lunes, 25 de enero de 2016

CATEDRAL DE MALLORCA: Jaume Blanquer: el Retablo del Corpus Christi.

                                                                   Francesc Ramis Darder
                                                                   bibliayoriente.blogspot.com



El retablo barroco es de madera dorada y policromada. El nicho central representa la Cena del Señor, con la mesa y los comensales dispuestos en plano inclinado para facilitar la percepción del espectador. Antes de la reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, el sacerdote celebraba la Misa de espaldas al pueblo, y la comunidad no veía el momento culminante de la consagración del pan y del vino; por eso, la representación de la Santa Cena permitía que los fieles pudieran asociar la celebración de Misa, sobre el altar de la capilla, con la cena del Señor, representada en el retablo y celebrada en el cenáculo. El retablo dispone sobre la mesa del cenáculo el vino y el pan junto al cordero pascual. La disposición del vino y el pan evocan las palabras de Jesús a los apóstoles durante la última cena: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo […] Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28).

    La presencia del cordero sugiere las palabras que Juan Bautista pronunció acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29); de ese modo, el retablo invita al cristiano a conducirse según el estilo de vida propuesto por el Evangelio. Aún así, la figura del cordero refiere, sobre todo, la personalidad íntima de Jesús. El libro de Isaías habla de un personaje misterioso, el Siervo del Señor, que entregará su vida para devolver a la humanidad, atenazada por la idolatría, al regazo de la alianza divina (Is 52,13-53,12). La profecía describe la entrega del Siervo con los trazos del Cordero sacrificado: “Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron […] como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador” (Is 53,5.7). Desde esta perspectiva, situado bajo el nicho de la santa cena, aparece Jesús, vestido con la clámide, ante el Consejo de ancianos reunido en casa de Caifás, y ante Pilato en el Pretorio. La escenificación de la condena de Jesús por parte de los judíos, Caifás, y de los paganos, Pilato, ratifica la identidad de Jesús como Siervo del Señor, el Cordero que entrega su vida para redimir el pecado de la comunidad judía y de la asamblea gentil.

    El AT preludia la entrega redentora de Jesús; por eso, el altar de la capilla, sobre el que se levanta al retablo, representa escenas de la vida de Abrahán que esbozan la entrega del patriarca a la exigencia divina: Ofrenda de Melquisedec, rey de Salén (Gn 14,18-19), Abrahán y los ángeles peregrinos (Gn 18,1-5), el Sacrificio de Isaac (Gn 22). La representación está enmarcada por una orla de tema eucarístico con San Pedro y San Bruno en las esquinas superiores.    

    Cuando los cristianos asistían a Misa, veían el cordero sacrificado, metáfora de la entrega de Jesús, dispuesto sobre la mesa del retablo; entonces entendían que la Eucaristía, memorial del sacrifico de Cristo, actualizaba la celebración del cenáculo (Mt 26,28). La representación de la Santa Cena expresa como la Eucaristía transforma la identidad del cristiano, pues le impulsa a seguir el Evangelio y le recuerda que la entrega de Cristo derrama sobre su vida el perdón divino.

    Ahondando en la temática, el segundo cuerpo del retablo plasma la “presentación del Niño Jesús en el templo”. Recogiendo la tradición del AT (Lv 12,2-4), el NT aplica a Jesús las cláusulas de la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor” (Lc 23). Como es obvio, el retablo representa a María y José que llevan a Jesús al templo de Sión; pero, bajo las figuras del retablo, palpita la hondura con que la celebración de la Eucaristía rehace la identidad del cristiano. Durante la Antigua Alianza, los hebreos acudían al templo de Jerusalén para consagrase al Señor (Lv 12), pero en la Nueva Alianza, plenitud de la Antigua, los cristianos acuden a la Iglesia, casa de la Eucaristía, presencia viva de Dios entre nosotros, para consagrarse plenamente al Señor. A tenor del retablo, la celebración de la Eucaristía constituye el momento privilegiado en que el cristiano acude al templo para acrecer la consagración al Señor que recibió en el Bautismo.

    Las figuras de las virtudes teologales, las tallas de los santos, y la representación de “las tentaciones de San Antonio Abad” que tachonan el retablo aducen los frutos con que la Eucaristía acrece la solidez del cristiano. Sobre el yunque de la Eucaristía, el cristiano acrece la fe, la esperanza y la caridad; injerta su vida en el tronco de la santidad (Lv 19,2) y aprende a vencer las insidias del mal. El conjunto de ángeles músicos, turiferarios y ceroferarios certifican, como acontece en la estética barroca, que la Eucaristía abre las puertas del cielo, meta de la vida cristiana.


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