martes, 27 de diciembre de 2011

¿EN QUÉ LENGUAS ESTÁ ESCRITA LA BIBLIA?

    El Nuevo Testamento está escrito en griego; pero no con los parámetros de la lengua clásica de Platón y Aristóteles (siglo V a.C.), sino en la forma popular del griego hablado en el siglo I. Esta modalidad del griego se denomina koiné, o lengua habitual. Éste detalle es muy importante. El NT no se redactó en un estilo que sólo pudieran comprender los intelectuales, se escribió elegantemente en el habla normal del pueblo para que pudiera entenderlo cualquier persona.

    El Antiguo Testamento está escrito en tres lenguas: Hebreo, Arameo y Griego. El texto arameo se reduce a unos pocos pasajes (Dn 2,4 - 7,28; Esd 4,8-6,18; 7,12-26), y varias palabras desperdigadas entre los diversos libros. Algunos libros aparecen en griego: Judit, Tobías, Macabeos I-II, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Carta de Jeremías, y algunos fragmentos de Daniel y Ester. El resto de los libros está redactado en hebreo.

    Las conquistas de Alejandro Magno (336-323 a.C.) extendieron por Oriente el uso del griego. En la ciudad de Alejandría (Egipto), entre los siglos III-I a.C., el texto hebreo del AT fue traducido por los judíos a la lengua griega. Esta traducción se denomina ‘Traducción de los Setenta’ o Septuaginta. Las primeras comunidades cristianas, cuando leían el AT, no leían habitualmente el  texto hebreo, leían la Traducción de los Setenta. El Imperio Romano difundió en Occidente la lengua latina. Los cristianos se apresuraron a traducir la Biblia griega al latín; la traducción del griego al latín, se conoce como Vetus Latina, fue utilizada por los padres latinos, entre ellos s. Agustín (354-430).

    Por encargo del Papa Dámaso, S. Jerónimo (342-420) emprendió la traducción de la Biblia al latín partiendo de las lenguas originales. Esta traducción a la lengua latina desde el hebreo, arameo y griego se denomina Vulgata. El Concilio de Trento adoptó oficialmente el texto de la Vulgata, y los Papas Sixto V y Clemente VIII la editaron con esmero (1592).

    Hasta la celebración del Concilio Vaticano II, el texto de la Vulgata se utilizaba oficialmente en la liturgia. Como sabemos, el Concilio promovió la celebración de la liturgia en lengua vernácula y alentó la traducción de la Biblia desde las lenguas originales (hebreo, arameo, griego); por esa razón, las ediciones bíblicas que leemos son traducciones de los textos originales. Estamos, pues, en la mejor situación para leer la Escritura y meditar la Palabra de Dios.
                                                        
 Francesc Ramis Darder

viernes, 23 de diciembre de 2011

¿QUIÉN ES LA PROFETISA FULDÁ? FULDÁ: LA AMISTAD CON DIOS, ENTRAÑA DE LA VIDA DEL PROFETA

    El rey Manasés gobernó Judá con crueldad inusitada (698-643 aC.). La idolatría y la injusticia sumieron a los pobres en la miseria, y casi arrancaron de las entrañas del pueblo el recuerdo del Dios liberador (2Re 21,1-18). Amón, hijo de Manasés, continuó ejerciendo las tropelías de su padre, hasta que fue asesinado en el curso de una revolución contra la tiranía (643-640 aC.) (2Re 21,19-26).

    La magnitud de la persecución religiosa que Manasés y Amón ejercieron contra los seguidores del Dios liberador fue muy intensa. Podríamos decir, desde la perspectiva metafórica, que el pueblo casi olvidó los fundamentos de su religión. La nación casi olvido que el Señor liberó a sus antepasados de la esclavitud de Egipto y que les regaló la tierra prometida. El país habría descuidado el cumplimiento de los mandamientos, arrinconado la observancia de la ley, y desdeñado la vivencia de la piedad.

    Muerto Amón, el pueblo entronizó a Josías (640-609 aC.). El nuevo monarca, piadoso y justo, emprendió la reforma del reino. Inició su tarea remozando el templo del Señor. Un día envió al templo a su secretario, Safán, para que entregara dinero al sumo sacerdote, Jelcías, con el que pagar a los obreros que reconstruían el santuario. Jelcías comunicó a Safán que en el curso de las obras del templo había encontrado el “libro de la Ley” (622 C.) (2Re 22,8). Safán quedó impactado con su lectura; y, después lo leyó a Josías quien se rasgó las vestiduras al escuchar el contenido del texto.

    ¿A qué libro denominamos “libro de la Ley”? La respuesta es compleja; en este artículo adoptaremos una perspectiva catequética.

     La lectura global de la Escritura da a entender que “el libro de la Ley” es el Deuteronomio. El mensaje del  Deuteronomio es crucial para la vivencia religiosa. Define la alianza de Dios con su pueblo (Dt 5,1-5), especifica los “Diez Mandamientos” (Dt 5,6-21), rememora la liberación de los israelitas esclavos en Egipto (Dt 6,20-25), afirma la bondad de Dios (Dt 6,4-25), insiste en la sacralidad del templo (Dt 12-25), y recalca la necesidad de practicar la justicia.

    La mala conducta de los moradores de Judá, auspiciada por la arbitrariedad de Manasés y Amón, había provocado el olvido de las exigencias morales contenidas en el libro de la Ley. Los moradores de Judá, acostumbrados a desobedecer los preceptos divinos, llegaron a olvidar la existencia del libro que los contenía: el Deuteronomio.

    Josías percibe en el descubrimiento del libro la revelación de la providencia de Dios. El rey desea poner emprender la reforma del país atendiendo a los criterios emanados del “libro de la Ley”. Pero, antes de tomar ninguna iniciativa, escuchará la voz de un profeta. El monarca envía una comisión, encabezada por el sacerdote Jelcías, al barrio nuevo de Jerusalén, a casa de la profetisa Fuldá, esposa de Salún.

     Fuldá escuchó a los enviados; y, utilizando el lenguaje del AT, animó al rey a emprender la reforma del país siguiendo las normas divinas contenidas en el libro de la Ley. Alentado por las palabras de la profetisa, Josías acometió la reforma de Judá (2Re 23,1-27).

    Como decíamos al principio, el reinado de Manasés y Amón tiñó de injusticia e idolatría la calles de Jerusalén. Pero en medio de la barbarie, la profetisa Fuldá guardó en su corazón y en su memoria la fuerza liberadora de la Palabra de Dios; y cuando llegó el tiempo oportuno, durante el reinado de Josías, comunicó las exigencias del Señor.

    En el corazón del profeta no anida el activismo, late la mística. Durante los años de oprobio que enlutaron Judá, Fuldá guardó en su corazón el recuerdo de la palabra liberadora, y mantuvo vivas las exigencias del Deuteronomio.

    A menudo creemos, erróneamente, que no podemos hacer nada para cambiar la situación de injusticia que atenaza el entramado social de nuestro mundo; y, desanimados, caemos en la apatía. En otras ocasiones, también falsamente, nos lanzamos al activismo; y, estresados, nos precipitamos en el desánimo.

    El profeta es el artífice de la intervención liberadora de Dios en la historia. Por eso lo primero que el profeta cuida es su relación con el Señor. El profeta, el amigo fuerte de Dios, sabe que el Señor propiciará la ocasión para que la amistad que ha tejido con él llegue a transformar el alma del mundo y el corazón de cada persona.
  
                                                                                              Francesc Ramis Darder

jueves, 22 de diciembre de 2011

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA MESÍAS?

                                                                          Francesc Ramis Darder
                                                                          bibliayoriente.blogspot.com
   
  
La palabra “Cristo” es la traducción al griego de la voz hebrea “Mesías” y significa “Ungido”. El rey de Israel era ungido con el aceite consagrado que simbolizaba la recepción del Espíritu de Dios; como consecuencia, el monarca se convertía en gobernador de Israel, y en el intermediario entre Yahvé y su pueblo. El rey dirigía políticamente el país; debía cuidar con el mayor esmero, que brotaran las condiciones del Reino de Dios; es decir, la justicia y el bienestar de todos.

    A pesar de su responsabilidad, los reyes no se comportaron como garantes de los designios divinos, sino que sus abusos y arbitrariedades llevaron a la nación al desastre. En 587 a.C, Jerusalén fue destruida y sus habitantes llevados al exilio de Babilonia. A la vuelta del destierro el pueblo fue administrado por sacerdotes (538 a.C.). El Sacerdote Principal recibió la unción que antes pertenecía al reyes, y recibió el encargo de conducir el país por la senda de la justicia; pero, los sacerdotes tampoco consiguieron inaugurar entre el pueblo la realidad del Reino de Dios (Lev 4, 3.5; 2 Mc 1, 10).

    Ante el fracaso de sacerdotes y reyes comenzó a surgir en los ambientes proféticos el deseo de la llegada del auténtico Mesías, del verdadero ungido del Señor que diera origen al Reino de Dios. En algunos círculos se aguardaba incluso la llegada de dos Mesías: un Mesías sacerdote y un Mesías rey (Ez 45, 1-8; Zac 4, 1-14).

    Durante el siglo I las condiciones sociales de Palestina eran precarias. Por todas partes palpitaba el deseo de la pronta llegada del Mesías que instaurara el Reino de Dios. El NT presenta a  Jesús de Nazaret como el “Mesías” esperado (Mt 1, 16). Jesús no inauguró el Reino de Dios ejerciendo el poder habitual de los reyes o la influencia de los sacerdotes antiguos.

    Jesús es el Mesías que inaugura el Reino de Dios viviendo y enseñando el valor de humildad, la grandeza del servicio al prójimo, la importancia de compartir los bienes, el amor a los pobres, el empeño por la justicia, y la certeza de que nuestra vida reposa siempre en las buenas manos de Dios, el Padre que nos ama y protege.

                                                                                                Francesc Ramis Darder

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA EVANGELIO?

                                                                                                           Francesc Ramis Darder

    El término ‘evangelio procede de la lengua griega y significa ‘buena noticia’. No se refiere a una ‘buena noticia’ de cualquier tipo; indica la ‘buena noticia’ dotada de la fuerza suficiente para cambiar la existencia de quien la escucha. Veamos un ejemplo.

    En una lápida del año 9 a.C., hallada en la ciudad de Pirenne (Asia Menor), alusiva al nacimiento del emperador Augusto, aparece la siguiente inscripción: “El día del nacimiento del dios Augusto fue para mundo el comienzo de una ‘buena noticia’ (evangelio) recibida gracias a él”. El nacimiento de Augusto fue una ‘buena noticia’ para los ciudadanos de Pirenne; pues, la tarea del monarca tuvo la trascendencia suficiente para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la metrópoli.

     A lo largo del Antiguo Testamento, el término ‘evangelio’ (buena noticia) aparece 26 veces, e indica la espera anhelante del pueblo judío por la llegada del Mesías y la instauración del Reino de Dios; sin duda, esta esperanza alcanza su cumplimiento en la persona de Jesús de Nazaret.

    Desde la perspectiva cristiana, la palabra ‘evangelio’ (buena noticia) adquiere una doble significación. Por una parte se refiere a Jesús; pues Él es la ‘buena noticia’ capaz de transformar nuestra vida en semilla del Reino de Dios. Por otra, da nombre a los cuatro libros, ‘los evangelios’, que proclaman la salvación que Jesús regala a la humanidad entera (Mateo, Marcos, Lucas, Juan).

    Aunque la palabra ‘evangelio’ aluda, como acabamos de exponer, a los  cuatro evangelios, refiere esencialmente la identidad de Jesús. La vida, muerte, y resurrección del Señor, transforma nuestra existencia en rostro del Reino de Dios. Recordemos las palabras de San Pablo: “Os recuerdo hermanos el evangelio que os prediqué [...] Cristo murió por nuestros pecados [...] fue sepultado [...] y resucitó al tercer día […] se apareció a Cefas y luego a los Doce, después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez. Luego se apareció a Santiago [...] y por último también a mí” (1 Cor. 15, 1-8). Esta es la acepción más importante de la palabra ‘evangelio’: La misma persona de Jesús resucitado. Los cristianos no somos seguidores de libros o de códigos, vamos en pos de alguien vivo: Jesús de Nazaret, la presencia de Dios entre nosotros.

     Pueden ampliar información leyendo también la entrada "¿Qué significa la palabra Bibilia?":
http://bibliayoriente.blogspot.com.es/2013/12/que-significa-la-palabra-biblia.html



miércoles, 21 de diciembre de 2011

OSEAS (I): EL AMOR ROTO Y RECONSTRUIDO

                                                                        Francesc Ramis Darder
    La corrupción religiosa de Israel durante la época de Oseas servía de justificación para la desigualdad social. Los israelitas habían dejado de creer en el Dios liberador y malgastaban la vida adorando ídolos de muerte. Los poderosos servían a tres dioses: el afán de poder, el ansia de tener, y el deseo de aparentar. Los pobres sufrían en silencio la crueldad ejercida por los ricos y buscaban apoyo en la religión, que, desgraciadamente, mostraba la imagen de un dios impasible ante su dolor y que exigía un culto pomposo y alejado de la justicia y la misericordia.

    La primera tarea del libro de Oseas consiste en mostrar que Dios no es ajeno al dolor humano ni apático ante la injusticia. Los tres primeros capítulos (Os 1-3) constituyen una metáfora que, mediante la descripción del matrimonio de Oseas y Gomer, transluce el auténtico rostro de Dios. El Señor no es una divinidad fría y remota, sino que tiene entrañas de misericordia y una inagotable capacidad de perdón.

    El Señor dijo a Oseas sin preámbulos: “Cásate con una prostituta y engendra hijos de prostitución” (Os 1,2); y, Oseas, sin réplica alguna, contrajo matrimonio con Gomer (Os 1,3). Los esposos engendran un hijo al que por orden de Dios llaman “Jezrael” (Os 1,4). El apelativo “Jezrael” se relaciona con un valle donde se derramó sangre; pero, ¿qué sucedió en Jezrael? El rey Ajab tenía setenta hijos que vivían en Samaría. El general Jehú los hizo decapitar y ordenó que le enviaran las cabezas. Tomó las cabezas y mandó apilarlas en dos montones junto a la puerta de la ciudad de Jezrael. Después mató al resto de la familia de Ajab (2Re 10,1-11).

    Los crímenes y el ensañamiento de Jehú al colacar las cabezas de los hijos de Ajab apiladas a la entrada de la ciudad, hacían que el nombre de Jezrael fuera despectivo. Buscando un equivalente actual y salvando las distancias, podríamos decir que el nombre “Jezrael” debería asimilarse a algo así como “Auswitch” o “Treblinca”, campos de exterminio para los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El crimen de Jehú constituyó el intento de aniquilar una estirpe completa, aunque no alcanzara las proporciones del exterminio del pueblo hebreo durante el holocausto.

    Oseas y Gomer tienen después una hija que recibe el nombre de No-compadecida (Os 1,6). El nombre significa “tu no eres de mis entrañas”; y, en un lenguaje popular, implica decir a alguien: “a ti no te quiero”. Cuando Gomer destetó a No-Compadecida, concibió otra vez y dio a luz un hijo que recibió el nombre de No-mi-pueblo. De nuevo aparece un nombre extraño y de interpretación compleja, que en un lenguaje sencillo podríamos entender cómo:  “tu no eres de los míos”.

    Después, Gomer abandona el hogar para volver a la esclavitud de la prostitución, mientras Oseas permanece en casa con los hijos. Tras algunos años y sumida en la miseria, Gomer decidió volver a casa con su marido. Gomer llama a la puerta y Oseas le abre. Ambos esposos se ven cara a cara. La rabia late en el corazón de Oseas, y el deseo desesperado de hallar acogida palpita en las entrañas de Gomer.

    Las mujeres de la época se dirigían a sus maridos llamándoles “amo mío”, en el sentido de “dueño mío”. Gomer diría a Oseas “amo mío” acógeme; esperando, quizá, inspirar lástima en el corazón del esposo para que la recibiera. La reacción de Oseas es sorprendente. Al encontrarse con Gomer no le censura su pasado, sino que le dice: “me llamarás esposo mío, y no me llamarás amo mío (Os 2,18). No censura a Gomer su pasado y la recibe con ternura inusitada: Oseas no será el “amo” de Gomer sino su “esposo”. Oseas perdona a Gomer y dignifica su condición: Oseas ya no será el “amo” sino el “esposo”.

    Los esposos cohabitan de nuevo mientras la ternura borra los resquicios de antiguas discordias. La reconstrucción del hogar aparece mediante los nuevos nombres que reciben los hijos. La hija llamada No-compadecida, que denominábamos en lenguaje popular “a ti no te quiero”, recibe el nombre de Compadecida, que podríamos entender cómo “especialmente querida” (Os 2,3.25). El hijo llamado No-mi-pueblo que conocíamos como “tu no eres de los míos”, se denomina ahora “Hijo-del-Dios-vivo” (Os 2,1) o también “Mi-pueblo” (Os 2,3.25), que podemos entender coloquialmente como “especialmente mío”. El primer hijo, Jezrael, mantiene su nombre pero varía su significado. El término “Jezrael” alude a un valle fértil; pero, etimológicamente, significa también “Dios siembra” o, más poéticamente, “semilla de Dios”.

    El perdón concedido por Oseas a Gomer rehace la familia con los lazos de la ternura. Gomer deja de ser prostituta o sierva del marido para convertirse en esposa, el primogénito de nombre lacerante deviene “semilla de Dios”, la hija No-Compadecida aparece como “especialmente querida”; y, el hijo menor, No-mi-pueblo, se transforma en “especialmente mío”. ¿Qué significa ésta historia?

El significado del matrimonio de Oseas y Gomer.

    La narración de los avatares del matrimonio entre Oseas y Gomer constituye la metáfora que explica la relación de Dios con Israel. Detengámonos en la trascendencia de la metáfora: Oseas representa al Señor y Gomer a Israel.

    El Señor eligió a Israel e hizo una alianza con él en el Sinaí (Ex 19-24); de forma similar, Oseas eligió a Gomer y estableció con ella la alianza matrimonial (Os 1,3). Dios podría haber elegido a un pueblo importante como Egipto o Asiria; en cambio, eligió a un pueblo pequeño condenado a la esclavitud y al exterminio por el faraón (Ex 1-15). También Oseas podría haberse casado con una mujer importante; pero se desposó con una mujer marginal y sometida a la esclavitud de la prostitución (Os 1,3).

    El Señor liberó a Israel de la esclavitud para que la vida del pueblo expresara ante las naciones la gloria Dios (cf Is 43,1-7); de manera análoga Oseas liberó a Gomer de la prostitución para fundar con ella una familia (Os 1-3) en la que brotara la vida y el amor.

    El pueblo israelita debería estar agradecido al Señor porque le eligió entre otras naciones más fuertes y poderosas, estableció con él una alianza y le regaló la Tierra Prometida. Igualmente Gomer podría estar agradecida a Oseas porque la sacó de la prostitución, se casó con ella y la introdujo en su casa. Sin embargo el comportamiento de Israel, igual que el de Gomer, está plagado de traiciones y engaños.

    Los nombres de los hijos que Gomer concibe simbolizan la ingratitud de Israel con Dios. La Biblia narra los frutos amargos con que Israel pagó la liberación que el Señor le había otorgado: Infidelidades (Jue 6,1-10), pecados (1Sm 15,1-35), crímenes (2Sm 11,1-27), e intrigas (1Re 1,1-53). Demasiadas veces Israel dirá al Señor “tú no eres de los míos” o “a ti no te quiero”; y, lo que es peor, teñirá la historia de sangre tal como hiciera Jehú  en el valle de Jezrael, enloquecido de soberbia.

    Israel ahondó en la senda de su pecado y cayó en la idolatría. Abandonó al Dios de la vida para entregarse a los ídolos de muerte (2Re 21,1-17). Gomer, similarmente, huyó de Oseas para malbaratar su vida en la cruz de la prostitución. La idolatría llevó consigo la destrucción de Israel (2Re 17,5-23), mientras Judá experimentó el amargo trago del exilio en Babilonia (2Re 24,1 - 25,26). Gomer, como Israel y Judá, sintió igualmente el desconsuelo del hambre y el desamparo.

    Pero la capacidad de perdón y ternura que anida en las entrañas de Dios es más fuerte que la traición de Israel, simbolizada en la fuga de Gomer. Cuando Gomer regresa al hogar por necesidad; Oseas no le inflinge ningún castigo sino que le otorga la gracia del perdón, y la acoge con la ternura del esposo. El amor y el perdón que Oseas confiere a Gomer rehace la vida matrimonial, simbolizada en los nuevos nombres de los hijos, “especialmente querida” y “especialmente mío”, y en la trasformación del apelativo despectivo Jezrael que pasa a significar “semilla de Dios”.

    Detengámonos para observar el perdón de Oseas a Gomer, metáfora del perdón que el Señor ofrece a Israel. Cuando ofendemos a alguien solemos razonar de la siguiente manera: “he denigrado a mi hermano, me siento culpable, intentaré convertirme portándome bien a ver si consigo ganarme su favor y me perdona”. La lógica humana sigue este camino: primero es el pecado, después el esfuerzo por convertirnos; y, finalmente, la obtención del perdón.

     La lógica del perdón divino discurre de otra manera. Gomer peca, al regresar a casa Oseas la perdona, y con el perdón que le ha concedido se convierte en esposa, y ambos rehacen la vida conyugal. Desde la perspectiva de Dios, primero está el perdón, mediante la gracia del perdón alcanzamos la conversión, y una vez convertidos podemos plantar en nuestra tierra la semilla del Reino de Dios.

    La sociedad en que vivimos está hambrienta de ternura y misericordia; y, por eso, brota la injusticia, la competitividad y la soberbia. Más que nunca se nos pide a los cristianos que seamos testigos de la ternura y el perdón de Dios en la época en que triunfa el amor virtual y efímero. Sólo la vida cristiana que transparente las entrañas misericordiosas de Dios, podrá plantar en nuestra mundo la auténtica justicia, la que tiene como opción preferencial a los pobres de la tierra.

                                                                     Francesc Ramis Darder

domingo, 18 de diciembre de 2011

BARUC. LA VIVENCIA DE LA FE EN MEDIO DEL DESENCANTO

     La Sagrada Escritura describe la identidad de un personaje llamado Baruc que actuó como secretario del profeta Jeremías (Jr 32; 36; 43; 45). La probada fidelidad que manifestó Baruc a Jeremías le convirtió en el símbolo de la lealtad que debe profesarse al maestro. El ministerio de Jeremías y la tarea de su secretario Baruc alcanzaron su cenit en las postrimerías del siglo VII a.C. Tras la muerte del profeta y su secretario, la fama de ambos pervivió en el pueblo. Los discípulos de Jeremías, mucho tiempo después de la muerte del profeta, pusieron por escrito la predicación de su mentor y redactaron el libro de Jeremías. El recuerdo de Baruc también pervivió en el ánimo del pueblo; y, por eso, algunos escritos posteriores fueron atribuidos a la pluma de Baruc.

    Los libros más importantes que la tradición asignó a Baruc son dos. El primero, denominado “Apocalipsis de Baruc”, forma parte de los Apócrifos del Antiguo Testamento. Los Apócrifos del AT constituyen una colección de libros que nacieron en el ámbito judío pero que no llegaron a formar parte del canon de la Antigua Alianza. El segundo es el “Libro de Baruc”, el cual forma parte del Antiguo Testamento en la tradición de las Iglesias Orientales y de la Iglesia Católica.

    El libro de Baruc fue escrito en Jerusalén a mediados del siglo II  aC. por un personaje anónimo que la tradición llamó “Baruc”. El término “Baruc” significa “el que ha recibido la bendición de Dios”. La comunidad de Jerusalén atribuyó el libro a Baruc para rendir homenaje al secretario de Jeremías. El texto del libro ha llegado hasta nosotros sólo en lengua griega. La profecía de Baruc presenta, además, una peculiaridad editorial: los estudiosos denominan “libro de Baruc” a los primeros cinco capítulos del libro; y llaman “Carta de Jeremías” al capítulo sexto.

    A mediados del siglo II aC. la comunidad de Jerusalén atravesaba una crisis profunda. La fe judía, que había tejido la identidad religiosa y social del pueblo, se desleía ante la irrupción de otra manera de entender la existencia humana, la mentalidad griega. La cultura griega se asentó en Palestina y, lentamente, fue minando los fundamentos religiosos y culturales del pueblo hebreo. La comunidad judía percibía como sus miembros abandonaban la fe para adherirse a las creencias griegas. La comunidad judía llegó a reducirse tanto, que los judíos podían pensar que constituían un grupo extraño en su propia tierra.

     Los judíos vivían su fe de manera semejante al modo en que la vivieron sus antepasados cuando sufrieron el exilio de Babilonia (587-538 aC.). La pequeña comunidad judía constituía un reducto religioso en el ámbito de la cultura griega. Durante el exilio de Babilonia, la predicación de Ezequiel y la voz apasionada del Segundo Isaías posibilitaron que el pueblo deportado mantuviera la integridad de la fe. Ahora, en el contexto social del siglo II aC. surge un profeta anónimo que compone el libro de Baruc para devolver la esperanza al pueblo desalentado.

    El libro de Baruc comienza exponiendo la situación de la comunidad desencantada que mora en Jerusalén durante el siglo II aC (Ba 1,1-14). El autor no describe directamente la situación del pueblo marchito; adopta un artificio literario: comenta la situación del pueblo exiliado en Babilonia, para que los lectores comprendan que el estado actual del pueblo es parejo a la situación vivida durante el destierro.

    El autor comprende que la desgracia del pueblo no se debe al capricho divino, es la consecuencia que se deriva del pecado de la nación. Por eso el profeta ofrece, en la segunda parte del libro, una liturgia penitencial para que la comunidad implore el perdón de sus pecados (Ba 1,15-3,8). Una vez recibido el perdón, aparece la tercera parte del libro, en la que el profeta propone al pueblo que adopte un estilo de vida acorde con la Ley de Dios (Ba 3,9-4,4). Vivir según la Ley de Dios no consiste en practicar un amasijo de normas confusas, implica una vivencia coherente con el contenido de los Diez Mandamientos. Cuando el profeta ha expuesto la necesidad de poner en práctica la Ley de Dios, describe mediante un hermoso poema el gozo que produce en el creyente la vivencia de los mandamientos (Ba 4,5-5,9).

    Los proyectos humanos suelen ser brillantes mientras la vivencia de la fe tiende a ser mediocre. Por eso una vez concluido el libro, otro profeta, de quien desconocemos también la identidad, escribió el contenido del capítulo sexto: “la Carta de Jeremías”. La carta recuerda la estupidez que supone entregar la vida al poder de los ídolos cuando estamos llamados a gozar de la ternura del Señor. La idolatría fue la tentación constante del pueblo de Dios; también es nuestra tentación permanente. Por eso la carta desenmascara el veneno de la idolatría y sugiere al ser humano la vivencia de la justicia: “lo que de veras vale es el hombre justo que nada tiene que ver con los ídolos” (CJr 72).

    El contexto social que vivimos recuerda, en muchos aspectos, la situación de la comunidad judía durante el siglo II aC. En ese contexto, el libro de Baruc recuerda el sinsentido de la idolatría y propone al creyente el único camino posible: la vivencia auténtica y comprometida de la Ley de Dios.

                                                                                    Francesc Ramis Darder.            

¿QUIÉN ES AMÓS? AMÓS: ¡SÓLO LA SOLIDARIDAD TIENE FUTURO!

     La nación levantada tenazmente por David se dividió en dos estados a la muerte de su hijo Salomón (930 aC). El reino del Norte se llamó Israel; y, con el tiempo, estableció la capital en Samaría. El reino del Sur, denominado Judá, mantuvo la capital en Jerusalén.

    La desigualdad social entre el Norte y el Sur dio lugar a la emigración desesperada. Muchos habitantes de Judá no veían otra solución a su miseria sino la huida hacia el norte, a Israel. Allí esperaban iniciar una nueva vida y encontrar la acogida de sus hermanos de religión, pues no debemos olvidar que tanto los moradores de Judá como de Israel creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes del Sur no sólo eran mal acogidos en Israel, sino que sufrían la explotación de los poderosos del país.

    La desigualdad social en Israel alcanzó su cenit durante el reinado de Jeroboam II (784-744 aC). El monarca conquistó nuevos territorios, reconstruyó ciudades, desarrolló el comercio y embelleció los palacios; pero, a costa de una desigualdad social exorbitante: los ricos eran cada vez más ricos y los pobres más pobres.

    El libro de Amós describe sin tapujos la injustica social de Israel y especialmente de su capital, Samaría. Los palacios de las grandes familias estaban decorados con marfil (Am 3, 15). El oro y la plata son metales valiosos, pero el marfil además de riqueza denota ostentosidad. Los poderosos no sólo explotaban a los pobres, sino que abofeteaban, mediante la fastuosidad de sus mansiones, el dolor de los humildes. En contraste con el lujo de los pudientes, el texto bíblico señala la miseria de los pobres que debían venderse a cambio de un par de sandalias (Am 2, 6). El papel de la religión israelita era triste. No condenaba la injusticia sino que mantenía el orden establecido. 

    A pesar de la desidia religiosa, la Sagrada Escritura es muy clara: Dios no abandona nunca al pobre que clama justicia. Dios escuchó al pueblo oprimido y suscitó dos profetas: Amós y Oseas. Amós con el tono encendido de su palabra expondrá la volutad divina: ¡El Señor exige justicia social! El testimonio de la vida de Oseas será la metáfora de la intimidad del Dios liberador: ¡El Señor que exige la justicia tiene entrañas de misericordia!

    Amós denunció la injusticia y exigió la solidaridad, se enfrentó con las clases dirigentes y sufrió la persecución de los poderosos. Despreciado por las élites opulentas, el mensaje profético caló en el corazón de los pobres.

    El mensaje de Amós es muy claro: un sistema social basado en la explotación no tiene capacidad de sobrevivir; solamente la solidaridad tiene futuro, porque en la lucha por la solidaridad y la justicia late la intervención de Dios en la Historia humana.

    Nuestra época presenta aspectos concomitantes con la época de Amós. Muchos hombres y mujeres del Sur huyen de la miseria desperada, para recomenzar su vida en las tierras del Norte; igual que durante la vida de Amós los habitantes del Sur (Judá) emigraban al Norte (Israel) para sobrevivir. Depositaban su confianza en la acogida fraterna, pues los moradores de Judá e Israel creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes topaban con la ostentosidad de los palacios revestidos de marfil y la explotación de la clase dirigente. Aquella sociedad opulenta se quebró aplastada por el peso de la soberbia y la codicia de su dinero. ¿Sucederá lo mismo con la nuestra?

    Dios exige justicia social, y sus entrañas de misericordia mantienen la esperanza de que optemos por la solidaridad, el único futuro feliz.

                                                                                    Francesc Ramis Darder.  

AGEO. LA COMUNIDAD VIVA: ELEMENTO IMPRESCINDIBLE PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE

                                                                               Francesc Ramis Darder
                                                                               bibliayoriente.blogospot.com


Nabucodonosor II conquistó Jerusalén y en tres oleadas sucesivas deportó un contingente judío a Babilonia, la capital del imperio (597.587.582 aC). Más tarde, en el año 539 aC, Ciro el Grande, conquistó el Imperio babilónico e inauguró el Imperio persa. Según narra la Escritura, Ciro publicó un edicto con el que permitía a los judíos deportados regresar a Jerusalén (Esd 1,2-4). A pesar de las condiciones ventajosas del edicto, los deportados tuvieron que diferir el regreso a causa de las adversidades que enlutaron el entramado social del imperio persa. Sin embargo, en torno al año 520 aC. una serie de acontecimientos posibilitaron el regreso de un grupo de exiliados.

     Cuando murió Ciro le sucedió su hijo Cambises (530-522 aC). Tras la muerte de Cambises se desataron violentos conflictos en el Imperio persa. Darío I (522-546 aC) sofocó las revueltas y organizó de forma estable la estructura del imperio. Y fue precisamente en el seno de las revueltas cuando un grupo judío, aprovechando la situación política, emprendió el regreso a Jerusalén. Los dirigentes más significativos del grupo que acometió el regreso fueron Zorobabel y Josué. Cuando llegaron a la Ciudad Santa, Zorobabel ejerció el papel de gobernador, mientras Josué desempeñó la tarea propia del sumo sacerdote (Ag 1,2).

    El grupo que regresó a Jerusalén constituía una comunidad de vida y de fe, pero la tarea de establecerse en Sión fue difícil. Las condiciones económicas eran adversas, y la acogida que dispensaron los moradores de la Ciudad Santa a los recién llegados no fue satisfactoria. Por eso la comunidad compacta que había regresado del exilio comenzó a desintegrarse. Cada familia buscaba su propio interés, con la intención de sobrevivir, y descuidaba la relación con los demás, con lo que desaparecía la solidaridad y se debilitaban los lazos de la fe. La comunidad compacta que regresó del exilio se convirtió, rápidamente, en una suma de individuos, relacionados sólo por cuestiones de vecindad geográfica.

    La situación que vivían los judíos era grave, pues cuando se extingue la comunidad se pone en peligro la supervivencia de la fe. Cuando falta la comunidad, desaparece el ámbito donde compartir y celebrar la fe; y la fe que no se comparte ni se celebra de manera comunitaria, difícilmente puede transmitirse.

    El Señor no abandonó a su pueblo. Suscitó al profeta Ageo para que reconstruyese la comunidad judía. La misión de Ageo era difícil: debía conseguir que una pluralidad de individuos dispersos constituyese una comunidad de vida y de fe. El desafío al que se enfrentó Ageo es muy semejante al que deben encarar muchas de nuestras comunidades cristianas.

    La palabra hebrea “Ageo” significa “el que ha nacido en día festivo”. La simple pronunciación del nombre del profeta recordaba a los judíos la necesidad de celebrar de forma comunitaria el día santo de los judíos, el Sábado.

    El ministerio de Ageo fue breve, se extendió tan solo a lo largo del otoño del año 520 aC. Como decíamos antes su tarea radicaba en transformar una muchedumbre de judíos en una comunidad viva. Su mensaje insistía en la necesidad de reconstruir el Templo de Jerusalén (Ag 1,8), devastado por Nabucodonosor cuando tomó la Ciudad Santa (587 aC). La reconstrucción del Templo no se refería, principalmente, a la reedificación material del edificio, sino al restablecimiento de la comunidad judía. La predicación de Ageo consiguió restablecer la comunidad, y la comunidad reconstruida pudo reedificar el Templo que fue consagrado en el año 515 aC (cf. Esd 3,12-13).

    La enseñanza de Ageo es importante. Muestra que la transmisión de la fe sólo es posible cuando existe una comunidad que la vive y la celebra. El Templo reconstruido constituye el símbolo de la comunidad reconstruida. Evidentemente, el desarrollo del cristianismo se sustenta en la acción del Espíritu Santo; pero la supervivencia del cristianismo en nuestra sociedad depende de la existencia de comunidades cristianas vivas, capaces de dar testimonio de Cristo resucitado.

    La enseñanza del AT halla su plenitud en el NT. La Primera carta de s.Pedro, evocando la profecía de Ageo, alude a los cristianos como piedras vivas de la Iglesia (1P 2,5). Del mismo modo que el Templo de Jerusalén era el símbolo de la comunidad judía, un templo cristiano debe ser la metáfora de los cristianos que forman la comunidad. El cristiano se convierte en “piedra viva” de la Iglesia cuando a través de su compromiso personal construye la comunidad parroquial, y cuando mediante su compromiso en la transformación de la sociedad edifica el  Reino de Dios.
                                                            
                                                                                              Francesc Ramis Darder.