Francesc Ramis Darder
Cuando el libro del Génesis refiere las edades de los primeros patriarcas suministra datos, a primera vista, desconcertantes: Adán vivió 930 años; Set 912 ... Quenan 910 ... Lamek 777 ... Najor 148 (cf. Gn 5. 11, 10-32). La Biblia presenta verdades de fe, pero envueltas en el lenguaje propio del tiempo en que se redactaron los libros bíblicos. Lo que debemos creer por la fe son las verdades reveladas, pero no los ropajes culturales en que estas verdades se presentan. Notemos que las edades de los patriarcas son muy elevadas; pero, salvo algunas oscilaciones, van disminuyendo continuamente.
Estos textos presentan una verdad: a causa del pecado el hombre se alejó de Dios; y el distanciarse de Dios supone una disminución en la intensidad de nuestra vida. La metáfora de Adán y Eva (Gn 2-3), nos describe la escena en la que el hombre rompió su relación con Dios.
Únicamente junto a Dios se encuentra la verdadera vida. Cuando el hombre se aparta de Dios, también va perdiendo la intensidad de la vida que, tan sólo, otorga la proximidad al Señor. El Génesis nos presenta esta certeza, pero revestida con la narración de la edad de los patriarcas. Al comienzo les otorga una edad muy alta, próxima al número mil. Este número indica la plenitud y la proximidad a Dios. Después del pecado, el hombre se aparta de Dios, y su vida comienza a disminuir, separándose de la plenitud indicada por el número mil.
El texto bíblico no quiere relatarnos la edad cronológica de los patriarcas; sino enseñarnos que el pecado humano, al distanciarnos de Dios, disminuye la profundidad de nuestra existencia.
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