Francesc Ramis Darder
Cuando
miramos a alguien “de frente”, si está inmóvil, le observamos limitado,
percibimos su silueta: el límite que contornea la persona. La lengua hebrea
denomina al hombre visto de frente “Basar” que significa “carne”, no “carne”
para comer, sino “carne” en el sentido de ser limitado. Al contemplar al hombre
como “carne”, la Biblia lo percibe en su limitación: edad, altura, peso,
inteligencia ...
Los límites
del ser humano no son un defecto, sino una situación. La Biblia al referir el
límite humano nos indica: “Mírate a ti mismo y discierne aquello en que debes
aceptarte porque no lo puedes cambiar, y aquello que debes mejorar porque aún
estás a tiempo”.
La persona,
contemplada “de frente” (basar, carne, límite), es feliz cuando advierte las
virtudes que posee y detecta los condicionantes impuestos por la vida. En
cambio, cuando no acepta las posibilidades de la existencia ni los lindes de su
persona, se rompe: cae en el pecado y deviene infeliz porque bloquea su
crecimiento personal.
El pecado,
desde la perspectiva del hombre limitado, radica en negarse a mirar su interior
para no distinguir las virtudes de que dispone ni las sombras que le envuelven.
El pecado es la serpiente que, enredada en el árbol de la vida, impide ver el
fondo de nuestra persona.
La Biblia insiste en que observemos nuestro interior
para descubrir nuestros límites: aquellas cosas que debemos aceptar porque no
las podemos cambiar (edad, historia pasada, traumas antiguos), y que apreciemos
las virtudes que el curso del tiempo ha sembrado en nuestro interior
(experiencia, sentido común). Solo aprendiendo a encajar nuestras limitaciones y esforzándonos por desarrollar nuestras cualidades alcanzaremos la madurez humana y el equilibrio personal.
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