Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
La
percepción de Judá como un “país vacío” durante el tiempo del exilio es una
visión recurrente en la intelección teológica de la Escritura. Así lo atestiguan,
en grado diverso, la profecía de Jeremías (Jr 25,11; 44,22) y la historia
cronista (2Cr 36,21); la historia de deuteronomista limita la población a la
gente sencilla dedicada al cultivo de la tierra (2Re 25,12), y la voz de
Ezequiel alude a unos pocos supervivientes que todavía permanecen en Judá (Ez
5,3-4), sin que conformen el Resto de Israel.
Aunque la Escritura percibe la realidad teológica
de Judá, durante el tiempo que duró el exilio, bajo la imagen del “país vacío”, los
estudios arqueológicos e históricos desvelan que durante el tiempo del exilio la
sociedad judaíta mantuvo la actividad y llevó a cabo manifestaciones religiosas
y culturales, pues gran parte de la población permaneció en el país. Desde la perspectiva
arqueológica, cultural e histórica, la tierra judaíta no estuvo despoblada ni
en ruinas durante el tiempo del destierro.
El azote babilónico, las deportaciones, y el acoso de
los pueblos vecinos depauperaron el territorio judaíta; aún así, las tropas de
Nabucodonosor no abandonaron Judá a la deriva. Las medidas tomadas por Nabuzardán
para repartir entre la gente pobre del país las tierras expoliadas a quienes
habían sido deportados (2Re 25,12; Jr 30,10), prueba el interés babilónico para
restablecer cuanto antes las condiciones con que impulsar el desarrollo del
extinto reino. Los campesinos, antaño oprimidos por terratenientes, pudieron
disfrutar, bajo el dominio babilónico, de cierta prosperidad, pues dejaron de
estar sometidos a la arbitrariedad de la nobleza. Los babilonios no
establecieron una administración regida por extranjeros, por eso los
supervivientes de Judá pudieron gozar de una administración propia, aunque
limitada y subordinada al control caldeo (Lm 5,12.14). Ahora bien, la pujanza
de Judá no borró de la mente del pueblo los estragos del envite babilónico. Las
lágrimas que atraviesan el libro de las Lamentaciones enlutan el
quebranto de Sión y revelan el estado ruinoso de sus puertas (Lam 1,4; 2,22;
3,47).
A pesar de la dureza con que sentencia el destino de
Judá, la Escritura también insinúa que la tierra judaíta, socialmente hablando,
no quedó del todo vacía. Como hemos observado, tras la primera deportación, el
ejército de Nabucodonosor dejó en Judá a la población más pobre (2Re 24,14); y
después de la segunda deportación, Nabuzardán dejó viñadores y labradores (2Re
25,12; Jr 39,10; 52,16). Cuando Godolías asumió la jefatura, los judaítas que
habían huido a Moab, Amón, Edom y los demás países, regresaron a Judá y
recolectaron la cosecha de vino y fruta (Jr 40,11-12). El libro de las Lamentaciones
destaca la precariedad del Templo (Lam 5,1-18), y especifica que los judaítas
pasaban hambre y recogían las cosechas con riesgo de su vida (Lam 5,9.10). Las
alusiones del libro de Ezequiel testifican que la vida continuaba en Judá, pues
quienes no fueron deportados reclamaban la propiedad de las tierras abandonadas
por los exiliados (Ez 33,23-29).
La profecía de Jeremías detalla el número
de deportados, cuatro mil seiscientos (Jr 52,30). Ciertamente esta cantidad no
puede corresponder a toda la población de Judá, se refiere, con toda seguridad,
a las clases nobles, los artesanos, los escribas y los sacerdotes que podían
tener alguna relevancia administrativa y docente para el gobierno babilónico.
Debemos añadir que expresiones como “todas las casas” (2Re 25,8), “toda
Jerusalén” (2Re 24,14) y “todo el pueblo” (2Re 25,26) no indican la “totalidad
numérica”, aluden a “lo más importante”. En este sentido, fueron las casas más
ricas las que fueron destruidas, los ciudadanos más relevantes quienes fueron desterrados,
y fue la porción del pueblo más cercana a Ismael y a Juan la que halló refugio
en Egipto. La locución “así fue deportado Judá lejos de su tierra” (2Re 25,21;
Jr 52,27) tampoco indica que la totalidad de la población abandonara el país,
sino que sólo lo hizo el estrato social más destacado.
A tenor de todo lo dicho, la descripción de
Judá como la tierra yerma tras la sacudida babilónica no constituye una
explicación sociológica de la realidad, sino la expresión teológica que describe el estado del
país alejado de la benevolencia divina.
La obra Cronista subraya aún con mayor
virulencia que la tierra quedará desierta y en ruinas durante setenta años (2Cr
36,21 cf. Jr 25,11). No obstante, como cabe deducir de la Escritura, el exilio
babilónico, no se prolongó durante setenta años, sino alrededor de cuarenta y
ocho (587-538 a.C.); por tanto la referencia a los setenta años de cautiverio
constituye un comentario teológico que no se circunscribe al preciso entramado
histórico. El número “setenta” define en la Biblia las nociones de totalidad y
universalidad, tanto espacial como temporal (Gn 10,1-32; Is 30,26; Eclo 20,14).
En ese sentido, cuando el cronista testifica la aridez de la tierra durante
setenta años (2Cr 36,21; Jr 25,11), declara que el país, desde el aspecto
religioso, quedó vacío durante el exilio: sufrió durante el destierro el dolor
que conlleva el eclipse de Dios. A modo de contrapunto, la perspectiva
arqueológica constata la permanencia de población en Judá durante el tiempo del
destierro. Diversos cálculos establecen en unas veinte mil personas el montante
de la población tras la embestida babilónica; población, por lo demás, diseminada.
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Los datos
arqueológicos revelan la existencia de un entramado social apto para el
desarrollo de la actividad económica y capaz de la expresión cultural y
religiosa. La perspectiva teológica, propia de la Escritura, enfatiza que
durante la época del exilio no permaneció ninguna porción del Resto de Israel
en Judá. Aunque desde la óptica arqueológica hubiera población, la Escritura
desdeña cualquier presencia del Resto de Israel que pudiera regenerar el país.
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