jueves, 27 de septiembre de 2018

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO A LOS CATÓLICOS CHINOS




                                                          Francesc Ramis Darder
                                                          bibliayoriente.blogspot.com



Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal, 26.09.2018





«Su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades
»
(Salmo 100, 5).




Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).

En este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007: «Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12,32)! Por tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).

1.         En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.

Dicha situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que, como sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón.

Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza en la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se demostraron particularmente adversos y difíciles.

Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).

Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso” (cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de Dios.

2.         Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P. Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza, «antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de tenerla, se necesita confianza mutua» (De Amicitia, 7).

Tengo también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro común de mayor armonía.

En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China.

Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase, estamos llamados a recorrer.

Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios y en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.

Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca. Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus seguridades. No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron confiar en Dios, sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).

3.         Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—, para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se abre ante nosotros.

Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.

Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no es normal en la vida de la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).

Quisiera daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas veces, por la fuerte e indebida presión externa.

Por lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente, ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales” ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda sanción canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles a pesar de las dificultades.

4.         En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje apostólico las palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 11).

Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para asumir con renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.

5.         El Acuerdo Provisional firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica.

En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar funcionarios para la gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener pastores auténticos según el corazón de Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta las palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44).

En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación de la conducta personal y del comportamiento eclesial.

6.         A nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión. En este sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).

Que, en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que, en el plano ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado más en el servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona.

7.         Me dirijo a todos vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que vivamos la caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos las contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos a los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico Vaticano II.

A todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19 marzo 2018, 138).

Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor» (ibíd., 139).

8.         En este año, en el que toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100,4). Os pido que colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del Evangelio.

Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.

Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.

Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).

9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que sean acogidos y ayudados como parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133,1).

Que cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos al Señor Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido con auténticas notas chinas.

10.       Me dirijo con respeto a los que guían la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para crecer en la auténtica amistad con el Pueblo chino.

Los contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado, también reciente, y para escribir una página de colaboración más serena y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).

De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad católica en tierra china, y se esforzarán en promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando de forma concreta en la protección del ambiente en el que vivimos y en la construcción de un futuro de paz y de fraternidad entre los pueblos.

Es de suma importancia que también en China, a nivel local, se profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración sencilla y cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas —obispos, sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice el desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las expectativas legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de las Autoridades.
Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).

11.       En nombre de toda la Iglesia, pido al Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la protección maternal de la Virgen María.

Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría del perdón, oh Reina del cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición y de paz. Amén.
Vaticano, 26 de septiembre de 2018

FRANCISCO

domingo, 23 de septiembre de 2018

IGLESIA CATÓLICA CHINA



                                                            Francesc Ramis Darder
                                                            bibliayoriente.blogspot.com




Con el fin de sostener el anuncio del Evangelio en China, el Santo Padre Francisco ha decidido readmitir a la plena comunión eclesial a los restantes obispos "oficiales" ordenados sin mandato pontificio: S.E. Mons. Joseph  Guo Jincai, S.E. Mons. Joseph  Huang Bingzhang, S.E. Mons. Paul Lei Shiyin, S.E. Mons. Joseph  Liu Xinhong, S.E. Mons. Joseph  Ma Yinglin, S.E. Mons. Joseph  Yue Fusheng, S.E. Mons. Vincent Zhan Silu y S.E. Mons. Anthony Tu Shihua, O.F.M. (fallecido el 4 de enero de 2017, habiendo expresado antes de morir su deseo de reconciliarse con la Sede Apostólica).

El Papa Francisco espera que, con las decisiones tomadas, se pueda comenzar un nuevo camino que permita superar las heridas del pasado realizando la plena comunión de todos los católicos chinos.
La comunidad católica en China está llamada a vivir en una colaboración más fraterna, para llevar con un compromiso renovado el anuncio del Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para testimoniar a Jesucristo y el Amor del Padre que perdona y salva.

22 de septiembre de 2018


En el marco de los contactos entre la Santa Sede y la República Popular de China, que están en curso desde hace  tiempo para tratar cuestiones eclesiales de interés común y promover ulteriores relaciones de entendimiento, hoy, 22 de septiembre de 2018, se ha celebrado una reunión en Beijing entre Mons. Antoine Camilleri, Subsecretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, y S.E. el  Sr. Wang Chao, Viceministro de Asuntos Exteriores de la República Popular de China,  respectivamente Jefes de las delegaciones vaticana y china.

En el contexto de esta reunión, ambos representantes firmaron un Acuerdo Provisional sobre el nombramiento de los obispos.

 El Acuerdo Provisional antes mencionado, que es fruto de un acercamiento gradual y recíproco, se estipula después de un largo proceso de delicadas negociaciones y prevé evaluaciones periódicas sobre su implementación. Trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.

La esperanza compartida es que este acuerdo fomente un proceso de diálogo institucional fructífero y con visión de futuro y contribuya positivamente a la vida de la Iglesia Católica en China, para el bien común del pueblo chino y para la paz en el mundo.

22 de septiembre de 2018


Con el deseo de promover el cuidado pastoral de la grey del Señor y  de dedicarse con mayor eficacia a su bien espiritual, el Santo Padre Francisco ha decidido constituir en la China continental, la diócesis de Chengde, sufragánea de Beijing, con sede episcopal en la iglesia catedral de Jesús Buen Pastor, ubicada en la División Administrativa de Shuangluan, "Ciudad de Chengde".

Una parte importante del territorio de la nueva diócesis perteneció al vicariato apostólico de Mongolia Oriental erigido 21 de diciembre de 1883 y elevado a la diócesis de Yejé / Jinzhou con la bula Quotidie Nos del Papa Pío XII el 11 de abril de 1946.

La nueva circunscripción eclesiástica se encuentra en la provincia de Hebei. El territorio es el comprendido en los existentes límites administrativos civiles de la "Ciudad de Chengde" e incluye, por lo tanto, ocho distritos rurales (Chengde, Xinglong, Pingquan, Luanping, Longhua, Fengning, Kuancheng y Weichang) y tres divisiones administrativas (Shuangqiao, Shuangluan y Yingshouyingzikuang).

En consecuencia, se modifican, los límites eclesiásticos de la diócesis de Yejé / Jinzhou y Chifeng en cuanto una parte de su territorio se  asigna ahora a la nueva diócesis de Chengde. Tiene una superficie de 39.519 km² y una población de aproximadamente 3.700.000 habitantes. Según los últimos datos, hay cerca de 25.000 católicos, distribuidos en 12 parroquias, en las que prestan servicios pastorales 7 sacerdotes, unas diez religiosas y algunos seminaristas.

lunes, 17 de septiembre de 2018

¿CÓMO PREDICABA JESÚS?



                                     Francesc Ramis Darder
                                     bibliayoriente.blogspot.com
                                     


Como explicita el evangelio, Jesús de Nazaret anunció el advenimiento del Reinado de Dios (Lc 17,21) y proclamó que Dios es el Padre bueno (abba) que ama sin medida a todo ser humano (Lc 10,21). No se contentó con predicar un mensaje con la radicalidad del entusiasmo y la pedagogía de las parábolas (Lc 10,1-16; Mt 13,1-52); lo puso en práctica mediante signos y prodigios (Mt 8,1-9,38), y lo conjugó con la relación personal con su Padre en la intimidad de la plegaria (Mc 14,36).

     Quien se adhería a la persona y a la Buena Nueva de Jesús se adentraba por la senda de la conversión (Mc 1,15); la senda que abría la puerta a la experiencia de salvación manifestada en la vivencia de las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y la espiritualidad del Padrenuestro (Mt 6,715). La radicalidad de la misión de Jesús determinó su muerte en la cruz (Mt 27,45-56), pero, como había anunciado (Mt 17,22-23), la bondad del Padre le abrió las puertas de la resurrección (Mt 28,1-8; Hch 2,22-36). Como decía Jesús a sus discípulos, también ellos sorberían el acíbar de la persecución (Mc 13,5-13), pero, a imagen del Maestro, palparían el gozo de la vida con Dios para siempre (Lc 23,39-43).

     Como señala el libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús, después de resucitar, se apareció a los apóstoles y les dijo: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la tierra” (Hch 1,8). Los apóstoles, metáfora de la Iglesia, llenos del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 2,1-11), sembraron la semilla del evangelio desde Jerusalén hasta Roma, eco de la Buena Nueva que germina en los surcos del mundo entero.

    Acabamos de sintetizar, en pocas líneas, el mensaje y la vida de Jesús, junto al eco de los albores de la Iglesia. Ahora bien, a nuestro entender, si tuviéramos que elegir dos términos teológicos que subrayaran el atractivo de la vida y la predicación de Jesús en la sociedad de su tiempo, escogeríamos los vocablos “autoridad (exousia)” y “novedad (kaine).

      La palabra “autoridad (exousia)” subraya el contraste entre la enseñanza de Jesús y la docencia de los legistas. A modo de ejemplo, cuando Jesús predicó en la sinagoga de Cafarnaún, “la gente quedó admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad (exousia), y no como los maestros de la ley” (Mc 1,22). En la misma sinagoga, Jesús curó a un enfermo poseído por un espíritu inmundo; entonces, la gente clamó estupefacta: “¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva (kaine), expuesta con autoridad (exousia)! Manda a los espíritus y le obedecen” (Mc 1,27). Mediante el término “autoridad (exousia)”, el planteamiento teológico del evangelio recalca que la actuación de Jesús brotó de la certeza de saberse sostenido por Dios tanto en su estilo de vida como en su mensaje; en definitiva, con el término “autoridad (exousia)” los evangelios certifican que la enseñanza de Jesús está imbuida en la certeza de contener la verdad salvadora (Mt 28,18).

     Por su parte, el término “nueva (kaine)” sentencia que la enseñanza y la actuación de Jesús son nuevas en el sentido de que no se conocía nada igual en Israel hasta entonces (Mc 1,27). Por eso podía decir Jesús a sus oyentes: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente; pero yo os digo: no resistáis al mal, antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra” (Mt 5,38; cf. Ex 21,24); de ese modo, se atrevía a matizar la enseñanza de la ley.

    Como señala el evangelio, Jesús entregó la “autoridad (exousia)” a sus discípulos, pues “llamando a los Doce, les dio autoridad “exousia” sobre los espíritus inmundos para que pudieran expulsarlos, y también para curar toda enfermedad y dolencia” (Mt 1,10). Y, apelando a su propia autoridad, les envió a proclamar la Buena Nueva: “Me ha sido concedida toda autoridad (exousia) en el cielo y en la tierra; id, pues, y haced discípulos entre todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,18-19).

     La “autoridad” (exousia) de los apóstoles, recibida de Jesús, también rezumaba “novedad” (kaine); así parece indicarlo le pregunta que los filósofos dirigen a Pablo en el Areópago: “¿podemos saber cuál es esa doctrina nueva (kaine) que expones?” (Hch 17,19).  Los escritos paulinos remiten, sin cesar, a la “novedad cristiana”. Señalan la invitación a imbuirse en la “vida nueva (kaine)” (Rm 6,4), la “novedad del espíritu (kaine)” (Rm 7,6), la mención  de la “nueva alianza (kaine)” (2Cor 3,6), la existencia cristiana como “nueva creación (kaine)” (Gal 6,15).

    En analogía con el Maestro, la comunidad cristiana primigenia se entendió a sí misma desde el horizonte de la novedad. No en vano, el adjetivo “nuevo” califica la identidad de la Iglesia naciente: la “nueva Jerusalén (kaine)” (Ap 3,12; 21,2) o la comunidad de la “nueva alianza (kaine)” (Hb 8,8), los cristianos se identificaron desde el prisma del “hombre nuevo (kaine)” (Ef 4,24). Así, la “doctrina nueva llena de autoridad (exousia)” (Mc 1,27) convirtió a los seguidores de Jesús en “hombres nuevos (kaine)” (Ef 4,24).

     En definitiva, la entraña del cristianismo, posee la “novedad (kaine)” y la “autoridad (exousia)” capaz de ofrecer una “forma de vida” que colma el “sentido de la existencia” a todo ser humano. A tenor de lo expuesto, el atractivo de la primitiva comunidad cristiana, y de la Iglesia de todos los tiempos, radica en el empeño por vivir y proclamar el evangelio con la “novedad (kaine)” y la “autoridad (exousia)” con que Jesús causaba asombro entre la gente de su tiempo.

jueves, 13 de septiembre de 2018

MALLORCA CATHEDRAL CHAPEL OF OUR LADY OF THE STEP



                                                                               Francesc Ramis Darder
                                                                               bibliayoriente.blogspot.com



CATEDRAL DE MALLORCA CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRADA



                                                                  Francesc Ramis Darder
                                                                  bibliayoriente.blogspot.com

lunes, 10 de septiembre de 2018

BIBLIA Y CIENCIA



                                         Francesc Ramis Darder
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A lo largo de la historia, la ciencia ha abordado tres cuestiones esenciales. Las ciencias físicas han escudriñado el inicio, funcionamiento y desarrollo del Universo. Las ciencias naturales han penetrado en el origen, dinámica, y evolución de la Vida. La antropología y las ciencias humanas han analizado la eclosión, organización, y desarrollo del ser humano. Los autores bíblicos asumieron el planteamiento de la ciencia antigua para describir la naturaleza del Cosmos, la Vida, y el Hombre. A la vez que emprendieron la lectura creyente de la evidencia científica, pues bajo el origen del Cosmos, la eclosión de la Vida, y la presencia del Hombre percibieron la intervención del Señor, que conduce la historia hacia el Reino de Dios, eco de la humanidad enhebrada en la fraternidad y embebida en el amor divino.

    Leer la Biblia significa imbuirse del texto para aprender a vivir  con humanidad y confianza en Dios.  A lo largo del estudio, contemplaremos el desarrollo de la Ciencia y la iluminación creyente que le confiere la Escritura.

1.La ciencia mesopotámica, trasfondo de la cultura bíblica

La Escritura ensalza la personalidad de Salomón como eminente científico, amante de la botánica y la zoología: “Trató sobre las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo; disertó también acerca de cuadrúpedos, aves, peces y reptiles”. Además, también le atribuye conocimientos musicales, literarios y filosóficos: “Compuso tres mil proverbios y su cancionero contenía mil cinco poemas” (1Re 5,9-14). La sabiduría de Salomón refleja el tesón académico de las escuelas de Jerusalén; el ámbito donde los estudiosos escudriñaban el movimiento de los astros, la naturaleza y, sobre todo, el sentido de la existencia humana. Ahora bien, los sabios de Judá, como acontecía en Oriente, participaban de la tradición nacida en Mesopotamia. ¿Cómo era la ciencia del País del Eúfrates?

    Como señala la historia, los sumerios  entendían el universo como un “cosmos encantado”; cualquier cosa, ya fuera la luz del sol o el movimiento de un azadón, manifestaba el latido de un dios que provocaba la luz solar o el cavar de la azada.

    La parte inferior del cosmos estaba constituida por la “Tierra”; el disco sólido, formado por montañas y valles, surcado por ríos, y acotado por mares y lagos, ámbito de la existencia humana. La parte superior conformaba el “Cielo”; el espacio en forma de  bóveda que contenía una enorme masa de agua dulce. Quizá la bóveda podría ser de estaño, pues los sumerios llamaban al estaño “metal del cielo”. La bóveda también disponía de compuertas que al abrirse, por orden divina, propiciaban la lluvia, la caída del agua almacenada en la bóveda de estaño. Los sumerios llamaban a la “Tierra” era “An” y al “Cielo” “Ki”, de ahí que el Cosmos se llamara “An-Ki”. Entre el “Cielo” y la “Tierra” estaba el “aire”, en sumerio “Lil”, equivalente de nuestra atmósfera. La denominación de cielo, tierra y aire constituyen también el nombre del dios que representan; no en vano, el mundo sumerio era, como hemos dicho, un cosmos encantado, identificado con los dioses y movido por ellos.

    Al decir de los sumerios, el sol, la luna y las estrellas estaban formadas por concentraciones de “aire” y dotadas de luminosidad. Las estrellas fijas permanecían ancladas en la parte inferior de la bóveda celeste, mientras los astros móviles (sol, luna, planetas) se desplazaban por las estrías de la bóveda. Además, existían los “mares superiores” que bañaban las costas. Bajo la superficie terrestre, había un gran depósito, el “Mundo subterráneo” que almacenaba las sombras de los difuntos después de la muerte. El conjunto del cosmos yacía suspendido en el seno de un “mar primigenio” que lo envolvía; constituía una amenaza, pues, por voluntad divina podía encabritarse y engullir el cosmos hasta destruirlo.

    Al decir de la ciencia sumeria, el “mar primigenio” existía desde siempre. El “mar primigenio” engendró la “Tierra (An)” y el “Cielo (Ki)”. Cuando “Cielo” y “Tierra” comenzaron a separarse, surgió entre ambos el “aire (Lil)”. Varias porciones de “aire” fueron concentrándose hasta conformar el sol, la luna, los planetas y las estrellas. Cuando los astros, emisores de luz y calor, quedaron anclados en la parte inferior de la bóveda celeste, apreció sobre la tierra, por obra de los dioses, el ser humano junto a los animales y vegetales.

     La Epopeya de Atra-Hasis describe el origen del hombre. Expone como los dioses, cansados del trabajo que realizan en la tierra, deciden crear al hombre para que haga su faena. Modelan al ser humano con arcilla amasada con la sangre de un dios degollado, Tiamat; así pues, el hombre nace de la mezcla de sangre divina y barro terrestre, y aparece esclavizado al capricho de los dioses como sustituto de su labor sobre la tierra. La ciencia mesopotámica entendía que el ser vivo en sentido pleno era el humano; los animales tenían un aspecto vital subordinado al servicio del hombre, mientras los vegetales carecían de vida propia, eran frutos de la tierra.
   
    En definitiva, la idea del cosmos, elaborada por la ciencia mesopotámica, mostraba una entidad encantada y amalgamada con los dioses que regían su funcionamiento. El cosmos era la entidad ordenada que permitía la existencia del  hombre, siervo de las divinidades; más allá del cosmos y en contraposición con él, rugía el caos, eco del el “mar primigenio”, el ámbito donde no era posible la vida humana ni el desarrollo social.

2.Interpretación bíblica de la ciencia mesopotámica

En consonancia con la ciencia oriental, anclada en la tradición sumeria, la Biblia percibe un Cosmos pequeño. La Tierra constituía una superficie plana. Conformaba un continente sostenido sobre columnas que al temblar provocaban terremotos (Sal 75,4; Job 9,6). Los pilares de la tierra se sostenían, a su vez, sobre el abismo de un mar situado bajo la superficie terrestre (Sal 24,2). Debajo de la tierra y entre las columnas que la sostenían, destacaba un habitáculo llamado “Sheol” (Gn 37,35); el ámbito donde descansaban las sombras de los difuntos. Bajo la superficie de la tierra destacaba un inmenso depósito de agua que alimentaba los mares, las fuentes, y los ríos (Prov 8,28). Los extremos de la superficie terrestre veían erguirse altas montañas, las columnas del cielo (Job 26,11), que sostenían una campana transparente: el firmamento (Gn 1,6-10). Sobre la superficie del firmamento reposaba una gran masa de agua, “las aguas de encima del firmamento” (Gn 1,7); y a lo largo del mismo existían las “compuertas del cielo” (Is 24,18) que, al abrirse por orden de Dios, desencadenaban la lluvia (Mal 3,10).

    El firmamento separaba las aguas de la superficie de la tierra (mares, lagos, ríos, fuentes) de las aguas situadas sobre el firmamento que ocasionaban la lluvia (Gn 1,6); y, además, sostenía el sol, la luna, y las estrellas (Gn 1,14-18). Como señala la Escritura, el sol y la luna, no son dioses; penden del firmamento “para separar el día de la noche, y servir de señales para distinguir las estaciones, los días y los años” (Gn 1,14); también desempeñan la tarea de “alumbrar la tierra” (Gn 1,15). El sol durante el día y la luna por la noche recorrían la campana del firmamento. Las aguas emplazadas sobre el firmamento estaban a su vez recubiertas por otra superficie sólida que envolvía todo el Cosmos (Gn 1,6). Más allá de esta segunda cubierta; o sea, más allá del Cosmos, despuntaba la morada divina, el trono del Señor, inaccesible para el ser humano (Ez 1,22.26; 10,1).

      La superficie terrestre veía crecer las plantas; pues, a la orden de Dios, y a tenor de la mentalidad antigua, “la tierra hizo brotar hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que dan fruto” (Gn 1,12). Después, el Señor determinó que bulleran las aguas de seres vivientes, y que los pájaros volaran sobre la tierra”; a continuación, creó los grandes cetáceos; acto seguido, dio origen a los animales terrestres, y finalmente, al ser humano (Gn 1,11-27).

    Cuando comparamos la visión bíblica del Cosmos con la representación mesopotámica, apreciamos la semejanza estructural; en ambas, el cosmos tiene tres partes (firmamento, tierra, sheol), y contemplan al hombre sobre la superficie terrestre, rodeado de animales y vegetales. Sin duda, cuando los autores bíblicos compusieron los relatos de creación, tenían presente la perspectiva con que la ciencia oriental entendía el Universo. Sin embargo, contemplaron la ciencia mesopotámica desde los parámetros de la fe israelita.
   
    Mientras la tradición mesopotámica es politeísta, la perspectiva bíblica señala la existencia de un solo Dios que crea el Cosmos entero (Gn 1,1-31). La Escritura aplica el término “crear” tan solo a la actuación divina; el hombre construye o fabrica, pero solo Dios crea. Cuando la Biblia sentencia que Dios es el creador de todo, certifica que en el hondón del universo y en el alma de cada persona no anida el vacío, sino la actuación divina que desea el bien del cosmos y del ser humano (Is 40,28; 41,20). Como hemos expuesto, los dioses mesopotámicos se identifican con las entidades cósmicas, Sol o Luna; en cambio el Dios bíblico, aunque haya creado el Cosmos, no se confunde con la realidad creada (Is 40,12-26; 44,6). Las divinidades orientales modelaban al hombre para someterlo a su capricho. En cambio, la Escritura enfatiza como Dios crea al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26) para que oriente, según el designio divino, el destino del Cosmos: “llenad la tierra y sometedla; dominad sobre […] todos los animales que se mueven en la tierra” (Gn 1,28). En último término, la tradición mesopotámica entendía que el Cosmos “se sostenía sobre el mar primigenio”, pero según la Escritura “está sostenido en las manos de Dios” (Sal 8); mediante esta metáfora, la Biblia desvela que bajo el aspecto del Cosmos “late el proyecto de Dios en favor del ser humano” (Rom 8,18-23).

    Así pues, los autores bíblicos recogieron las características que la ciencia mesopotámica confería al Universo y al ser humano; pero los contemplaron desde la óptica de la religión israelita,  percibieron que en el hondón del Cosmos y en el corazón del hombre palpita el proyecto divino en bien de la humanidad. El cosmos, la vida y el hombre brotaban del designio divino y adquirían un sentido, pues el hombre, creado a “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26), debía cuidar del cosmos (Gn 1,28) hasta el día final en que amaneciera “el cielo nuevo y la tierra nueva” (Ap 21,1), metáfora de la humanidad asentada en la plena comunión con Dios.