lunes, 27 de enero de 2020

EUCARISTÍA



                                                                      Francesc Ramis Darder
                                                                      bibliayoriente.blogspot.com



El paganismo disponía de fiestas, romerías, y juegos donde el pueblo podía reunirse; también los judíos contaban con solemnidades donde celebrar su fe; desde esta perspectiva, la Eucaristía deparaba la ocasión para que la comunidad compartiera los avatares de la vida.

     Nos obstante, la Iglesia contemplaba la Eucaristía con la mayor la radicalidad espiritual. En la primera carta a los corintios, Pablo, deseando avivar la vivencia comunitaria, recuerda la centralidad de la Eucaristía. Escribe: “Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que os he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo ‘Esto es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria mía’. Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía’. Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga” (1Cor 11,23-26).
    Como señalan los estudiosos, Pablo escribió la carta desde la ciudad de Éfeso un poco antes del año 57. Con certeza, recoge una tradición muy antigua que, como él mismo sentencia, “recibí del Señor”, o sea, de la comunidad que compartió el ministerio de Jesús; pues, la Eucaristía entronca con la vida del Señor (Mc 14,22-25). Entre otros muchos matices, centrémonos en dos aspectos del texto paulino que constituían, sin duda, el gran atractivo de la Eucaristía. Veámoslo.

    En primer lugar, Pablo cita dos veces la expresión de Jesús, “haced esto en memoria mía”, referida primero al pan y después al vino. El NT presenta la palabra “memoria” en contextos litúrgicos; rememora el mandato de Jesús en el cenáculo: “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). El término castellano “memoria” traduce un vocablo griego, el idioma del NT, que a su vez alude a una palabra aramea, el lenguaje de Jesús, cuyo significado podría ser: “hacer presente a Dios en nuestra vida para poder ahondar en la existencia cristiana”. Apreciemos el significado de la locución mediante un ejemplo del AT.

     La comunidad hebrea celebraba cada año la Pascua. Durante la cena pascual, hacía memoria de la liberación de la esclavitud de Egipto para recibir de Dios el don de la tierra prometida. Así lo ordenó el Señor por boca de Moisés: “Este será un día de memoria para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor (Ex 12,14; 13,3-8). Los hebreos no solo ‘recordaban’ la antigua liberación de la servidumbre, sino que, como dice el relato, ‘hacían memoria’ del acontecimiento.

 ¿Qué diferencia hay entre recordar y hacer memoria del Éxodo? Desde la vertiente religiosa, ‘recordar la salida del Egipto” implica valorar la importancia de un acontecimiento relevante para el pueblo hebreo. En cambio, ‘hacer memoria’ implica, además de recordar el pasado, creer por la fe que el Dios que liberó al pueblo esclavizado continúa vivificándolo para que dé testimonio, con el ejemplo de su vida, de la actuación liberadora del Señor en la sociedad humana. Recogiendo la experiencia del AT, cuando los cristianos “hacían memoria” de Jesús, no solo recordaban su mensaje, también confesaban por la fe que el Resucitado continuaba actuando en el seno de la Iglesia para convertirla en testigo del evangelio en el mundo.

    En segundo lugar, el apóstol cita otra vez palabras de Jesús: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Como dijimos, la “nueva alianza” constituye la relación nueva que Cristo hilvana con el ser humano para arrancarlo de las garras de la idolatría y encauzarlo por la senda del evangelio; en definitiva, la Eucaristía es la forja de la alianza nueva que transforma al cristiano en hombre nuevo. Como vimos, cuando Jesús curó al paralítico, trenzó con el tullido una relación nueva que le trasformó en hombre nuevo, capaz de caminar por la senda de la verdad (cf. Mc 2,1-12).

    De modo análogo, la Eucaristía es el ámbito privilegiado donde Cristo transforma, sin cesar, al cristiano en hombre nuevo. Así lo certifica Pablo: “siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga”; o sea, cuando el cristiano celebra la Eucaristía, abre su alma al Señor para que continúe transformándolo en el hombre nuevo que da testimonio del amor divino en la historia humana.

viernes, 24 de enero de 2020

EXPLORACIÓN DE CANAÁN



Francesc Ramis Darder
                                                       bibliayoriente.blogspot.com

viernes, 17 de enero de 2020

EL AGUA DE LA ROCA


Francesc Ramis Darder

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viernes, 10 de enero de 2020

SERPIENTE DE BRONCE



Francesc Ramis Darder

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jueves, 2 de enero de 2020

CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA




                                                       Francesc Ramis Darder
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Como narra el Génesis, Dios creó el cosmos y confió al hombre la responsabilidad de conducirlo por la buena senda; así la “casa común del hombre y los vivientes” podría ser la comunidad “muy buena” deseada por Dios. No obstante, el ser humano, abrazado a la idolatría, convirtió el proyecto de Dios en un yermo de “vacío y caos” (Jr 4,23).

    Cuando la primitiva Iglesia palpó la persecución, sintió la lejanía del triunfo del plan divino (Ap 3,1422; 9,13-21). Juan, testigo del Señor, quiso devolverle la esperanza; dijo a la asamblea: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Habían desaparecido el antiguo cielo y la antigua tierra” (Ap 21,1).

    El antiguo cielo alude a la sociedad dominada por los astros, metáfora de la idolatría que carcome el corazón humano (Lc 21,25). La antigua tierra refiere la sociedad aherrojada en la injusticia (Am 2,6-16). Cuando ambos desaparezcan, alboreará el cielo nuevo, eco de la sociedad que refleja la gloria de Dios (Sal 19), y la tierra nueva, alegoría del mundo que trasluce la bondad divina (Gn 1, 21). Ahora bien, la transformación no advendrá por azar, sino por el testimonio cristiano, pues “dar testimonio de Jesús y tener espíritu profético es una misma cosa” (Ap 19,10).