viernes, 28 de diciembre de 2012

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA ENMANUEL? ISAÍAS: LA PROMESA DEL EMMANUEL


                                                                                          
                                                                                                              Francesc Ramis Darder

  Isaías dijo ante Ajaz: “Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Enmanuel ... el Señor hará venir sobre tu dinastía, días como no los ha habido desde que Efraín (Israel) se separó de Judá” (Is 7,12-17). ¿Qué significan las palabras de Isaías en el contexto del Antiguo Testamento?

    Desde la panorámica histórica, la muchacha encinta corresponde a la joven esposa de Ajaz que va a tener su primer hijo. El profeta Isaías, como hizo antes con sus propios hijos, anuncia un nombre simbólico para este varón, “Enmanuel”, que significa “Dios-con-nosotros”, y augura al futuro monarca un reinado feliz.

    El primer hijo de Ajaz y, por tanto, sucesor suyo fue Ezequías (2Re 16,20; 18,1). El término “Ezequías” significa “Dios es mi fuerza” y especifica muy bien el talante del rey; pues, Ezequías se apoyó en la fuerza de Dios para dirigir el reino como atestigua la Escritura: “Vivió unido al Señor, sin apartarse de Él, y guardó los mandamientos que el Señor había prescrito a Moisés. El Señor estuvo con él, y por eso triunfó en todas sus empresas.” (2Re 18,6-7). Notemos cómo las palabras subrayadas “el Señor estuvo con él”, cuadran con el significado del término “Enmanuel”, Dios-con-nosotros, que Isaías anuncia para el hijo de Ajaz.

    Efectivamente, Ezequías, seguro de que el Señor estaba con él, gobernó el país con los criterios de Dios “y no hubo en Judá rey como él, ni entre sus sucesores ni entre sus predecesores” (2Re 18,5). Durante el reinado de Ezequías (727-698 aC), aunque las amenazas asirias continuaron, la prosperidad volvió a Judá. El monarca realizó la reforma religiosa que centralizó el culto en Jerusalén. Construyó un túnel excavado en la roca, que conducía el agua desde la fuente de Guijón, situada fuera de la ciudad, hasta un estanque dentro de Jerusalén con el fin de que la ciudad, incluso en tiempo de asedio, no careciera de agua (2Re 20,20).

    La prueba de fuego para la fe de Ezequías aconteció cuando el rey asirio Senaquerib saqueó Judá y cercó Jerusalén (701 aC). Ezequías siguiendo el consejo de Isaías y creyendo firmemente que el Señor estaba con él, no entregó la ciudad al invasor; y, Senaquerib abandonó el asedio (2Re 18,13 - 19,37; Is 36-37).

    La predicación de Isaías transmite una certeza: nuestra vida no vaga al azar, sino que reposa en las buenas manos de Dios. El rey Ajaz desconfió de la ayuda divina y depositó la confianza en el poder de Asiria, y la servidumbre requerida por Asiria, como la sumisión exigida por cualquier ídolo, ahogó a Judá bajo el peso de un tributo insoportable. Ezequías confío en la seguridad regalada por el Señor y rechazó la oferta de rendición que le dirigió Senaquerib, de ese modo el reino de Judá respiró tranquilo.

    Las promesas del Antiguo Testamento culminan en el Nuevo. Isaías percibió en el nuevo hijo de Ajaz, Enmmanuel, la presencia-de-Dios-con-nosotros, a Ezquías (Is 9,14); pero el cumplimiento pleno de la profecía acontece en la persona de Jesús de Nazaret. El evangelio de Mateo aplica la profecía de Isaías a Jesús y a María diciendo: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmnuel (que significa Dios con nosotros)” (Mt 1,23). Jesús es la presencia encarnada de Dios entre nosotros (cf. Ju 1,14).

    Teresa de Jesús decía: “Sólo Dios basta”. Pero acontece a menudo en nuestra vida que Jesús de Nazaret no nos basta. Y como hiciera el rey Ajaz, dejamos a Dios de lado, y nos entregamos a los ídolos inútiles. La cultura contemporánea invita a gozar el instante y a vivir lo efímero, tiende a hacernos creer que todo es fugaz y pasajero; y, como consecuencia de ello provoca que la existencia humana se someta al poder de los ídolos de siempre: poder, tener y aparentar.

    La aportación cristiana a nuestro mundo debe testimoniar que la vida humana no se halla sometida al capricho del azar, ni sometida al poder idolátrico. El cristiano debe mostrar la certeza de saberse sostenido en las manos de Dios; y, desde ahí, revelar que el sentido de la vida radica en creer que el Señor nos ha amado primero (1Ju 4,10), y en la decisión de actuar en la historia propiciando la liberación de la Humanidad.    

jueves, 20 de diciembre de 2012

PABLO DE TARSO: EL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES


                                                                                                          Francesc Ramis Darder


Buena parte de la vida de Pablo figura en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El libro narra el proceso por el que la Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo, extendió el anuncio del Evangelio, desde Jerusalén hasta Roma, y cómo desde allí se propuso predicarlo hasta los confines del Orbe (Hch 1,8; 28,28-31). De ese modo la Iglesia cumplió el mandato que recibiera del Señor: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, […], y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

    S. Lucas es el redactor del Tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Escribió valiéndose, en general, de una modalidad de la lengua griega llamada Coiné: la lengua que hablaba habitualmente el pueblo. Si hubiera escrito utilizando el estilo y el vocabulario de Aristóteles o Platón, muy poca gente hubiera podido comprender el contenido del libro de los Hechos. S. Lucas aspiraba a que la Palabra de Dios llegara al mayor número posible de personas, por eso eligió la forma lingüística que la mayoría comprendía con facilidad. Ahora bien, no adoptó un estilo vulgar, pues es el autor más elegante de cuantos compusieron el NT; pero, eso sí, confirió a la lengua del pueblo la mayor esbeltez literaria y la dotó de gran hondura teológica.

    Según la opinión mayoritaria de los comentaristas, s. Lucas escribió el libro por el año 90; de ahí cabe deducir que pertenecía a la segunda o a la tercera generación cristiana. Ateniéndonos a la información de una obra del siglo II, el Prólogo Antimarcionita, compuso los Hechos en Grecia, en la provincia de Acaya.

    Como dice el mismo en el Prólogo del Evangelio (Lc 1,1-4; cf. Hch 1,1-2), se informó concienzudamente de los acontecimientos antes de ponerlos por escrito. Ateniéndonos a la perspicacia teológica y a la belleza literaria, podemos afirmar que escribió para una comunidad de mentalidad griega, culta, que conocía muy el mensaje salvador de Jesús.

Ejercicio. La formación bíblica es muy importante. Intenta leer despacio la introducción al libro de los Hechos que figura en las ediciones de la Biblia.
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

¿QUÉ SIMBOLIZA LA ESTRELLA DE BELÉN?


                                                                                                                       Francesc Ramis Darder
                      
    El Señor liberó a Israel de la esclavitud de Egipto y le concedió la Tierra Prometida. Marchando hacia Palestina el pueblo de Dios cruzó el país de Moab, situado en la actual Jordania. El rey de Moab, aterrado ante Israel, envió emisarios a la ribera del Eufrates para que contrataran al profeta Balaán para de que maldijera a los israelitas; y, de ese modo, el monarca pudiera vencer al pueblo elegido en el campo de batalla.

    Balaán, antes de aceptar el encargo, consultó al Señor; y Dios le habló en dos ocasiones. Una durante la noche. La otra de forma curiosa; cuando Balaán iba hacia Moab montado en su burra, el ángel del Señor le cerró el paso. Balaán, irritado, golpeó al animal, pero la burra, volviéndose, le habló recriminándole los golpes. Balaán, impresionado, descendió de su cabalgadura y veneró al Señor. Dios advirtió a Balaán que no maldijera a los israelitas puesto que eran un pueblo bendito.

    Al llegar al país de Moab, Balaán comunicó al rey la orden del Señor; pero el soberano se empeñó en que maldijera a Israel. El rey hizo subir a Balaán sobre tres montes, Bamot-Baal, Pisga y Peor, incitándole a maldecir a los israelitas; pero Balaán en lugar de maldecir los bendijo. Y además proclamó una profecía referida al pueblo israelita: “Lo veo, pero no por ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella sale de Jacob” (Nm 24,17).

    Los cristianos percibimos en el Nuevo Testamento el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza. Al narrar la adoración de Jesús por parte de los magos, el evangelio de Mateo hace hincapié en la presencia de la estrella que les guía (Mt 2,2.7.9.10). La estrella anunciada por Balaán, la percibe san Mateo en la estrella que conduce a los magos hasta Jesús; pero la estrella no es sólo una señal indicativa, tiene aún un valor más profundo. Según el evangelio de Juan, Jesús es la Palabra de Dios encarnada (Ju 1,14), y, a la vez la luz que nos ilumina: “la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre” (Ju 1,9).

   Aunando el significado de la estrella que presentan los evangelios de Mateo y Juan, percibimos un doble valor en la estrella de Belén. Por una parte, la luz de la estrella conduce a los magos al lugar donde encontrarán a Jesús, una casa humilde de Belén (Mt 2,11); pero también es símbolo del mismo Jesús, la luz que ilumina tantas veces las tinieblas que oscurecen el cielo de nuestra vida (Ju 1,9).

   Cuando contemplemos la estrella de Belén, percibamos a través de la luz que irradia la misma luz de Jesús que siempre ilumina y oriente nuestra vida hacia la vivencia de la bondad y la misericordia.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

MARÍA DE NAZARET

                                                                         Francesc Ramis Darder



     La figura de María siempre dirige nuestra vida hacia el seguimiento del evangelio. Recordemos, en este sentido, las palabras de María durante el banquete de las bodas de Caná (Ju 2,1-12). Cuando el vino se había terminado; María dice a quienes servían las mesas: “Haced lo que Él os diga” (Ju 2,5). El pronombre “Él” refiere la persona de Jesús; por eso María dice propiamente: ¡Hacedlo que Jesús os diga!

     Pero, ¿que significa en la vida de María llevar a término lo que Jesús dice? La vida de María es el mejor ejemplo de fidelidad a Jesús. Veámoslo en algunos retazos del evangelio

     El anuncio del nacimiento de Jesús muestra la disponibilidad de María para realizar la voluntad de Dios: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). La visita de María a Isabel denota su sevicialidad ante la necesidad del prójimo: “María estuvo con Isabel unos tres meses” (Lc 1,56). La oración del Magnificat, excelente resumen del AT, muestra como palpita en el corazón de María la certeza de que Dios salva a al género humano: “Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia ... en favor de Abrahán y su descendencia por siempre” (Lc 1,54). La narración del nacimiento de Jesús realza la humildad de María y su ternura con el hijo recién nacido: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7).

     La presentación de Jesús en el Templo y las palabras de Simeón y Ana permiten a María descubrir la dureza y la victoria de la futura misión de Jesús. Dice Simeón: “mis ojos han visto al Salvador ... como luz para iluminar a las naciones” (Lc 2,29-32); y, refiriéndose a María, especifica: “pero a ti una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35).

    María no se arredra ante las dificultades que puedan sobrevenirle a causa del seguimiento del Jesús, sino que guarda “todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51). Ateniéndonos al lenguaje del AT, “guardar las cosas en el corazón” indica la fidelidad a los compromisos contraídos. Y María dará ejemplo de fidelidad. Acompañará a Jesús durante la predicación (Lc 8,19-21); permanecerá, junto al apóstol Juan, al pie de la cruz donde muere Jesús (Ju 19,25-27); y junto a los apóstoles esperará en el Cenáculo el envío del Espíritu Santo: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús” (Hch 1,14).

    Continuando la senda abierta por la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia se ha referido a María para destacar aspectos cruciales de Jesús. El Concilio de Nicea (325) insistió en la naturaleza divina de Jesús (Ju 1,1); y con toda razón el Concilio de Constantinopla (381) recalcó la naturaleza humana de Jesús (Ju 1,14).

    Sin embargo parecía difícil conjugar ambas posiciones afirmando que Jesús era, a la vez, Dios y hombre verdadero. Entonces surgió un obispo, Nestorio, que afirmó que en la persona de Jesús había dos sujetos distintos. Por una parte estaba el hombre Jesús que padeció el dolor de la flagelación y murió crucificado. Por otra parte, inserto en el cuerpo de Jesús, decía Nestorio, estaba Dios, camuflado bajo el aspecto de la carne corporal; por eso cuando Jesús era azotado o crucificado, quien padecía era sólo su naturaleza humana, el cuerpo de Jesús, mientras su naturaleza divina, protegida por el cuerpo, no sufría dolor alguno.

    Por eso Nestorio sostuvo que María había dado a luz únicamente el cuerpo de Jesús; y que más tarde, quizá durante el bautismo en el Jordán, el Espíritu de Dios se había introducido en el cuerpo de Jesús.

    El Concilio de Éfeso (430) rebatió el error de Nestorio apelando a las palabras de Cirilo de Alejandría: “Jesucristo es una sola persona, un solo sujeto. Todo lo que se dice de Jesucristo se dice del Verbo, porque hay una identidad personal. Jesús y el Verbo no están unidos, sino que son uno y el mismo. Cierto que de esta persona se pueden decir propiedades humanas y divinas. Pero hay que afirmar que María es Madre de Dios, Madre del Verbo; y que el Verbo (Ju 1,1) se encarnó (Ju 1,14) se hizo pasible y murió por nosotros.

    La vida de María remite el horizonte de la vida cristiana al cumplimiento fiel del evangelio, y alienta a los cristianos a reconocer en Jesús la presencia encarnada de Dios entre nosotros. El ejemplo de María orienta nuestra vida hacia el pleno seguimiento de Jesús, el salvador de la humanidad entera.