Francesc Ramis Darder
El relato del Génesis presenta un acontecimiento extraño: “Las dos hijas de Lot quedaron encinta de su padre. La mayor dio a luz un hijo, y le llamó Moab: el padre de los actuales moabitas. La pequeña también dio a luz un hijo, y le llamó Ben Ammí: el padre de los actuales amonitas” (Gn 19,37-38).
Como sabemos, la Biblia cuenta las verdades de fe envueltas en el lenguaje cultural de su tiempo; pero también presenta algunos acontecimientos históricos revestidos con la forma de hablar propia del pensamiento semita.
Los amonitas y los moabitas eran dos pueblos vecinos de Israel. Los países de Moab y Amón estaban situados en la parte oriental del Jordán, mientras Israel estaba en la occidental. Los tres pueblos, Israel, Moab y Amón eran de la misma raza; ahora bien, para explicarnos esta certeza histórica, la Biblia nos lo cuenta como si fuera la historia de una familia. Abrahán es un tío de Lot (cf. Gn 12, 27); del sobrino de Abrahán, Lot, nacen dos hijos Moab y Ben Ammí. Así, la Biblia contándonos la historia de una familia nos está describiendo la relación entre pueblos vecinos.
Pero, ¿por qué lo cuenta valiéndose de la narración del incesto?
El libro del Levítico (Lv 18) condena cualquier forma de incesto y considera abominables a quienes lo cometen. No obstante, Amón y Moab eran dos países que habían oprimido a los israelitas, cuando intentaba penetrar en la Tierra Prometida. Aunque fueran de su misma sangre, los israelitas guardaban rencor a estos pueblos. Una manera de manifestarles su desprecio era llamarles abominables; y lo hacían literariamente afirmando que su origen procedía de un incesto.
Queda todavía lejos el perdón y la misericordia, tan arraigados el Nuevo Testamento.
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