Francesc Ramis Darder
La
Sagrada Escritura narra la intervención de Dios en la Historia, de la que
Israel y posteriormente la Iglesia, son testigos privilegiados. La lectura
completa de la Biblia muestra que Dios es de naturaleza divina no sólo porque
sea eterno o todopoderoso, sino básicamente porque, respetando la libertad
humana, interviene admirablemente en la Historia. Ese punto es esencial: en la
Biblia Dios es Dios, porque actúa amorosamente en la Historia, y en el corazón
de la persona comunicándole la fuerza que fundamenta la vida.
Conviene que nos detengamos un momento para
aclarar dos conceptos: revelación e inspiración. La Biblia es un libro revelado
porque, leído en perspectiva creyente, manifiesta la intervención salvadora de
Dios es la Historia, y es también un libro inspirado.
¿Qué significa que la Biblia es un texto
inspirado? La Biblia revela la intervención de Dios en la Historia, pero para
escribirla no ha sido Dios quien personalmente ha tomado papel y pluma para
redactarla, sino que ha elegido a los autores de los libros bíblicos para que
la escribieran. Éstos autores tenían cualidades personales pero también estaban
limitados por los condicionantes de su época, pero Dios les inspiró; es decir,
les iluminó mediante el Espíritu para que con sus cualidades y limitaciones
supieran captar y redactar la intervención amorosa de Dios en los avatares humanos.
El arquetipo de la intervención de Dios en
el AT radica en la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: “Éramos
esclavos del faraón en Egipto, y Yahvé nos hizo salir con mano fuerte ... para
conducirnos y darnos el país que prometió a nuestros padres” (Dt 6, 21-22).
La situación culminante de la intervención divina en el NT consiste en la
resurrección de Jesús: “Cristo Jesús ... que se humilló haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo ha exaltado extraordinariamente
y le ha concedido aquel nombre que está sobre todo nombre ... a fin de que toda
lengua confiese que Jesucristo es Señor, a gloria de Dios Padre” (Flp 2,
5-11).
La intervención divina a lo largo del AT
acontece principalmente a través de mediadores (ángeles, jueces, reyes,
sacerdotes, profetas, y el pueblo fiel), sin embargo, aunque con menor
frecuencia, Dios también actúa personalmente: libera, acompaña a su pueblo,
crea, perdona, y promete la vida.
El NT une las dos corrientes de la Antigua
Alianza. En la persona de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, entronca
el mediador divino con la misma presencia de Dios: “Y la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que tiene
del Padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Ju 1, 14).
La liberación de Israel de la esclavitud de
Egipto es la vivencia crucial del AT, y la resurrección de Jesús el
acontecimiento fundante del NT. Si borráramos del AT la frase “el Señor nos
liberó de Egipto” (Dt 6, 21), y del NT “Jesús de Nazaret, el
crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6); la Biblia dejaría de
ser un libro revelado y devendría una obra interesante de literatura antigua.
La Biblia comunica, mediante el lenguaje humano, la certeza de que Dios
interviene en la Historia y en el hondón de nuestra existencia, a la vez que
reseña la respuesta humana al designio divino.
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