Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (597.587.582 a.C.), La nación judaíta se dividió en tres comunidades. Los judaítas
que huyeron a Egipto formaban parte de la alta sociedad de Jerusalén, o
pertenecían a los círculos religiosos próximos a Jeremías, o eran colaboradores
de Godolías en Mispá, o constituían una porción del pueblo que había podido
zafarse de la furia babilónica. Los guiaba Juan, hijo de Carea, que se llevó
consigo a Jeremías y un contingente judaíta al país del Nilo (Jr 40,15; 43,6);
también el rey Joacaz estaba en Egipto, deportado unos años antes por el faraón Necao II.
Como comenta
la Escritura, Juan, hijo de Carea, y Azarías, hijo de Maasías, junto con los
oficiales y el pueblo entero solicitan la intercesión de Jeremías para que el
Señor les revele qué deben hacer (Jr 42,1-3). El grupo se tiene por el Resto de
Israel que floreció en Sión; así dicen al profeta: “ruega por nosotros ante
Yahvé, tu Dios, a favor de todo este Resto (sh.’ryt), pues quedamos (sh.’r)
muy pocos” (Jr 42,2).
Jeremías
atiende la petición y aboga ante el Señor. Al cabo de diez días, comunica a la
comunidad el oráculo divino. La respuesta conmina al grupo a permanecer en Judá,
a la vez que les augura la muerte si huyen a Egipto. La advertencia profética
no puede ser más severa: “Así dice Yahvé, Dios de Israel: como mi ira y mi
furor se han vertido sobre los habitantes de Jerusalén, así se verterá mi furor
sobre vosotros a vuestra entrada en Egipto, y […] no contemplaréis más este
lugar (Judá y Jerusalén). Yahvé os ha dicho, Resto (sh’ryt) de Judá, ¡no
entréis en Egipto!” (Jr 42,17-19). Al decir del profeta, no quedará Resto alguno
entre quienes marchen a Egipto; quienes van a Egipto forman parte de los “higos
malos” de quienes no cabe esperar ningún futuro (Jr 24,8).
Juan y su séquito desoyen la advertencia y acusan a
Jeremías de mentiroso, renuncian a permanecer en Judá y deciden marchar a tierra
del Nilo. El caudillo y sus oficiales reunieron al Resto de Judá y a quienes
habían regresado desde las naciones vecinas: hombres, mujeres, niños y
princesas reales. Convocaron a todos aquellos que Nabuzardán había dejado con
Godolías para cuidar de los campos, también reclamaron a Jeremías y a su
secretario Baruc. Congregada la comitiva, sin hacer caso de la admonición
profética, se dirigieron a Egipto (Jr 43,4-7). Los evadidos se establecieron en
Migdol, Tafnis, Menfis y en el territorio de Patrós (Jr 44,1).
La extinción de
los huidos a Egipto será la consecuencia de su propio pecado. La perspectiva
teológica de la profecía achaca la desgracia de Judá y Jerusalén a la idolatría
de sus habitantes, pero también atribuye el inminente extermino de quienes
moran en Egipto a la perversidad de sus prácticas idolátricas, rinden culto a
las divinidades egipcias, en especial a la Reina del cielo. Jeremías, en nombre
de Dios, arremete contra la contumacia de la comunidad asentada en tierra del
Nilo: “ningún hijo de Judá volverá a pronunciar mi nombre en Egipto para decir:
¡Vive el Señor!” (Jr 44,26).
La información
histórica atribuye la marcha del contingente judaíta a cuestiones de estrategia
militar: Juan y sus seguidores, temerosos de la represalia babilónica por el
asesinato de Godolías, escaparon a Egipto. Sin embargo, la Escritura adopta una
percepción teológica de los acontecimientos. Juan y quienes le acompañan
constituyen el Resto de Israel que aún permanece en Judá (Jr 42,2; 43,4), por
eso consultan al Señor, a través de Jeremías, acerca del camino a seguir (Jr
42,3). Dios, a través del profeta, revela su decisión: Juan y su séquito
deberán quedarse en Judá, pues el mismo Señor les dará prosperidad y les
librará de las garras de Nabucodonosor. La voz de Jeremías intenta convencer a
Juan para que permanezca en Judá y preconiza la muerte de quienes emigren al
país de los faraones (Jr 42,7-22). A pesar de la insistencia de Jeremías, Juan
y sus secuaces desobedecen la orden del Señor y se dirigen a Egipto: el Resto ha
desdeñado el auxilio divino para encontrar la muerte en Egipto (Jr 43,5).
La severa premonición de Jeremías contra los
acompañantes de Juan es luctuosa, pero aun así la profecía enciende un candil
de esperanza en el ánimo oscuro de quienes huyen a la tierra del Nilo. El
profeta preconiza que la memoria de los evadidos no se extinguirá del todo. A
pesar de que el texto señale que no quedará superviviente alguno y remarque que
nadie volverá a Judá (Jr 44,14ª), añade después: “salvo algún que otro
fugitivo” (Jr 44,14b). La profecía presagia que los huidos de la espada,
símbolo del extenuación que provoca el castigo divino, volverán de Egipto a
Judá “en muy escaso número” (Jr 44,28). La comunidad no se extingue del todo
junto a las aguas del Nilo, algunos fugitivos, muy pocos, podrán volver a Judá.
El aspecto
textual de Jr 44,14 es difícil; tal vez las últimas palabras “salvo algún que
otro fugitivo” constituyan una glosa posterior. El mensaje del versículo, sin
la adición textual, sería especialmente duro: “[…] y el Resto (s’t) de
Judá que partió para vivir en Egipto no tendrá evadido (plt) ni
superviviente (sryt) para poder regresar al país de Judá, donde anhelan
volver a vivir, no volverán” (Jr 44,14ª). No obstante, el contenido de la
posible glosa confiere al texto un tinte de esperanza, añade: “salvo algunos
fugitivos (plt)”.[1] Si
admitimos el contenido del texto tal como se presenta, cabe afirmar que el
contingente que marchó a Egipto no se extinguió del todo, sobrevivieron algunos
fugitivos; pero, aún así, debemos recalcar que aquellos que volvieron no
constituyen el Resto de Israel, sólo son evadidos que regresan.
El mensaje de Jr 44,27-28 presenta también un
contenido muy duro: “Todos los hombres de Judá que se hallan en tierra egipcia
perecerán por la espada y el hambre hasta el aniquilamiento, pero los escapados
(plt) de la espada que regresarán del país de Egipto a la tierra de Judá
serán sólo unos pocos, entonces todo el Resto (s’r) de Judá venido al
país de Egipto para residir allí sabrá qué la palabra se cumplió, si la mía o
la suya”. Quizá la frase: “pero los escapados de la espada que regresarán del
país de Egipto a la tierra de Judá serán tan sólo unos pocos”, constituya
también una glosa.[2] En ese caso, la glosa
atemperaría la dureza de la afirmación, reconocería que unos pocos podrían
volver a Judá; ahora bien, debemos recalcar que los escapados que regresan
tampoco constituyen el Resto de Israel, son tan sólo fugitivos.
Entre quienes
han conseguido zafarse de la espada de Nabucodonosor y han huido a Egipto, la
profecía señala a Baruc. El texto enfatiza como el Señor permitirá que Baruc
conserve la vida como botín donde quiera que vaya (Jr 45,5); el mismo
privilegio fue concedido a Abdemélec (Jr 39,15-18). La profecía señala que
aquellos que auxiliaron al profeta salvarán la vida: Baruc ayudó a Jeremías
como secretario (Jr 36,4-32), y Abdemélec lo salvó de la muerte (Jr 38,11-12),
pero tampoco ninguno de los dos conforma el Resto de Israel.
Aunque la
profecía sugiere la supervivencia de algunos escapados, debemos reiterar que no
conforman el Resto de Israel. Quienes vuelven se limitan, en el mejor de los
casos, a instalarse de nuevo en Judá, pero no suscitan el renacimiento de la
comunidad de Sión (Jr 31,7c-8ª). La profecía de Jeremías es tajante: el Resto
de Judá que huye a Egipto acaudillado por Juan, hijo de Carea, se extingue por
completo en la tierra del Nilo; sólo algunos fugitivos, ajenos al Resto de
Israel, volverán a Judá.
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