Francesc Ramis Darder
Nabucodonodor II conquistó el reino de Judá y su capital
Jerusalén (597.587.582 aC.), y deportó a la población más cualificada a
Babilonia, la capital de su imperio. Más tarde, Ciro II el Grande, rey de medos
y persas (549-529 aC.), conquistó Babilonia (539 aC.) e instauró el Imperio Persa.
Según cuenta la Escritura, el rey publicó un edicto en el que autorizaba el
regreso a Jerusalén de los judíos deportados (cf. Esd 1,2-4). A lo largo de
diversas oleadas, un contingente de exiliados volvió a Jerusalén donde, tras
muchas dificultades, consiguieron consagrar de nuevo el templo (515 aC.). El
Imperio persa incluyó al extinto reino de Judá en la satrapía de Transeufratina,
y la región que antaño constituía, en líneas generales, el territorio judaíta,
pasó a constituirse en la provincia de Yehud.
Las sucesivas misiones de Esdras y Nehemías (450-400 aC.),
propiciaron que la región fuera administrada por los sacerdotes bajo supervisón
de los gobernantes persas. Concluida la tarea de Nehemías y Esdras, la región
entró en un período lánguido. Según atestigua la arqueología la zona estaba
poco poblada y empobrecida.
Alejandro Magno emprendió la conquista de Próximo Oriente
(336-323 aC.). La conquista fue fulgurante pero el rey murió joven (323 aC.). A
la muerte del monarca, el Imperio quedó dividido entre cuatro generales, los diadocos:
Ptolomeo (Egipto), Filipo (Macedonia), Seléuco (Siria), Antígono (Asia Menor).
La región de Yehud quedó en poder de Ptolomeo. Sin embargo pronto
estalló la guerra entre los descendientes de Ptolomeo y de Seléuco; y el
territorio de Yehud, región intermedia entre Egipto y Siria, sufrió de
forma lacerante la crueldad de conflicto. Con el paso del tiempo los ptolomeos
perdieron la zona Palestina en favor de los seléucidas (198 aC.), pero no por
eso llegó la paz a la región.
El Imperio seléucida sufrió el acoso de las nuevas potencias
emergentes. Los romanos, al mando de Lucio Escipión, les derrotaron en Magnesia
(190 aC.). Antíoco III (223-187 aC.), rey de los seléucidas, murió a manos de
los elamitas. Su sucesor, Seléuco IV (187-175 aC.), con la intención de sanear
la economía del imperio decidió saquear el templo de Jerusalén, pero fracasó en
la empresa (cf. 2Mac 3).
Antíoco IV Epifanes (175-164 aC.) usurpó el trono seléucida,
desalojando a su sobrino Demetrio, el heredero legítimo. El nuevo rey hizo
asesinar al sumo sacerdote de Jerusalén, Onías III. Antíoco IV combatió contra
Egipto, y en Jerusalén se difundió, falsamente, la noticia de su muerte.
Entonces Jasón, el sumo sacerdote, se erigió en autoridad suprema de Jerusalén.
Antíoco volvió de Egipto para castigar a los dirigentes de Jerusalén. El sumo
sacerdote Jasón, temeroso de la represión, huyó antes de la llegada del
ejército seléucida y se refugió en Egipto. Cuando Antíoco quiso arremeter de nuevo
contra Egipto, los romanos, comandados por Popilio Laenas, forzaron su
retirada. El rey, enfurecido, arremetió contra Jerusalén. Mató a cuarenta mil
personas, vendió como esclavos a otras tantas. Seguidamente comenzó una
persecución religiosa: prohibió la práctica de la circuncisión y la dieta
judía, suprimió la observancia del sábado y la lectura de los textos sagrados.
En Jerusalén arraigaron costumbres griegas opuestas a la moral judía: los
gimnasios, la desnudez en la práctica deportiva, los nombres griegos, etc.
Entre los judíos se produjeron algunas disensiones, pues
algunos de tendencia helenista colaboraron con la política de Antíoco; pero la
oposición judía fue notable y dio lugar al nacimiento de los hassidim
(los futuros fariseos), que combatieron el poder despótico de Antíoco.
Probablemente, quien redactó y quien recopiló el contenido del libo de Daniel
perteneciera al círculo de los hassidim, o al menos formaría parte de
algún grupo piadoso de los mencionados en la epopeya de los Macabeos. Antíoco
no cesó de oprimir al pueblo: el templo de Jerusalén cambió el nombre por el de
Templo de Zeus Olímpico, y el altar fue nivelado para poder ofrecer sacrificios
de animales impuros, incluso cerdos, a divinidades extranjeras; en la obra de
Daniel ése hecho constituye la instauración “abominación devastadora” (Dan
9,27; 12,11; cf. 1Mac 1,54.59).
La oposición del pueblo judío contra la opresión de Antíoco
culminó en la revuelta macabea. Antíoco IV murió en Persia (164 aC.). La
revolución macabea logró, con el paso del tiempo, la independencia del país
(1-2 Mac), independencia que perduró hasta el advenimiento del dominio romano
en Palestina (63 aC.). El núcleo de la profecía de Daniel nace durante la
persecución que los seléucidas, y especialmente Antíoco IV, ejercieron contra
los judíos.
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