Francesc Ramis Darder
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El año veinte del rey Artajerjes, en el mes
de Nisán, marzo-abril 445 a.C., Nehemías solicitó el permiso del soberano persa
para ir a Jerusalén con intención de restaurar la ciudad. El rey no sólo aceptó
la petición, sino que entregó cartas a Nehemías para que los gobernadores de
Transeufratina le facilitaran el viaje, y para que Asaf, el responsable de los
bosques del rey, le proporcionara madera de construcción para las puertas de la
ciudad, la muralla y la casa donde pensaba instalarse (Neh 2,1-8ª). Con el
propósito de certificar la solvencia del proyecto, el relato pone en labios de
Nehemías una plegaria: “El rey me lo concedió, pues la mano bondadosa de Dios
estaba conmigo” (Neh 2,8).
Ahora bien, una vez esbozado el proyecto,
comienza a sonar la trompeta de los adversarios. Cuando se enteró Sambalat, el
jorita, y su siervo Tobías, el amonita, se disgustaron mucho por la llegada de
Nehemías a Jerusalén (Neh 2,10). Sambalat era el gobernador de Samaría,
mientras Tobías estaba a sus órdenes como gobernador de Amón. La suspicacia de
ambos dignatarios nacía, seguramente, de intereses económicos; pues la
reactivación de Jerusalén mermaría la expectativa comercial de Samaría y Amón.
Al cobijo de la noche, Nehemías inspeccionó
el estado ruinoso de las murallas; por la mañana, logó convencer a los
dirigentes judíos de la urgencia de reparar los muros. Sin embargo, Sambalat y
Tobías, junto con Guesen, jeque de las tribus árabes de Quedar, ridiculizaron
el intento y acusaron a Nehemías de querer sustraerse a la autoridad persa (Neh
2,11-20).
A pesar de la adversidad, los judíos,
obedientes a la voz de Nehemías comenzaron a reparar la muralla; sólo un grupo
reducido, los notables de Técoa, se mostraron displicente. Sambalat y Tobías,
como cabía esperar, escarnecieron el tesón de la asamblea; aún así, la
comunidad logró completar la muralla hasta media altura. Cuando Sambalat,
Tobías, los árabes, los amonitas y los asdodeos tuvieron noticia de la
reparación de los muros, se conjuraron para atacar Jerusalén (Neh 4,1-2).
La confidencia de algunos judíos, vecinos
de los conjurados, previno del peligro a los constructores. Nehemías, atento al
aviso, dispuso la defensa: “con una mano cuidaba cada uno su trabajo y con la
otra empuñaba el arma” (Neh 4,11). Los enemigos tendieron una emboscada a
Nehemías, pero el dirigente consiguió escapar. Sambalat acusó a Nehemías de
sedición: “Se oye […] el rumor de que tú y los judíos estáis pensando sublevaros; por eso reconstruyes
la muralla y tratas de hacerte rey” (Neh 6,6).
Ahora bien, los adversarios más duros
procedían de las filas judías. Con engaño, Semaías, vendido a Sambalat y a
Tobías, anunció una profecía para sugerir a Nehemías que buscara refugio en el
templo. Si Nehemías hubiera penetrado en el santuario no sólo habría mostrado
su debilidad, también habría cometido la falta que le desacreditaría ante sus
hermanos; pues, siendo laico, no podía introducirse en los más recóndito del
templo (Nm 18,7). Harto de dolores, Nehemías impetra la ira divina sobre sus
adversarios: “¡Acuérdate, Dios mío, de esto que han hecho Tobías y Samabalat;
acuérdate también de la profetisa Noadía y de los demás profetas que trataron
de atemorizarme!” (Neh 6,14).
Contra todo pronóstico, la muralla quedó
terminada el día veinticinco de Elul, en cincuenta y dos días, a comienzos de
octubre del 445 a.C. Aún así, los notables de Judá, en connivencia con Tobías,
no cesaban de intrigar contra Nehemías. El dignatario, venciendo cualquier
temor, confió el mando de Jerusalén a su hermano Jananí, e instaló a Jananías
como jefe de la ciudadela; después repobló la ciudad y acogió a quienes
regresaban de Babilonia (Neh 6,12-7,3).
Como hemos visto, la Escritura enumera los
adversarios de Nehemías que se opusieron a la reconstrucción de las murallas.
En primer lugar, figuran los líderes extranjeros: Sambalat, el jorita,
gobernador de Samaría; Tobías, el amonita, gobernador de Amón, a las órdenes de
Sambalat; y Guesen, jeque árabe de Quedar; también despunta la saña de
comunidades vecinas: árabes, amonitas y asdodeos.
En segundo término, destaca la oposición de
los nobles judíos: los notables de Técoa y los dirigentes de Judá que, aliados
con Tobías, se confabularon contra Nehemías; Tobías contaba con muchos
partidarios en Judá por ser yerno de Secanías, hijo de Araj, y por estar casado
su hijo Juan con la hija de Mesulán, hijo de Berequías (Neh 6,17).
Conviene notar que Mesulán, hijo de Berequías, había destacado por su trabajo en
la reconstrucción de las murallas (Neh 3,4.32), quizá Semaías, encargado de la
restauración de la puerta Oriental, fuera hijo de Sacanías, hijo de Araj. De
ahí podemos deducir que también estallaron disputas entre los judaítas que
reparaban la muralla, alentadas por Tobías, contra la autoridad de Nehemías.
En tercer lugar, sorprende la oposición de
los profetas. El texto menciona a Semaías, hijo de Delaías, hijo de Mehetabel,
quien, instigado por Tobías y Sambalat, buscó el descrédito de Nehemías. El
texto censura la actitud de Noadía, la profetisa, y de los demás profetas que
intentaron amedrentar a Nehemías (Neh 6,16). La lectura parece sugerir que la
oposición de Noadía y los demás profetas embistió contra el empeño de Nehemías
por edificar la muralla; sin negar la cuestión, permítanos el lector aventurar,
desde el al horizonte de la conjetura, una explicación alternativa.
Con la excepción de Noadía, toda la
oposición contra Nehemías está en manos de varones y centrada en motivos
políticos y económicos. Sambalat, Tobías y Guesen temen que la pujanza de
Jerusalén vaya en detrimento del poder de Samaría. El parentesco de Tobías con
los judíos y la felonía de Semaías no hacen sino reforzar la posición política
y el interés económico de Sambalat y sus adláteres.
¿Qué papel juega una mujer, Noadía, en la
pugna económica y política que el libro de Nehemías adscribe a la disputa entre
varones? Siempre desde el prisma de la conjetura, surge otra pregunta: ¿Acaso
la crítica de Noadía podría dirigirse contra intereses distintos a los
perseguidos por varones, centrados, según subraya el libro de Nehemías, en el
poder y en el control de la economía?
El análisis del término “profeta” en los
libros de Esdras y Nehemías señala su aspecto positivo: transmiten los
mandamientos de Dios (Esd 9,11; Neh 9,30); fieles a la voluntad divina, sufren
el martirio (Neh 9,26); soportan las mismas penalidades que el pueblo (Neh
9,32); por si fuera poco, en opinión de Guesen, favorecen la posición de
Nehemías, por cuanto concierne a la construcción de la muralla (Neh 6,7).
Entonces, si el término “profeta” adquiere una connotación positiva, cabe
preguntarse ¿qué razón puede existir para que adopte un aspecto negativo cuando
se refiere a Noadía?
Conviene precisar que el término “profeta”
no se aplica, en sentido propio a Semaías; el dignatario que tendió una celada
a Nehemías. El texto sólo señala que “anunció una profecía”, en el sentido de
que “pronunció un vaticinio”; pero insiste en decantarlo de la identidad propia
de los profetas: “no había sido enviado por Dios, había anunciado la profecía
porque Tobías y Sambalat lo habían comprado” (Neh 6,12). Aclarada la cuestión,
volvamos de nuevo a la pregunta: si el libro de Nehemías recalca la percepción
positiva de los profetas, ¿por qué arremete contra Noadía, la profetisa?
Como sabemos, la misión de Nehemías y su
compañero, Esdras, no se redujo a la construcción de la muralla. Ambas
dignatarios emprendieron la reforma de la comunidad judía. Uno de los aspectos
cruciales consistió en la conformación de la “raza santa” (Esd 9,2). La raza
santa define la identidad de la asamblea judía reformada por Edras y Nehemías:
la comunidad reunida al amparo del templo, fiel a la Ley, y claramente diferenciada
del resto de la población de Judá (llamado Yehud en tiempos de Esdras y
Nehemías).
No obstante, la confección de una comunidad
caracterizada, entre otros aspectos, por la uniformidad racial, requirió un
sacrifico que recayó sobre las mujeres: todo judío casado con una mujer
extranjera tuvo que divorciarse de ella. Esdras hizo jurar a los varones judíos
que despedirían a las esposas que no fueran de estirpe judía. Los judíos “se
comprometieron bajo juramento a despedir a sus mujeres extranjeras”, y, por si
fuera poco “ofrecieron por su delito (haberse casado con mujeres no judías) un
sacrificio de reparación” (Esd 10,1-18; Neh 9,1-2).
El libro de Esdras ofrece la larga lista de
judíos que despidieron a sus esposas extranjeras: “[…] de los hijos de Jasún:
Matenay, Matatá, Zabad, Elifélet, Yeremay, Manasés, Semeí […] etc.” (Esd
10,33); el listado concluye con la mayor dureza: “Todos casados con mujeres
extranjeras a las que despidieron junto con los hijos nacidos de ellas” (Esd
10,44).
Por si fuera poco, el libro de Nehemías
subraya el desprecio por dos pueblos vecinos: “El amonita y el moabita no
entrarán jamás en la asamblea de Dios” (Neh 13,1); y certifica la exclusión de
todo extranjero, los miembros de la asamblea: “decidieron excluir de Israel a
todo extranjero” (Neh 10,3). Como recalca el relato, cuando Nehemías se enteró
del matrimonio de algunos judíos con extranjeras los hizo azotar y mando que
les arrancaran los cabellos (Neh 13,23-27).
El repudio de las extranjeras confirió a Israel
la unidad racial, pero arrojó a las mujeres extranjeras y a sus hijos en la más
cruel marginación; la mendicidad, la prostitución y el desarraigo era la suerte
que aguardaba a las mujeres despedidas. Contra tamaña injusticia, cometida en
nombre de la Ley, se alzó la voz de los profetas. Como señalamos en su momento,
el autor del libro de Jonás compuso un relato donde ensalzaba, contra la
posición de Esdras y Nehemías, la misericordia del Dios de Israel hacia los
extranjeros, representados por los habitantes de Nínive.
Al unísono con el libro de Jonás, un autor
anónimo, redactó el libro de Rut; obra hilvanada, entre otros motivos, para
denunciar la intransigencia de Esdras y Nehemías contra los matrimonios con extranjeras. La
trama del libro de Rut es muy conocida.
A causa del hambre, un hombre de Belén de
Judá emigró a la campiña de Moab, con su mujer y sus dos hijos. El hombre se
llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus dos hijos, Majlón y Quilión. Llegaron
a la campiña de Moab y se establecieron allí. Cuando murió Elimélc, Noemí se
quedó sola con sus dos hijos; ambos se casaron con moabitas, una se llamaba
Orfá y la otra Rut. Al cabo de diez años, también murieron Majlón y Quilión, y
Noemí se quedó sola y sin hijos.
Cuando Noemí oyó que el Señor había
visitado a su pueblo, decidió volver a Belén. Regresó en compañía de su nuera,
Rut; ambas mujeres se establecieron en Belén. Después de muchas peripecias Rut,
la moabita, contrajo matrimonio con Booz, pariente de Elimélc; fruto del
matrimonio, nació un hijo, Obed, padre de Jesé, padre de David, rey de Israel
(Rt 4,18-22).
El libro constituye la más dura protesta
contra la posición de Esdras y Nehemías por cuanto concierne a los matrimonios
mixtos. Como hemos mencionado, el libro de Nehemías prohíbe los esponsales
entre judíos y extranjeras, rechaza expresamente a moabitas y amonitas, a la
vez que excluye a todo extranjero de la comunidad israelita.
A modo de contrapunto, el libro de Rut no
sólo encomia el matrimonio de Booz con Rut, una extranjera, sino que adscribe a
David, el rey emblemático, una ascendencia moabita; al decir de Esdras y
Nehemías, la raza más despreciable.
El libro tiene como protagonistas
principales a dos mujeres: Rut y Noemí. La historia de ambas constituye, desde
el horizonte metafórico, la denuncia más feroz contra la arbitrariedad de
Esdras y Nehemías. Desde la óptica poética del libro de Rut, volvamos la mirada
hacia la identidad de Noadía.
Así como Rut y Noemí encarnan
literariamente la queja contra la intransigencia de Esdras y Nehemías; quizá
Noadía, desde el ámbito de la conjetura, podría personificar el calado de la
protesta que resonó en Judá contra la decisión de los dignatarios de prohibir
los matrimonios mixtos. En una sociedad donde los varones, amparados por la
Ley, repudian a las extranjeras, se alzaría la voz de Noadía que, ignorando la
autoridad de Esdras y Nehemías, defendería el derecho de las mujeres arrojadas
a la marginalidad por la pretendida pureza étnica alentada por varones.
De
ser cierta la conjetura, no resulta extraño que la profetisa consiguiera
atemorizar a Nehemías, tan atento al sentir de los varones y tan despiadado con
las mujeres extranjeras.
El profeta es aquel que con lo que piensa,
dice y hace muestra a sus coetáneos el verdadero rostro de Dios. De ahí que
Noadía, a ejemplo de Rut y Noemí, alzara la voz contra quienes marginan a la
mujer y desdeñan al extranjero. La “raza santa” no puede levantarse sobre la
exclusión étnica, sólo se yergue sobre los pilares de la justicia, columnas de
la sociedad libre y solidaria donde todos, especialmente los débiles, encuentra
solidaridad, amor y cobijo. Tal vez nuestra percepción de la identidad de Noadía
sea excesivamente conjetural, pero, desde el prisma de la metáfora, hemos roto
una lanza a favor de la mujer valiente.
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