lunes, 30 de diciembre de 2013

¿CUÁL ES LA REVELACIÓN FUNDAMENTAL DE LA BIBLIA?.



                                                                                   Francesc Ramis Darder


La Sagrada Escritura narra la intervención de Dios en la Historia, de la que Israel y posteriormente la Iglesia, son testigos privilegiados. La lectura completa de la Biblia muestra que Dios es de naturaleza divina no sólo porque sea eterno o todopoderoso, sino básicamente porque, respetando la libertad humana, interviene admirablemente en la Historia. Ese punto es esencial: en la Biblia Dios es Dios, porque actúa amorosamente en la Historia, y en el corazón de la persona comunicándole la fuerza que fundamenta la vida.

    Conviene que nos detengamos un momento para aclarar dos conceptos: revelación e inspiración. La Biblia es un libro revelado porque, leído en perspectiva creyente, manifiesta la intervención salvadora de Dios es la Historia, y es también un libro inspirado.

   ¿Qué significa que la Biblia es un texto inspirado? La Biblia revela la intervención de Dios en la Historia, pero para escribirla no ha sido Dios quien personalmente ha tomado papel y pluma para redactarla, sino que ha elegido a los autores de los libros bíblicos para que la escribieran. Éstos autores tenían cualidades personales pero también estaban limitados por los condicionantes de su época, pero Dios les inspiró; es decir, les iluminó mediante el Espíritu para que con sus cualidades y limitaciones supieran captar y redactar la intervención amorosa de Dios en los avatares humanos.

    El arquetipo de la intervención de Dios en el AT radica en la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: “Éramos esclavos del faraón en Egipto, y Yahvé nos hizo salir con mano fuerte ... para conducirnos y darnos el país que prometió a nuestros padres” (Dt 6, 21-22). La situación culminante de la intervención divina en el NT consiste en la resurrección de Jesús: “Cristo Jesús ... que se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo ha exaltado extraordinariamente y le ha concedido aquel nombre que está sobre todo nombre ... a fin de que toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, a gloria de Dios Padre” (Flp 2, 5-11).

    La intervención divina a lo largo del AT acontece principalmente a través de mediadores (ángeles, jueces, reyes, sacerdotes, profetas, y el pueblo fiel), sin embargo, aunque con menor frecuencia, Dios también actúa personalmente: libera, acompaña a su pueblo, crea, perdona, y promete la vida.

    El NT une las dos corrientes de la Antigua Alianza. En la persona de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, entronca el mediador divino con la misma presencia de Dios: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que tiene del Padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Ju 1, 14).

    La liberación de Israel de la esclavitud de Egipto es la vivencia crucial del AT, y la resurrección de Jesús el acontecimiento fundante del NT. Si borráramos del AT la frase “el Señor nos liberó de Egipto” (Dt 6, 21), y del NT “Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6); la Biblia dejaría de ser un libro revelado y devendría una obra interesante de literatura antigua. La Biblia comunica, mediante el lenguaje humano, la certeza de que Dios interviene en la Historia y en el hondón de nuestra existencia, a la vez que reseña la respuesta humana al designio divino.


martes, 24 de diciembre de 2013

¿QUÉ ES UN TEL? LA IMPORTANCIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN EL ESTUDIO DE LA BIBLIA


                                                                     Francesc Ramis Darder


De la misma manera que los “Talaiots” representan los asentamientos emblemáticos de la cultura mallorquina antigua, los “Tels” constituyen el prototipo de asentamiento de la civilización israelita antigua. ¿Qué es un Tel?

Los israelitas edificaban una aldea rodeándola de una muralla. Cuando la aldea era atacada, si sus habitantes no resistían el asedio, era conquistada y destruida. Al cabo de un tiempo, otros pobladores acudían a habitar la aldea devastada, y para eso “aplanaban” las ruinas de la población demolida y edificaban sobre sus restos otra aldea protegiéndola con otro muro. Cuando la nueva villa era atacada y destruida se repetía el mismo proceso: pasados unos años la ocupaban otros habitantes que “aplanaban” las ruinas y levantaban otra aldea. Y así sucesivamente.

La edificación de una aldea sobre los vestigios de la anterior provocaba que la nueva estuviera más elevada; y, con los años, el pueblo aparecía bastante elevado respecto del nivel del suelo. Llegaba un día en el que, por circunstancias diversas, la aldea era abandonada definitivamente; entonces toda la construcción iba recubriéndose de tierra portada por el viento, y cuando había suficiente tierra crecía la vegetación. De ese modo el conjunto de aldeas edificadas una sobre otra adquiría la imagen de una colina; y esa colina artificial se denomina “Tel”. La excavación de los “Tels” aporta información útil para la comprensión de la Biblia. Veamos un ejemplo.

David es un personaje central en la Biblia; pero con la excepción del AT no había ningún documento que atestiguara la existencia de la dinastía davídica. La ausencia de documentos hizo que algunos comentaristas pusieron en duda e incluso negaran la misma existencia de David. Pero ahí intervino la arqueología. Al norte de Israel se asienta la ciudad de Dan, y junto a ella se levanta un Tel ciclópeo llamado Tel-Dan. En él se descubrió en 1993 una lápida donde consta la expresión “Casa de David” como término para referirse a la monarquía de Judá a finales del siglo IX aC, y así quedaron zanjadas las dudas sobre la existencia de David y su dinastía.




viernes, 13 de diciembre de 2013

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA BIBLIA?

                                                                                                 Francesc Ramis Darder


    La palabra “Biblia” procede de la lengua griega y significa propiamente biblioteca. La Biblia no es un único libro, sino una colección de 73 volúmenes: 46 integran el Antiguo Testamento y 27 el Nuevo Testamento.

    La Biblia narra la revelación de Dios al pueblo de Israel y posteriormente a la Iglesia, con la consiguiente respuesta humana al proyecto de Dios. ¿Qué significa esta definición?

    Dios nos habla de muchas maneras; una puesta de sol, la muerte de un ser querido, el amor de los esposos, el sufrimiento humano, el gozo de compartir la vida. Todo lo que acontece en la existencia, contemplado con los ojos de la fe, es una Palabra del Señor que penetra nuestra vida transformándola.

    El pueblo de Israel vivió profundas experiencias: la salida de Egipto, la conquista de la Tierra Prometida, el fracaso de la monarquía, el dolor del exilio, y la ilusión de reconstruir Jerusalén. Pero, y eso es lo importante, contempló los avatares de su Historia con los ojos de Dios; y, más tarde, lo puso por escrito en el Antiguo Testamento. Por eso, el AT no es un libro de geografía o historia antigua: cuenta cómo el pueblo hebreo percibió su existencia entretejida por las manos de Dios.

    Los discípulos de Jesús tuvieron hondas vivencias: gozaron de la llamada de Cristo, escucharon sus parábolas y vieron sus milagros, se durmieron en el huerto de los Olivos, Pedro le negó; pero, al final contemplaron la presencia del Señor resucitado. S. Pablo, gran perseguidor de la Iglesia se convirtió, y fundó comunidades cristianas de las que recibió alegrías y disgustos.

     Los apóstoles no se limitaron a observar a Jesús como a un buen maestro de ética novedosa, sino que le contemplaron con la mirada de la fe y vieron en Él al Señor, al Mesías prometido en  la Antigua Alianza. Más tarde, en el seno de la Iglesia fue escribiéndose el Nuevo Testamento. El Evangelio es la Buena Noticia de Jesús recogida por la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, para alentar a todos los cristianos a sentirse amparados por la presencia del Resucitado, y alentados a sembrar en el mundo la semilla del Reino de Dios.

    La Biblia es la Palabra de Dios a la Humanidad, pero escrita con letras humanas por quienes han contemplado la historia de Israel, el mensaje de Jesús, y la vida de la Iglesia, con los ojos de la fe. La Biblia es un texto revelado no porque contenga un saber arcano, sino porque al leerla con fe percibimos la voz de Dios que libera y la ternura de Cristo, la presencia de Dios entre nosotros, que otorga pleno sentido a la vida del ser humano.



martes, 3 de diciembre de 2013

ADVIENTO 2013. MARÍA: MODELO DE ADVIENTO

                                                                         Francesc Ramis Darder



     La figura de María siempre dirige nuestra vida hacia el seguimiento del evangelio. Recordemos, en este sentido, las palabras de María durante el banquete de las bodas de Caná (Ju 2,1-12). Cuando el vino se había terminado; María dice a quienes servían las mesas: “Haced lo que Él os diga” (Ju 2,5). El pronombre “Él” refiere la persona de Jesús; por eso María dice propiamente: ¡Hacedlo que Jesús os diga!

     Pero, ¿que significa en la vida de María llevar a término lo que Jesús dice? La vida de María es el mejor ejemplo de fidelidad a Jesús. Veámoslo en algunos retazos del evangelio

     El anuncio del nacimiento de Jesús muestra la disponibilidad de María para realizar la voluntad de Dios: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). La visita de María a Isabel denota su sevicialidad ante la necesidad del prójimo: “María estuvo con Isabel unos tres meses” (Lc 1,56). La oración del Magnificat, excelente resumen del AT, muestra como palpita en el corazón de María la certeza de que Dios salva a al género humano: “Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia ... en favor de Abrahán y su descendencia por siempre” (Lc 1,54). La narración del nacimiento de Jesús realza la humildad de María y su ternura con el hijo recién nacido: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7).

     La presentación de Jesús en el Templo y las palabras de Simeón y Ana permiten a María descubrir la dureza y la victoria de la futura misión de Jesús. Dice Simeón: “mis ojos han visto al Salvador ... como luz para iluminar a las naciones” (Lc 2,29-32); y, refiriéndose a María, especifica: “pero a ti una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35).

    María no se arredra ante las dificultades que puedan sobrevenirle a causa del seguimiento del Jesús, sino que guarda “todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51). Ateniéndonos al lenguaje del AT, “guardar las cosas en el corazón” indica la fidelidad a los compromisos contraídos. Y María dará ejemplo de fidelidad. Acompañará a Jesús durante la predicación (Lc 8,19-21); permanecerá, junto al apóstol Juan, al pie de la cruz donde muere Jesús (Ju 19,25-27); y junto a los apóstoles esperará en el Cenáculo el envío del Espíritu Santo: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús” (Hch 1,14).

    Continuando la senda abierta por la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia se ha referido a María para destacar aspectos cruciales de Jesús. El Concilio de Nicea (325) insistió en la naturaleza divina de Jesús (Ju 1,1); y con toda razón el Concilio de Constantinopla (381) recalcó la naturaleza humana de Jesús (Ju 1,14).

    Sin embargo parecía difícil conjugar ambas posiciones afirmando que Jesús era, a la vez, Dios y hombre verdadero. Entonces surgió un obispo, Nestorio, que afirmó que en la persona de Jesús había dos sujetos distintos. Por una parte estaba el hombre Jesús que padeció el dolor de la flagelación y murió crucificado. Por otra parte, inserto en el cuerpo de Jesús, decía Nestorio, estaba Dios, camuflado bajo el aspecto de la carne corporal; por eso cuando Jesús era azotado o crucificado, quien padecía era sólo su naturaleza humana, el cuerpo de Jesús, mientras su naturaleza divina, protegida por el cuerpo, no sufría dolor alguno.

    Por eso Nestorio sostuvo que María había dado a luz únicamente el cuerpo de Jesús; y que más tarde, quizá durante el bautismo en el Jordán, el Espíritu de Dios se había introducido en el cuerpo de Jesús.

    El Concilio de Éfeso (430) rebatió el error de Nestorio apelando a las palabras de Cirilo de Alejandría: “Jesucristo es una sola persona, un solo sujeto. Todo lo que se dice de Jesucristo se dice del Verbo, porque hay una identidad personal. Jesús y el Verbo no están unidos, sino que son uno y el mismo. Cierto que de esta persona se pueden decir propiedades humanas y divinas. Pero hay que afirmar que María es Madre de Dios, Madre del Verbo; y que el Verbo (Ju 1,1) se encarnó (Ju 1,14) se hizo pasible y murió por nosotros.

    La vida de María remite el horizonte de la vida cristiana al cumplimiento fiel del evangelio, y alienta a los cristianos a reconocer en Jesús la presencia encarnada de Dios entre nosotros. El ejemplo de María orienta nuestra vida hacia el pleno seguimiento de Jesús, el salvador de la humanidad entera.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

ADVIENTO 2013. DURANTE EL ADVIENTO OREMOS CON LA BIBLIA


                                                                           Francesc Ramis Dardar



1. Comencemos haciendo unos momentos de silencio para serenar nuestro espíritu.
2. Después observemos nuestra vida; aquello que no alegra o angustia.
3. Leamos la Sagrada Escritura; en estas hojas tenemos un conjunto de citas bíblicas. Elijamos una cada día del Adviento; fijémonos en alguna palabra o en alguna frase.
4. Vayamos repitiendo lentamente esta palabra o esta frase en nuestro interior.
5. Apliquemos esta palabra o esta frase a la situación de nuestra vida que antes hemos contemplado. Pidamos después a Dios que nuestra vida vaya en consonancia con las palabras de la Escritura que hemos repetido en nuestro interior.

1. Diciembre. Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os llama es fiel, y él lo realizará (1Tes 5,23-24).

2.Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo os conozca como personas de buen trato. El Señor está cerca (Flp 5,4-5).

3.Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo (Flp 3,20).

4.Esperamos la manifestación de Jesucristo, nuestro Señor. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Dios es fiel (1Cor 1,7-9).

5.Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca (Sant 5,7-9).

6.El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión (2Pe 3,8-9).

7.Ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz (Rom 13,11-12).

8.Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is 2,3).

9.Mirad que llegan días –dice el Señor- en que daré a David un descendiente legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra (Jr 23,5).

10.No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece (1Cor 4,5).

11.Cielos destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia (Is 45,8).

12.Dice el Señor: Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis (Jr 29,11-13).

13.Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor (Is 12,1-3).

14.En cuanto a vosotros, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios nuestro Padre santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús (1Tes 312-13).

15.El Señor se apiadará de Jacob, volverá a escoger a Israel y lo restablecerá en su tierra. Los extranjeros se unirán a ellos y se incorporarán a la casa de Jacob (Is 14,1).

16.En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro; y le pondrán este nombre: “El-Señor-nuestra-justicia” (Jr 23,6).

17.Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel. Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y escoger el bien (Is 7,14-15).

18.Escucha, Señor; perdona y atiende Señor; actúa sin tardanza, Señor mío, por tu honor, pues tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dan 9,19).

19.Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del Universo. Derramaré paz y prosperidad en este lugar, dice el Señor (Ag 2,7.9).

20.Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel (Miq 5,1).

21.El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él es mi salvación (Is 12,2).

22.Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado (Sal 51,1).

23.Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos (Sal 90,17).

24.El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 23,1).

EL PRIMER CREDO CRISTIANO: 1 COR 15, 3-8

                                                                                                       Francesc Ramis Darder


Desde la primavera del año 50 hasta el verano del año 51, Pablo evangelizó la ciudad de Corinto. Un grupo de gente sencilla abrazó el cristianismo y constituyó una comunidad muy viva. Sin embargo, el paganismo erosionaba los cimientos de aquella Iglesia. Pablo, alarmado por la confusión que hería a la comunidad, decidió escribir una carta a los cristianos de Corinto para acrisolarles en la vivencia de la fe; escribió la Primera Carta a los Corintios en Éfeso, entre los años 55-57.

    Con la intención de reforzarles en la vivencia cristiana, el apóstol decidió adjuntar en la carta lo que pudiera ser el “credo cristiano” más antiguo, dice: “[…] que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que ha resucitado, según las Escrituras […]” (1Cor 15,3-4). Fijémonos en tres aspectos fundamentales.

1º. La expresión “según las Escrituras” ratifica que el ministerio de Jesús no fue el  resultado de la casualidad, pues Jesús durante su vida, muerte y resurrección dio cumplimiento a lo que anunciaba el AT. La vida de Jesús, el Hijo de Dios, constituyó el cumplimiento pleno de los designios del Padre a favor de la Humanidad entera.

2º. El texto recalca que Jesús murió por nuestros pecados. Dedicó su vida a explicar que la vivencia del amor es lo único que puede redimir al ser humano de la angustia, el miedo y el pecado. La intensa vivencia del amor provocó que los partidarios de la maldad lo mataran. Cuando el credo subraya que fue sepultado, certifica que Jesús murió realmente.

3º. Sin embargo, y eso es lo más importante, el credo recalca que Jesús “ha resucitado”.   ¡Cristo vive! Jesús no es sólo un personaje brillante, como tantos hubo en el pasado, que dejara un buen recuerdo y un mensaje religioso interesante. El credo confiesa que Jesús sigue vivo entre nosotros; es el amigo que nos echa una mano en la vida. El que sigue recordándonos que el amor es lo único que llena de sentido la vida del ser humano. El que nos ayuda a levantarnos cuanto el pecado ha conseguido abatirnos, el que nos infunde el ánimo para anunciar la Buena Nueva.

Ejercicio, podrías leer: 1Cor 15,1-58; Fil 2,1-18.

jueves, 14 de noviembre de 2013

ADVIENTO 2013: LA ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO


                                                                          Francesc Ramis Darder



Durante el Adviento preparamos especialmente nuestra vida  para recibir al Señor que viene a nosotros, no sólo el día de Navidad, sino sobre todo al final de los tiempos cuando nos encontremos con Dios cara a cara. La espiritualidad del Adviento se caracteriza por  cinco aspectos:


1. Tiempo de Plegaria.
   Propongámonos durante el Adviento intensificar nuestra relación con el Señor. Leamos y meditemos la Sagrada Escritura, estemos a la escucha de la Voz de Dios que nos habla; vivamos la Eucaristía con atención, recogimiento, participación y puntualidad.


2. Tiempo de Esperanza.
   En nuestras relaciones personales procuremos ser positivos y constructivos. Aportemos la luz de Cristo en los diversos ámbitos de nuestra vida personal y social, a fin de que quienes nos conocen perciban en nuestro comportamiento la auténtica vivencia cristiana.


3. Tiempo de Reconciliación.
   Preparar la llegada de Jesús implica la conversión de nuestra vida. Convertirse significa cambiar el estilo de vida y pedir perdón a quien hemos ofendido, dejarnos perdonar por nuestro prójimo; y, saber aceptarnos a nosotros mismos. Celebremos el sacramento de la Reconciliación; en él recibimos el perdón de Dios, la gracia y la fuerza del Señor para edificar su Reino en nuestro Mundo.


4. Tiempo de Solidaridad.
   La auténtica conversión implica siempre la solidaridad con el prójimo y la opción por los pobres. Participemos en las campañas de Caritas que organicen los grupos de Acción Social de nuestras parroquias. Estemos disponibles con quien necesita nuestra ayuda. Seamos especialmente generosos en la colecta en favor de los pobres que se realiza en Adviento o en Navidad en todas las Iglesias, es una magnífica ocasión para hacer real y eficaz nuestra solidaridad con quienes sufren.


5. Tiempo de María.

   La Virgen María es el modelo cristiano del Adviento. Ella esperó con inefable amor de madre al Salvador del Mundo. Acerquémonos a María, y percibamos en ella a nuestra madre que supo acompañar a Jesús desde su mismo seno hasta el pie de la cruz, para participar después de la gloria de su resurrección.

domingo, 10 de noviembre de 2013

JERUSALÉN: ORIGEN DE LA CIUDAD


                                                                           Francesc Ramis Darder


Sobre una meseta calcárea de los Montes de Judá y a 800 metros sobre el nivel del Mediterráneo se alza la ciudad de Jerusalén. El topónimo “Jerusalén” deriva del término hebreo “Yerusalaim” que, a su vez, procede de la palabra cananea “Urusalim” que significa “bajo la protección de Salem”, o más literalmente “fundación de Salem”.

     El vocablo “Salem” identifica al dios cananeo que personificaba el crepúsculo vespertino, y cuyo santuario estaba erigido en lo alto de la colina de Sión; es decir, sobre una de las colinas sobre las que se asienta actualmente la Ciudad Santa. Por tanto “Jerusalén” tiene un sentido religioso: recuerda que la ciudad se construyó bajo la advocación del dios Salem.

    La arqueología constata que el desarrollo de la Ciudad despunta hacia el año 4.000 aC gracias al agua de la fuente de Guijón, con la que se hacía posible regar los campos y abrevar los ganados. La referencia más antigua a Jerusalén (Urusalim) aparece en los archivos reales descubiertos en la ciudad de Ebla (en Siria actual) destruida por el 2250 aC. También es mencionada en algunos textos egipcios del siglo XIX aC; y, sobre todo, en la correspondencia entre el príncipe de Jerusalén, Abdí-Jipá, y la corte del faraón Amenofis IV (Akenaton) en el siglo XIV aC. Más tarde y en fecha incierta, figura en los registros asirios bajo el nombre de “Urusilimmu”.  Durante el período de los Jueces (XII aC) se denominó “Jebus” (Jue 19,10-11), pero al conquistarla David (2Sam 5,6-7) devino la capital del Israel y pasó a llamarse “Ciudad de David”.

    El Génesis menciona a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo que bendijo a Abrán (Gen 15,18); y, esa ciudad, Salem, es identificada con Jerusalén, que en una lectura poética puede entenderse como “ciudad de paz”. Desde la óptica religiosa, Jerusalén recuerda que su fortaleza radica en que ha sido levantada bajo la protección de Dios, esa es la fuerza la Ciudad Santa y también la fuerza de nuestra vida: sabernos siempre sostenidos en las buenas manos del Dios que nos ama.

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿POR QUÉ TENEMOS CUATRO EVANGELIOS CANÓNICOS: MATEO, MARCOS, LUCAS Y JUAN? ¿CÓMO SE FORMÓ EL CANON DE LOS CUATRO EVANGELIOS?


                                                                                               Francesc Ramis Darder


La palabra “canon” significa “norma, medida” y, aplicada al Nuevo Testamento, indica el número de libros que contiene y que establecen las normas esenciales de fe de la Iglesia. Pero ¿cómo se estableció la existencia de cuatro evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan?

Al principio, la Iglesia leía el Antiguo Testamento y percibía en la vida de Jesús el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza. Con el tiempo, aparecieron muchos escritos referidos a la vida del Señor. Para discernir cuáles eran revelados y cuáles se limitaban a ser libros piadosos, la Iglesia adoptó dos criterios.

1º La primera carta de S.Clemente Romano, obispo de Roma, dirigida a los corintios y redactada por los años 96-97, elabora la idea de “Sucesión Apostólica”; según la cual, los obispos, sucesores de los apóstoles, garantizan la veracidad de la tradición recibida por la Iglesia, que comprende el Antiguo Testamento y las palabras y hechos del Señor.

2º El texto llamado “Espistola Apostolorum”, escrito entre los años 140-150, desarrolla las nociones de “Tradición Apostólica” y “Símbolo Apostólico”, afirmando que debe aceptarse la doctrina de Jesús tal y como ha sido transmitida por los apóstoles y garantizada por sus sucesores, los obispos.

Más tarde, S.Justino (+165) sintetiza ambos criterios. Afirma que la experiencia de Cristo que tuvieron los apóstoles les confiere a ellos, y por medio de ellos a sus sucesores los obispos, la autoridad para establecer cuáles son los textos revelados. Siguiendo esa afirmación, S.Ireneo (+202) defiende, con el consenso de la Iglesia, la canonicidad de los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan; enfrentándose a la opinión de Marción que sólo admitía una parte del evangelio de Lucas, y contra el criterio de Montano que consideraba Sagrada Escritura todo libro piadoso.

S. Ireneo, para afianzar su posición, consideró también la obra compuesta por Taciano hacia el 170 llamada “Diatessaron”, que presenta una armonía de los cuatro evangelios canónicos y que era muy utilizada en la Iglesia.

Finalmente, en un escrito denominado “Fragmento Muratoniano”, escrito a finales del siglo II, probablemente en Roma, consta el reconocimiento oficial de la antigüedad canónica de los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

La Iglesia mediante la asistencia del Espíritu Santo, manifestado en el debate interno, estableció cuáles son los textos sagrados, sometiéndose por eso a las exigencias proclamadas por el mismo Señor. Si la Iglesia hubiera actuado sólo con criterios humanos podría haber elegido textos más “cómodos” y quizá más fáciles de llevar a la práctica, con menos exigencias. Pero la presencia del Espíritu, palpada en el diálogo entre los miembros de la comunidad, la llevó a reconocerse en los textos evangélicos que exigían la mayor fidelidad a Jesús, e implicaban el esfuerzo para implantar Reino de Dios en el seno de la Humanidad y en el corazón de cada persona.

jueves, 24 de octubre de 2013

¿QUÉ SIGNIFICA LA CREACIÓN? CREACIÓN DEL CIELO Y LA TIERRA

                                                                           Francesc Ramis Darder   


 El libro del Génesis nos cuenta en sus primeras páginas (Gn 1 - 2, 4a) la creación del Cielo y la Tierra. Dios creó el Mundo en seis días, y durante el séptimo día descansó. Las ciencias defienden una posición muy distinta: el mundo se originó a partir de una gran explosión (big-bang) hace unos quince mil millones de años y ha llegado a su situación actual tras un largo período de evolución.

    La Biblia nos presenta certezas de fe, pero las muestra envueltas en el lenguaje cultural del tiempo en que se escribieron los libros bíblicos. La narración de la creación nos muestra una certeza de fe: la verdad de que en el origen del Mundo Dios estaba presente. Pero esta verdad revelada se describe utilizando el pensamiento babilónico propio del siglo VI a.C. que explicaba el origen del Mundo en un período de seís días.

    Observemos bien este detalle: la verdad revelada consiste en creer que Dios creó el Mundo; es decir, que de alguna manera estuvo presente en el origen de la realidad. La descripción del origen del Mundo en seis días; no es otra cosa, sino una opinión de la cosmología antigua. Nuestra fe debe centrarse en aquellas verdades reveladas, en este caso la naturaleza creadora de Dios; pero no debe darse valor de verdades de fe a lo que son opiniones filosóficas o constataciones científicas.

    Las ciencias deben explicarnos el origen y la evolución del Universo. La fe cristiana ha de ayudarnos a descubrir la presencia de Dios en nuestro Mundo, junto al sentido de la evolución que nos describen las ciencias. 

martes, 15 de octubre de 2013

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO II. METÁFORA DE LA TERNURA DE DIOS: Lc 15,11-32.


                                                                                    Francesc Ramis Darder


Constituye el segundo y último artículo de una serie de dos artículos.


2.3. La actitud el Padre hacia el hijo menor.

    El hijo menor vuelve a casa con el amargo sabor de la derrota y la mala conciencia del pecado. Ha destruido su vida y ya sólo aspira, con suerte, a ser un jornalero más. Pero la actitud del padre con ese hijo es del todo diversa. El evangelio destaca en el padre una actitud interna: "se le conmovieron las entrañas"; y, dos actitudes externas: "celebremos una fiesta", y "le besó afectuosamente". Comentaremos escuetamente cada una de estas disposiciones del ánimo.  

    * " ... se le conmovieron las entrañas ... ".

    El hecho de "conmoverse las entrañas" refleja el aspecto maternal del amor y la ternura. A una madre, en el momento de dar a luz a su hijo se le conmueven las entrañas. Es el mismo sentimiento de Jesús en situaciones importantes del evangelio. Cuando contempla la aflicción de la viuda de Naïm ante el féretro de su hijo, se le conmueven las entrañas y, dirigiéndose al  cadáver exclama: "¡levántate!", y entrega al hijo vivo a su madre (Lc 7,11-17). Jesús se hace solidario de aquella mujer; cuando ella alumbró a su hijo "se le conmovieron las entrañas"; al Señor "se le conmueven las entrañas" ante el padecimiento de la madre desconsolada, y lo devuelve ora vez vivo a su madre, de alguna manera lo engendra de nuevo.

    El padre de nuestra parábola siente en su seno la experiencia del amor maternal. También a él "se le conmueven las entrañas"; y recoge de nuevo en su regazo al hijo perdido. Fijémonos en el texto evangélico: "Lo vio de lejos, salió corriendo, se le echó al cuello, lo cubrió de besos". De alguna manera, todas estas acciones "vuelven a introducir en las entrañas del padre" al hijo que se fue y ahora regresa desangelado.

* "... celebremos una fiesta ...".

    La actitud interior de "conmoverse las entrañas" tiene un correlato externo. En todos los gestos se manifiesta el amor "paternal" con el hijo. El padre le vuelve a otorgar la categoría correspondiente en el seno de la familia. El traje, los criados que le visten, el anillo en el dedo, las sandalias en los pies; dibujan la manera con la que el padre restituye a su hijo la dignidad familiar  destruida.

    * "... le besó afectuosamente...".

    Cuando hablábamos del amor "maternal" del padre recogíamos esta expresión, pero también es posible completarla desde un matiz peculiar. La amistad adulta entre dos hombres se expresaba, a menudo, mediante  un beso. Cuando Pablo parte de viaje, los discípulos de Efeso le despiden con un beso (Ac 20,37); Jesús recrimina al fariseo que le ha invitado, el hecho de no haberle recibido con un beso (Lc 7,45), mientras que la mujer pecadora si lo ha hecho (Lc 7,38).

    El beso afectuoso con que el padre recibe a su hijo adquiere la connotación del "amor amical". El padre ha mostrado un amor "maternal" y "paternal", pero manifiesta, también, con esa postura la perspectiva "amical del amor". Tomás de Aquino decía que la amistad es la forma privilegiada del amor, porque es una relación que brota de la libertad. El padre es "padre" por naturaleza pero se convierte en "amigo" por opción. 

    En ningún momento ha aplicado el padre, como suponía el hijo menor, una justicia basada en modelos humanos. Según esos esquemas el hijo no tendría derecho a porción alguna de los bienes familiares. En cambio, el padre no le pide explicaciones sobre su comportamiento ni le reprocha a traición, sino que le acoge como hijo mediante la triplicidad del amor que hemos descrito.


2.4. La relación con el hijo mayor.

    El hijo mayor había estado siempre con su padre obedeciendo sus mandatos; pero seguramente habría permanecido cerrado a su actitud amorosa. Como las piedras sumergidas en el fondo del mar que rodeadas de agua por todas partes continuan resecas en su interior. El mayor habiendo estado imbuido en el amor paterno no ha percibido nunca la ternura de su cariño. Notemos la cruel respuesta que profiere contra su padre: "... jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos ...".

    El hermano menor se marchó de casa destruyendo la hacienda. El mayor no quiere entrar en casa para disfrutar de la fiesta; de ese modo, también se niega a gozar del amor paterno. El padre le dice: "¡si tú estás conmigo y todo lo mío es tuyo!". Este hermano había estado siempre en contacto con el padre pero carecía de lo más esencial: la experiencia del contacto personal con él. No dejarse querer por Dios es una manera muy sutil de huir de la casa del Padre, y revela otra manera con la que se echa a perder el amor de Dios.


3. La actitud profunda de los personajes.

    Hemos descrito las situaciones contrapuestas del padre y los hijos. En el fondo de estas actitudes late una opción distinta: El Padre representa la opción que hace nacer la vida, mientras  los hijos muestran la opción que les conduciría a la muerte.

    Apreciemos las palabras del padre respecto del menor: "... porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida". Y también lo que le dice al mayor: "... este hermano tuyo que estaba muerto ha vuelto a la vida". Nuestro Dios es el Señor de la vida. La  opción más profunda del padre por sus hijos es la vida; él desea que vivan plenamente. Notemos la gran diferencia con las palabras de los criados: "... a tu hermano tu padre lo ha recobrado sano"; a Dios, representado por el padre, no le basta la salud física de sus hijos, él desea la profundidad y la intensidad en la vida.

    El Padre de la vida cree en la libertad, pues no hay vida sin libertad. Por eso respeta la decisión del menor de marcharse de casa y no se enfrenta agriamente con el mayor, cuando, henchido por la ira, se niega a entrar en el hogar. Simplemente les recuerda que él es vida, vida expresada mediante el perdón, la acogida, la ternura, y la fiesta.

    La descripción de los hermanos dispone ante nuestros ojos la negativa a participar de la vida nacida de las entrañas del padre. El menor se marcha de casa; y la vida que había disfrutado en el hogar adquiere el sabor amargo del desamparo en tierras lejanas. El mayor había vivido siempre en casa pero no disfrutado de la vida de su padre. Ahora, al oír los aires de fiesta, ve la naturaleza íntima del padre y se niega a entrar. La cerrazón ha hecho de su existencia una vida triste y mezquina.

    La actitud del hijo mayor guarda todavía otra lección. El que ha vivido siempre en el nido paterno y no ha sabido gustar la ternura del padre, se queja por no haber recibido un regalo banal: "nunca me diste un cabrito ...". El premio de los discípulos de Cristo consiste en estar en la casa del Padre: "¡si todo lo mío es tuyo!" le recuerda el padre a su hijo.

    ¡Cuántas veces en nuestra vida nos sabe a poco tener a Dios por Padre, y perseguimos otros premios: el poder, el tener, o el aparentar! El amor con amor se paga, el gozo de ser cristiano radica en serlo; y nuestra suerte sólo es una: sabernos en manos del Dios de la ternura. La búsqueda de cualquier otra recompensa nos hace salir de la casa, como le sucedió al hijo menor; o nos impide entrar en ella, como al menor.

    Sin ambargo contamos con una certeza: ni la mezquindad del mayor ni la traición del más joven, tienen poder para derrotar la fuerza del amor del padre. La muerte nunca puede con la vida; ese es el mensaje del evangelio: "Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado" (Mc 16,6). La ternura y la misericordia del padre ha reengendrado a los dos hermanos y los ha introducido de nuevo en el seno de la vida.  


4. Síntesis final.

    La parábola del hijo pródigo tiene una única finalidad: Presentarnos la intimidad del Dios que nos invita a seguirle. El rostro de Dios Padre tiene los rasgos de la vida. Él es quien engendra la vida en aquellos que devienen discípulos suyos. Dios genera  la vida porque Él es amor. La ternura y la misericordia de Dios no constituyen un concepto, sino que se palpan desde la experiencia de habitar en casa del Padre.

    El hijo menor representa al discípulo orgulloso que se aparta del camino. Fuera de la casa del Dios de la vida sobreviene la desgracia de los ídolos de muerte. El discípulo decide volver a la senda y allí experimenta la profundidad de la vida. El padre lo acoge de nuevo, de alguna manera vuelve a engendrarlo. El amor maternal, paternal y amical del Padre, devuelven a aquel hombre  vencido la certeza de sentirse querido.

    El hermano mayor es el prototipo de cristiano que ha creído estar siempre en el camino, pero le ha faltado lo más importante: el encuentro personal con Dios. Durante toda su existencia, aquel hijo, había habitado la casa y había trabajado con afán en sus campos; pero no había experimentado el hondo gozo del amor del Padre.

    Nuestro Dios es el Señor de la Vida. Cuando nos apartamos de él, como el hijo menor, nos sale al encuentro la experiencia del abandono; cuando nos cerramos a él, como el hijo mayor, nos acontece la rutina del sinsentido y la tristeza. Pero lo más importante no es ni nuestra huida ni nuestra cerrazón. Lo crucial es que junto a nosotros está un Dios que es Padre, cuyo rostro es la ternura, y cuya opción es hacernos vivir. El darnos cuenta de que estamos en la buenas manos del Dios de la vida, constituye nuestra suerte y, a la vez,  el reto de nuestra existencia.


lunes, 14 de octubre de 2013

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO I. METÁFORA DE LA TERNURA DE DIOS: Lc 15,11-32.


                                                                           Francesc Ramis Darder 



Constituye el primero de dos artículos sobre el Hijo Pródigo.



Dante Alighieri afirmaba con razón: “Lucas es el evangelista de la ternura de Dios”. Efectivamente, el Tercer Evangelio es el que con más delicadeza presenta las entrañas misericordiosas del Padre. Intentemos deslindar el rostro del Dios de la ternura a partir de la parábola del hijo pródigo


1. Situación del episodio en el conjunto del evangelio.

Las palabras de Jesús son importantes pero también es significativo el lugar que ocupan en el evangelio. Nuestra parábola se halla en la segunda sección del evangelio: El viaje de Jesús con sus discípulos desde Galilea hasta Jerusalén (9,51-19,27).

Si consideramos el conjunto de la sección observaremos que Jesús se dedica principalmente a instruir a sus discípulos. También lleva a cabo otras tareas, pero su cometido prioritario consiste en "enseñar" las características del verdadero discípulo: La oración, el amor, la justicia, el perdón, etc. De alguna manera, en la segunda sección, Jesús deviene "Palabra"; una Palabra que siembra en el corazón de los apóstoles la semilla del Reino.

Hagamos, aun, otra observación. La parábola (15,11-32) está, más o menos, en la parte central de la segunda sección (9,51-19,27). Advirtamos ese detalle: La segunda sección describe las peculiaridades del auténtico discípulo; pero en la zona céntrica, se encuentra la "parábola del hijo pródigo" que explica la naturaleza íntima de Dios: la ternura y la misericordia. Jesús enseña a sus amigos a ser buenos discípulos, pero en el centro de su enseñanza coloca la descripción de las entrañas misericordiosas de Dios.

Nuestra narración parangona la actitud del padre, ternura y misericordia, con la de los hijos, mezquindad y traición. Mostrando la trivialidad de la perspectiva humana nos hace obliga a discernir la profundidad de la mirada de Dios. La misericordia de Dios es infinitamente más poderosa que el pecado y la estrechez de los hombres.

Los discípulos, durante la pasión, abandonaran el camino de Jesús y olvidarán la ruta del amor. Pero a pesar del pecado humano, el Señor, al igual que el padre de la parábola, permancerá atento al retorno de sus hijos; y, sin que ellos lo sepan, velará la senda de su regreso.


2. Elementos del texto.

2.1. La actitud del hijo menor.

a. La decisión de abandonar la casa del Padre.

El derecho israelita sostiene que sólo los hijos varones accederán a la herencia. Entre ellos, el mayor detenta una posición privilegiada y recibe el doble que los demás (Dt 21,17). Sin embargo, en nuestro texto, es el hijo menor quien pide al padre su parte de la heredad.

El menor, el que tenía menos derechos, no se limita a "pedir" sino que "exige", pues se dirige a su padre con el imperativo "dame". No habla con su padre mediante una súplica, lo hace exigiendo una prerrogativa. El padre respeta la libertad del hijo; y, sin replicar nada, reparte los bienes entre los dos hermanos. Después, el hijo menor, reuniendo todo lo suyo, abandona la casa paterna y se encamina a un país lejano.

b. La experiencia de una vida que se destruye.

Lejos de la casa paterna las condiciones devienen adversas. Para explicar el estado del hijo menor la narración se vale de frases muy duras:

* "Se ajustó con uno de los habitantes del país". Aquel hijo que había abusado de su derecho al obligar a su padre a repartir la herencia; ahora tiene que "ajustarse" a las condiciones que le impone un desconocido en tierra extranjera y en tiempo de hambre. ¡La existencia se hace más dura cuando debemos adaptarnos a las leyes del mundo por haber abandonado los preceptos de Dios!

* “... lo mandó a sus campos a guardar cerdos". Guardar cerdos era para la religión judía algo degradante e inaceptable. La legislación prohibía comer su carne y el AT considera al cerdo animal impuro (Dt 14,8). El NT, para destacar la repugnancia judía hacia el cerdo, narra la curación del endemoniado de Gerasa (Lc 15,26-39): Los demonios salidos del enfermo penetran en el cuerpo de los puercos, es decir, en lo más inmundo. La situación del hijo menor es peor que la de los cerdos, pues estos comen algarrobas mientras él ni siquiera puede probarlas, pues nadie se la da.

c. La decisión de rehacer la vida.

Cuando la situación es desesperada; el hijo decide volver a la casa paterna. Pero fijémonos, con atención, en las razones que le impulsan a regresar al hogar.

* La primera motivación, la más profunda y la más real, es el hambre. La razón por la cual piensa volver no es por amor al padre ni para reconstruir la familia. La actitud por la que retorna es "porque no tiene donde caerse muerto", como diríamos en lenguaje coloquial. Se dice a si mismo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí estoy muriéndome de hambre".

* Una vez que ha sentido el hambre y el abandono, aparece una segunda reflexión: "He pecado contra el cielo y contra ti". La expresión "pecar contra el cielo" equivale a afirmar: "pecar contra Dios". Durante el siglo I, los judíos no citaban el nombre de Dios, sólo lo pronunciaba con voz temblorosa el Sumo Sacerdote cuando, una vez al año, entraba en el recinto más sagrado del Templo.

Esa segunda reflexión es crucial. El hijo menor percibe que ha pecado. Su situación no es fruto de la casualidad ni de la mala suerte. Él mismo ha desordenado su vida. Precisamente eso es el pecado: romper nuestra propia vida; hacer añicos el proyecto de Dios para con nosotros y destrozar la relación con los hermanos. La cornada del hambre le revela cómo ha malbaratado propia existencia y arruinado el proyecto del padre en favor suyo.

* Consciente de su pecado, no se deja hundir en la desesperación, sino que toma la única decisión lúcida: "Levantándose, volvió a su padre". El pecado ha dejado secuelas en su vida, ya no se sentirá ante su padre como "hijo", se presentará como "jornalero". El hijo menor vuelve pero ya nada será como antes, tan sólo aspira a sobrevivir, a ser un asalariado más. Pero ignora lo más importante: La ternura del padre está muy por encima del pecado y la traición que él ha cometido.


2.2. La actitud del hijo mayor.

Vamos a apreciar las características del mayor contraluz de la forma de vida del hermano menor.

a. “Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa ...

El hijo mayor tenía preferencia en los derechos de herencia. En cambio constató como era el menor quien exigía sus privilegios y se marchaba de casa con la mitad de los bienes. Él siguió trabajando en las tareas del campo, mientras su hermano dilapidaba la fortuna viviendo licenciosamente. Durante largos años sirvió a su padre sin desobedecer una sola orden; pero nunca disfrutó de un cabrito con el que celebrar una fiesta con los amigos. Ahora ve como el hermano menor, que ha devorado la hacienda con prostitutas, es festejado con un ternero cebado.

La historia del hijo menor es la experiencia de una vida truncada por el orgullo y la traición; pero la vida del hijo menor describe la rutina de una existencia triste y cerrada a la bondad del padre.

b. ... él se irritó y no quería entrar”.

Desde la perspectiva externa, el hijo mayor, ha obrado con rectitud. Seguramente debía exigir en los demás la misma rigidez por la que, él mismo, tanto se esforzaba. Popr eso cuando aparece el menor y el padre le acoge con amor intenso, el mayor no puede entenderlo.

El odio hacia el hermano menor es inmenso. Dice al padre: "... ese hijo tuyo "; una frase que denota una gran dosis de rabia, pero que refleja, sobre todo, la ruptura entre los hermanos. El mayor no dice "... ese hermano mío”; esa frase denotaría, aun, una relación fraternal. La locución "... ese hijo tuyo" indica que el mayor quiebra la relación con el menor; éste ya no es su hermano, es solamente hijo de su padre. El hermano mayor siente la ira que le corroe y la manifiesta negándose a entrar en casa.


lunes, 7 de octubre de 2013

¿QUÉ SIGNIFICÓ EL EXILIO EN BABILONIA?

                                                                                              Francesc Ramis Darder


    El exilio es el período en que parte del pueblo hebreo vivió desterrado en Babilonia (597-538 aC.). Tiempo difícil y apasionante: posibilitó la vivencia más auténtica de la fe.

    Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén (597 aC.), deportó a los dirigentes y artesanos a la capital de su Imperio, y sometió a la Ciudad Santa a tributo. Diez años más tarde, Sedecías, rey de Jerusalén, rehusó pagar el impuesto. Nabucodonosor arremetió contra Sión (587 a C.): destruyó las murallas, deportó otro grupo de población, e impuso al gobernador Godolías. Los hebreos se rebelaron contra Godolías. Nabucodonosor intervino (582 aC.): desterró otro contingente judío, y acabó con el estado de Israel incorporándolo a la provincia babilónica de Transeufratina. Posteriormente, Ciro el Grande, rey de medos y persas, conquistó Babilonia (538 a.C); y permitió a los judíos volver a Palestina (2Cr 36, 22-23).

    El exilio de Babilonia (597-538 aC.) fue muy duro para el pueblo hebreo: perdió la tierra, el Templo, las fiestas religiosas, el rey, y los signos de su identidad. El destierro fue un tiempo difícil, como toda experiencia crítica, fue la época privilegiada para reflexionar sobre la fe y buscar nuevas mediaciones para vivirla.

    El pueblo dijo: Perdimos al rey, intentemos que Dios sea el auténtico rey y guía de Israel. No tenemos Templo para celebrar la fe, creemos la Sinagoga como lugar de plegaria. Es imposible oficiar el culto esplendoroso de nuestras fiestas, potenciemos el Sábado como día sagrado para honrar el Señor. Carecemos de Tierra, intentemos agruparnos en fraternidades donde vivir la fe. Hemos perdido los signos de nuestra cultura,  hagamos de la circuncisión la señal externa de nuestra identidad.

    Nuestra vida cristiana pasa, a veces, por épocas de destierro. Momentos en que parece que nuestra fe se extingue. La prueba es difícil, pero puede provocar nuestro crecimiento cristiano. En épocas de desanimo acerquémonos el Señor de la misericordia, busquemos el consejo de los hermanos,  y seamos solidarios con quienes sufren más que nosotros. Así, convertiremos las etapas de dificultad en una buena ocasión para hacer crecer los valores que Dios ha sembrado en nuestro corazón para bien de la humanidad entera.

martes, 1 de octubre de 2013

LA COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA VII. LIBRO DE LA SABIDURÍA.



                                                                                         Francesc Ramis Darder


Constituye la séptima entrega sobre la "Comunidad judía de Alejendría".



4.4.El pálpito de la Sabiduría en la Historia humana: Sab 10,1-19,20.

    Como hemos propuesto, el libro de la Sabiduría constituye, entre otros aspectos, el proyecto de conversión que la comunidad hebrea, fiel a la Ley, propone a la comunidad judeoalejandrina, atenazada por la idolatría, para que se injerte plenamente en el árbol de la alianza hasta convertirse en la asamblea inmortal que rige el destino del Humanidad hacia la meta de la inmortalidad. El libro comienza analizando el papel de la Sabiduría como senda que conduce a al inmortalidad (Sab 1,16-6,21), para adentrarse luego en la esencia de la Sabiduría e impetrarla como dádiva divina (Sab 6,22-9,18).   Ahora bien, la adquisición de la Sabiduría, prenda de inmortalidad, lleva de la mano la práctica de la justicia y presupone, a modo de contrapartida, el rechazo de la idolatría, manto cultual de la injusticia. En ese sentido, el autor, eco de la comunidad fiel, alienta la vivencia de la justicia y proscribe la idolatría para que la comunidad judía se injerte de lleno en el tronco de la alianza y adquiera, de ese modo, la gracia de la inmortalidad (Sab 10,1-19,20).

   A lo largo de la tercera parte (Sab 10,1-19,20), el libro reflexiona sobre la tradición hebrea para descubrir el rumor de la Sabiduría en el cauce de la Historia. Desde el prisma literario, Sab 10,1-19,20 está entretejido por una introducción seguida de siete dípticos entre los que despuntan dos reflexiones, na sobre la misericordia y la omnipotencia divinas (Sab 11,15-12,27), y otra sobre la idolatría (Sab 13-15).

    La introducción (Sab 10,1-11,1) narra como Dios, por medio de la Sabiduría, actúo a favor de su pueblo durante una larga etapa de la historia, desde Adán hasta Moisés. El texto ensalza los grandes personajes y encomia la prestancia del pueblo. En ese sentido, el poema califica como “justos” a los personajes más notables: Noé, Abrahán, Lot, Jacob y José, el “justo” vendido (Sab 10,4.5.6.10.13); conoce a Moisés como “servidor del Señor (Sab 10,16) y “santo profeta” (Sab 11,1), y define al pueblo liberado de Egipto como “pueblo santo” (Sab 10,15), “linaje intachable” (Sab 10,15) y comunidad de “justos” (Sab 10,20). El instinto poético intuye bajo el ropaje que caracteriza tanto al pueblo como a los grandes personajes, la identidad teológica de la comunidad fiel al Señor, “justa, intachable y santa” que, amenazada por el hechizo helenista, permanece fiel a la Ley. La comunidad asistida por la Sabiduría (cf. Sab 10,1.3.5.6.10.11; 11,1) que se convierte en destello de la actuación de Dios, con la intención de injertar a la asamblea judeoalejandrina en la obediencia plena de los preceptos divinos.

    La introducción ha señalado algunos mojones de la actuación de Dios, mediada por la Sabiduría, a favor de su pueblo (Sab 10,1-11,1); ahora, el texto mostrará como es el mismo Dios quien ha actuado a lo largo de la historia en bien de la comunidad elegida y en contra de los enemigos de su pueblo (Sab 11,2-19,20). La textura literaria se vale de siete antítesis para subrayar la actuación de Dios en la Historia.

    La primera antítesis alude a la prueba de la sed (Sab 6,4-14; cf. Ex 7, 17-25), desde una doble perspectiva. En primer lugar, muestra como el motivo de la sed propició que el Señor bendijera a los israelitas dándoles agua de la roca, mientras que la sed de los egipcios procedía del castigo divino contra la soberbia; como sabemos, el Señor, por medio de Moisés, trocó en sangre el caudal del Nilo con lo que el agua dejó de ser potable. En segundo término, el poema matiza el sentido del castigo; el Señor sometió al pueblo peregrino al suplicio de la sed para que la comunidad aprendiera a depositar su confianza sólo en Yahvé, mientras agredió a los egipcios, enturbiando las aguas, para que palparan la dureza de la ira divina.

    Ahora bien, la antítesis ofrece una doble reflexión sobre la desgracia que afligió a los egipcios. Por una parte, el oprobio de la sed provocó que reconocieran el exclusivo señorío del Señor sobre los acontecimientos y, por otra, determinó que admiraran la grandeza de Moisés a quien antaño habían despreciado. Así el poema enfatiza la doble función de la comunidad fiel; será el testigo privilegiado de la actuación de Dios a favor de su pueblo, a la vez que muestra como la fidelidad de la comunidad provocará que las naciones, en este caso los egipcios, reconozcan el exclusivo señorío de Yahvé.

    A continuación de la primera antítesis, aparecen dos digresiones. La primera alude a la moderación con que actuó Dios contra Egipto y Canaán (Sab 11,15-12,27), la segunda recoge una crítica acibarada contra la religiosidad pagana (Sab 13,1-15,19).

    Como enfatiza la primera digresión, aunque el Señor hubiera fustigado la idolatría egipcia, no aniquiló el país del Nilo; pues la intención divina no estriba en la destrucción de Egipto sino en que los egipcios reconozcan la soberanía del Señor, el Dios de Israel (Sab 12,2.27). De modo parejo acontece con el país de Canaán, el Señor flageló con moderación los fetiches cananeos para dar ocasión al arrepentimiento de los idólatras. A nuestro entender, la conclusión del relato apunta hacia dos horizontes complementarios. Por una parte, apreciamos bajo el manto idolátrico de Egipto y Canaán una alusión simbólica a la perfidia idolátrica que atenaza la existencia de Israel; aunque el Señor pudiera haber destruido al pueblo pecador, difiere el extermino para darle ocasión de arrepentirse. Por otra, el relato apunta a las naciones; el Señor pospone el justo castigo contra la torpeza pagana a la espera de que los gentiles reconozcan el exclusivo señorío del Dios de Israel sobre el destino del Mundo.

    La segunda digresión denuncia la estulticia de la idolatría (Sab 13-15). El envite censura la estupidez de los idólatras: hombres necios que, escrutando la creación, han sido incapaces de reconocer al Artífice de todas las cosas (Sab 13,1-5). El autor maldice a los idólatras, pues con los bienes de la creación han tallado ídolos inútiles, vanos y ridículos (Sab 13,6-14,31; 15,7-19). No obstante, en contraposición a la mendacidad de los idólatras, el relato ensalza la bondad del Señor y sentencia que el conocimiento del Dios de Israel es la raíz de la inmortalidad (Sab 15,1-6). Así el poema magnifica el exclusivo señorío del Dios de Israel sobre el Cosmos y fustiga sin piedad el proceder de los idólatras con una doble intención. Por una parte, la comunidad fiel advierte a la asamblea judeoalejandrina del peligro que entraña el cerco idolátrico; y por otra, desentraña la banalidad de la idolatría ante la mirada de los paganos.

     Bajo los pliegues de ambas digresiones late, a modo de insinuación, la intención teológica de la comunidad hebrea fiel a la Ley. El objetivo de la comunidad observante estriba, por un lado, en ahuyentar la asamblea judía de las fauces de los ídolos para propiciar, a modo de contrapartida, la su adhesión plena a las normas de la alianza; por otro lado, denunciando la estulticia de los fetiches, intenta atraer los paganos hacia el reconocimiento del exclusivo señorío del Dios de Israel sobre la historia humana.

    Concluidas las dos digresiones, aflora la segunda antítesis (Sab 16,1-4). Mientras el Señor castigó con bichos repugnantes la soberbia egipcia (cf. Ex 7,26-8,11), bendijo a su pueblo con las codornices (cf. Ex 16,9-13; Nm 11,10-32). Los egipcios, abrumados por animales deleznables, perdieron el natural apetito, mientras el pueblo peregrino, tras una privación pasajera, saboreó el manjar más exquisito. A través de la antítesis, el texto subraya la diversa cualidad del castigo divino; los paganos sufren el oprobio que implica su soberbia, mientras el penar judío, el hambre, constituye la mediación con que el pueblo apreciará más tarde la magnificencia del Señor, las codornices.

    La tercera antítesis confronta la suerte de hebreos y egipcios (Sab 16,5-13). Aunque las serpientes picaran al pueblo peregrino, los fieles del Señor conservaban la vida, pues miraban el signo de la salvación para recordar los mandamientos de la Ley (Sab 16,5-8; cf. Nm 21,4-9); “el signo de salvación” alude a la serpiente de bronce, fundida por Moisés en el desierto. Aún así, el texto remarca que la salvación no procede del signo prodigioso, sino de la gracia de Dios, el Salvador de todos. El relato enfatiza dos cuestiones. En primer lugar, refiere que el flagelo de las serpientes fue el escarmiento con que Dios fustigó, por un tiempo, el pecado del pueblo; en segundo término, señala que el signo salvador, imagen de la Ley, constituye la mediación para convencer a los enemigos de que sólo el Dios de Israel es capaz de librar del dolor y del mal. En contraposición a los israelitas, los egipcios, picados por las langostas (cf. Ex 10,4-15), encontraban la muerte (cf. Ex 10,4-15; 8,16-20).

    El objetivo del autor del libro, miembro de la comunidad judeoalejandrina fiel a la Ley, apunta a dos dianas concomitantes. Por una parte, induce a la comunidad judeoalejandrina a la observancia de la Ley, como única manera de conservar la vida; sólo el cumplimiento de la Ley permitirá a los hebreos mantener su identidad entre la amenaza helenista, simbolizada tras la aridez del desierto y la violencia de las sierpes. Por otra, la fidelidad de la comunidad judía convencerá a los enemigos, símbolo de los paganos helenistas, de que sólo el Dios de Israel es capaz de librar de cualquier mal; de ese modo, la vivencia fiel del pueblo hebreo provocará la admiración de los paganos ante la grandeza del Señor.

    La cuarta antítesis trae a la memoria el recuerdo del granizo y el maná (Sab 16,15-29). Los egipcios, metáfora de los impíos, sufrieron la furia del brazo del Señor: lluvias, granizadas, aguaceros, fuego implacable y el acoso de las fieras. Ahora bien, el Señor no sólo reprendía la maldad, deseaba también que los impíos vieran que el castigo nacía “del juicio de Dios” (Sab 16,18); sin duda, la expresión evoca uno de los objetivos de las plagas, pues sentencia el texto del Éxodo: “así conoceréis que yo soy Yahvé” (Ex 7,17). De ese modo, podemos intuir bajo el castigo de los impíos una intención teológica de la comunidad judeoalejandrina fiel a Ley: la decisión de insertar en el corazón de los paganos y de los judíos infieles la certeza de que sólo el Dios de Israel gobierna el curso de la historia.

    Al contraluz de la sanción de los egipcios, el relato destaca la bendición del pueblo peregrino: el Señor alimentó a su pueblo con el pan de los ángeles, el maná (Ex 16; Sal 78,25; 105,40), para que aprendiera que no es la variedad de los frutos lo que alimenta al hombre, sino la fuerza de la Palabra; bajo la mención de la Palabra podemos intuir, alegóricamente, la sombra de la Ley, la intervención de Dios en bien de su pueblo. Desde esa óptica, podemos entrever otra intención de la comunidad fiel a la Ley, oculta en los entresijos del relato. La comunidad leal invita a la asamblea judeoalejandrina a buscar el sustento –en sentido teológico- en la observancia de la Ley desdeñando, a modo de contrapartida, el embeleco de la idolatría helenista.

    La quinta antítesis rememora el motivo de las tinieblas y la columna de fuego (Sab 17,1-18,6). Subraya como la magia pagana se muestra incapaz de abatir las tinieblas con que el Señor reprime la obsesión de los egipcios contra la comunidad hebrea (cf. Ex 10,21-23). Al contraluz del baldón egipcio, el relato destaca la luz radiante, metáfora de la presencia de Dios, que ilumina la comunidad de los santos (cf. Ex 10,23), símbolo del pueblo redimido. Los egipcios, desconcertados por el prodigio, felicitan a la comunidad hebrea y le piden perdón por las ofensas con que la injuriaron. Captamos una vez más,  la intención de la comunidad fiel a la Ley, la decisión de insinuar como al final de los tiempos los paganos reconocerán, contemplando al pueblo redimido, el exclusivo señorío del Dios de Israel. Al contraluz de las tinieblas que ofuscan el intelecto pagano, una columna de fuego ilumina la senda del pueblo peregrino (cf. Ex 13,21-23; Sal 121,6); el relato remarca, a modo de colofón, la tarea que Dios encomienda a su pueblo, la misión de ofrecer al Mundo la luz incorruptible de la Ley (Sab 18,4).

    La sexta antítesis contrapone la muerte de los primogénitos egipcios con la liberación de los israelitas, esclavos en el país del Nilo (Sab 18,1-19). A los egipcios que habían decretado la muerte de los hijos de los santos (cf. Ex 1,22-2,10), metáfora de la comunidad hebrea, el Señor les arrebató los primogénitos (Ex 12,29-30) y los hizo perecer en las aguas impetuosas (Ex 14,26-28); así, durante la noche en que el Señor diezmó a los adversarios glorificó a su pueblo. A nuestro entender, el autor extrae de nuevo una doble lección. Por una parte, enfatiza la firmeza con que Dios ha elegido a su pueblo; por otra recalca que la desgracia de los egipcios y la redención de los judíos constituye el proceso por medio del cual Dios provoca que los paganos reconozcan al pueblo redimido con el mejor epíteto: “Hijo de Dios”, es decir, el eco de la presencia de Dios en el Mundo (Sab 18,14; cf. Ex 4,22; Dt 1,31; Os 11,1).

    Concluida la sexta antítesis, despunta un breve episodio (Sab 18,20-25). Durante la travesía del desierto, la asamblea de los justos sorbió la prueba de la muerte; pero, continúa el relato, un hombre irreprochable, Aarón siervo de Dios, se enfrentó a la cólera divina y acabó con los blasfemos (Coré, Dotán y Abirón) (Nm 16,1-17,15). El israelita valiente no detuvo la furia de Dios con la fuerza corporal, sino con las armas de su ministerio, la oración y el incienso expiatorio (Sab 18,21). El texto enfatiza la autoridad del personaje: “Llevaba el mundo entero sobre su vestido talar, los nombres gloriosos de los padres en cuatro hileras de piedras talladas y tu majestad (de Dios) en la diadema de su cabeza” (Sab 18,24; cf. Ex 28,17-21.29.36). Sin duda, el texto reviste al personaje con el traje del sumo sacerdote, pero, como era frecuente en la época helenística, la vestimenta adquiere un simbolismo cósmico, pues la intercesión sacerdotal se muestra capaz de rendir la violencia del “exterminador”, metáfora de cualquier poder que atente contra el pueblo elegido. La intuición poética percibe, bajo el manto del personaje (Aarón) el aura de la comunidad fiel, cuya intercesión ante el Señor impide que las fuerzas del mal, las insidias helenistas, acaben con la vida del pueblo elegido para ser la luz de las naciones.

    La séptima antítesis contrapone el luto egipcio en el Mar Rojo con la luz refulgente del pueblo redimido (Sab 19,1-21). Mientras el pueblo emprendía la ruta hacia la Tierra Prometida, los egipcios, más perversos que los ciudadanos de Sodoma (Sab 19,13-17), encontraban una muerte entre las aguas (Sab 19,5; cf. 18,3). El texto, voz de la comunidad leal, ofrece la razón teológica de la salvación del pueblo: “Toda la creación, obediente a tus órdenes (de Dios), se transformó […] para resguardar salvos a tus hijos (la comunidad hebrea)” (Sab 19,6; cf. 5,17; 16,24). Con intención de poner el mejor colofón a la descripción del pálpito de la Sabiduría en la Historia, la comunidad fiel a la Ley sentencia que el Cosmos está, por designio divino, al servicio de la comunidad de los santos, el pueblo fiel a los preceptos del Señor. De ese modo, la comunidad leal abre la puerta de la salvación a la comunidad judeoalejandrina tentada por la idolatría; pues la adhesión al Señor, manifestada por la comunidad fiel a la Ley, provoca en el creyente la confianza propia de los hijos de Dios (cf. Sab 19,6; 18,13).