuestra vida no depende del azar, sino de la responsabilidad y de la intensidad con que vivamos la existencia.

    Ser responsables de nuestra vida significa esforzarnos por desarrollar las virtudes que el Señor nos ha concedido y pulir las limitaciones y defectos que tenemos. La Biblia no exige que realicemos grandes cosas, sino que pongamos mucho amor en lo que hacemos: sólo es grande e importante lo que es grande e importante a los ojos de Dios.

    La persona que desarrolla sus capacidades y acepta sus limitaciones es feliz. En cambio, quien no se esfuerza en acrecer sus virtudes y controlar sus límites desperdicia  su vida. La irresponsabilidad humana bloquea el crecimiento personal, y tiene consecuencias duras; cuando el ser humano se niega a desarrollar sus cualidades, ve como en su corazón nace la envidia, pues contempla como otras personas se esfuerzan en desarrollar sus cualidades y lo consiguen.

    El Pentateuco y los Libros Históricos constituyen la catequesis de la responsabilidad. Enseñan cómo los patriarcas, condicionados por avatares históricos, aceptaron sus límites y desarrollaron sus potencialidades para que Israel deviniera el pueblo de Dios. Los Libros Históricos reseñan que el error humano radica en la irresponsabilidad; pero lo que trunca la vida no sólo es el pecado cometido, sino el no querer reconocerlo para poder pedir perdón y enmendarse. Veamos un ejemplo.

    David cometió una terrible maldad, hizo asesinar a su amigo Urías para poseer a su esposa Betsabé. Más tarde el profeta Natán le recriminó su pecado y el rey lo reconoció, dijo: “He pecado contra el Señor” (2 Sam 12, 13). Natán le respondió: “El Señor perdona tu pecado. No morirás” (2 Sam 12, 13). David cometió una falta horrible pero reconoció que se había saltado un límite de la vida, pues nadie puede matar al amigo; pero fue valiente, miró en su interior, asumió el pecado cometido y pidió perdón.

    La contraposición del pecado de David aparece en la narración del Paraíso. Dios prohibió a Adán comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente tentó a Eva para que comiera; después ella dio de comer a Adán del fruto del árbol. Dios no castigó en seguida el pecado de Adán y Eva, sino que preguntó a Adán: “¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?” (Gen 3, 11). Adán no asumió su culpa; tampoco Eva asumió su culpa, pues echó la culpa de la desobediencia a la astucia de la serpiente.

    Observemos la diferencia entre David y Adán. David se responsabiliza de su falta y recibe el perdón; así el rey, a pesar de las dificultades, pudo continuar desarrollándose como persona y fue capaz de gobernar Israel con justicia. En cambio, Adán no se hizo responsable de su pecado, por eso dejó de desarrollarse como persona y perdió el Paraíso.

     Ser responsable implica el esfuerzo por desarrollar nuestras cualidades y el empeño por controlar nuestros defectos; pero también supone la capacidad de saber pedir perdón, pues el perdón nos permite reorientar nuestra vida por la senda del bien. ¡Solo el amor hace las cosas nuevas! 

sábado, 10 de mayo de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA AMAR?

La lectura rápida del AT da la impresión de que amar consiste sólo en cumplir los mandamientos (Ex 20, 1-17; Dt 5, 6-21); que, en general, indican el mal a evitar: “No te harás ídolos ... no matarás ... no robarás ...” (Dt 5, 6-21). La lectura más atenta revela que amar no se reduce a evitar el mal sino que impele a practicar el bien tal como Dios lo hace. Oigamos la voz de Moisés: “Di a la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 2). Ser santo como Dios es santo significa actuar en la Historia en la forma en que el Señor lo hace. Dios, como veremos en el próximo capítulo, libera, acompaña, crea, perdona y otorga la vida para siempre.

    El AT no se limita a ofrecer máximas sobre el amor sino que aporta modelos vivenciales de la realidad del amor. Las formas más radicales del amor son la lucha por la justicia y el ejercicio del perdón.

    Durante el siglo VIII aC. la ciudad de Samaría padecía una injusticia social desorbitada. Mientras los ricos vivían en palacios adornados con marfil, los pobres morían hacinados en barracas. El rey aprovechaba la iniquidad, mientras el santuario la mantenía con su liturgia. Dios eligió al profeta Amós y le envió a Samaría para denunciar la injusticia y exigir el cumplimiento de los preceptos del Señor.

    Más adelante el pueblo hebreo ideó el “Año Sabático”. Cada siete años los judíos se proponían liberar a los esclavos, perdonar las deudas y repartir de nuevo las tierras para que cada familia viviera con dignidad. Para radicalizar los preceptos del “Año Sabático”, el pueblo concibió el “Año Jubilar” que se celebraba cada cincuenta profundizando los propósitos del “Año Sabático” (Lv 25).

    Las normas de mejora social propuestas por ambos jubileos no se cumplieron plenamente, pero recordaron a Israel que la radicalización del amor consiste en luchar para que brote la justicia para todos. La justicia no se limita a dar a cada uno lo que corresponde, implica crear las condiciones para que el pueblo entero pueda desarrollarse en paz y plenitud.

    El perdón entrañaba la radicalidad del amor personal, del que el profeta Oseas es el mejor modelo. El Señor mandó a Oseas casarse con Gomer, una prostituta; con la que tuvo dos hijos y una hija. Gomer en lugar de estar agradecida a Oseas por liberarla de la prostitución, se cansó de su marido y regresó a su antigua profesión. Siendo mayor, Gomer decide volver con Oseas; no por amor sino porque no tiene donde caerse muerta: “Voy a volver a mi primer marido, pues entonces me iba mejor que ahora” (Os 2, 9).

    Oseas, según la ley hebrea, podía rechazar a su esposa, en cambio la perdona, y con inmensa ternura reemprenden la vida familiar. Las mujeres israelitas llamaban a su marido “amo mío”, pero cuando Oseas recibe a Gomer le dice: “Me llamarás mi marido mío y no me llamarás mi amo” (Os 2, 18). Oseas no castiga a su esposa ni le impone condiciones para residir en el domicilio conyugal, sino que la perdona en profundidad. La historia de Oseas y Gomer es la metáfora del perdón que Dios ofrece a la Humanidad.


    Los hombres cuando perdonamos ponemos condiciones al perdón: “Te perdono pero no vuelvas a hacerlo”.  Dios no pone cláusulas al perdón. Cuando Dios perdona renuncia a querer saber lo que haremos con el perdón que nos ha concedido; pues, si volvemos a caer otra vez  Él nos rescatará con su misericordia.

  El AT radicaliza el amor con la exigencia en el cumplimiento de los mandamientos, la propuesta de la santidad de vida, la lucha por la justicia y el perdón de las ofensas. ¡Solo el amor hace las cosas nuevas!

martes, 6 de mayo de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR?


                                                                              Francesc Ramis Darder


La capacidad de pensar no supone la posesión de muchos títulos académicos, sino que implica actuar como un profeta y vivir como un sabio. El pensamiento israelita estaba marcado por la cultura mesopotámica y egipcia, pero estableció diferencias capitales que le confirieron  identidad propia.

    Mesopotamia era la región de las leyes. No en vano, el monumento más recordado es el “Código de Hamurabi” (1728-1686 aC.): cuerpo legal, grabado en piedra, que regula los ámbitos de la existencia humana. Tres cosas llaman especialmente la atención en las leyes mesopotámicas: la crueldad, los excesos en la pena de muerte y los castigos vicarios; es decir, la posibilidad de que un inocente cumpla, por orden del juez, la pena del culpable. Catequéticamente la ley mesopotámica da la impresión de dureza y parece tender a eliminar la vida, aparece poco la posibilidad del perdón.

    El pueblo hebreo se inspiró en la ley mesopotámica pero cambió su raíz: disminuyó la pena de muerte, castigo normal en la cultura antigua; dulcificó la crueldad de las penas; impidió que el inocente cumpliera la condena del culpable; y, sobre todo, prohibió los sacrificios humanos. La ley israelita regulaba la existencia favoreciendo la vida. Los profetas exigían al pueblo y a los gobernantes que la ley acrecentara la vida del pueblo y de cada persona: Amós advierte que la plenitud humana pasa por la justicia, Oseas rememora la misericordia, e Isaías destaca la fe como baluarte del crecimiento humano.

    Egipto era el país de los sabios. La ilusión de todo egipcio era poseer elocuencia para hablar con Dios. La obra central de la cultura egipcia es el “Libro de los Muertos”. Redactado durante siglos educa en muchas cosas; pero, desde una óptica catequética, habilita al hombre para conversar con Dios a fin de que le deje entrar en el cielo después del juicio.

     La sabiduría egipcia es muy profunda y muy valiosa, pero los antiguos intentando emularla sin conseguirlo, le conferían un matiz burlesco. Refiramos una anécdota. Un ladrón muere y, al llegar a la puerta del cielo, es juzgado por Dios que le recrimina sus robos. Pero el ladrón, con la elocuencia adquirida en Egipto, convence a Dios de que sus hurtos fueron apropiaciones temporales de bienes que pensaba devolver en el futuro. Dios, admirado por la habilidad del bandido, le abre las puertas celestes. Desde la visión caricaturizada de un hebreo, la sabiduría egipcia no implica la responsabilidad ante la vida, sino que resalta “la habilidad para responder” a Dios en el día final y a cualquiera en todo acontecimiento de la vida saliendo siempre airoso.

    Israel asimiló la sabiduría egipcia aplicándole una mutación decisiva: la sabiduría no debe fomentar la “habilidad para responder” sino la “responsabilidad” ante la vida; es decir, el esfuerzo por desarrollar nuestras virtudes y atemperar las limitaciones. La sabiduría israelita deviene el arte de vivir en plenitud entre los condicionantes impuestos por la existencia.

    Pensar no es sólo razonar sino adquirir el estilo de vida del sabio y del profeta. Siguiendo a los sabios no se trata de ser “hábiles para responder” sino “responsables” ante la vida desarrollando nuestras virtudes y moderando nuestros límites. Imitando a los profetas, pensar implica dedicar la existencia a sembrar la vida promoviendo la justicia, la confianza, la fe y la misericordia.