Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
La palabra “Cristo” es la traducción al griego de la voz hebrea “Mesías” y significa “Ungido”. El rey de Israel era ungido con el aceite consagrado que simbolizaba la recepción del Espíritu de Dios; como consecuencia, el monarca se convertía en gobernador de Israel, y en el intermediario entre Yahvé y su pueblo. El rey dirigía políticamente el país; debía cuidar con el mayor esmero, que brotaran las condiciones del Reino de Dios; es decir, la justicia y el bienestar de todos.
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La palabra “Cristo” es la traducción al griego de la voz hebrea “Mesías” y significa “Ungido”. El rey de Israel era ungido con el aceite consagrado que simbolizaba la recepción del Espíritu de Dios; como consecuencia, el monarca se convertía en gobernador de Israel, y en el intermediario entre Yahvé y su pueblo. El rey dirigía políticamente el país; debía cuidar con el mayor esmero, que brotaran las condiciones del Reino de Dios; es decir, la justicia y el bienestar de todos.
A pesar de su responsabilidad, los reyes no se comportaron como garantes de los designios divinos, sino que sus abusos y arbitrariedades llevaron a la nación al desastre. En 587 a.C, Jerusalén fue destruida y sus habitantes llevados al exilio de Babilonia. A la vuelta del destierro el pueblo fue administrado por sacerdotes (538 a.C.). El Sacerdote Principal recibió la unción que antes pertenecía al reyes, y recibió el encargo de conducir el país por la senda de la justicia; pero, los sacerdotes tampoco consiguieron inaugurar entre el pueblo la realidad del Reino de Dios (Lev 4, 3.5; 2 Mc 1, 10).
Ante el fracaso de sacerdotes y reyes comenzó a surgir en los ambientes proféticos el deseo de la llegada del auténtico Mesías, del verdadero ungido del Señor que diera origen al Reino de Dios. En algunos círculos se aguardaba incluso la llegada de dos Mesías: un Mesías sacerdote y un Mesías rey (Ez 45, 1-8; Zac 4, 1-14).
Durante el siglo I las condiciones sociales de Palestina eran precarias. Por todas partes palpitaba el deseo de la pronta llegada del Mesías que instaurara el Reino de Dios. El NT presenta a Jesús de Nazaret como el “Mesías” esperado (Mt 1, 16). Jesús no inauguró el Reino de Dios ejerciendo el poder habitual de los reyes o la influencia de los sacerdotes antiguos.
Jesús es el Mesías que inaugura el Reino de Dios viviendo y enseñando el valor de humildad, la grandeza del servicio al prójimo, la importancia de compartir los bienes, el amor a los pobres, el empeño por la justicia, y la certeza de que nuestra vida reposa siempre en las buenas manos de Dios, el Padre que nos ama y protege.
Francesc Ramis Darder
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