martes, 3 de agosto de 2021

NOADÍA

 


                                                                Francesc Ramis Darder

                                                               bibliayoriente.blogspot.com

 

    El año veinte del rey Artajerjes, en el mes de Nisán, marzo-abril 445 a.C., Nehemías solicitó el permiso del soberano persa para ir a Jerusalén con intención de restaurar la ciudad. El rey no sólo aceptó la petición, sino que entregó cartas a Nehemías para que los gobernadores de Transeufratina le facilitaran el viaje, y para que Asaf, el responsable de los bosques del rey, le proporcionara madera de construcción para las puertas de la ciudad, la muralla y la casa donde pensaba instalarse (Neh 2,1-8ª). Con el propósito de certificar la solvencia del proyecto, el relato pone en labios de Nehemías una plegaria: “El rey me lo concedió, pues la mano bondadosa de Dios estaba conmigo” (Neh 2,8).

 

    Ahora bien, una vez esbozado el proyecto, comienza a sonar la trompeta de los adversarios. Cuando se enteró Sambalat, el jorita, y su siervo Tobías, el amonita, se disgustaron mucho por la llegada de Nehemías a Jerusalén (Neh 2,10). Sambalat era el gobernador de Samaría, mientras Tobías estaba a sus órdenes como gobernador de Amón. La suspicacia de ambos dignatarios nacía, seguramente, de intereses económicos; pues la reactivación de Jerusalén mermaría la expectativa comercial de Samaría y Amón.

 

    Al cobijo de la noche, Nehemías inspeccionó el estado ruinoso de las murallas; por la mañana, logó convencer a los dirigentes judíos de la urgencia de reparar los muros. Sin embargo, Sambalat y Tobías, junto con Guesen, jeque de las tribus árabes de Quedar, ridiculizaron el intento y acusaron a Nehemías de querer sustraerse a la autoridad persa (Neh 2,11-20).

 

    A pesar de la adversidad, los judíos, obedientes a la voz de Nehemías comenzaron a reparar la muralla; sólo un grupo reducido, los notables de Técoa, se mostraron displicente. Sambalat y Tobías, como cabía esperar, escarnecieron el tesón de la asamblea; aún así, la comunidad logró completar la muralla hasta media altura. Cuando Sambalat, Tobías, los árabes, los amonitas y los asdodeos tuvieron noticia de la reparación de los muros, se conjuraron para atacar Jerusalén (Neh 4,1-2).

 

    La confidencia de algunos judíos, vecinos de los conjurados, previno del peligro a los constructores. Nehemías, atento al aviso, dispuso la defensa: “con una mano cuidaba cada uno su trabajo y con la otra empuñaba el arma” (Neh 4,11). Los enemigos tendieron una emboscada a Nehemías, pero el dirigente consiguió escapar. Sambalat acusó a Nehemías de sedición: “Se oye […] el rumor de que tú y los judíos  estáis pensando sublevaros; por eso reconstruyes la muralla y tratas de hacerte rey” (Neh 6,6).

 

    Ahora bien, los adversarios más duros procedían de las filas judías. Con engaño, Semaías, vendido a Sambalat y a Tobías, anunció una profecía para sugerir a Nehemías que buscara refugio en el templo. Si Nehemías hubiera penetrado en el santuario no sólo habría mostrado su debilidad, también habría cometido la falta que le desacreditaría ante sus hermanos; pues, siendo laico, no podía introducirse en los más recóndito del templo (Nm 18,7). Harto de dolores, Nehemías impetra la ira divina sobre sus adversarios: “¡Acuérdate, Dios mío, de esto que han hecho Tobías y Samabalat; acuérdate también de la profetisa Noadía y de los demás profetas que trataron de atemorizarme!” (Neh 6,14).

 

    Contra todo pronóstico, la muralla quedó terminada el día veinticinco de Elul, en cincuenta y dos días, a comienzos de octubre del 445 a.C. Aún así, los notables de Judá, en connivencia con Tobías, no cesaban de intrigar contra Nehemías. El dignatario, venciendo cualquier temor, confió el mando de Jerusalén a su hermano Jananí, e instaló a Jananías como jefe de la ciudadela; después repobló la ciudad y acogió a quienes regresaban de Babilonia (Neh 6,12-7,3).

 

    Como hemos visto, la Escritura enumera los adversarios de Nehemías que se opusieron a la reconstrucción de las murallas. En primer lugar, figuran los líderes extranjeros: Sambalat, el jorita, gobernador de Samaría; Tobías, el amonita, gobernador de Amón, a las órdenes de Sambalat; y Guesen, jeque árabe de Quedar; también despunta la saña de comunidades vecinas: árabes, amonitas y asdodeos.

 

    En segundo término, destaca la oposición de los nobles judíos: los notables de Técoa y los dirigentes de Judá que, aliados con Tobías, se confabularon contra Nehemías; Tobías contaba con muchos partidarios en Judá por ser yerno de Secanías, hijo de Araj, y por estar casado su hijo Juan con la hija de Mesulán, hijo de Berequías (Neh 6,17).

 

    Conviene notar que Mesulán, hijo de  Berequías, había destacado por su trabajo en la reconstrucción de las murallas (Neh 3,4.32), quizá Semaías, encargado de la restauración de la puerta Oriental, fuera hijo de Sacanías, hijo de Araj. De ahí podemos deducir que también estallaron disputas entre los judaítas que reparaban la muralla, alentadas por Tobías, contra la autoridad de Nehemías.

 

    En tercer lugar, sorprende la oposición de los profetas. El texto menciona a Semaías, hijo de Delaías, hijo de Mehetabel, quien, instigado por Tobías y Sambalat, buscó el descrédito de Nehemías. El texto censura la actitud de Noadía, la profetisa, y de los demás profetas que intentaron amedrentar a Nehemías (Neh 6,16). La lectura parece sugerir que la oposición de Noadía y los demás profetas embistió contra el empeño de Nehemías por edificar la muralla; sin negar la cuestión, permítanos el lector aventurar, desde el al horizonte de la conjetura, una explicación alternativa.

 

    Con la excepción de Noadía, toda la oposición contra Nehemías está en manos de varones y centrada en motivos políticos y económicos. Sambalat, Tobías y Guesen temen que la pujanza de Jerusalén vaya en detrimento del poder de Samaría. El parentesco de Tobías con los judíos y la felonía de Semaías no hacen sino reforzar la posición política y el interés económico de Sambalat y sus adláteres.

 

    ¿Qué papel juega una mujer, Noadía, en la pugna económica y política que el libro de Nehemías adscribe a la disputa entre varones? Siempre desde el prisma de la conjetura, surge otra pregunta: ¿Acaso la crítica de Noadía podría dirigirse contra intereses distintos a los perseguidos por varones, centrados, según subraya el libro de Nehemías, en el poder y en el control de la economía?

 

    El análisis del término “profeta” en los libros de Esdras y Nehemías señala su aspecto positivo: transmiten los mandamientos de Dios (Esd 9,11; Neh 9,30); fieles a la voluntad divina, sufren el martirio (Neh 9,26); soportan las mismas penalidades que el pueblo (Neh 9,32); por si fuera poco, en opinión de Guesen, favorecen la posición de Nehemías, por cuanto concierne a la construcción de la muralla (Neh 6,7). Entonces, si el término “profeta” adquiere una connotación positiva, cabe preguntarse ¿qué razón puede existir para que adopte un aspecto negativo cuando se refiere a Noadía?

 

    Conviene precisar que el término “profeta” no se aplica, en sentido propio a Semaías; el dignatario que tendió una celada a Nehemías. El texto sólo señala que “anunció una profecía”, en el sentido de que “pronunció un vaticinio”; pero insiste en decantarlo de la identidad propia de los profetas: “no había sido enviado por Dios, había anunciado la profecía porque Tobías y Sambalat lo habían comprado” (Neh 6,12). Aclarada la cuestión, volvamos de nuevo a la pregunta: si el libro de Nehemías recalca la percepción positiva de los profetas, ¿por qué arremete contra Noadía, la profetisa?

 

    Como sabemos, la misión de Nehemías y su compañero, Esdras, no se redujo a la construcción de la muralla. Ambas dignatarios emprendieron la reforma de la comunidad judía. Uno de los aspectos cruciales consistió en la conformación de la “raza santa” (Esd 9,2). La raza santa define la identidad de la asamblea judía reformada por Edras y Nehemías: la comunidad reunida al amparo del templo, fiel a la Ley, y claramente diferenciada del resto de la población de Judá (llamado Yehud en tiempos de Esdras y Nehemías).

 

    No obstante, la confección de una comunidad caracterizada, entre otros aspectos, por la uniformidad racial, requirió un sacrifico que recayó sobre las mujeres: todo judío casado con una mujer extranjera tuvo que divorciarse de ella. Esdras hizo jurar a los varones judíos que despedirían a las esposas que no fueran de estirpe judía. Los judíos “se comprometieron bajo juramento a despedir a sus mujeres extranjeras”, y, por si fuera poco “ofrecieron por su delito (haberse casado con mujeres no judías) un sacrificio de reparación” (Esd 10,1-18; Neh 9,1-2).

 

    El libro de Esdras ofrece la larga lista de judíos que despidieron a sus esposas extranjeras: “[…] de los hijos de Jasún: Matenay, Matatá, Zabad, Elifélet, Yeremay, Manasés, Semeí […] etc.” (Esd 10,33); el listado concluye con la mayor dureza: “Todos casados con mujeres extranjeras a las que despidieron junto con los hijos nacidos de ellas” (Esd 10,44).

 

    Por si fuera poco, el libro de Nehemías subraya el desprecio por dos pueblos vecinos: “El amonita y el moabita no entrarán jamás en la asamblea de Dios” (Neh 13,1); y certifica la exclusión de todo extranjero, los miembros de la asamblea: “decidieron excluir de Israel a todo extranjero” (Neh 10,3). Como recalca el relato, cuando Nehemías se enteró del matrimonio de algunos judíos con extranjeras los hizo azotar y mando que les arrancaran los cabellos (Neh 13,23-27).

 

    El repudio de las extranjeras confirió a Israel la unidad racial, pero arrojó a las mujeres extranjeras y a sus hijos en la más cruel marginación; la mendicidad, la prostitución y el desarraigo era la suerte que aguardaba a las mujeres despedidas. Contra tamaña injusticia, cometida en nombre de la Ley, se alzó la voz de los profetas. Como señalamos en su momento, el autor del libro de Jonás compuso un relato donde ensalzaba, contra la posición de Esdras y Nehemías, la misericordia del Dios de Israel hacia los extranjeros, representados por los habitantes de Nínive.

 

    Al unísono con el libro de Jonás, un autor anónimo, redactó el libro de Rut; obra hilvanada, entre otros motivos, para denunciar la intransigencia de Esdras y Nehemías  contra los matrimonios con extranjeras. La trama del libro de Rut es muy conocida.

 

   A causa del hambre, un hombre de Belén de Judá emigró a la campiña de Moab, con su mujer y sus dos hijos. El hombre se llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus dos hijos, Majlón y Quilión. Llegaron a la campiña de Moab y se establecieron allí. Cuando murió Elimélc, Noemí se quedó sola con sus dos hijos; ambos se casaron con moabitas, una se llamaba Orfá y la otra Rut. Al cabo de diez años, también murieron Majlón y Quilión, y Noemí se quedó sola y sin hijos.

 

    Cuando Noemí oyó que el Señor había visitado a su pueblo, decidió volver a Belén. Regresó en compañía de su nuera, Rut; ambas mujeres se establecieron en Belén. Después de muchas peripecias Rut, la moabita, contrajo matrimonio con Booz, pariente de Elimélc; fruto del matrimonio, nació un hijo, Obed, padre de Jesé, padre de David, rey de Israel (Rt 4,18-22).

 

    El libro constituye la más dura protesta contra la posición de Esdras y Nehemías por cuanto concierne a los matrimonios mixtos. Como hemos mencionado, el libro de Nehemías prohíbe los esponsales entre judíos y extranjeras, rechaza expresamente a moabitas y amonitas, a la vez que excluye a todo extranjero de la comunidad israelita.

 

    A modo de contrapunto, el libro de Rut no sólo encomia el matrimonio de Booz con Rut, una extranjera, sino que adscribe a David, el rey emblemático, una ascendencia moabita; al decir de Esdras y Nehemías, la raza más despreciable.

 

    El libro tiene como protagonistas principales a dos mujeres: Rut y Noemí. La historia de ambas constituye, desde el horizonte metafórico, la denuncia más feroz contra la arbitrariedad de Esdras y Nehemías. Desde la óptica poética del libro de Rut, volvamos la mirada hacia la identidad de Noadía.

 

    Así como Rut y Noemí encarnan literariamente la queja contra la intransigencia de Esdras y Nehemías; quizá Noadía, desde el ámbito de la conjetura, podría personificar el calado de la protesta que resonó en Judá contra la decisión de los dignatarios de prohibir los matrimonios mixtos. En una sociedad donde los varones, amparados por la Ley, repudian a las extranjeras, se alzaría la voz de Noadía que, ignorando la autoridad de Esdras y Nehemías, defendería el derecho de las mujeres arrojadas a la marginalidad por la pretendida pureza étnica alentada por varones.

 

      De ser cierta la conjetura, no resulta extraño que la profetisa consiguiera atemorizar a Nehemías, tan atento al sentir de los varones y tan despiadado con las mujeres extranjeras.

 

     El profeta es aquel que con lo que piensa, dice y hace muestra a sus coetáneos el verdadero rostro de Dios. De ahí que Noadía, a ejemplo de Rut y Noemí, alzara la voz contra quienes marginan a la mujer y desdeñan al extranjero. La “raza santa” no puede levantarse sobre la exclusión étnica, sólo se yergue sobre los pilares de la justicia, columnas de la sociedad libre y solidaria donde todos, especialmente los débiles, encuentra solidaridad, amor y cobijo. Tal vez nuestra percepción de la identidad de Noadía sea excesivamente conjetural, pero, desde el prisma de la metáfora, hemos roto una lanza a favor de la mujer valiente.