Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
La identidad de María puede entreverse a
través de las listas genealógicas del AT. Como narra la historia cronista, un
hijo de Leví, Queat, engendró a Amrán, de quien nacieron: Aarón, Moisés y María
(1Cr 5,29). Conviene señalar que la lista genealógica de la tribu de Leví sólo
refiere la identidad de una mujer: María (1Cr 5,27-6,38); el detalle pone de
manifiesto la especial relevancia de María.
El libro de los Números ahonda en la
ascendencia de María: la mujer de Amrán se llamaba Yoquébed, hija de Leví, que
le nació a Leví en Egipto, Amrán tuvo con ella a Aarón, a Moisés y María su
hermana (Nm 26,59). El texto recalca la ascendencia levítica de María, hermana
de Aarón y Moisés, y el lugar de nacimiento de su madre, Egipto.
Las genealogías del libro del Éxodo acotan
la descendencia de Amrán y Yoquébed a los hijos varones: Aarón y Moisés (Ex
6,20). Cuando el libro relata la ocasión en que la madre de Moisés escondió a
su hijo en la cesta que puso entre los juncos del Río, subraya como la hermana
del niño se apostó a lo lejos para ver en que paraba todo; ahora bien, a pesar
de la mención de los hermanos, el texto omite sus nombres: Moisés y María (Ex
2,1-4).
Según 1Cr 5,29 y Nm 25,59 la única hermana
de Moisés es María, y a tenor de Ex 2,4 la hermana de Moisés tendría que ser
mayor que él, de lo contrario ¿como podría apostarse junto al Río si fuera
menor que el recién nacido? Así pues, cabe pensar que 1Cr 5,29 y Nm 25,59 no
mencionan a María en tercer lugar, después de Aarón y Moisés, para indicar que
fuera la hermana menor, sino que la colocarían en tercer lugar en razón del
protocolo que situaba la condición femenina en el último escalón; como es
evidente, el texto disimula la relevancia de María respecto de Moisés y Aarón.
Como hemos señalado, el relato de la cesta
de mimbre no menciona el nombre de la hermana de Moisés, María; y, por si fuera
poco, el libro del Éxodo se refiera a María tan sólo como hermana de Aarón:
“María la profetisa, hermana de Aarón” (Ex 15,20). La mención de la hermandad
entre María y Moisés, asentada en Crónicas y Números, desaparece; pues a
excepción de 1Cr 5,29 y Nm 25,29 ningún otro texto señala el parentesco entre
Moisés y María.
¿A que se debe la decisión de relegar el
papel de María? A nuestro entender, el desaire no es casual, sino deliberado.
Con la intención de recalcar la grandeza de Moisés, los redactores de libro del
Éxodo, varones insignes, mitigaron la relevancia de María. Sin embargo, al
ahondar entre las líneas del libro, aún apreciamos la importancia de María,
ensombrecida por la magnificencia de Moisés. Veámoslo
Como narra el libro del Éxodo, el faraón,
temeroso de los hebreos esclavizados en Egipto, proclamó un edicto: “A todo
niño recién nacido (hebreo) arrojadlo al Río; pero a las niñas, dejadlas con
vida” (Ex 1,22). En esta coyuntura, un hombre de la casa de Leví (Amrán) tomó
por mujer una hija de Leví (Yoquébed). La mujer concibió y dio a luz un hijo
(Moisés). La orden del faraón determinaba la muerte de la criatura; pero la
madre, ansiosa por salvarlo, metió al niño en una cestilla que depositó entre
los juncos del Río. La hermana del niño (María) se apostó a lo lejos para ver
lo que pasaba.
Cuando la hija del faraón bajó a bañarse en
el Río, vio la cestilla. Al abrirla, exclamó: “Es un niño hebreo” (Ex 2,6). La
princesa sabía que la muerte era el destino de los niños hebreos, pero se
compadeció de la criatura. De pronto, la hermana del niño (María) se presentó
ante la princesa con una propuesta sorprendente: “¿Quieres que vaya a buscarte
una nodriza hebrea para que te críe este niño?” (Ez 2,7).
La hija del faraón aceptó la oferta, y la
hermana le presentó a la madre del niño (Yoquébed). La madre crió a su propio
hijo (Moisés) y, cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón,
la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés. Conviene notar que el relato
omite el nombre de los protagonistas de la historia, con excepción del niño a
quien la princesa llamará Moisés.
La ingenuidad del relato trasparenta la
importancia de María por cuanto concierne a la misión de Moisés. La madre del
niño (Yoquébed), en connivencia con la hermana (María), burla la orden del
faraón para salvar la vida de la criatura que debía morir ahogada. Aunque
desconozcamos la legislación, cabe pensar que la desobediencia a la orden
faraónica ponía en riesgo la vida del culpable; así pues, la hermana puso en
jaque su propia vida para que Moisés conservara la suya.
Cuando Moisés era mayor, constató los duros
trabajos que soportaban los hebreos. Como narra la Escritura, auxilió a los de
su raza: mató a un egipcio que maltrataba un hebreo e intentó calmar las
rencillas entre los hombres de su pueblo. La actitud de Moisés suscitó el
recelo del faraón que instó su ejecución. Moisés huyó al país de Madián, donde
conoció a Reuel y contrajo matrimonio con Séfora, su hija.
Ahora bien, mientras Moisés recibía una
educación principesca, María soportaba, junto al resto de hebreos, la tiranía
egipcia (Ex 2,23); Moisés pudo escapar de la persecución del faraón, pero María
tuvo que permanecer bajo el despotismo egipcio.
María, como el resto de su pueblo, imploró
el auxilio divino, hasta que Dios escuchó su clamor e intervino (Ex 2,24-25).
Como sabemos, el Señor se reveló a Moisés en el monte Horeb para enviarle a
Egipto, en compañía de su hermano Aarón, para liberar a los hebreos sometidos a
esclavitud. Moisés se convertirá en el libertador, pero será el clamor de los
oprimidos, entre quienes se encuentra María, el que suscitará la intervención
divina en bien de quienes sufren la esclavitud en Egipto.
Moisés liberó al pueblo y lo condujo hasta
el mar; las aguas se abrieron, el ejército egipcio sucumbió entre las olas,
mientras los hebreos cruzaron las aguas a pie enjuto. Cuando el pueblo liberado alcanzó la otra
orilla, Moisés y todos los israelitas entonaron un cántico triunfal en honor
del Señor (Ex 15,1-18). Concluido el cántico, el relato menciona la identidad
de María, hermana de Moisés, por vez primera vez en el libro del Éxodo. María,
la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un pandero, y todas las mujeres
la seguían con panderos, bailando; y María les respondía: “¡Cantad al Señor,
por la gloria de su victoria; caballos y jinetes precipitó en el mar!” (Ex
15,21).
El cántico triunfal, entonado por Moisés y
la asamblea, sugiere sobre todo la experiencia de los libertadores; recordemos
que Moisés, protagonista de la liberación y vocero del cántico, no había
palpado en sus carnes el penar del esclavo. A modo de contrapunto, el
testimonio de María, eco de la algazara de las mujeres, traspira el aire de quienes
fueron esclavos, pues mientras Moisés crecía como un príncipe, María, voz del
cantar femenino, sufría el oprobio junto al Nilo.
María sabe del penar del esclavo, pero
también ha desempeñado una tarea relevante en la liberación de su pueblo. Su
intervención fue decisiva para la salvación de Moisés, el libertador elegido,
mientras su plegaria, unida a la comunidad cautiva, suscitó la decisión divina
de enviar a Moisés para salvar al pueblo doliente. La figura de María encarna
el compromiso de los oprimidos que luchan por su liberación.
El libro del Éxodo es parco en el uso del
término ‘profeta’, sólo aparece dos veces. La primera denota la relación entre
Aarón y Moisés; dijo Dios a Moisés: “Mira yo te hago un dios para el faraón y
tu hermano Aarón será tu profeta; tú le dirás cuanto yo te mande; y Aarón, tu
hermano, se lo dirá al faraón” (Ex 7,1-2). En definitiva, Dios habla a Moisés,
Moisés se lo comunica a Aarón quien a su vez lo hace saber al faraón; es decir,
Aarón es el profeta de Moisés porque habla por boca de Moisés para anunciar al
rey de Egipto la voluntad divina.
La segunda vez que aparece el término
‘profeta’ lo hace en femenino, ‘profetisa’, para caracterizar la función de
María en el seno de la asamblea liberada. La profetisa refiere a las mujeres,
por una parte, lo que Dios ha hecho en bien de su pueblo: “caballo y jinete
precipitó en el mar”; y, por otra, invita a las mujeres a la alabanza divina:
“¡Cantad al Señor, por la gloria de su victoria!”. Así como Aarón comunicaba al
faraón la palabra de Moisés, calco de la voluntad divina, María hace saber a
las mujeres la forma en que el Señor ha derrotado a los enemigos: Aarón es el
profeta de Moisés, pero María es la profetisa de Dios que comunica el gozo de
la salvación al pueblo liberado.
María representa la voz de los oprimidos
que luchan por la libertad. Bajo la mención de la plegaria de los esclavos,
entre quienes se cuenta María, palpita la solidaridad comunitaria, y bajo la
astucia de la hermana (María) ante la princesa late la lucha de los siervos por
su propia liberación. Aún así, el ejemplo de María, modelo de combate por la
libertad, queda ensombrecido por la prestancia de Moisés; pero, cabe pensar
¿qué hubiera sucedido con el libertador, si la hermana no hubiera vigilado la
cesta de mimbre?
Como hemos expuesto, libro del Éxodo
pretende oscurecer, sin conseguirlo del todo, la personalidad de María para
resaltar la grandeza de Moisés. Veremos ahora como el libro de los Números
intenta ensalzar la identidad de Aarón a costa de la figura de María. El libro
relata la disputa de María y Aarón con Moisés. María y Aarón murmuraron contra
Moisés a causa de la mujer cusita que el libertador había tomado por esposa (Nm
12).
Al decir de la Escritura, Moisés contrajo matrimonio
con Seforá, hija de Raguel, sacerdote de Madián, Ahora bien, María y Aarón le
recriminan el matrimonio con una cusita. ¿A que mujer se refieren? Según el
sentido habitual, el país de Cus corresponde a Etiopía, pero en la profecía de
Habacuc, la región de Cusán se identifica con Madián (Hab 3,7); desde esta
perspectiva, Cusán, o Cus, podría ser la designación arcaica de Madián. Así
pues, María y Aarón podrían estar censurando el matrimonio de Moisés con
Seforá, la madianita. ¿Por qué motivo?
Aunque Moisés fuera hebreo, descendiente de
Leví, había recibido la educación de un príncipe egipcio, y su matrimonio con
Seforá, hija de un sacerdote de Madián, le habría imbuido en la cultura y la
religiosidad madianita. Aún siendo hebreo, Moisés tenía una formación
extranjera, egipcia y madianita. Así pues, quizá cabe pensar que pudiera
desempeñar la misión de guiar al pueblo desde parámetros un tanto ajenos a la
mentalidad hebrea, egipcios y madianitas. Desde este ángulo, la protesta de
Aarón y María no censuraría el matrimonio de Moisés como tal, sino los modales
distantes de la idiosincrasia hebrea que caracterizarían la conducta del
libertador.
Así lo certifica la crítica de Aarón y
María, cuando censuran la arrogancia de Moisés: “¿Acaso ha hablado el Señor
sólo con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?” (Nm 12,2). Ambos
reivindican su papel como interlocutores de Dios y, por tanto, su función como
guías de la comunidad peregrina. El mismo relato confirma la dignidad de Aarón
y María para desempeñar un papel relevante, pues Dios también se dirigió a
María y Aarón: “el Señor dijo a Moisés, a Aarón y a María […]” (Nm 12,4).
Aarón y María desempeñaron un papel
determinante en la liberación del pueblo. El empeño de María fue decisivo: su
valentía posibilitó que Moisés, oculto en la cestilla, conservara la vida. La
tarea de Aarón también fue esencial: su papel de intermediario entre Moisés y
el faraón determinó, en buena medida, la salida de Egipto. Cuando Aarón y María
reivindican ante Moisés su relevancia dirigente, están cargados de razón; sobre
todo, si Moisés, deudo de su educación, rige la comunidad con acento
extranjero, obviando, quizá, las costumbres hebreas.
No obstante, el hilo del relato parece
desoír la queja de María y Aarón mientras exalta la grandeza de Moisés. El
libertador aparece como “el más humilde de los hombres”, el que habla con Dios
boca a boca y contempla la imagen divina (Ex 12,3.6-7ª). A modo de contraluz,
la narración pone en boca de Dios la severa censura contra la conducta de Aarón
y María; pero, sorprendentemente, el furor divino descarga su ira tan sólo
sobre María para herirla con el flagelo de la lepra: “María advirtió que estaba
leprosa” (Ex 12,10).
De inmediato, surge una pregunta: ¿Por qué
el redactor del libro subraya que Dios se ceba con María y deja impune a Aarón?
A decir de los comentaristas, el ascendente sacerdotal de Aarón determinó que
el autor de la epopeya del Éxodo viera con malos ojos que el sacerdote por
excelencia, Aarón, contrajera la lepra como castigo divino; por esa razón,
habría suprimido la mención de la lepra que, según la tradición original,
también habría recaído sobre el hermano de Moisés.
Sin desdeñar la posición de los eruditos,
cabe otra interpretación. El relato enfatiza que fue María quien incitó la
disputa, el texto dice literalmente: “Habló María con Aarón contra Moisés” (Ex
12,1); tal vez por esa razón, el autor del relato descargue el castigo divino sobre María y exima a Aarón de
cualquier reproche. Ahora bien, la frase subraya, y eso es lo importante, que
fue María quien suscitó la protesta contra Moisés. Aarón juega un papel
subordinado, sólo tras escuchar a María toma parte en la queja contra Moisés.
La posición de María determina la protesta contra las formas extranjeras con
que Moisés dirige el destino de la comunidad liberada; quizá por eso el
redactor del libro derrame el furor divino sobre María y deje indemne la
complicidad de Aarón.
Atento al dolor de María, Aarón implora el
perdón divino por el pecado que ambos han cometido: la crítica contra Moisés,
el siervo de Dios. Entonces Moisés, el mediador divino, suplica la curación. Al
decir del relato, Dios accede, pero señala un matiz: “Que permanezca siete días
fuera del campamento, después será admitida de nuevo” (Nm 12,14). Como señala
la narración, María quedó siete días fuera del campamento; pero el pueblo no
partió hasta que ella pudo reintegrase en la asamblea peregrina.
El pueblo obedece a Moisés y respeta a
Aarón, pero sólo emprende la ruta cuando llega María. ¿Por qué motivo? Como
expusimos, María compartió la vida de los esclavos, mientras Moisés crecía en
palacio; y, también ella, como acabamos de ver, levantó la voz contra la
arbitrariedad de Moisés. Sin duda, la dimensión profética de María radica en la
decisión de convertirse en la voz de los que más han sufrido en Egipto y en el
clamor de quienes son desdeñados por la autoridad israelita; por esa razón, el
pueblo aguarda el regreso de su mejor valedor: María, la profetisa.
Aunque los relatos dejen a María a la
sombra de Moisés y Aarón, la Escritura compensa la afrenta concediéndole un
título solemne: “la profetisa” (Ex 15,20). Si comenzamos a leer la Biblia por
la primera página, constataremos que María es la tercera persona reconocida
como profeta: el primero es Abrahán (Gn 20,7) y el segundo es Aarón (Ex 7,1).
Apurando el análisis, el profetismo de María
también evoca el de Abrahán. El Génesis adscribe el profetismo de Abrahán a su
capacidad de interceder por el bien del rey de Guerar. Como subraya el relato,
dijo Dios al monarca: “Este hombre (Abrahán) es un profeta, él rogará por ti
para que vivas” (Gn 20,7). El profetismo de María también esconde, en buena medida,
la función intercesora; pues, mediante la reivindicación y la crítica,
intercede en favor del pueblo peregrino, a veces desdeñado por el talante
autoritario de Moisés.
El libro de los Números certifica que María
murió en Cadés, y que allí fue sepultada (Nm 20,1). El Deuteronomio, recordando
la lepra que contrajo María, advierte sobre la necesidad de observar las normas
levíticas que previenen el contagio (Dt 24,9).
Sin embargo será otro profeta, Miqueas,
quien devolverá a María el papel que le corresponde en la liberación del pueblo
sometido. Dice la profecía: “Yo (Dios) te saqué (a Israel) del país de Egipto,
te rescaté de la esclavitud y mandé delante de ti a Moisés, Aarón y María” (Miq
6,4). La voz del profeta reconoce el papel de la profetisa. María, oculta bajo
el manto de sus hermanos, salvó la vida de Moisés, imploró la salvación del
pueblo esclavizado, reivindicó la dignidad de la comunidad peregrina y, sobre
todo, fue la voz de quienes padecieron la humillación en Egipto y de quienes sufrieron
menosprecio durante la ruta del desierto.
Condicionados por el atavismo cultural, los
autores bíblicos eclipsaron la grandeza de María bajo la magnificencia de Aarón
y de Moisés; sin embargo, el susurro de la Escritura aún deja entreoír la nobleza
de María: profetisa de Dios y profetisa del pueblo.
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