lunes, 24 de noviembre de 2014

ORACIÓN BÍBLICA DE ADVIENTO. ADVIENTO 2014


                                                       Francesc Ramis Darder



1. Comencemos haciendo unos momentos de silencio para serenar nuestro espíritu.
2. Después observemos nuestra vida; aquello que no alegra o angustia.
3. Leamos la Sagrada Escritura; en estas hojas tenemos un conjunto de citas bíblicas. Elijamos una cada día del Adviento; fijémonos en alguna palabra o en alguna frase.
4. Vayamos repitiendo lentamente esta palabra o esta frase en nuestro interior.
5. Apliquemos esta palabra o esta frase a la situación de nuestra vida que antes hemos contemplado. Pidamos después a Dios que nuestra vida vaya en consonancia con las palabras de la Escritura que hemos repetido en nuestro interior. Concluyamos la plagaria rezando el Padrenuestro.

30. Noviembre. El Señor es mi pastor nada me falta (Sal 23,1).

1.Diciembre. Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os llama es fiel, y él lo realizará (1Tes 5,23-24).

2.Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo os conozca como personas de buen trato. El Señor está cerca (Flp 5,4-5).

3.Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo (Flp 3,20).

4.Esperamos la manifestación de Jesucristo, nuestro Señor. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Dios es fiel (1Cor 1,7-9).

5.Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca (Sant 5,7-9).

6.El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión (2Pe 3,8-9).

7.Ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz (Rom 13,11-12).

8.Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is 2,3).

9.Mirad que llegan días –dice el Señor- en que daré a David un descendiente legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra (Jr 23,5).

10.No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece (1Cor 4,5).

11.Cielos destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia (Is 45,8).

12.Dice el Señor: Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis (Jr 29,11-13).

13.Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor (Is 12,1-3).

14.En cuanto a vosotros, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios nuestro Padre santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús (1Tes 312-13).

15.El Señor se apiadará de Jacob, volverá a escoger a Israel y lo restablecerá en su tierra. Los extranjeros se unirán a ellos y se incorporarán a la casa de Jacob (Is 14,1).

16.En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro; y le pondrán este nombre: “El-Señor-nuestra-justicia” (Jr 23,6).

17.Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel. Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y escoger el bien (Is 7,14-15).

18.Escucha, Señor; perdona y atiende Señor; actúa sin tardanza, Señor mío, por tu honor, pues tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dan 9,19).

19.Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del Universo. Derramaré paz y prosperidad en este lugar, dice el Señor (Ag 2,7.9).

20.Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel (Miq 5,1).

21.El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él es mi salvación (Is 12,2).

22.Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado (Sal 51,1).

23.Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos (Sal 90,17).

24.El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 23,1).

lunes, 17 de noviembre de 2014

ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO. ADVIENTO 2014


                                                                          Francesc Ramis Darder



Durante el Adviento preparamos especialmente nuestra vida  para recibir al Señor que viene a nosotros, no sólo el día de Navidad, sino sobre todo al final de los tiempos cuando nos encontremos con Dios cara a cara. La espiritualidad del Adviento se caracteriza por  cinco aspectos:


1. Tiempo de Plegaria.
   Propongámonos durante el Adviento intensificar nuestra relación con el Señor. Leamos y meditemos la Sagrada Escritura, estemos a la escucha de la Voz de Dios que nos habla; vivamos la Eucaristía con atención, recogimiento, participación y puntualidad.


2. Tiempo de Esperanza.
   En nuestras relaciones personales procuremos ser positivos y constructivos. Aportemos la luz de Cristo en los diversos ámbitos de nuestra vida personal y social, a fin de que quienes nos conocen perciban en nuestro comportamiento la auténtica vivencia cristiana.


3. Tiempo de Reconciliación.
   Preparar la llegada de Jesús implica la conversión de nuestra vida. Convertirse significa cambiar el estilo de vida y pedir perdón a quien hemos ofendido, dejarnos perdonar por nuestro prójimo; y, saber aceptarnos a nosotros mismos. Celebremos el sacramento de la Reconciliación; en él recibimos el perdón de Dios, la gracia y la fuerza del Señor para edificar su Reino en nuestro Mundo.


4. Tiempo de Solidaridad.
   La auténtica conversión implica siempre la solidaridad con el prójimo y la opción por los pobres. Participemos en las campañas de Caritas que organicen los grupos de Acción Social de nuestras parroquias. Estemos disponibles con quien necesita nuestra ayuda. Seamos especialmente generosos en la colecta en favor de los pobres que se realiza en Adviento o en Navidad en todas las Iglesias, es una magnífica ocasión para hacer real y eficaz nuestra solidaridad con quienes sufren.


5. Tiempo de María.

   La Virgen María es el modelo cristiano del Adviento. Ella esperó con inefable amor de madre al Salvador del Mundo. Acerquémonos a María, y percibamos en ella a nuestra madre que supo acompañar a Jesús desde su mismo seno hasta el pie de la cruz, para participar después de la gloria de su resurrección.

lunes, 10 de noviembre de 2014

¿QUÉ DICE EL LIBRO DE ISAÍAS? Libro de Isaías: Tercera parte


                                                                         Francesc Ramis Darder


El libro de Isaías (Is 1-66) presenta el proceso teológico de conversión que la comunidad judía, empapada por la espiritualidad isaiana, dirige a todos los israelitas para que refuercen su pertenencia al pueblo de la alianza, a la vez que recalca como la fidelidad del pueblo redimido suscitará el peregrinaje de las naciones a Sión para adorar a Yahvé. A lo largo de estas páginas delineamos, atendiendo a criterios teológicos y literarios, el proyecto teológico que, a nuestro entender, ofrece el libro de Isaías.


a. Prólogo: Is 1,1-31.

    El primer versículo del libro presenta, literariamente, la obra isaiana como la “visión que tuvo Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén, en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá” (Is 1,1). Los demás versos del capítulo reseñan la inmoralidad del pueblo (Is 1,2-9), la falsedad del culto (Is 1,10-20) y la injusticia social (Is 1,21-26). La voz profética no se contenta con denunciar la maldad, exige la conversión del pueblo idólatra (Is 1,16). La conversión implica la purificación de la existencia (Is 1,27-31) para abandonar el mal y practicar el bien (Is 1,16). En síntesis, el prólogo delinea la propuesta que la comunidad judía, fiel al Señor, ofrece al pueblo pecador para que se adentre en la senda de la conversión. Un camino que transformará al pueblo injusto (Is 1,1-28), en la comunidad capaz de testimoniar la acción liberadora de Dios entre las naciones (Is 66,18-23).


b. Oráculos sobre Judá e Israel: Is 2,1-5,30.

    La segunda sección concreta las características de la impiedad de la que el pueblo debe convertirse. La nación ha caído en la idolatría (Is 2,6-22), la anarquía (Is 3,1-12), el desgobierno (Is 3,13-15). Es ofensiva la ostentación de los pudientes (Is 3,16-4,1). El desenfreno y el afán de poder son lacerantes (Is 5,8-25). Un poema profundo, la Canción de la Viña (Is 5,1-7), refiere el desaliento divino ante el pecado del pueblo: “Esperaba de ellos derecho y no hay más que asesinatos, esperaba justicia y hay iniquidad, honradez y hay alaridos” (Is 5,7). Apostar por la maldad tiene un precio muy alto, pues la injusticia precipitará al pueblo en la destrucción; el desastre de la nación aparece expresado mediante la inminencia de la invasión asiria (Is 5,26-30). Como podemos constatar, la voz de la comunidad leal es conspicua en la precisión del pecado, expresión de la idolatría, que atenaza el alma del pueblo.

   
c. El libro del Emmanuel: Is 6,1-12,6.

    Dios no desea la muerte del pueblo pecador, sino que se convierta y viva. Por eso en el seno de los oráculos contra Judá e Israel aparece la constante llamada a la conversión (Is 2,1-5), una llamada que alumbra ya el triunfo final del plan de Dios sobre la maldad imperante (Is 4,2-6). El Señor contempla la vileza y augura la salvación, pero para alcanzar la liberación el pueblo debe convertirse. Dios elige a Isaías, el mediador que exigirá la conversión del pueblo perverso (Is 6,1-13). Cuando Isaías oye la llamada, responde al Señor sin titubeo: “Aquí estoy yo, envíame” (Is 6,8). Desde ese momento, Isaías se convertirá en la voz exigente de Dios en medio de la corte de Ajaz y del pueblo aterrado ante la amenaza de Siria e Israel. Contemplado desde la óptica teológica, la voz del profeta Isaías constituye la metáfora de la comunidad fiel, elegida por Dios para hacer volver al cauce de la alianza al pueblo atenazado por las cadenas de la injusticia. La zarpa de la idolatría que carcome el corazón del pueblo aparece tras la imagen miedosa y titubeante de Ajaz.


d. Los oráculos contra las naciones: Is 13-23.

    La profecía arremete contra la conducta de Babilonia (Is 13,1-22; 14,3-23; 21,1-10), Asiria (Is 14,24-27), Filistea (Is 14,28-32), Moab (Is 16,1-14), Damasco (Is 17,1-3), los enemigos de Israel (Is 17,12-14), Etiopía (Is 18,1-7), Egipto (Is 19,1-15; 20,1-6), Duma (Is 21,11-12), Arabia (Is 21,13-17), Tiro y Sidón (Is 23,1-17). La voz profética, en nombre del Señor, tampoco deja de fustigar la conducta perversa de Judá y el  comportamiento ruin de sus dirigentes (Is 17,4-6.9-11; 22,1-25). Sin embargo, la palabra profética anuncia sorprendentemente la conversión de Israel, Egipto y Asiria (Is 19,16-25); proclama también la salvación de Etiopía (Is 18,7) e Israel (Is 14,1-2), a la vez que enfatiza cómo las ganancias de Tiro y Sidón pertenecerán a los fieles del Señor (Is 23,18). No obstante, el anuncio más importante estriba en la conversión de toda la humanidad: “Aquel día se dirigirá el hombre a su Hacedor, y sus ojos mirarán hacia el Santo de Israel” (Is 17,7-8).

    Cuando contemplamos los oráculos contra las naciones desde la perspectiva de la comunidad fiel al Señor, percibimos dos cuestiones teológicas relevantes. Primero. La comunidad leal hace memoria de la dureza con que las potencias extranjeras maltrataron Judá a lo largo de la Historia, pero tras la mención de los diversos imperios también despunta la identidad de las regiones colindantes con Yehud que, a lo largo del período persa hostigaron a la comunidad de Sión, tanto desde la perspectiva religiosa como política. La voz de la comunidad fiel condena el carácter idolátrico de las naciones, pero sobre todo desea decantar a los judíos del contacto con los paganos que pudieran seducirles con el embeleque fastuoso de los ídolos. Segundo. Los oráculos también prefiguran la conversión de las naciones que tendrá lugar al tiempo final; de ese modo, la comunidad fiel entrevera entre las invectivas contra las naciones su proyecto a favor de los paganos: la ocasión en que las naciones, deslumbradas por la fidelidad del pueblo redimido, acudirán a postrarse ante la gloria de Yahvé, en la cima del Monte Santo (cf. Is 66,18-23).


e. Apocalipsis Mayor: Is 24-27.

    Desde la perspectiva de la comunidad fiel al Señor, cabría pensar que el Apocalipsis Mayor constituye una pieza literaria que, en el lugar que ocupa, tiene por misión infundir ánimo a quienes emprenden el camino de la conversión. Enfatiza que al final triunfará el proyecto liberador de Dios y quedará de manifiesto la derrota de las fuerzas que engendran la maldad y provocan la opresión. El Apocalipsis Mayor muestra la tierra devastada (Is 24,1-6), desolada (Is 24,7-12), destruida (Is 24,16b-20), describe la humillación de Moab (Is 25,10b-12), y refiere la devastación de Sión cuando ha caído en la idolatría (Is 27,10-11). El desastre que asola la tierra no es casual, es la consecuencia del pecado (Is 24,5); pero, como señala el texto, no todos los hombres han sido infieles, existe la comunidad leal al Señor que proclama la grandeza de Dios (Is 24,13-16) diciendo: “¡Gloria al Justo”! (Is 24,16).

    La perspicacia de la comunidad fiel, forja del libro de Isaías, vislumbra entre los entresijos del mal la victoria del proyecto divino. El Señor no dejará impune la maldad ni abandonará a los justos, metáfora de la comunidad fiel y símbolo de quienes han abandonado el sincretismo para encontrar cobijo al abrigo del templo. Como señala el poema, Dios someterá la tierra a juicio (Is 24,21-22; 26,20-21; 27,1), la maldad quedará destruida y el resplandecerá el triunfo del plan de Dios (Is 24,23). Los justos contemplarán la victoria del proyecto divino y alabarán al Dios liberador (Is 25,1-5). Celebrarán una fiesta en el monte Sión (Is 25,6-10). Cantarán al Señor (Is 26,1-6). Rezarán dando gracias (Is 26,7-19). Admirarán reconstruida la viña del Señor, metáfora de Jerusalén (Is 27,2-5). Verán el perdón que Dios regala a su pueblo (Is 27,6-9), y contemplarán la reunión de todos los pueblos para glorificar al Señor en el templo de Sión (Is 27,12-13).


f. Oráculos sobre Israel y Judá: Is 28-33.

    Los oráculos contra Judá e Israel destacan la maldad de la que el pueblo debe convertirse. El vicio aniquila la vida de los perversos que lo practican, por eso el texto relata la caída de Samaría (Is 28,1-6) con la intención de advertir a los moradores de Judá contra los pecados que dieron lugar a la destrucción de la capital de Israel y el posterior ocaso de Asiria (Is 30,27-33). El Señor no permanece impasible ante la maldad humana. Por esa razón la voz profética, eco de la comunidad fiel al Señor, anuncia el juicio divino contra la perversión de su pueblo (Is 30,8-17; 33,10-17); y también, mediante la parábola de la labranza, invita a recapacitar a quienes desean convertirse sobre la conducta que les atenaza en el oprobio del pecado (Is 28,23-29). Aun así, quien emprende la senda de la conversión debe saber que no la alcanzará con sus propias fuerzas, sino con la fuerza que Dios le regala; el Señor auxilia con su gracia a quien desea convertirse. De nuevo la comunidad leal, alma de la redacción del libro de Isaías, invita a los judaítas impíos a buscar refugio bajo el amparo divino. Cuando la meditación de la comunidad fiel analiza las causas de la caída de Samaría y alude a la metáfora de la labranza, no lo hace para recordar acontecimientos pretéritos, sino para alentar en los judíos, entrampados en las redes idolátricas, a formar parte, con el auxilio divino, de la comunidad redimida.  


g. El Apocalipsis Menor: Is 34-35.

    La decisión de abandonar la senda del pecado descrito en Is 28-33, aunque sea con la ayuda de Dios, requiere un compromiso arduo. Por eso el libro de Isaías ofrece a los judíos que deseen emprender el camino de la conversión otro atisbo de esperanza: el Apocalipsis Menor (Is 34-35). El Apocalipsis Menor anuncia el triunfo del plan divino y el fracaso de los opresores. En ese sentido, destaca la destrucción de Edom como prototipo de la maldad practicada por los judíos inicuos (Is 34), y realza la victoria de los justos, ocultos tras la metáfora del triunfo de Jerusalén (Is 35). El contenido de Is 34-35 sintetiza el mensaje de Is 1-66, pues actúa de bisagra entre Is 1-33 e Is 40-66. El mensaje de Is 34,1-17 manifiesta sobre todo el ocaso del mal descrito en Is 1-33; mientras el tema de Is 35,1-10 refiere básicamente el asunto de Is 40-66 alusivo, en gran parte, al triunfo de la justicia y a la irrupción de la victoria del plan de Dios. La comunidad fiel al Señor, arracimada junto al templo, intuye una vez más el ocaso de la idolatría y el amanecer eterno de la verdad.


h. Apéndice Histórico: Is 36-39.

   La finalidad teológica del “Apéndice Histórico” abraza una doble perspectiva. Por una parte, muestra el compromiso del profeta Isaías para orientar la vida de Judá hacia la confianza en Dios y hacia el cumplimiento de los preceptos de la Ley (Is 36-37). Por otra, destaca la intervención del Señor en la historia humana; el texto concentra la actuación de Dios en dos acontecimientos: la derrota de Senaquerib y en la curación de Ezequías (Is 37-39). Bajo la mención del asedio de Senaquerib, tras el titubeo de la corte de Ezequías y ante la firmeza de Isaías, quizá podamos intuir el eco de la situación de Yehud en las postrimerías del período persa y comienzos del helenístico. Isaías, metáfora de la comunidad fiel al Señor, conmina a la corte de Ezequías, símbolo de los judíos vacilantes, a guardar fidelidad a la alianza contra las amenazas de las regiones vecinas, metáfora de los paganos, simbolizadas por la embestida de Senaquerib.

   Cuando contemplamos el “Apéndice Histórico” apreciamos, en primer lugar, la perspicacia teológica de la comunidad fiel al Señor, la comunidad que forjará la redacción definitiva del libro de Isaías a mediados del siglo III a.C. Como hemos dicho en el apartado anterior, el contenido de Is 34-35 constituye la corona de Is 1-33, pues recalca la victoria del bien (Is 35) al contraluz de la debacle del mal (Is 34). No obstante, la intuición literaria de la comunidad fiel inserta el contenido de Is 36-39 (cf. 2Re 18,13-20,19) después de Is 34-35 para que el lector pueda comprender el entramado de Is 40-66, entramado que alude a los sucesos históricos acaecidos durante la etapa del exilio: la ascensión de Ciro y la caída de Babilonia.

      
i. La eclosión de la Palabra, metáfora del testimonio creyente de la comunidad fiel: Is 40,1-11.

    La dimensión literaria y teológica de Is 40,1-11 estriba en constatar el oprobio del pueblo pecador para que, conocedor de sus culpas, decida adentrarse en la senda de la conversión que le llevará formar parte de la comunidad fiel al Señor. El contenido de Is 40,1-11 señala, bajo la metáfora de la hierba seca y la flor marchita (Is 40,7), la realidad del pueblo pecador, pero subraya, sobre todo, la intervención redentora de Yahvé a favor de su pueblo; intervención que figura bajo el simbolismo de la Palabra (Is 40,8), metáfora del empeño de la comunidad fiel para atraer al pueblo mendaz al redil de la alianza. En definitiva, la eficacia de la Palabra, símbolo del testimonio de la comunidad leal a los preceptos divinos, transformará al pueblo marchito (Is 40,7) en la asamblea que proclama la grandeza de Yahvé (Is 55,13).


j. El combate contra la idolatría: Is 40,12-44,23.            

    Asentada la fuerza trasformadora de la Palabra, metáfora del testimonio de la comunidad fiel, eco a su vez de la presencia redentora de Dios, el texto profético comienza a describir la forma en que la Palabra comienza a trasmutar el rostro idólatra del pueblo mendaz. La primera tarea que corresponde a la comunidad leal estriba en desenmascarar la fatuidad que oculta la idolatría. La voz profética, susurro de la comunidad fiel, descubre la falsedad de los ídolos afirmando la exclusiva capacidad salvadora de Dios y ridiculizando la inutilidad de los falsos dioses. El texto profético, a lo largo de Is 40,12-44,23, confronta el señorío de Yahvé sobre el Cosmos y la Historia con la mezquindad de los ídolos; y, como fruto de la comparación, establece la divinidad exclusiva de Yahvé y remarca la falsedad de los fetiches. El empeño de la comunidad leal para que el pueblo pecador pueda regresar al cauce de la alianza topa con un obstáculo relevante: el apego a la idolatría; por eso, la primera tarea de la comunidad fiel, simbolizado bajo el eco de la Palabra eficaz, no puede ser otra sino desenmascarar la estulticia de los idólatras y ridiculizar la banalidad de las imágenes.


k. La comunidad fiel, testigo de la intervención de Dios en la Historia: Is 44,24-48,22.

    Entre los versos de la profecía, la voz de la comunidad fiel ha relatado la victoria de Dios sobre los ídolos y ha probado, de ese modo, la divinidad exclusiva de Yahvé sobre el Cosmos (Is 40,12-44,23); pero el empeño de la comunidad leal, conspicua hasta el detalle, ahonda en la decisión de probar que Yahvé es el único dueño de los avatares de la historia de la comunidad hebrea. Por eso el segundo cometido de la comunidad fiel, oculto entre el murmullo de la profecía, estriba en revelar de manera precisa la intervención de Dios a favor de su pueblo.

    Desde esta perspectiva, el mensaje de Is 44,24-48,22 puede dividirse en tres secciones que resaltan la intervención divina. La primera sección presenta la personalidad de Ciro, el mediador de la intervención liberadora de Dios en la historia israelita durante la época del exilio (Is 44,24-45,20). La segunda augura la destrucción de Babilonia, prototipo de la idolatría (Is 46,1-47,15). La tercera sección muestra la peculiaridad de Israel, el testigo fehaciente de la acción liberadora de Dios (Is 48,1-22); la alusión a Israel evoca, desde la perspectiva simbólica, la totalidad del pueblo redimido del que la comunidad fiel constituye la primicia. La comunidad leal a la ley divina aparece como el embajador y el testigo ante el pueblo infiel de la actuación liberadora del Señor; pero también el aura de su propia misión: el deseo de insertar, con el auxilio divino, al pueblo idólatra en el molde de la alianza, mostrándole los grandes hitos de la intervención de Dios a favor de su pueblo: el triunfo de Ciro y la caída de Babilonia.


l. El misterio del sufrimiento redentor: Is 49,1-53,12.

    El testimonio de la comunidad leal, escondida tras la mención de la fuerza de la Palabra, va trocando al pueblo apóstata, la hierba marchita (Is 40,7), en el ciprés y el mirto florido, metáfora de la comunidad remida (Is 55,13). De pronto, el texto profético se adentra en la tarea más dura que compete a la comunidad fiel: la opción definitiva de convertirse en el mediador que redime, en nombre de Dios, la desventura del pueblo; es decir, el Resto leal asume sobre sus espaldas, por designio divino, el oprobio que supone la redención del pueblo yermo para trocarlo en la comunidad redimida, capaz de atraer a los paganos a Sión. El Siervo de Yahvé es el personaje misterioso que aparece en cuatro poemas del Segundo Isaías (Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12); como hemos insinuado, bajo la figura del Siervo de Yahvé palpita la identidad de la comunidad fiel al Señor. La entrega del Siervo, opuesta a la abulia de Jerusalén, determinará el triunfo del proyecto de Dios a favor del pueblo deshecho por el embrujo de los fetiches (Is 53,11).

    A pesar del desprecio del pueblo falaz, la comunidad leal, acuna al pueblo infiel para que se despoje de los harapos idolátricos y vista las galas de la alianza. El alma de la nación, rayana en la insania, desdeña sin entenderla la entrega gratuita de la comunidad leal, oculta bajo la imagen del Siervo de Yahvé. Dolida por el desdén, la comunidad leal supone baldío su empeño tenaz; pero su entrega, como revela el texto profético, no será estéril. La comunidad abnegada verá florecer la descendencia; descendencia representada por los israelitas que, habiendo contemplado el testimonio de la comunidad fiel, se convertirán en siervos del Señor, en personas que han vuelto al regazo de la alianza sin ocaso.


m. La nueva Jerusalén: Is 54,1-17.

    Sin duda, la entrega de la comunidad fiel al proyecto divino implica dolor y sacrificio (Is 52,13-53,12), pero engendra el aura de la nueva Jerusalén, símbolo del pueblo redimido por el testimonio de la asamblea veraz. La novedad de la Ciudad no reside en su reedificación material; las “cosas nuevas” que convierten Sión en la urbe triunfante son sus nuevos esponsales con Dios. Bajo la metáfora de los desposorios despunta la identidad del pueblo infiel que, gracias al testimonio sacrifical de la comunidad leal, representada por la figura del Siervo de Yahvé, ha conseguido insertarse de nuevo en el regazo divino. Los esponsales de Yahvé y Jerusalén no son el final del camino, sino el inicio del proyecto de Dios en favor de la Humanidad (Is 54,3); sin duda, la fidelidad del pueblo redimido, gracias a la entrega de la comunidad leal, se convertirá en la luz radiante que atraerá las naciones a Sión para postrarse ante la grandeza de Yahvé.


n.El testimonio fehaciente del pueblo redimido: Is 55,1-13.

    El mensaje de Is 40,12-54,17 ha revelado cómo la Palabra de Dios, trasluz del testimonio veraz del la comunidad fiel, trasforma al pueblo idólatra, simbolizado tras la imagen de la hierba seca y la flor marchita (Is 40,8), en la comunidad que goza de paz y justicia (Is 54,10.14). Desde la estimación metafórica, el mensaje de 55,1-13 muestra, entre otros temas, la identidad del pueblo trasformado y el rostro de las naciones admiradas ante el prodigio divino a favor de la comunidad elegida: el pueblo redimido figura bajo la simbología del mirto y el ciprés, mientras el gozo de las naciones aparece bajo la alegoría de los montes que gritan de júbilo y los árboles que baten palmas ante la grandeza del pueblo señero (Is 55,12-13).


ñ.Prolegómenos a la misión de la comunidad leal a favor de las naciones paganas: Is 56,1-8.         

    Hasta ahora, la profecía isaiana ha delineado, sobre todo, el tesón de la comunidad leal para introducir al pueblo perverso en la asamblea de la alianza; pero también, aunque sea de soslayo, ha insinuado la misión del pueblo convertido, del que la comunidad leal es la primicia, en bien de las naciones (cf. Is 55,12-13). Ahondando en la temática de Is 1-55, la función de Is 56-66 estriba en dos cuestiones principales. Por una parte, establece la forma en que el pueblo perverso debe adentrarse en la senda de la conversión; por otra, delinea la manera en que los extranjeros, atraídos por la prestancia del pueblo redimido, peregrinan a Sión para adorar a Yahvé. Antes de adentrarnos en los vericuetos de la profecía conviene recordar que la naturaleza de la relación que Dios establece con su pueblo diverge de la que entretela con los paganos: el pueblo hebreo es el único depositario de la alianza, mientras el papel de las naciones estriba en la peregrinación a Sión para adorar a Yahvé, admiradas del aura de la comunidad redimida.

    El contenido de Is 56,1-8 expone que los extranjeros, atraídos por el triunfo del pueblo redimido, se convertirán en siervos y ministros del Señor. ¿Cómo puede interpretarse la adhesión de los extranjeros al servicio de Yahvé? A nuestro entender, los extranjeros no se convierten en siervos y ministros del Señor por cuanto queden insertos en la alianza que Yahvé selló con Israel, sino en tanto en cuanto conducen a los israelitas, dispersos entre los paganos, a la cima del Monte Santo como oblación para Yahvé, señor del Cosmos (cf. Is 66,18-23). El gozo de las naciones estriba, por tanto, en el compromiso de servir la al pueblo de la alianza y en el empeño de proclamar entre todas las razas la actuación liberadora de Dios en bien del pueblo elegido.
   

o. El pecado del pueblo y el perdón de Yahvé: Is 56,9-59,21.       

    Como acabamos de decir, Is 56,1-8 fortalece el ánimo de las naciones y el alma del pueblo para que ahonden en el pozo de la conversión; por un lado, el pueblo podrá volver plenamente a la acequia de la alianza, por otro, las naciones, sobrecogidas por el testimonio del pueblo liberado, podrán reconocer la magnificencia de Yahvé. En ese sentido, no debe extrañarnos que la temática de Is 56,9-59,21 recalque el empeño con que la comunidad fiel exige la conversión del pueblo perverso. La voz profética, eco de la demanda de la comunidad leal, embiste contra el pecado que atenaza el alma del pueblo (Is 56,9-57,13); después, recuerda que sólo el respeto de la Ley introducirá al pueblo mendaz en la gloria de la alianza (Is 58,1-14). Surge entonces una pregunta: ¿cómo puede cumplir el pueblo culpable los preceptos de la Ley? La respuesta es solemne: el reconocimiento de la culpa confiere el perdón de Dios (Is 59,1-20) e incorpora al pecador en la comunidad de la alianza (Is 59,21). En resumen, el camino que debe emprender el pueblo contumaz radica en la adhesión a la comunidad leal, el ámbito donde palpita la gloria de Dios.


p. Jerusalén redimida, metáfora de la intervención salvadora de Dios: Is 60,1-62,12.

   Sin duda, la adhesión a la comunidad leal por parte del pueblo perverso trocará la vileza de Sión en la prestancia de la Ciudad Santa. El mensaje de Is 60,1-62,12 delinea la magnificencia de Jerusalén, alegoría del pueblo converso gracias al tesón de la comunidad fiel, mediadora del perdón de Dios. A lo largo de tres secciones, la temática de Is 60,1-62,12 exponen la magnificencia de la Ciudad Santa. La primera muestra cómo la gloria de la Ciudad, eco de la asamblea redimida, atrae las naciones a Sión (Is 60,1-22). La segunda presenta la figura del Profeta-siervo (Is 61,1-11); este personaje constituye, a nuestro entender, el símbolo de la comunidad de siervos de Yahvé, metáfora de los israelitas que conforman la comunidad fiel a la Ley, cuyo testimonio ha hecho posible que la luz de Dios resplandeciera en el seno de la Ciudad Santa y atrajera las naciones a postrarse ante Yahvé. La tercera sección acentúa, de nuevo, la grandeza de Jerusalén transformada por la intervención redentora de Dios; transformación mediada por la fidelidad de la comunidad fiel a la misión que el Señor le ha encomendado (Is 62,1-9). A modo de colofón, despunta un breve poema que reverbera el contenido simbólico de la teología isaiana, a la vez que invita al pueblo y a la humanidad entera ha gozar de los frutos de la alianza (Is 62,10-12).


q. Israel, la comunidad expectante ante la intervención definitiva de Dios en la Historia: Is 63,1-64,11.    

    El contenido de Is 60,1-62,12 evoca la situación del pueblo y de la humanidad cuando alcancen la meta de la historia. Ahora bien, a la comunidad fiel al Señor que habita en Sión aún se le antoja distante el triunfo definitivo del plan divino al final de los tiempos. Por eso la temática de Is 63,1-64,11 sitúa, otra vez, a la comunidad leal y al  pueblo zafio en el bamboleo incierto del devenir humano. El texto muestra como la comunidad fiel, atónita ante la ruindad del pueblo idólatra, eleva los brazos al Señor para impetrar la derrota de las fuerzas del mal (Is 63,1-6) y solicitar el auxilio divino (Is 63,7-64,11), que convertirá al pueblo pecador en la comunidad que irradia la gloria de Dios y atrae las naciones a Sión (cf. 60,1-22). El ocaso de la maldad figura tras la metáfora de la derrota de Edom, arquetipo de las naciones que oprimieron a Israel a lo largo de la historia. La súplica de la comunidad leal aparece bajo el susurro de la oración del salmista que, recordando las ocasiones en que Dios ha liberado a su pueblo, demanda ahora el socorro divino.


r.El triunfo de la comunidad fiel: Is 65,1-66,24.
   
    La temática de Is 65,1-66,24 constituye el epílogo del libro de Isaías. El prólogo entona la elegía ante el pueblo aletargado por el sopor idolátrico (Is 1,1-31); el cuerpo del texto isaiano describe el proceso y las mediaciones por las que discurre el trayecto de conversión de la comunidad pecadora (Is 2,1-64,11); y, finalmente, el epílogo ensalza la conversión del pueblo que, acompañado de las naciones, se alegra de la presencia de Yahvé en el Monte Santo (Is 65,1-66,24). El Señor ha elegido a la comunidad leal para que dinamice la conversión del pueblo hechizado por la apariencia ridícula de los falsos dioses, y para que, a la vez, promueva el peregrinaje de las naciones a la Montaña Santa para rendir culto a Yahvé. La comunidad fiel, forja del libro de Isaías y testigo de la bondad de Dios, ha cumplido su tarea, ha actuado como “alianza del pueblo” y “luz de las naciones”; se ha convertido por designio divino en el mediador que hace posible que el pueblo perverso pueda insertarse plenamente en el cauce de la alianza, a la vez que atrae a los paganos a Sión para que puedan adorar a Yahvé, el exclusivo señor del Cosmos y la Historia.   

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     A tenor de lo dicho, podemos afirmar que el libro de Isaías nace de la predicación del profeta Isaías del siglo VIII a.C., pero que se redacta durante un período largo, desde el siglo VIII al III a.C. Sin embargo, quien acrisoló el libro de Isaías y le dio la forma definitiva fue algún miembro erudito de la comunidad fiel al Señor, a mediados del siglo III a.C. La estructura global del libro de Isaías delinea un proceso teológico preciso: muestra como el pueblo atrapado en las garras de los ídolos (Is 1,10-20) llega a convertirse, con el auxilio divino, mediado por el testimonio de la comunidad fiel, en el pueblo redimido que atrae las naciones a Sión para adorar a Yahvé (Is 66,18-23).



lunes, 3 de noviembre de 2014

¿CÓMO SE ESCRIBIÓ EL LIBRO DE ISAÍAS? Libro de Isaías: Segunda parte


                                                                                     Francesc Ramis Darder
           

    El proceso de redacción del libro de Isaías fue largo y complejo; ahora bien, a nuestro entender vio la luz definitiva entre las manos de un grupo erudito, a mediados de la primera parte del período helenístico, en Jerusalén (siglo III a.C.). La profecía hunde sus raíces en la vida y en la predicación del mismo profeta. El texto isaiano sitúa cronológica y geográficamente el marco del ministerio de Isaías en Judá y Jerusalén (Is 1,1; 2,1), durante el reinado de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá (Is 1,1); en definitiva, la predicación de profeta, como expusimos en el apartado anterior, aconteció en el Reino del sur durante la segunda mitad del siglo VIII a.C.

     Las palabras proclamadas por Isaías fueron recogidas, transmitidas y ampliadas por sus discípulos para aplicarlas, a modo de relectura, a las nuevas situaciones con que debían enfrentarse los judaítas tras la muerte del profeta. Los discípulos aplicaron, tal vez crípticamente, las invectivas del Vocero de Dios para denunciar la corrupción política y religiosa que ensombreció Judá durante el reinado de Manasés y Amón (2Re 21) (687-640 a.C.). No cabe duda de que el círculo profético, evocando la memoria de Isaías, interpretó los avatares de la reforma de Josías (640-609 a.C.); y, con toda certeza, analizó teológicamente los sucesos luctuosos que tiñeron de sangre Judá y Jerusalén durante la agresión babilónica y las deportaciones sucesivas (597.587.582 a.C.).

    Hacia la mitad del destierro babilónico (561/0 a.C.), resonó entre los deportados la voz de un personaje anónimo, el Profeta del Consuelo. El hombre de Dios, buen conocedor del mensaje de Isaías trasmitido por sus discípulos, proclamó palabras de esperanza entre los judaítas sometidos a la cierna del exilio. La predicación del Profeta del Consuelo, amplia y profunda, reposa sobre dos cuestiones capitales. Por una parte, desde la perspectiva teológica, el profeta supo discernir en el hondón de los acontecimientos que propiciaron la ascensión de Ciro y la caída de Babilonia, la actuación liberadora de Dios a favor de su pueblo; según la opinión del profeta, ambos sucesos no proceden de la casualidad, nacen del designio de Yahvé, el exclusivo señor de la Historia (Is 41,21-29; 43,11; 48,12-15). Por otra, el heraldo divino (o sus discípulos) acuñó un vocablo teológico decisivo, la palabra “creación (br’)”. Los discípulos recogerán la predicación del Maestro y comenzarán a redactar, en Jerusalén y tras el regreso del exilio, el denominado “Segundo Isaías” (Is 40-55).

    La teología de Is 40-55, eco postrero de la voz del Profeta del Consuelo, entiende el proceso de la creación (br’) como la relación nueva que Dios establece con su criatura, gracias a la cual la criatura percibe su identidad de un modo distinto, pues la contempla desde la relación nueva que el Creador ha establecido con ella; es decir, el pueblo hebreo, deja de concebir su historia como si fuera fruto del azar o del capricho de los ídolos, para entenderla desde la grandeza de Dios, exclusivo señor de la Historia, que elije a su pueblo durante el oprobio del exilio. Durante los últimos años del destierro se fue conformando, lentamente, una pequeña comunidad convocada por la palabra del Profeta del Consuelo. Como relata la Escritura, cuando Ciro el Grande conquistó Babilonia (539 a.C.), proclamó un decreto por el que los judíos deportados podían volver a Sión (Esd 1,1-4); aún así, conviene precisar que a tenor de los datos históricos, el retorno de los judíos sólo tuvo lugar de forma significativa durante los primeros años del reinado de Darío I (521-486 a.C.). Zorobabel, pretendiente legítimo del trono de David, y Josué, sumo sacerdote, regresaron a Jerusalén en compañía de un conjunto significativo de judíos.

    La entereza de los deportados que volvieron a pisar los umbrales de Jerusalén, ilusionados por la reconstrucción del antiguo reino sobre los parámetros teológicos elaborados en el exilio, se precipitó en el abismo del sinsentido tras la muerte de Zorobabel, el monarca legítimo que debía sentarse en el trono de Sión. La muerte de Zorobabel determinó la desaparición de la dinastía de David. A partir de entonces los persas asumieron plenamente el control de la región, sólo concedieron a los judíos cierta jurisdicción sobre las cuestiones inherentes a la celebración del culto en el recinto del templo y sobre la interpretación de las cuestiones más específicas de la religión judía; Josué y sus sucesores asumieron, bajo la aquiescencia aquémida, el control de la cuestión religiosa. Los persas convirtieron el territorio del extinto reino de Judá en la provincia de Yehud, integrada en la satrapía de Transeufratina. Sin embargo, la desgracia no consiguió mermar la entereza de quienes habían vuelto del destierro; quienes habían regresado de Babilonia, unidos a quienes habían permanecido en Judá y habían abandonado la senda errada de la idolatría, conformaron una comunidad religiosa reunida al abrigo del templo de Sión.            

    A lo largo del período persa (538.522-331 a.C.), los discípulos del Profeta del Consuelo fueron dando forma literaria a la predicación del Maestro del exilio; ahora bien, también fueron aplicando el contenido de la reflexión a la condición social y a la situación teológica por la discurría la vida de la comunidad creyente reunida al amparo del templo. La reflexión de los discípulos del Profeta del Consuelo fue conformando, en relación con la asamblea convocada junto al templo, el entramado del Segundo Isaías (Is 40-55); cabe pensar que el texto alcanzara su forma, casi definitiva, entre los últimos lustros del período persa y los primeros del helenístico, entre los muros de Sión.

    Adoptando una perspectiva pedagógica, podríamos afirmar que durante la segunda mitad del período persa y la primera del helenístico (398-198 a.C.), la teología isaiana había adquirido un desarrollo amplio y complejo. La predicación del profeta Isaías (siglo VIII a.C.) fue desarrollada y aplicada por sus herederos a la situación social y religiosa de Judá. Más tarde, durante el exilio, el Profeta del Consuelo, reinterpretó y adaptó el mensaje isainao a las condiciones adversas del destierro (siglo VI a.C.); una vez en Jerusalén, los discípulos del Vocero de Dios adaptaron el mensaje de su mentor a las nuevas condiciones en que se encontraba la comunidad, asentada en Yehud. La segunda etapa del período persa y la primera del helenístico contemplaron como la comunidad asentada en Jerusalén continuaba desarrollando la teología isaiana; a medida que el helenismo ganaba terreno, la comunidad judía vio como emergía desde su propio seno otra corriente teológica relevante, la apocalíptica. Sin duda, el alba de la apocalíptica (250-225 a.C.) empujó quines estaban imbuidos por la espiritualidad isaiana, a reflexionar sobre la situación social y teológica de Yehud (Is 24-27); después, aún afloraron meditaciones y glosas que enriquecieron al patrimonio del la comunidad leal, asociada al espíritu isainano.

    Podríamos decir que los herederos de la profecía isaiana, fueron confeccionando un proyecto teológico que aspiraba a conseguir tres objetivos complementarios. En primer lugar, deseaban ahondar, desde la óptica teológica, en el corazón de la identidad judía; en segundo término, aspiraban a confeccionar un proyecto de conversión con que poder insertar a los judíos, sojuzgados por las zarpas idolátricas, en el regazo de la comunidad reunida al amparo del templo de Sión; y, en último término, se planteaban la forma de atraer a las naciones a la adoración de Yahvé, el único Señor de la historia, en la cima del Monte Santo.

    A mediados del siglo III a.C., durante la primera mitad de la etapa helenística (331-198 a.C.), algún autor, miembro erudito de quienes estaban adheridos a la espiritualidad isaiana, emprendió en Jerusalén la tarea de componer de forma definitiva el libro, magno y denso, de Isaías (Is 1-66). El redactor releyó y retocó en profundidad la reflexión iniciada por los discípulos del Gran Isaías (siglo VIII a.C.). Sin duda, también matizó y reinterpretó algunos aspectos teológicos de la obra entretejida por los discípulos del Profeta del Consuelo; y, evidentemente, consideró la reflexión, plural y honda, de los herederos del Maestro que moraban en Sión, durante el ecuador de la primera etapa del período helenista. Debemos recordar, a pesar de la evidencia, que la redacción del libro de Isaías tuvo lugar en relación intertextual con los demás libros del Antiguo Testamento hebreo.

    El redactor no se limitó a aunar los textos que había reunido y trabajado; una vez reelaborados en profundidad, les confirió el sentido argumental y les dotó del arte literario que destila la obra isaiana. El libro de Isaías, como hemos insinuado, ofrece un proyecto de conversión dirigido al pueblo idólatra para que encauce su vida por la acequia de la alianza, es decir, para que pueda insertarse en la asamblea constituida por la comunidad fiel al Señor, reunida al cobijo del templo, a la vez que invita a las naciones, admiradas por la fidelidad religiosa de la comunidad remida, a dirigirse a Jerusalén para adorar a Yahvé, el único señor de la Historia, sobre la cima del Monte Santo.
 

    El planteamiento global del libro de Isaías presenta un proceso teológico profundo: muestra cómo el pueblo hebreo, caracterizado al principio por un culto que Dios no soporta (Is 1,10-20), llega a convertirse, con el auxilio divino (Is 43,1-7), en el pueblo transformado que revela ante las naciones paganas la gloria de Dios (Is 66,7-14) para atraerlas a la cumbre del Monte Santo, metáfora del santuario de Sión, para postrarse ante Yahvé, el único dueño de la Historia (Is 66,18-23). A través de la profecía isaiana, la comunidad fiel al Señor, invita a todos los israelitas a introducirse en la senda de la conversión; les incita a insertarse de nuevo en la alianza eterna que el Señor trabó con su pueblo para que pudiera gozar de la bendición divina y fuera capaz de reunir a todas las naciones en Sión para la alabanza de Yahvé.