domingo, 17 de enero de 2021

MESOPOTAMIA

 



                                                    Francesc Ramis Darder

                                                    bibliayoriente.blogspot.com

lunes, 11 de enero de 2021

MARÍA, HERMANA DE MOISÉS

 

                                                                          Francesc Ramis Darder

                                                                          bibliayoriente.blogspot.com


  

    La identidad de María puede entreverse a través de las listas genealógicas del AT. Como narra la historia cronista, un hijo de Leví, Queat, engendró a Amrán, de quien nacieron: Aarón, Moisés y María (1Cr 5,29). Conviene señalar que la lista genealógica de la tribu de Leví sólo refiere la identidad de una mujer: María (1Cr 5,27-6,38); el detalle pone de manifiesto la especial relevancia de María.

 

    El libro de los Números ahonda en la ascendencia de María: la mujer de Amrán se llamaba Yoquébed, hija de Leví, que le nació a Leví en Egipto, Amrán tuvo con ella a Aarón, a Moisés y María su hermana (Nm 26,59). El texto recalca la ascendencia levítica de María, hermana de Aarón y Moisés, y el lugar de nacimiento de su madre, Egipto.

 

    Las genealogías del libro del Éxodo acotan la descendencia de Amrán y Yoquébed a los hijos varones: Aarón y Moisés (Ex 6,20). Cuando el libro relata la ocasión en que la madre de Moisés escondió a su hijo en la cesta que puso entre los juncos del Río, subraya como la hermana del niño se apostó a lo lejos para ver en que paraba todo; ahora bien, a pesar de la mención de los hermanos, el texto omite sus nombres: Moisés y María (Ex 2,1-4).

 

    Según 1Cr 5,29 y Nm 25,59 la única hermana de Moisés es María, y a tenor de Ex 2,4 la hermana de Moisés tendría que ser mayor que él, de lo contrario ¿como podría apostarse junto al Río si fuera menor que el recién nacido? Así pues, cabe pensar que 1Cr 5,29 y Nm 25,59 no mencionan a María en tercer lugar, después de Aarón y Moisés, para indicar que fuera la hermana menor, sino que la colocarían en tercer lugar en razón del protocolo que situaba la condición femenina en el último escalón; como es evidente, el texto disimula la relevancia de María respecto de Moisés y Aarón.

 

    Como hemos señalado, el relato de la cesta de mimbre no menciona el nombre de la hermana de Moisés, María; y, por si fuera poco, el libro del Éxodo se refiera a María tan sólo como hermana de Aarón: “María la profetisa, hermana de Aarón” (Ex 15,20). La mención de la hermandad entre María y Moisés, asentada en Crónicas y Números, desaparece; pues a excepción de 1Cr 5,29 y Nm 25,29 ningún otro texto señala el parentesco entre Moisés y María.

 

   ¿A que se debe la decisión de relegar el papel de María? A nuestro entender, el desaire no es casual, sino deliberado. Con la intención de recalcar la grandeza de Moisés, los redactores de libro del Éxodo, varones insignes, mitigaron la relevancia de María. Sin embargo, al ahondar entre las líneas del libro, aún apreciamos la importancia de María, ensombrecida por la magnificencia de Moisés. Veámoslo

 

    Como narra el libro del Éxodo, el faraón, temeroso de los hebreos esclavizados en Egipto, proclamó un edicto: “A todo niño recién nacido (hebreo) arrojadlo al Río; pero a las niñas, dejadlas con vida” (Ex 1,22). En esta coyuntura, un hombre de la casa de Leví (Amrán) tomó por mujer una hija de Leví (Yoquébed). La mujer concibió y dio a luz un hijo (Moisés). La orden del faraón determinaba la muerte de la criatura; pero la madre, ansiosa por salvarlo, metió al niño en una cestilla que depositó entre los juncos del Río. La hermana del niño (María) se apostó a lo lejos para ver lo que pasaba.

 

    Cuando la hija del faraón bajó a bañarse en el Río, vio la cestilla. Al abrirla, exclamó: “Es un niño hebreo” (Ex 2,6). La princesa sabía que la muerte era el destino de los niños hebreos, pero se compadeció de la criatura. De pronto, la hermana del niño (María) se presentó ante la princesa con una propuesta sorprendente: “¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe este niño?” (Ez 2,7).

 

    La hija del faraón aceptó la oferta, y la hermana le presentó a la madre del niño (Yoquébed). La madre crió a su propio hijo (Moisés) y, cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés. Conviene notar que el relato omite el nombre de los protagonistas de la historia, con excepción del niño a quien la princesa llamará Moisés.

 

    La ingenuidad del relato trasparenta la importancia de María por cuanto concierne a la misión de Moisés. La madre del niño (Yoquébed), en connivencia con la hermana (María), burla la orden del faraón para salvar la vida de la criatura que debía morir ahogada. Aunque desconozcamos la legislación, cabe pensar que la desobediencia a la orden faraónica ponía en riesgo la vida del culpable; así pues, la hermana puso en jaque su propia vida para que Moisés conservara la suya.

 

    Cuando Moisés era mayor, constató los duros trabajos que soportaban los hebreos. Como narra la Escritura, auxilió a los de su raza: mató a un egipcio que maltrataba un hebreo e intentó calmar las rencillas entre los hombres de su pueblo. La actitud de Moisés suscitó el recelo del faraón que instó su ejecución. Moisés huyó al país de Madián, donde conoció a Reuel y contrajo matrimonio con Séfora, su hija.

 

    Ahora bien, mientras Moisés recibía una educación principesca, María soportaba, junto al resto de hebreos, la tiranía egipcia (Ex 2,23); Moisés pudo escapar de la persecución del faraón, pero María tuvo que permanecer bajo el despotismo egipcio.

 

    María, como el resto de su pueblo, imploró el auxilio divino, hasta que Dios escuchó su clamor e intervino (Ex 2,24-25). Como sabemos, el Señor se reveló a Moisés en el monte Horeb para enviarle a Egipto, en compañía de su hermano Aarón, para liberar a los hebreos sometidos a esclavitud. Moisés se convertirá en el libertador, pero será el clamor de los oprimidos, entre quienes se encuentra María, el que suscitará la intervención divina en bien de quienes sufren la esclavitud en Egipto.

 

    Moisés liberó al pueblo y lo condujo hasta el mar; las aguas se abrieron, el ejército egipcio sucumbió entre las olas, mientras los hebreos cruzaron las aguas a pie enjuto.    Cuando el pueblo liberado alcanzó la otra orilla, Moisés y todos los israelitas entonaron un cántico triunfal en honor del Señor (Ex 15,1-18). Concluido el cántico, el relato menciona la identidad de María, hermana de Moisés, por vez primera vez en el libro del Éxodo. María, la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un pandero, y todas las mujeres la seguían con panderos, bailando; y María les respondía: “¡Cantad al Señor, por la gloria de su victoria; caballos y jinetes precipitó en el mar!” (Ex 15,21).

 

    El cántico triunfal, entonado por Moisés y la asamblea, sugiere sobre todo la experiencia de los libertadores; recordemos que Moisés, protagonista de la liberación y vocero del cántico, no había palpado en sus carnes el penar del esclavo. A modo de contrapunto, el testimonio de María, eco de la algazara de las mujeres, traspira el aire de quienes fueron esclavos, pues mientras Moisés crecía como un príncipe, María, voz del cantar femenino, sufría el oprobio junto al Nilo.

 

    María sabe del penar del esclavo, pero también ha desempeñado una tarea relevante en la liberación de su pueblo. Su intervención fue decisiva para la salvación de Moisés, el libertador elegido, mientras su plegaria, unida a la comunidad cautiva, suscitó la decisión divina de enviar a Moisés para salvar al pueblo doliente. La figura de María encarna el compromiso de los oprimidos que luchan por su liberación.

 

    El libro del Éxodo es parco en el uso del término ‘profeta’, sólo aparece dos veces. La primera denota la relación entre Aarón y Moisés; dijo Dios a Moisés: “Mira yo te hago un dios para el faraón y tu hermano Aarón será tu profeta; tú le dirás cuanto yo te mande; y Aarón, tu hermano, se lo dirá al faraón” (Ex 7,1-2). En definitiva, Dios habla a Moisés, Moisés se lo comunica a Aarón quien a su vez lo hace saber al faraón; es decir, Aarón es el profeta de Moisés porque habla por boca de Moisés para anunciar al rey de Egipto la voluntad divina.

 

    La segunda vez que aparece el término ‘profeta’ lo hace en femenino, ‘profetisa’, para caracterizar la función de María en el seno de la asamblea liberada. La profetisa refiere a las mujeres, por una parte, lo que Dios ha hecho en bien de su pueblo: “caballo y jinete precipitó en el mar”; y, por otra, invita a las mujeres a la alabanza divina: “¡Cantad al Señor, por la gloria de su victoria!”. Así como Aarón comunicaba al faraón la palabra de Moisés, calco de la voluntad divina, María hace saber a las mujeres la forma en que el Señor ha derrotado a los enemigos: Aarón es el profeta de Moisés, pero María es la profetisa de Dios que comunica el gozo de la salvación al pueblo liberado.

 

    María representa la voz de los oprimidos que luchan por la libertad. Bajo la mención de la plegaria de los esclavos, entre quienes se cuenta María, palpita la solidaridad comunitaria, y bajo la astucia de la hermana (María) ante la princesa late la lucha de los siervos por su propia liberación. Aún así, el ejemplo de María, modelo de combate por la libertad, queda ensombrecido por la prestancia de Moisés; pero, cabe pensar ¿qué hubiera sucedido con el libertador, si la hermana no hubiera vigilado la cesta de mimbre?

 

    Como hemos expuesto, libro del Éxodo pretende oscurecer, sin conseguirlo del todo, la personalidad de María para resaltar la grandeza de Moisés. Veremos ahora como el libro de los Números intenta ensalzar la identidad de Aarón a costa de la figura de María. El libro relata la disputa de María y Aarón con Moisés. María y Aarón murmuraron contra Moisés a causa de la mujer cusita que el libertador había tomado por esposa (Nm 12).

 

    Al decir de la Escritura, Moisés contrajo matrimonio con Seforá, hija de Raguel, sacerdote de Madián, Ahora bien, María y Aarón le recriminan el matrimonio con una cusita. ¿A que mujer se refieren? Según el sentido habitual, el país de Cus corresponde a Etiopía, pero en la profecía de Habacuc, la región de Cusán se identifica con Madián (Hab 3,7); desde esta perspectiva, Cusán, o Cus, podría ser la designación arcaica de Madián. Así pues, María y Aarón podrían estar censurando el matrimonio de Moisés con Seforá, la madianita. ¿Por qué motivo?

 

    Aunque Moisés fuera hebreo, descendiente de Leví, había recibido la educación de un príncipe egipcio, y su matrimonio con Seforá, hija de un sacerdote de Madián, le habría imbuido en la cultura y la religiosidad madianita. Aún siendo hebreo, Moisés tenía una formación extranjera, egipcia y madianita. Así pues, quizá cabe pensar que pudiera desempeñar la misión de guiar al pueblo desde parámetros un tanto ajenos a la mentalidad hebrea, egipcios y madianitas. Desde este ángulo, la protesta de Aarón y María no censuraría el matrimonio de Moisés como tal, sino los modales distantes de la idiosincrasia hebrea que caracterizarían la conducta del libertador.

 

    Así lo certifica la crítica de Aarón y María, cuando censuran la arrogancia de Moisés: “¿Acaso ha hablado el Señor sólo con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?” (Nm 12,2). Ambos reivindican su papel como interlocutores de Dios y, por tanto, su función como guías de la comunidad peregrina. El mismo relato confirma la dignidad de Aarón y María para desempeñar un papel relevante, pues Dios también se dirigió a María y Aarón: “el Señor dijo a Moisés, a Aarón y a María […]” (Nm 12,4).

 

    Aarón y María desempeñaron un papel determinante en la liberación del pueblo. El empeño de María fue decisivo: su valentía posibilitó que Moisés, oculto en la cestilla, conservara la vida. La tarea de Aarón también fue esencial: su papel de intermediario entre Moisés y el faraón determinó, en buena medida, la salida de Egipto. Cuando Aarón y María reivindican ante Moisés su relevancia dirigente, están cargados de razón; sobre todo, si Moisés, deudo de su educación, rige la comunidad con acento extranjero, obviando, quizá, las costumbres hebreas.

 

    No obstante, el hilo del relato parece desoír la queja de María y Aarón mientras exalta la grandeza de Moisés. El libertador aparece como “el más humilde de los hombres”, el que habla con Dios boca a boca y contempla la imagen divina (Ex 12,3.6-7ª). A modo de contraluz, la narración pone en boca de Dios la severa censura contra la conducta de Aarón y María; pero, sorprendentemente, el furor divino descarga su ira tan sólo sobre María para herirla con el flagelo de la lepra: “María advirtió que estaba leprosa” (Ex 12,10).

 

    De inmediato, surge una pregunta: ¿Por qué el redactor del libro subraya que Dios se ceba con María y deja impune a Aarón? A decir de los comentaristas, el ascendente sacerdotal de Aarón determinó que el autor de la epopeya del Éxodo viera con malos ojos que el sacerdote por excelencia, Aarón, contrajera la lepra como castigo divino; por esa razón, habría suprimido la mención de la lepra que, según la tradición original, también habría recaído sobre el hermano de Moisés.

 

    Sin desdeñar la posición de los eruditos, cabe otra interpretación. El relato enfatiza que fue María quien incitó la disputa, el texto dice literalmente: “Habló María con Aarón contra Moisés” (Ex 12,1); tal vez por esa razón, el autor del relato descargue el  castigo divino sobre María y exima a Aarón de cualquier reproche. Ahora bien, la frase subraya, y eso es lo importante, que fue María quien suscitó la protesta contra Moisés. Aarón juega un papel subordinado, sólo tras escuchar a María toma parte en la queja contra Moisés. La posición de María determina la protesta contra las formas extranjeras con que Moisés dirige el destino de la comunidad liberada; quizá por eso el redactor del libro derrame el furor divino sobre María y deje indemne la complicidad de Aarón.  

     

    Atento al dolor de María, Aarón implora el perdón divino por el pecado que ambos han cometido: la crítica contra Moisés, el siervo de Dios. Entonces Moisés, el mediador divino, suplica la curación. Al decir del relato, Dios accede, pero señala un matiz: “Que permanezca siete días fuera del campamento, después será admitida de nuevo” (Nm 12,14). Como señala la narración, María quedó siete días fuera del campamento; pero el pueblo no partió hasta que ella pudo reintegrase en la asamblea peregrina.

 

    El pueblo obedece a Moisés y respeta a Aarón, pero sólo emprende la ruta cuando llega María. ¿Por qué motivo? Como expusimos, María compartió la vida de los esclavos, mientras Moisés crecía en palacio; y, también ella, como acabamos de ver, levantó la voz contra la arbitrariedad de Moisés. Sin duda, la dimensión profética de María radica en la decisión de convertirse en la voz de los que más han sufrido en Egipto y en el clamor de quienes son desdeñados por la autoridad israelita; por esa razón, el pueblo aguarda el regreso de su mejor valedor: María, la profetisa.

 

    Aunque los relatos dejen a María a la sombra de Moisés y Aarón, la Escritura compensa la afrenta concediéndole un título solemne: “la profetisa” (Ex 15,20). Si comenzamos a leer la Biblia por la primera página, constataremos que María es la tercera persona reconocida como profeta: el primero es Abrahán (Gn 20,7) y el segundo es Aarón (Ex 7,1).

 

   Apurando el análisis, el profetismo de María también evoca el de Abrahán. El Génesis adscribe el profetismo de Abrahán a su capacidad de interceder por el bien del rey de Guerar. Como subraya el relato, dijo Dios al monarca: “Este hombre (Abrahán) es un profeta, él rogará por ti para que vivas” (Gn 20,7). El profetismo de María también esconde, en buena medida, la función intercesora; pues, mediante la reivindicación y la crítica, intercede en favor del pueblo peregrino, a veces desdeñado por el talante autoritario de Moisés.

 

    El libro de los Números certifica que María murió en Cadés, y que allí fue sepultada (Nm 20,1). El Deuteronomio, recordando la lepra que contrajo María, advierte sobre la necesidad de observar las normas levíticas que previenen el contagio (Dt 24,9).

 

    Sin embargo será otro profeta, Miqueas, quien devolverá a María el papel que le corresponde en la liberación del pueblo sometido. Dice la profecía: “Yo (Dios) te saqué (a Israel) del país de Egipto, te rescaté de la esclavitud y mandé delante de ti a Moisés, Aarón y María” (Miq 6,4). La voz del profeta reconoce el papel de la profetisa. María, oculta bajo el manto de sus hermanos, salvó la vida de Moisés, imploró la salvación del pueblo esclavizado, reivindicó la dignidad de la comunidad peregrina y, sobre todo, fue la voz de quienes padecieron la humillación en Egipto y de quienes sufrieron menosprecio durante la ruta del desierto.

 

    Condicionados por el atavismo cultural, los autores bíblicos eclipsaron la grandeza de María bajo la magnificencia de Aarón y de Moisés; sin embargo, el susurro de la Escritura aún deja entreoír la nobleza de María: profetisa de Dios y profetisa del pueblo.        


martes, 5 de enero de 2021

¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR?

 

                                                                             Francesc Ramis Darder

                                                                             bibliayoriente.blogspot.com

 

Como sugiere la Escritura, la capacidad de pensar implica el esfuerzo por adoptar el estilo de vida propio del profeta y del sabio. Veámoslo.

 

    En el ámbito cultural mesopotámico, las leyes asirias llamaban la atención por su crueldad, la aplicación feroz de la pena de muerte y la presencia de los castigos vicarios; este último aspecto es curioso, prevé que un inocente cumpla la pena del culpable. El pueblo hebreo inspiró su legislación en las leyes mesopotámica, pero cambió la raíz del planteamiento. El AT reduce la pena de muerte al mínimo, pues la pena capital, habitual en la antigüedad, está muy mitigada. Además, dulcificó la dureza del castigo; impidió que el inocente cumpliera la condena del culpable y prohibió los sacrificios humanos.

 

   La dureza de la legislación asiria parecía querer eliminar la vida. En cambio, las leyes israelitas favorecía la vida en todos los aspectos; por eso los profetas exigían que la ley fomentara el bienestar y la vida comunitaria. Amós advierte que la riqueza de unos pocos arroja al pueblo en la miseria, por eso demanda la justicia para obtener una existencia digna para todos (Am 8,4-14); de modo análogo, cuando Oseas percibe la insolidaridad social, reclama la misericordia (Os 1-3). En definitiva, los profetas exigen la promoción social y humana del pueblo; así siembran la vida, pues promueven la justicia, la misericordia, el perdón y la esperanza.

 

    En contraposición a la cultura mesopotámica, el mundo de las leyes; Egipto aparece  como el país de los sabios. Todo egipcio quería poseer una elocuencia deslumbrante para convencer a hombres y dioses de cualquier idea. La obra literaria más conocida es el “Libro de los Muertos”. Los hebreos aprendieron la sabiduría egipcia, pero recalcaron un aspecto decisivo. La sabiduría no solo consistía en la “elocuencia deslumbrante”, debía desarrollar la “responsabilidad” ante la vida. La sabiduría bíblica implica el esfuerzo del hombre por acrecer sus virtudes y atemperar sus defectos para alcanzar la madurez personal y la armonía social; así la sabiduría se convierte en el arte de ser profundamente humano (Ecl 3,1-8).

 

    Saber pensar implica adoptar el estilo de vida del sabio y del profeta. A la luz de los sabios, significa actuar con responsabilidad ante la vida, desarrollando las virtudes y corrigiendo las carencias personales y sociales. A tenor de los profetas, requiere el compromiso en la promoción de la vida, sembrando la justicia, la fe y la misericordia.