Francesc Ramis Darder
A instancias de la Iglesia de Jerusalén, Bernabé visitó la
comunidad de Antioquía de Siria. Bernabé, un hombre bueno, lleno de Espíritu
Santo y de fe, se alegró al contemplar el crecimiento de la Iglesia. Con la
intención de acelerar el proceso evangelizador, marchó a Tarso en busca de
Saulo. Ambos discípulos permanecieron un año en Antioquía instruyendo a muchos
cristianos en la fe.
Por entonces bajaron algunos profetas de Jerusalén a Antioquía.
Uno de ellos, Agabo, relató a la comunidad antioquena las penurias que iban a
cernirse sobre la la Iglesia de Sión; se refería a la hambruna que azotó
Oriente en tiempos del emperador Claudio (41-45). Los cristianos de Antioquía
hicieron una colecta para socorrer a los hermanos de Judea. Determinaron que
Bernabé y Saulo llevaran el montante a Jerusalén; cumplida la misión ambos
apóstoles regresaron a Antioquía.
Mucho tiempo después, Pablo visitó otra vez Jerusalén; Agabo
salió a su encuentro en la ciudad de Cesarea. El profeta realizó un acto
simbólico: tomó el ceñidor de Pablo y se ató las manos y los pies, y dijo: “Así
atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este ceñidor, y lo
entregarán en manos de los paganos” (Hch 10,11).
Mediante el gesto simbólico, Agabo anunció la persecución que
sufriría Pablo. Sin embargo, el apóstol no se arredró, proclamó: “Yo estoy
dispuesto, no sólo a ser encadenado, sino que estoy dispuesto a morir en
Jerusalén por el nombre de Jesús, el Señor” (Hch 21,13).
Los pasajes donde figura el profeta Agabo ofrecen una doble
lección. Por una parte, enfatizan la solidaridad reinante entre las comunidades
cristianas antiguas. Por otra, destacan la inquebrantable confianza del apóstol
en el auxilio del Espíritu Santo (Hch 20,22-23), pues no dudará en viajar a
Sión para predicar el Evanegelio (Hch 21,13).
Ejercicio. Lectura: Hch 11,19-30;
20,10-14. Los profetas auténticos: Dt 18,9-22.
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