domingo, 18 de diciembre de 2011

AGEO. LA COMUNIDAD VIVA: ELEMENTO IMPRESCINDIBLE PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE

                                                                               Francesc Ramis Darder
                                                                               bibliayoriente.blogospot.com


Nabucodonosor II conquistó Jerusalén y en tres oleadas sucesivas deportó un contingente judío a Babilonia, la capital del imperio (597.587.582 aC). Más tarde, en el año 539 aC, Ciro el Grande, conquistó el Imperio babilónico e inauguró el Imperio persa. Según narra la Escritura, Ciro publicó un edicto con el que permitía a los judíos deportados regresar a Jerusalén (Esd 1,2-4). A pesar de las condiciones ventajosas del edicto, los deportados tuvieron que diferir el regreso a causa de las adversidades que enlutaron el entramado social del imperio persa. Sin embargo, en torno al año 520 aC. una serie de acontecimientos posibilitaron el regreso de un grupo de exiliados.

     Cuando murió Ciro le sucedió su hijo Cambises (530-522 aC). Tras la muerte de Cambises se desataron violentos conflictos en el Imperio persa. Darío I (522-546 aC) sofocó las revueltas y organizó de forma estable la estructura del imperio. Y fue precisamente en el seno de las revueltas cuando un grupo judío, aprovechando la situación política, emprendió el regreso a Jerusalén. Los dirigentes más significativos del grupo que acometió el regreso fueron Zorobabel y Josué. Cuando llegaron a la Ciudad Santa, Zorobabel ejerció el papel de gobernador, mientras Josué desempeñó la tarea propia del sumo sacerdote (Ag 1,2).

    El grupo que regresó a Jerusalén constituía una comunidad de vida y de fe, pero la tarea de establecerse en Sión fue difícil. Las condiciones económicas eran adversas, y la acogida que dispensaron los moradores de la Ciudad Santa a los recién llegados no fue satisfactoria. Por eso la comunidad compacta que había regresado del exilio comenzó a desintegrarse. Cada familia buscaba su propio interés, con la intención de sobrevivir, y descuidaba la relación con los demás, con lo que desaparecía la solidaridad y se debilitaban los lazos de la fe. La comunidad compacta que regresó del exilio se convirtió, rápidamente, en una suma de individuos, relacionados sólo por cuestiones de vecindad geográfica.

    La situación que vivían los judíos era grave, pues cuando se extingue la comunidad se pone en peligro la supervivencia de la fe. Cuando falta la comunidad, desaparece el ámbito donde compartir y celebrar la fe; y la fe que no se comparte ni se celebra de manera comunitaria, difícilmente puede transmitirse.

    El Señor no abandonó a su pueblo. Suscitó al profeta Ageo para que reconstruyese la comunidad judía. La misión de Ageo era difícil: debía conseguir que una pluralidad de individuos dispersos constituyese una comunidad de vida y de fe. El desafío al que se enfrentó Ageo es muy semejante al que deben encarar muchas de nuestras comunidades cristianas.

    La palabra hebrea “Ageo” significa “el que ha nacido en día festivo”. La simple pronunciación del nombre del profeta recordaba a los judíos la necesidad de celebrar de forma comunitaria el día santo de los judíos, el Sábado.

    El ministerio de Ageo fue breve, se extendió tan solo a lo largo del otoño del año 520 aC. Como decíamos antes su tarea radicaba en transformar una muchedumbre de judíos en una comunidad viva. Su mensaje insistía en la necesidad de reconstruir el Templo de Jerusalén (Ag 1,8), devastado por Nabucodonosor cuando tomó la Ciudad Santa (587 aC). La reconstrucción del Templo no se refería, principalmente, a la reedificación material del edificio, sino al restablecimiento de la comunidad judía. La predicación de Ageo consiguió restablecer la comunidad, y la comunidad reconstruida pudo reedificar el Templo que fue consagrado en el año 515 aC (cf. Esd 3,12-13).

    La enseñanza de Ageo es importante. Muestra que la transmisión de la fe sólo es posible cuando existe una comunidad que la vive y la celebra. El Templo reconstruido constituye el símbolo de la comunidad reconstruida. Evidentemente, el desarrollo del cristianismo se sustenta en la acción del Espíritu Santo; pero la supervivencia del cristianismo en nuestra sociedad depende de la existencia de comunidades cristianas vivas, capaces de dar testimonio de Cristo resucitado.

    La enseñanza del AT halla su plenitud en el NT. La Primera carta de s.Pedro, evocando la profecía de Ageo, alude a los cristianos como piedras vivas de la Iglesia (1P 2,5). Del mismo modo que el Templo de Jerusalén era el símbolo de la comunidad judía, un templo cristiano debe ser la metáfora de los cristianos que forman la comunidad. El cristiano se convierte en “piedra viva” de la Iglesia cuando a través de su compromiso personal construye la comunidad parroquial, y cuando mediante su compromiso en la transformación de la sociedad edifica el  Reino de Dios.
                                                            
                                                                                              Francesc Ramis Darder. 

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