sábado, 28 de febrero de 2015

EL SACRIFICIO DE ISAAC

    Francesc Ramis Darder

El relato del sacrificio de Isaac ha sido sometido, como pocos, a la disección literaria y a la interpretación exegética (Gn 22,1-14.19). La mayoría de apreciaciones abarcan sin agotarlo algún aspecto del sentido último del pasaje. Pongamos tres ejemplos, entre otros muchos, de las explicaciones más conocidas. Muchos autores sitúan el quicio de la narración en la obediencia absoluta de Abrahán a la exigencia del Señor, pues el patriarca no desdeña el sacrificio de su único hijo para obedecer la orden de Dios. De ese modo y al decir de muchos comentaristas, cuando los israelitas escuchaban el relato comprendían que su vida dependía de la misericordia de Dios, y de ahí intuían la necesidad de guardar los mandamientos para complacer al Señor, como lo hiciera Abrahán. Aunque la exigencia de Dios fuera incomprensible para el intelecto humano, el hombre debía obedecer el mandato divino, pues Dios, señor de la Historia, tenía planes que permanecían ocultos a la perspicacia del ser humano.
     Otros exegetas descubren en la crónica la expresión literaria del repudio de los sacrificios humanos en el culto israelita; la posición difícilmente se sostiene, pues el ofrecimiento de víctimas humanas nunca formó parte de ningún ritual israelita. Algunos comentaristas detectan en el fondo de la narración el eco del antiguo relato etiológico de la fundación de un santuario donde se ofrecerían sacrificios animales; la costumbre del santuario israelita diferiría del ritual de los templos cananeos en los que se inmolaban víctimas humanas, desde esa perspectiva la función del relato estribaría en deslindar la naturalaza del culto hebreo de la praxis cananea, enmarcada en el ámbito idolátrico.
    Aunque la historia de la redacción de Gn 22,1-14.19 es larga y compleja, es posible extraer el hilo conductor del relato. Dios exige a Abrahán que tome a su hijo Isaac. Le ordena que lo lleve a la región de Moria y que allí lo ofrezca en holocausto sobre el monte que el mismo Señor le indicará. Abrahán, tras preparar la leña del holocausto, partió con Isaac hacia el lugar señalado. Abrahán dispuso el sacrificio de su hijo, pero, cuando estaba a punto de matarlo, el ángel del Señor impidió el degüello. Después, Abrahán tomó un carnero y lo ofreció en lugar de su hijo. El patriarca, finalmente, puso el lugar del sacrificio bajo advocación divina: “el monte del Señor provee” (Gn 22,14).
    El relato contiene todos los elementos propios del ritual de los holocaustos: leña, fuego, cuchillo, altar, víctima (Isaac, carnero), oferente (Abrahán) y referencia a Dios (subiremos para adorar al Señor); conviene recalcar que la disposición del sacrificio es la misma para Isaac que para el carnero. La técnica sacrifical es idónea para el holocausto. Abrahán toma los enseres y sube con la víctima (Isaac) al lugar del sacrificio. Abrahán erige el altar, prepara la leña y después ata a su hijo poniéndolo sobre el ara, encima de la leña. En ese punto irrumpe en el relato la intervención imprevista de Dios. El Señor, por medio de su ángel, veta el sacrificio y reconoce la obediencia del patriarca a la orden divina. Abrahán sin alterar los preparativos del sacrificio toma un carnero y lo ofrece en el altar; y, como sucedía en la fundación de un templo, pone el lugar sagrado bajo la advocación divina.
   La hondura teológica del relato demanda la precisión de algunos términos. El Monte Moria fue localizado por el Cronista en el Monte del Templo (2Cr 3,1), recogiendo, en torno al siglo IVa.C., una tradición anterior; de ese modo, lo que el Génesis denomina región de Moria (Gn 22,2) se convierte para el autor cronista en el Monte Moria y se identifica con el Monte del Templo de Jerusalén. La indicación espacial: “hacia el lugar (mqwm) que Dios le había indicado” (Gn 22,3), referida al “lugar” donde ha de ser sacrificado Isaac, alude al emplazamiento del templo, el “lugar” que el Señor ha elegido para los sacrificios que su pueblo debe ofrecerle (Dt 12,13.14.18; 16,2; Neh 1,9).
    Volvamos ahora por un instante la mirada hacia el relato concerniente a la vocación de Abrahán (Gn 12,1-3). La narración subraya la promesa que el Señor hizo solemnemente a Abrán: “Haré de ti un gran pueblo […] por ti serán benditas las naciones de la tierra” (Gn 12,1-3). El libro del Génesis subraya que Isaac es el único depositario del juramento divino, pues dijo el Señor al patriarca: “la descendencia que llevará tu nombre será la de Isaac” (Gn 15,4; 21,12). Podemos decir, en ese sentido, que la figura de Isaac representa la identidad del pueblo, pues del tronco de Isaac nace Jacob de quien surgen las tribus de Israel, símbolo de la globalidad del pueblo; por esa razón, la imperiosa muerte de Isaac sobre el altar del sacrificio simboliza la inminente desaparición de la comunidad hebrea.
    El carnero es un animal utilizado en el culto sacrificial (cf. Lv 8,22; Nm 7,15; Ez 46,4), pero también constituye, entre otros indicios, una metáfora del rey y los príncipes. Así lo expone la profecía de Ezequiel en varios pasajes: el relato concerniente a la derrota de Gog, identifica a los guerreros valientes y a los príncipes con los carneros (Ez 39,18); en el seno de alegoría del cedro (Ez 31), la mención del carnero alude a Nabucodonosor a quien llama: “carnero de las naciones” (Ez 31,11); en el ámbito de la alegoría sobre el faraón, la alusión al carnero remite a los héroes valientes (Ez 32,21); en el cañamazo de la alegoría del águila, la presencia del carnero remite a los grandes del país, refiriéndose al rey y a los príncipes, la corte de Jeconías que marchó al exilio (Ez 17,12-18). La visión de Daniel concerniente al carnero y al macho cabrío (Dn 8) asocia el carnero con los reyes de Macedonia y Persia (Dn 8,6-7; 8,20). El Canto triunfal de Moisés equipara a los príncipes de Edom y los fuertes de Moab con carneros desfallecidos (Ex 15,15). Finalmente, aunque exista un problema de crítica textual, el contenido de 2Re 24,15 menciona a los carneros para mentar a los nobles del país que acompañaron a la familia real al exilio babilónico.
    El análisis terminológico ha sugerido la simbología del relato. Zorobael y su corte acompañado de Josué y la estirpe sacerdotal cruzan los umbrales de Sión. Entonces el rey, Zorobael, desaparece de la escena política para dar paso a la prestancia sacerdotal de Josué. Cómo decíamos antes, el ocaso de la corona y el alba del altar se debió a razones políticas, pero provocó una densa pregunta teológica: ¿Por qué el Señor ha quebrado la promesa que hizo a David y la ha traspasado, en cierto modo, al sacerdote? La tiniebla del quebranto suscita las cuestiones más profundas, como si las preguntas no fueran otra cosa que la mejor forma de oración que nos ha sido concedida. Quienes vivían en Judá no podían responder a la pregunta, sólo podían escarbar en el sentido religioso de los hechos; y precisamente de ahí, del anhelo de encontrar el sentido del suceso, compusieron, recogiendo tradiciones antiguas, el relato del sacrificio de Isaac.
    Abrahán, en el relato sacrificial, desempeña el papel del sacerdote, evoca, en ese sentido, la identidad de Josué. Isaac constituye la metáfora del pueblo. El carnero es la viva imagen del rey, Zorobabel. El monte, el lugar donde Abrahán sacrifica, alude al monte del Templo de Jerusalén, la región de Moria. El altar es el símbolo del ara del Santuario de Sión. Debemos recalcar que el protagonista decisivo es el Señor, él es quien exige a Abrahán la ofrenda y quien detiene, por medio del ángel, la mano del patriarca. El quicio simbólico del relato estriba en que Abrahán, metáfora del sacerdote Josué, por indicación de Dios, salva la integridad del pueblo, representado por Isaac, propiciando la desaparición del rey, Zorobabel, oculto tras la simbología del carnero. De ese modo, Abrahán, metáfora del sacerdocio de Josué, sacrifica el carnero, símbolo de la autoridad dinástica de Zorobabel, para que pueda sobrevivir el pueblo, representado tras el rostro de Isaac; todo eso sucede durante los primeros avatares que trenzaron la simbiosis entre quienes volvieron del exilio y quienes habían permanecido en Judá.
    A tenor del planteamiento de la reflexión teológica, quienes alcanzaron volvieron del exilio percibieron, desde la óptica teológica, que tras la muerte de Zorobabel y la ascensión de Josué latía la intervención de Dios en la historia para salvar a su pueblo de la extinción que quizá le aguardaba en el territorio de Yehud. Con toda certeza, la llegada de los exiliados encendió el conflicto entre las ruinas de Jerusalén. La enconada contienda enfrentó, sin duda, a quienes habían permanecido en Judá con quienes habían vuelto del exilio. La acritud de las disputas alentaba la intervención de los persas para acallar la revuelta. La subsistencia del pueblo estaba en peligro. Entonces quienes habían vuelto del exilio percibieron que la desaparición de la monarquía a favor del sacerdocio era la única forma de salvaguardar la subsistencia del pueblo en la tierra judaíta, pues sólo de ese modo las autoridades persas dejarían de temer cualquier explosión nacionalista que pudiera ensombrecer su poderío.
     El relato del sacrificio de Isaac narra, desde la perspectiva metafórica, la experiencia creyente que acabamos de explicar. Quienes habían vuelto del exilio entendieron, desde la perspectiva teológica, que tras los avatares políticos de la desaparición de Zorobabel y de la ascensión de Josué palpitaba la intervención de Dios en la historia: el Señor había propiciado la desaparición de la corona a favor de la pujanza del ephot cómo forma de perpetuar la identidad del pueblo hebreo en la tierra recién recobrada tras las penurias del exilio.

sábado, 21 de febrero de 2015

¿QUÉ SIGNIFICA CONVERTIRSE?

                                                                                  Francesc Ramis Darder

Cuando Jesús predicaba por las comarcas de Palestina proclamaba que Dios es el padre que nos ama y anunciaba la llegada del Reino de Dios.

Dios no es alguien que esté alejado de nosotros; es el buen padre que nos ama y que nos acompaña en el camino de la vida. Los israelitas en tiempos de Jesús estaban tan asustados de la presencia divina que, incluso, evitaban pronunciar el nombre de Dios. Tan solo el sacerdote más importante de Israel pronunciaba el nombre de Dios una vez al año en la sala más recóndita del templo de Jerusalén. En contraposición al miedo de los israelitas, Jesús no solo pronunciaba el nombre de Dios, sino que lo llamaba “mi Padre”. Dios no es alguien distante o que tengamos que temer. Dios, como un buen padre, nos habla en el silencio de nuestra conciencia y nos invita a descubrir su presencia en el rostro de los hermanos que encontremos cada día.

Jesús también anunciaba la llegada del Reino de Dios. El Reino de Dios no se refería a la creación de un estado o una nación. Como decía Jesús, el Reino de Dios comienza cuando las personas decidimos vivir amándonos los unos a los otros. Cuando en lugar de competir, empezamos a compartir, llega el Reino de Dios. Cuando en lugar de vivir en la desconfianza, empezamos a buscar la verdad, brota el Reino de Dios. Cuando en lugar del egoísmo, optamos por la generosidad, nace el Reino de Dios. Cada vez que ponemos en práctica la misericordia, el Reino de Dios se hace presente entre nosotros.

Ahora bien, para experimentar que Dios es un buen padre y construir el Reino de Dios, es necesario que nos convirtamos. Lo decía Jesús en el evangelio: “Convertíos y creed en la Buena Nueva.” ¿Qué significa convertirse? La palabra convertirse quiere decir “volver la vista hacia la buena dirección”. Quiere decir dejar de contemplar la vida desde la “mala perspectiva” del “egoísmo personal”, para contemplarla en la “buena dirección” de la “generosidad con los demás”. La conversión nos hace sentir mucho mejor, incluso, a nosotros mismos; como dice la Escritura, “hay más alegría en dar que en recibir”. Cuando hacemos el esfuerzo de convertirnos, de mejorar nuestra calidad humana, ciertamente nos sentimos mejor; por ello, Jesús equipara la conversión con la alegría de la Buena Nueva. Jesús decía: “Convertíos y creed en la Buena Nueva”; dicho con otras palabras, haced el esfuerzo de ser mejores personas y os sentiréis humanamente mucho mejor.

Pero la conversión no es un hecho que se dé espontáneamente. Cuando Jesús llamó a Simón y Andrés para que fuesen con Él, dejaron las redes para seguir a Jesús. Cuando llamó a Santiago y Juan, dejaron a su padre y a los jornaleros para poder convertirse en discípulos del Señor.

Convertirse implica dejar las cosas que nos impiden profundizar en el camino del amor. Los cuatro primeros apóstoles dejaron la barca y las redes; y nosotros, ¿qué estamos dispuestos a dejar para poder recorrer la ruta del Evangelio?


En esta Eucaristía, pongámonos ante Dios, el buen padre que nos ama, y pidámosle que nos ayude a dejar las cosas que nos impiden caminar por la ruta de la Buena Nueva. Pidámosle la gracia de la conversión para poder contemplarlo como el padre que nos ama y para aprender a sembrar en el mundo la buena semilla del Reino de Dios.

martes, 10 de febrero de 2015

ORACIÓN BÍBLICA PARA LA CUARESMA Y LA SEMANA SANTA

                                                                 Francesc Ramis Darder


La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (S. Agustín).

Metodología para la oración:

1. Comencemos haciendo unos momentos de silencio. Pacifiquémonos. Sintámonos bien con nosotros mismos, en silencio, en paz.

2. Observemos nuestra vida. Aquellas situaciones que nos alegran, y también aquellas que nos provocan angustia y dolor.

3. Leamos algún texto de la Sagrada Escritura (en estas hojas tenemos un conjunto de citas tomadas de la Biblia). Elijamos una cada día de la Cuaresma y de la Semana Santa. Leámoslo despacio. Fijémonos en alguna palabra o en alguna frase que pueda iluminar nuestra vida.

4. En nuestro interior vayamos repitiendo lentamente esta palabra o esta frase.

5. Apliquemos esta palabra o esta frase a la situación de nuestra vida que antes hemos contemplado. Pidamos a Dios que nuestro actuar vaya en consonancia con estas palabras de la Escritura que hemos repetido en nuestro interior.


CITAS BÍBLICAS PARA LA ORACIÓN DURANTE LA CUARESMA Y LA SEMANA SANTA



FEBRERO.

Día 18. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que brota de la boca
              de Dios” (Mt 4, 4).

19. “El Reino de Dios no tiene que ver con lo que uno come o bebe; camina en la
       justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo” (Rm 14, 17).

20. “Hermanos: Habéis sido llamados a la libertad, pero no os aprovechéis con
        egoísmo, sino al contrario: por el amor servios unos a otros” (Gal 5, 13).

21. “Aspirad a las cosas grandes ... sintonizad con las cosas de más arriba,
        no con las  de la tierra” (Col 3, 1-2).

22. “En verdad os digo: el comportamiento que habéis tenido con cualquiera de mis
      hermanos más pequeños, lo habéis tenido conmigo” (Mt 25, 40).

23. “No te avergüences nunca de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo”
      (2 Tm 1, 8).

24. “Dios es Espíritu, por eso aquellos que le adoran deben hacerlo en espíritu y en
      verdad” (Jn 4, 24).

25. “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad: en la oración, nosotros no
      sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir, pero el Espíritu en persona
      intercede por nosotros con gemidos”  (Rm 8, 26).

26. “Si alguno de vosotros quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su
      cruz y que me siga” (Lc 9, 23).

27. “Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis” (Mt 6, 8).

28. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por
      añadidura” (Mt 6, 33).


MATZO.


1. “Si os mantenéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos, tendréis
      experiencia de la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).

2. “¡ Cuántas gracias le doy a Dios por Jesús, Mesías, Señor nuestro !” (Rm 7, 25).

3. “El amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo
       que  nos ha dado”  (Rm 5, 5).

4. “Seguidme y os haré pescadores de hombres”  (Mc 1, 17).

5. “No habéis recibido espíritu de esclavos para tener miedo, sino un espíritu de
        hijos, que nos hace clamar con fuerza: Abba, Padre” (Rm 8, 15).

6. “Dejad de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las
        echan a perder y donde los ladrones abren boquetes y roban”  (Mt 6, 20).

7. “Cuando hagas limosna, que tu mano izquierda no se de cuenta de que lo hace
        tu derecha” (Mt 6, 3).

8. “Los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, paciencia, humanidad,
        bondad,   fidelidad, mansedumbre, control de uno mismo” (Gal 5, 22).

9. “Pues si perdonáis las culpas a los demás, también vuestro Padre del Cielo os
        perdonará a vosotros” (Mt 6, 14).

10. “Pienso que todos los sufrimientos de este mundo no tienen comparación con
        la felicidad que se ha de revelar en nosotros” (Rm 8, 18).

11. “Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
       nosotros,  ¿ cómo es posible que con El no los lo regale todo ?” (Rm 32).


12. “El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los
        cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el
        hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo ...”
        (Is 58, 6-7).

13. “El Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor hay libertad”
        (2 Cor 3, 17).

14. “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos”
       (Mt 5, 3).

15. “Amad a vuestros enemigos y rezad por aquellos que os persiguen; así os
        asemejaréis a vuestro Padre del Cielo, que hace salir el Sol sobre buenos y
        malos y envía la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 44-45).

16. “Aquello que viene de fuera no puede ensuciar al hombre ... lo que le ensucia
        es   aquello que le sale de dentro” (Mc 7, 18.21).


17. “Igual que mi Padre me amó os he amado yo. Manteneos en ese amor que os
        tengo, y para manteneros en mi amor cumplid mis mandamientos” (Jn 15, 9).

18. “A los ricos de este mundo insísteles en que no sean soberbios ni pongan su
        confianza en riqueza tan incierta, sino en Dios que nos procura todo en
        abundancia para que lo disfrutemos” (1 Tm 6, 17).

19. “Estad siempre alegres, orad constantemente, dad gracias en toda circunstancia
        porque esto quiere Dios de vosotros como cristianos” (1 Tes 5, 17).

20. “Si yendo a presentar tu ofrenda ante el altar, te acuerdas allí que tu hermano
        tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte
        con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23).

21. “Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la
        viga que tienes en el tuyo” (Mt 7, 3).

22. “No basta decir  <Señor, Señor> para entrar en el Reino de los Cielos; no, hay
        que poner por obra el designio de mi Padre del Cielo” (Mt 7, 21).

23. “Acercaos a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os daré
        respiro” (Mt 11, 28).

24. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he
        amado, amaos también entre vosotros. En eso conocerán que sois discípulos
        míos: en que os amáis unos a otros” (Jn 13, 34-35).

25.  “No estéis agitados; fiaos de Dios y fiaos de Mí” (Jn 14, 1).

26. “No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os eleg a vosotros y os destiné a
      que os pongáis en camino y deis fruto” (Jn 15, 16).

27. “Os he dicho estas cosas para que gracias a Mí tengáis paz. En el mundo
      tendréis  apreturas, pero, ánimo, que yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

28.  “Por consiguiente acogeos mutuamente como el Mesías os acogió para honra
       de Dios” (Rm 15, 7).

29. “A nadie le quedéis debiendo nada más que el amor mutuo, pues el que ama a
      otro tiene cumplida la Ley(Rm 13, 8).

30. “Esmerémonos en lo que favorece la paz y construye la vida común”
     (Rm 14, 19).

31. “Así que esto queda: fe, esperanza, amor; estas tres, y de ellas la más valiosa
      es el amor” (1 Cor 13, 13).

ABRIL.

1. “Por consiguiente, queridos hermanos, estad firmes e inconmovibles, trabajando
      cada vez más por el Señor, sabiendo que vuestras fatigas como cristianos no
      son inútiles” (1 Cor 15, 58).

2. “El favor del Señor Jesús Mesías y el amor de Dios y la solidaridad del Espíritu
      Santo, estén con todos vosotros” (2 Cor 13, 13).

3. Viernes Santo. José de Arimatea descolgó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en la roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de Joset se fijaban  donde era puesto (Mc 15,46-47).

4. Sábado Santo: “Sé valiente … ten ánimo … confía en el Señor” (Sal 37,1-5).

5. Domingo de Pascua: Jesús de Nazaret, el Crucificado, ¡HA RESUCITADO!  (Mc 16,6).


domingo, 8 de febrero de 2015

ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA 2015

    Francesc Ramis Darder


Cuando las mujeres entraron en el sepulcro vieron a un joven vestido de blanco que les dijo: “Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado: ha resucitado, no está aquí” (Mc 16,6).

La resurrección del Señor es el hecho capital de la fe; como decía el apóstol Pablo, si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es ilusoria (1Cor 15,17). La centralidad de la resurrección provoca que la Cuaresma sea tiempo de disponer la vida para celebrar con profundidad la Pascua.

 Los cuarenta días de la Cuaresma evocan los cuarenta años en que Israel peregrinó por el desierto hacia la tierra prometida o los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar la predicación del Reino de Dios (Nm 14,34; Mt 4,1-11); desde este ángulo, la Cuaresma es tiempo de preparación para el suceso que transforma la vida: el encuentro personal con el Resucitado.

La preparación para el acontecimiento esencial requiere esfuerzo, y este esfuerzo se llama camino de conversión. Como hizo María Magdalena, convertirse significa volver la mirada hacia Jesús para descubrirle como el maestro amado que nos acompaña (Jn 20,16). La Escritura ofrece tres consejos para volver la vista hacia Jesús: la oración, la caridad y el ayuno (Mt 6,1-18).

A menudo pensamos que lo más importante es lo que nosotros hacemos, pero la oración desvela que lo más importante es lo que Dios hace por nosotros; orar es experimentar que el Señor nos ha amado antes de que le conociéramos. ¡Dios nos ha amado primero! (1Jo 4,10).

La caridad no se agota en la limosna ocasional. Implica ver en el corazón del prójimo el latido del Señor. Así lo enseña Jesús: “Venid a mí [...], porque tenía hambre, y me distéis de comer; tenía sed, y me distéis de beber (Mt 25,35-36). El ayuno es un signo para recordar que estamos en tiempo de conversión, pero, como proclama Isaías, también sacude nuestra vida; “el ayuno que yo quiero, dice el Señor, es este: libera a los que están presos, comparte tu pan con el hambriento, acoge en tu casa a los pobres” (Is 58,5-7).

A veces creemos que la vida cristiana se vive solo con las fuerzas humanas, cuando es el mismo Dios quien nos introduce por el camino de la conversión; de ahí la importancia del sacramento de la Reconciliación, tan oportuno en la Cuaresma. Cuando lo celebramos recibimos el perdón de Dios, pero también la gracia, la presencia de Dios en nuestra vida que nos hace testigos del amor por los senderos de la vida hasta el día bienaventurado en que irrumpa la Pascua eterna. 


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