sábado, 29 de julio de 2017

¿QUIÉN ERA HAMMURABI?



                                        Francesc Ramis Darder
                                        bibliayoriente.blogspot.com
   


Cuando Hammurabi empuñó el cetro (1792-1750 a.C.), después de la muerte de su padre, Sîn-muballit, el territorio babilónico era pequeño, abarcaba el contorno del antiguo Acad, y estaba rodeado de estados poderosos que aspiraban, en diversa medida, a su conquista. Asiria, regida por Shamshi-Adad I (1812-1780 a.C.); Larsa, gobernada por Rîm-Sîn (1822-1763 a.C.); Eshnunna, dirigida por Dâdusha (1794-1785 a.C.); Mari, gobernada por un hijo de Shamshi-Adad,  Iasmad-Adad; e incluso Elam, asentado sobre una nueva dinastía (ca. 1850 a.C.), intrigaba contra Babilonia. Sin embargo, Hammurabi, con sagacidad diplomática y habilidad política, aprovechó la coyuntura propicia para llegar a  enseñorearse de Mesopotamia.

    Durante los primeros años de reinado, Hammurabi se aseguró  el control de Babilonia y organizó el ejército. Después, emprendió la conquista de Uruk e Isin (1787 a.C.), arrebatándoselas al reino de Larsa, así amplió y aseguró la frontera meridional de Babilonia. A continuación,  lanzó una campaña contra Iamutbal, región oriental situada al este entre el Tigris y los Zagros, hasta tomar Malgum, la ciudad más relevante de la zona (1786 a.C.); hasta entonces, la región había estado en manos de los descendientes de los amorreos que habían penetrado en la región tras la caída del imperio de Ur. Más tarde, conquistó Rapiqum y Shalibi, también en la región levantina. De ese modo, Hammurabi dominaba Babilonia y asuraba la frontera meridional y el levante. Con intención de acrisolar su autoridad, erigió y embelleció numerosos templos; para acrecer la productividad del reino, emprendió obras hidráulicas, como el gran canal que irrigaba las tierras del sur; y a fin de proteger el territorio, amuralló ciudades, consolidó el ejército y acondicionó las vías comerciales.

    Como dijimos en el capítulo anterior, a la muerte de Shamshi-Adad I (1781 a.C.), la corona de Asiria recayó en su hijo Ishme-Dagan, mientras otro hijo, Iasmad-Adad, permanecía como virrey de Mari. Cuando el virrey asirio dirigía el destino de Mari, Zimri-Lim, hijo de Iahdun-Lim, antiguo rey de Mari, sufría el destierro en Mesopotamia septentrional. Sin embargo Zimri-Lim, ayudado por su suegro, Iarim-Lim, rey de Yamhad, destronó al asirio Iasmad-Adad y ciñó la corona de Mari (ca. 1780-1759 a.C.), sin que su hermano Ishme-Dagan, rey de Babilonia, pudiera ayudarle, pues  seguramente confutaba la amenaza de Eshnunna y de los nómadas del noreste. A las órdenes de Zimri-Lim, Mari experimentó un notable progreso;  quizá el mejor testigo del auge del país lo constituya el palacio real de Mari, reconocido por las arqueólogos como joya de la arquitectura oriental antigua. El rey refutó el ataque de los nómadas, asentados en el entorno de las ciudades; confirmó su autoridad sobre el Eúfrates medio y el valle del Harbur, rico en el aspecto agropecuario; reconstruyó los muelles del Eúfrates en la ciudad de Mari para acrecer el comercio; y drenó el Harbur, entre otras obras hidráulicas, para desarrollar la agricultura. No obstante, cuando Zimri-Lim sintió la amenaza de Ibal-pî-El II, rey de Eshnunna (ca. 1777 a.C.), buscó la alianza con Hammmurabi para defenderse del peligro.

    La fiereza de Ibal-pî-El II concitó una alianza de estados que pretendían acabar con el poderío babilónico (1764 a.C.). Así Eshnunna, los subarteos (término que designa a los asirios, o a los pueblos más septentrionales de Mesopotamia), Qutium antigua patria de los qutu, los rebeldes de la región de Malgûm al este del Tigris, y Elam en la meseta irania, atacaron Babilonia. Hammurabi derrotó a la coalición con ayuda de las tropas de Mari, su aliado; y por si fuera poco, conquistó Larsa y deportó a su rey, Rîm-Sîn (1763 a.C.), a Babilonia. La victoria y la conquista confirmaron la realeza de Hammurabi sobre “Sumer y Acad”. De todos modos, Eshnunna trenzó una segunda alianza contra Babilonia; se asoció con los subarteos, los qutu, y el país de Malgium, situado en el Eúfrates medio, para tacar Babilonia. Hammurabi derrotó a la coalición y, avanzando por la orilla del Tigris, llegó a la frontera de Subartu, la región más septentrional de Mesopotamia (1762 a.C.). A continuación, Hammurabi emprendió una campaña contra Mari y Malgum. El motivo de la campaña resulta incierto, pues Mari, mantenía una alianza con Babilonia; al decir de los estudiosos, la razón pudiera estar en que Mari, temiendo la pujanza de Babilonia, hubiera quebrado el pacto con Hammurabi para buscar el cobijo de Malgum. Hammurabi conquistó ambos reinos, pero permitió que Zimri-Lim permaneciera en el trono de Mari como vasallo de Babilonia (1761 a.C.). No obstante, Zimri-Lim se rebeló contra Hammurabi, por eso el babilonio arrasó Mari y acabó con su rey (1759 a.C.). Con la destrucción de Mari, las tareas administrativas de la región fueron trasladadas a la ciudad de Terqa donde amaneció una dinastía local, los llamados “reyes de Hana”, bajo tutela babilónica.

   Más tarde, Hammuarabi aprovechó la catástrofe provocada por las inundaciones de Eshnunna para conquistar la ciudad y su territorio (1756 a.C.); aun así, asentó al sucesor de Ibal-pî-El II, Silli-Sîn, como gobernador de Eshnunna sometido al vasallaje babilonio. Aunque Asiria reconoció la sumisión a Babilonia (ca. 1757 ó 1755 a.C.), pudo conservar su independencia nominal, aislada en el norte y con su territorio mermado; pues su rey, Ishme-Dagan, permaneció en el trono como vasallo hasta 1741 a.C. A pesar de su pujanza militar, Hammurabi renunció a la conquista de la zona más occidental de Mesopotamia ocupada por los hurritas, tribus de origen indoeuropeo, que comenzaban a fundar reinos independientes; de ese modo, dominó toda Mesopotamia, con excepción de los principados hurritas.


    Orgulloso de su imperio, Hammurabi añadió a su titulatura real la designación de “Rey del Universo” o “Rey de las Cuatro Partes del Mundo”, título adoptado antaño por Sagón I, emperador de Acad. Como veremos más adelante, también pasó a la historia por la legislación recogida en el llamado “Código de Hamurabi”. La erudición de sus escribas determinó la composición del magno poema “Enuma Elish”, mientras la recopilación de la tradición sumerio alumbró las primeras once tablillas de la “Epopeya de Gilgamesh”, entre otros numerosos escritos. La grandeza de Hammurabi alentó la leyenda, surgida en vida del soberano y ensalzada por la propaganda imperial para magnificar las cualidades del monarca.

lunes, 24 de julio de 2017

VOCACIÓN DE JEREMÍAS Jr 1,1-9







  
                                                        Francesc Ramis Darder
                                                        bibliayoriente.blogspot.com


La sección comienza con el “Epígrafe” para señalar cuatro cuestiones (1,1-4). En primer lugar, adscribe a Jeremías el contenido del mensaje profético, pues la profecía comienza mencionando las “palabras de Jeremías” (1,1), mientras la penúltima sección concluye cerrándolas: “hasta aquí las palabras de Jeremías” (51,64). En segundo término, recalca que la predicación no procede de la iniciativa de Jeremías, sino de la determinación de Dios que le constituye como profeta; por eso, el calado de las “palabras de Jeremías” debe interpretarse desde “la palabra del Señor que vino sobre él (Jeremías)”; Jeremías es el profeta elegido por Dios para proclamar el mensaje divino en la sociedad de su tiempo.

    En tercer lugar, el “Epígrafe” adscribe la ascendencia de Jeremías, “hijo de Jilcias, uno de los sacerdotes de Anatot”. Así recuerda el oprobio de sus ancestros desterrados a Anatot; Jeremías está forjado desde sus orígenes en el sufrimiento, de ahí su confianza en Dios y su solidaridad con quienes padecen. En cuarto lugar, sitúa el misión de Jeremías en el entramado histórico: “el año decimotercero de su reinado (de Josías) […] hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes”; y en el ámbito geográfico: Anatot y Judá. Más adelante, e libro también señalará su relación con los deportados (c. 29) y su penar en Egipto (40,1-45,5); en definitiva, las palabras de Jeremías plasman la voluntad divina en una época adversa de la historia de Judá.

    A continuación, figura el relato de la “vocación de Jeremías” (1,4-19). Aunque el profeta narre el suceso, la triple rúbrica, “oráculo del Señor” (1,8.15.19), subraya la iniciativa divina en la vocación. El episodio se enmarca en el diálogo entre Dios y el profeta, acompañado de dos visones que sugieren la misión de Jeremías; la presencia de prosa y poesía preludia la textura poética y narrativa del libro. Cuando el Señor elige a Jeremías antes de que se formara en el seno materno, subraya que la vocación brota de la iniciativa divina; y cuando lo consagra y constituye profeta de las naciones, establece que su ministerio trascenderá el ámbito judío para llegar al mundo pagano. Al escuchar la llamada, el profeta tiembla; como Moisés, no sabe hablar, y como Samuel, es un niño (Éx 4,10; 1Sam 3,19). Sin duda, las fuerzas humanas son insuficientes para coronar el proyecto divino; por eso el Señor sentencia: “yo estoy contigo para librarte”; el auxilio divino sostendrá al profeta, por eso irá donde el Señor le envíe para proclamar la palabra (1,2).

    Después, el Señor extiende su mano, alegoría de su poder, para tocar la boca del profeta y poner sus palabras en su boca; pues los profetas son la “boca de Dios” entre su pueblo (ver Is 40,5). El don de la palabra expresa la autoridad que Dios le concede sobre pueblos y naciones para “arrancar y arrasar […] reedificar y plantar”; por eso Jeremías arremeterá, en nombre de Dios, contra la idolatría para arrancarla con intención de plantar la justicia. La tarea será ardua; por esa razón el Señor, valiéndose de la visión del almendro, promete su auxilio. El término “almendro” significa en hebreo “el árbol que vela”; durante el invierno, los árboles sin flores ni frutos parece que duermen, pero el almendro, con sus flores abiertas, vela el sueño de los otros árboles. Jeremías hablará al pueblo anclado en el invierno de la fe, carente de justicia como los árboles sin frutos. Aterido en el invierno de la idolatría, el pueblo desdeñará al profeta, pero no lo abatirán porque el Señor, metáfora del almendro, velará por Jeremías.


    A continuación, Dios muestra al profeta la olla hirviendo que se derrama desde el norte; la metáfora augura la fiereza babilónica contra Judá. El profeta debe prepararse ante el envite, “ceñir sus lomos”, para soportar la adversidad cuando proclame que el ataque es el castigo divino contra la malandanza del pueblo (c. 29). El Señor ha elegido y consagrado al profeta, pero se nuestra exigente: Jeremías, protegido por Dios, no debe temer, pero si sucumbiera y dejara de predicar, el Señor arremetería contra él. Cuando el Señor le convierte en plaza fuerte, columna de hierro y muralla de bronce, le hace testigo de su voluntad entre reyes, príncipes, sacerdotes y pueblo, ajenos a Dios y adeptos de los ídolos. Aunque el Señor augura un ministerio difícil, asegura la victoria del profeta: “no te podrán porque yo estoy contigo para librarte” (1,19; Gén 39,3).