Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
La palabra castellana
“profeta” proviene del término griego profetes. La voz profetes
se halla constituida por el verbo femi que significa “decir”, y por la
preposición pro cuyo significado es “en presencia de” o “delante de”. A
partir de la etimología de la palabra profetes podemos afirmar que el
profeta es quien anuncia ante los demás alguna cuestión concreta. Ahora bien,
los profetas bíblicos han recibido la llamada divina (Is 6,1-13; Jr 1,4,10). De
ese modo aunando la etimología de la palabra “profeta” con la el significado de
la vocación, podemos afinar la definición del término profeta: El profeta
anuncia ante los demás la voluntad de Dios.
El habla coloquial
confunde a menudo la función del profeta. Erróneamente le identifica con un
astrólogo, un adivino, un harúspicide, un nigromante, o un mago. El profeta no
se alinea con estos personajes. A veces se identifica al profeta con un
visionario. Aunque los profetas tienen visiones (Ez 37), su función no es la
visión. El profeta no es el hombre de la visión, sino el hombre de la Palabra
(Is 2,1). El profeta es el receptor y el pregonero de la Palabra de Dios.
El término castellano
“palabra” corresponde a la traducción de la voz hebrea dabar. El sentido
del término “palabra” no se circunscribe a la descripción de cosas o
acontecimientos. La voz dabar explica la realidad profunda de cada cosa
y de cada persona. Por esa razón la palabra proclamada por los profetas no se
limita a describir superficialmente las situaciones de pobreza, gozo,
injusticia, o esperanza; sino que entresaca las causas que provocan la pobreza,
el gozo, la injusticia, y la esperanza. El profeta desea trasformar el alma del
pueblo a imagen y semejanza de Dios, por eso su grito debe ser profundo y
llegar al fondo del corazón humano.
Detengámonos un momento
para apreciar el significado del término “palabra” en el lenguaje de los
profetas. La zona más sagrada del Templo de Jerusalén se llamaba “Debir”,
conocido después como “Santo de los Santos”, era el sector reservado a Yahvé
donde reposó el Arca de la Alianza. El término “Palabra” se pronuncia en hebreo
“Dabar”. Notemos la semejanza entre las voces “Debir” y “Dabar”
al tener idénticas consonantes, pues en hebreo el valor de las vocales es poco
relevante. El término “Dabar” recoge, como la palabra “Debir”, la
profundidad y santidad del pensamiento de Dios. El “Dabar” es la Palabra
que nace de Dios, alcanza el interior de la persona y la renueva.
La Palabra de Dios no
es cualquier palabra, es la expresión de la fuerza y la voluntad divina que
llega a lo más profundo del corazón y trastoca la persona de raíz. Por tanto
cuando los profetas hablan no se limitan a comunicar información La palabra del
profeta es la voz de Dios que transforma el corazón de la persona y el alma del
mundo, siempre y cuando la libertad del hombre se lo permita; pues la Palabra
de Dios no violenta nunca la libertad humana, ni suple en ningún momento la
responsabilidad del hombre.
El profeta transmite la
Palabra de Dios porque el mismo ha sido forjado por la Palabra del Señor. El
profeta es quien recibe de Dios una Palabra cualificada, y mediante su
pensamiento, su forma de hablar y su manera de actuar, manifiesta la voluntad
de Dios entre su pueblo, recordando siempre la fidelidad a la Alianza y el
futuro cumplimiento de la promesa liberadora de Dios. La historia de cada
profeta, es la historia del encuentro de un hombre con Dios, y la historia de
la transmisión de la palabra divina al pueblo expectante.
Los estudiosos,
siguiendo un criterio pedagógico, dividen a los verdaderos profetas en dos
categorías:
* Profetas preclásicos.
Aparecen preferentemente en el seno de los libros que denominamos históricos.
En los siglos XI-X aC destacan: Ajías, Semayas, y Natán. Durante el siglo IX aC
despuntan: Jananí, Elías, Eliseo, y Miqueas hijo de Yimlá.
* Profetas clásicos.
Corresponden a aquellos cuya predicación ha quedado consignada en los libros bíblicos que llevan su nombre:
Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás,
Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, y Malaquías.
El profetismo hebreo
constituye un fenómeno de connotaciones peculiares en la historia religiosa de
la humanidad, y eso en un doble sentido. Por una parte el movimiento profético
especificó la voluntad de Dios para con el pueblo hebreo. Por otra parte desde
la perspectiva cristiana, además de representar la comunicación de Dios con su
pueblo, preparó la revelación del Verbo de Dios. La lectura cristiana de los
libros proféticos conduce nuestra vida hasta el encuentro personal con el
profeta definitivo, con Jesús de Nazaret, la presencia encarnada de Dios entre
nosotros (cf. Ju 1,14).
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