Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El abismo, metáfora de Babilonia (Is 5,14).
La Segunda imprecación ha
sentenciado que los notables y la gente sufrirán la deportación; pero en lugar
de mencionar Babilonia, ámbito del exilio, alude al abismo: “por eso ensancha
sus fauces el abismo (sheol), dilata
su boca sin medida” (Is 5,14ª). Como sabemos, desde el horizonte cosmológico,
el abismo (sheol) conforma el espacio
situado bajo la faz de la tierra donde reposan las sombras de los difuntos (cf.
Dt 32,22); sin embargo, en Is 5,14 aparece como la metáfora de Babilonia, el
país de la deportación. El abismo figura personificado como una fiera que abre
sus fauces para devorar a la presa (Is 5,14ª; cf. Hab 2,5), y abre la boca sin
medida, como haría una bestia. La personificación del abismo insinúa, a nuestro
entender dos matices metafóricos significativos. Por una parte, el término
fauces (npshh) recoge la raíz que
señala la identidad de la persona (npsh),
es decir es la misma persona del abismo quien abre sus fauces (Is 5,14); mientras
el vocablo límite (h.q) alude, entre
otros temas, al concepto de norma o ley (cf. Gn 47,26). Aunando ambos matices, la
mención del abismo sugiere que Babilonia despliega su toda personalidad (npsh) más fiera para devorar, sin atenerse
a ley ninguna (h.q), a los notables y
a la gente que cae en sus garras.
La personificación del abismo (sheol),
que ensancha sus fauces y dilata su boca (Is 5,14), eco de Babilonia, también
aparece, con otro vocabulario, en la “Sátira contra el rey de Babilonia” (Is
14,1-23); como señala la profecía: “el abismo (sheol) se estremece en lo
profundo, cuando sale a tu encuentro (del rey), despierta a las sombras (de los
difuntos)” (Is 14,9). La posición cosmológica del abismo bajo la superficie
terrestre y su personificación pertenecen al acervo de la tradición oriental en
la que se inscriben los redactores de la Escritura, y en concreto el redactor
de Is 5,11-17.
Como
sabemos, la tablilla XII de la Epopeya de Gilgamesh sitúa el reino de los
muertos bajo la superficie de la tierra. Como señala el poema, Gilgamesh, rey de
Uruk, lamenta, ante su amigo Enkidu, que dos talismanes, la vara y el aro,
hayan caído en el abismo (el abismo aparece designado como ersetu;
traducción del sumerio kur, o quizá ganzir)[11];
entonces, Enkidu, fiel a la amistad se ofrece para descender; el descenso
atestigua la situación del abismo bajo la superficie terrestre (XII, 1-9).
Gilgamesh le ofrece, como describiremos más adelante, una serie de consejos
para que, tras bajar al abismo, Enkidu pueda regresar a la superficie. Los
consejos certifican la personalización del abismo, pues, en caso de desoírlos,
Gilgamesh advierte al amigo: “(pues si no los observas) las
protestas/quejas del abismo se apoderarían de ti” (XII, 25). Sin embargo, como
expondremos, Enkidu desoyó los consejos, por eso, cuando quiso salir, “el
abismo se apoderó de él” (XII, 45). Con intención de resaltar la
personificación del abismo, la epopeya recalca que “es el abismo quien lo
retiene” (XII, 50-65); para ratificar la personificación subraya, por si fuera
poco, que no es ningún siervo, sino el mismo abismo quien detiene a Enkidu: “no
es el implacable Espía de Nergal, sino el abismo quien retiene” (XII, 67). En
definitiva, cuando la epopeya señala la capacidad del abismo para protestar y
retener a Enkidu está personificando su figura; la personificación aflora también
en la Segunda imprecación, cuando sentencia: “ensancha sus fauces el abismo,
dilata su boca sin medida” (Is 5,14ª).
Oigamos de nuevo la Segunda imprecación
para ahondar en la identidad de los notables y la gente. Como hemos señalado,
el libro de Isaías adscribe a sacerdotes, profetas, y jueces inicuos la
identidad de quienes dejan dominar por el licor y el vino, es decir, las
autoridades corruptas (cf. Is 5,22; 28,7; 29,9). Aun así, aparece un matiz que
precisa más el significado. El contenido de Is 5,13 se refiere a los notables (kbd); sin embargo, cuando Is 5,14b vuelve
a señalar a quienes bajan al abismo, sustituye la mención de los notables (kbd) por la mención de los nobles (hdrh). Sin duda, la diferencia entre
notables y nobles puede nacer de la óptica poética, atenta al uso de sinónimos;
aun así, ensayemos otra perspectiva complementaria. Desde el aspecto
sociológico, la raíz que define a los nobles (hdr) constituye, en paralelo con la raíz que apunta a los notables
(kbd), la mención alegórica de la alcurnia
aristocrática de Jerusalén, definida poéticamente como “la gloria (kbd) del Líbano, el esplendor (hdr) del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2),
eco del rey y la corte.[12] Observemos,
además, que el término gente (hmwnh)
(Is 5,13.14) aparece también en la descripción que el autor deuteronomista
realiza del segundo contingente deportado a Babilonia: “En cuanto al resto del
pueblo que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al rey de
Babilonia y al resto de la gente (hhmwn)
los deportó Nabuzardán” (2Re 25,11). Apurando el sentido de la metáfora, la
mención de los nobles (hdr), los
notables (kbd), y la gente (hhmwn), podría aludir al triple
contingente sociológico que marchó al exilio, a saber: la realeza y la nobleza
de alcurnia; los dirigentes y los pudientes; y también los herreros, cerrajeros,
y quienes eran aptos para la guerra (cf. 2Re 24,13-17; 25,8-12; Jr 52,1-30).
Como señala la imprecación, quienes descienden
al abismo (sheol) palparán como termina
“su bullicio y sus festejos” (Is 5,14b). La voz isaiana no adscribe el término “bullicio
(shwn)” al gozo celebrativo de la
fiesta, sino a la diversión pervertida, la actuación violenta, o al jolgorio que
acaba de modo luctuoso.[13] Sin
duda, el jolgorio de los dirigentes (Is 5,11-12ª) era perverso, pues el vino,
el licor, y el son de los instrumentos les obnubilaba, como hemos dicho, para ver
la obra y tener en cuenta la acción del Señor, eco de su actitud idolátrica. El
vocablo “festejos (`lz)” aparece en Isaías para denunciar la mendaz
alegría de Sidón, ciudad fenicia, que Dios condena por su proceder idólatra (Is
23,12); desde este horizonte, la imprecación insinúa la falsedad del gozo de los
nobles, los notables, y la gente de Jerusalén que, atrapados por la idolatría,
como lo estaba Sidón, son devorados por el abismo, eco de Babilonia.[14]
Así el pretendido bullicio y los falsos festejos de nobles, notables y la gente
de Jerusalén quedan mudos entre las fauces del abismo, alegoría del exilio; no
en vano, el poema envuelve, como hemos dicho, el halo bullicioso con el aura
del llanto por los difuntos, propio de las plañideras (“¡Ay!” Is 5,11).
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