La Sagrada Escritura describe la identidad de un personaje llamado Baruc que actuó como secretario del profeta Jeremías (Jr 32; 36; 43; 45). La probada fidelidad que manifestó Baruc a Jeremías le convirtió en el símbolo de la lealtad que debe profesarse al maestro. El ministerio de Jeremías y la tarea de su secretario Baruc alcanzaron su cenit en las postrimerías del siglo VII a.C. Tras la muerte del profeta y su secretario, la fama de ambos pervivió en el pueblo. Los discípulos de Jeremías, mucho tiempo después de la muerte del profeta, pusieron por escrito la predicación de su mentor y redactaron el libro de Jeremías. El recuerdo de Baruc también pervivió en el ánimo del pueblo; y, por eso, algunos escritos posteriores fueron atribuidos a la pluma de Baruc.
Los libros más importantes que la tradición asignó a Baruc son dos. El primero, denominado “Apocalipsis de Baruc”, forma parte de los Apócrifos del Antiguo Testamento. Los Apócrifos del AT constituyen una colección de libros que nacieron en el ámbito judío pero que no llegaron a formar parte del canon de la Antigua Alianza. El segundo es el “Libro de Baruc”, el cual forma parte del Antiguo Testamento en la tradición de las Iglesias Orientales y de la Iglesia Católica.
El libro de Baruc fue escrito en Jerusalén a mediados del siglo II aC. por un personaje anónimo que la tradición llamó “Baruc”. El término “Baruc” significa “el que ha recibido la bendición de Dios”. La comunidad de Jerusalén atribuyó el libro a Baruc para rendir homenaje al secretario de Jeremías. El texto del libro ha llegado hasta nosotros sólo en lengua griega. La profecía de Baruc presenta, además, una peculiaridad editorial: los estudiosos denominan “libro de Baruc” a los primeros cinco capítulos del libro; y llaman “Carta de Jeremías” al capítulo sexto.
A mediados del siglo II aC. la comunidad de Jerusalén atravesaba una crisis profunda. La fe judía, que había tejido la identidad religiosa y social del pueblo, se desleía ante la irrupción de otra manera de entender la existencia humana, la mentalidad griega. La cultura griega se asentó en Palestina y, lentamente, fue minando los fundamentos religiosos y culturales del pueblo hebreo. La comunidad judía percibía como sus miembros abandonaban la fe para adherirse a las creencias griegas. La comunidad judía llegó a reducirse tanto, que los judíos podían pensar que constituían un grupo extraño en su propia tierra.
Los judíos vivían su fe de manera semejante al modo en que la vivieron sus antepasados cuando sufrieron el exilio de Babilonia (587-538 aC.). La pequeña comunidad judía constituía un reducto religioso en el ámbito de la cultura griega. Durante el exilio de Babilonia, la predicación de Ezequiel y la voz apasionada del Segundo Isaías posibilitaron que el pueblo deportado mantuviera la integridad de la fe. Ahora, en el contexto social del siglo II aC. surge un profeta anónimo que compone el libro de Baruc para devolver la esperanza al pueblo desalentado.
El libro de Baruc comienza exponiendo la situación de la comunidad desencantada que mora en Jerusalén durante el siglo II aC (Ba 1,1-14). El autor no describe directamente la situación del pueblo marchito; adopta un artificio literario: comenta la situación del pueblo exiliado en Babilonia, para que los lectores comprendan que el estado actual del pueblo es parejo a la situación vivida durante el destierro.
El autor comprende que la desgracia del pueblo no se debe al capricho divino, es la consecuencia que se deriva del pecado de la nación. Por eso el profeta ofrece, en la segunda parte del libro, una liturgia penitencial para que la comunidad implore el perdón de sus pecados (Ba 1,15-3,8). Una vez recibido el perdón, aparece la tercera parte del libro, en la que el profeta propone al pueblo que adopte un estilo de vida acorde con la Ley de Dios (Ba 3,9-4,4). Vivir según la Ley de Dios no consiste en practicar un amasijo de normas confusas, implica una vivencia coherente con el contenido de los Diez Mandamientos. Cuando el profeta ha expuesto la necesidad de poner en práctica la Ley de Dios, describe mediante un hermoso poema el gozo que produce en el creyente la vivencia de los mandamientos (Ba 4,5-5,9).
Los proyectos humanos suelen ser brillantes mientras la vivencia de la fe tiende a ser mediocre. Por eso una vez concluido el libro, otro profeta, de quien desconocemos también la identidad, escribió el contenido del capítulo sexto: “la Carta de Jeremías”. La carta recuerda la estupidez que supone entregar la vida al poder de los ídolos cuando estamos llamados a gozar de la ternura del Señor. La idolatría fue la tentación constante del pueblo de Dios; también es nuestra tentación permanente. Por eso la carta desenmascara el veneno de la idolatría y sugiere al ser humano la vivencia de la justicia: “lo que de veras vale es el hombre justo que nada tiene que ver con los ídolos” (CJr 72).
El contexto social que vivimos recuerda, en muchos aspectos, la situación de la comunidad judía durante el siglo II aC. En ese contexto, el libro de Baruc recuerda el sinsentido de la idolatría y propone al creyente el único camino posible: la vivencia auténtica y comprometida de la Ley de Dios.
Francesc Ramis Darder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario