sábado, 2 de septiembre de 2017

¿DÓNDE NACIÓ JEREMÍAS?



                                                               Francesc Ramis Darder
                                                               bibliayoriente.blogspot.com


La vida de Jeremías transcurrió entre el ocaso de Asiria y el triunfo de Babilonia como potencia indiscutida. Jeremías convivió con la reforma del rey Josías (622 a.C.), vivió la caída de Jerusalén 
bajo la espada de Nabucodonosor, contempló la deportación a Babilonia (597.587.582 a.C.), y sufrió el exilio en Egipto, donde murió.


2.1. Jeremías y la reforma de Josías.

El dominio asirio sobre Judá determinó que Josías solo pudiera emprender verdaderamente la reforma cuando murió Asurbanipal, y el imperio entró en la crisis final (627 a.C.). La reforma contó con la ayuda de la profetisa Juldá (2Re 22-23). La Escritura sitúa la promulgación de la reforma y la celebración de la Pascua en el año dieciocho de Josías (622 a.C.). Antes de que Josías promulgara la reforma y celebrara la Pascua, entra en liza Jeremías; así lo certifica el encabezamiento del libro: “vino la palabra del Señor sobre él (Jeremías) en tiempos de Josías […] el año decimotercero de su reinado” (1,1); así Jeremías deja oír su voz en el año 627 a.C., cuando fallece Asurbanipal y Josías puede entreabrir la puerta de la reforma.

    Si Jeremías comenzó su ministerio en el año 627 a.C., debió nacer, según la opinión de los comentaristas, hacia el año 650 a.C. No obstante, la profecía pone en labios del Señor una vinculación entre la vocación de Jeremías y su nacimiento: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones” (1,5; ver: 15,10; 20,14-18); desde esta perspectiva, el nacimiento del profeta habría tenido lugar en el año mismo de su vocación: 627 a.C. Considerando la perspectiva pedagógica, propia de un Manual, entenderemos que el año 627 a.C. constituye la fecha en que Jeremías pudo iniciar el ministerio profético; así, su nacimiento habría tenido lugar por el año 650 a.C.[1]  El significado del término “Jeremías” es objeto de debate, puede significar: “el Señor puso el fundamento”, o “el Señor exalta”, quizá “el Señor ha liberado el seno”; sea cual sea el significado, el nombre subraya la actuación de Dios en la vida del profeta.

    Jeremías nació en Anatot (1,1). ¿Qué importancia tiene el lugar de nacimiento? La ancianidad de David contempló como dos príncipes se disputaban el trono: Adonías, hijo de Jaguit, y Salomón, hijo de Betsabé. Adonías contaba con el apoyo de Joab, jefe del ejército, y del sacerdote Abiatar; mientras Salomón, requirió la ayuda del sacerdote Sadoc, de Benaías, y del profeta Natán. La astucia de Natán determinó que David designara rey a Salomón. El nuevo rey asesinó a Adonías por la espada de Benaías y desterró a Abiatar y su séquito a Anatot; Sadoc asumió la jefatura sacerdotal en lugar de Abiatar (1Re 1-2). Abiatar pertenecía a una saga sacerdotal relevante: era hijo de Ajimélec, hijo de Ajitub, descendiente de Elí, cabeza del santuario de Siló. Su linaje había sufrido la persecución, pues cuando el templo de Siló fue destruido, los sacerdotes se refugiaron en el santuario de Nob; más tarde, Saúl mató a los sacerdotes de Nob, sólo escapó Abiatar que encontró cobijo junto a David (1Sam 4,12-17; 22-23). Los ancestros de Jeremías habían acompañado a Abiatar al exilio de Anatot; así pues, el profeta conocía el antiguo sacerdocio de alcurnia (Abiatar), sabía del dolor de la opresión (Siló) y del destierro (Anatot). El destierro en Anatot marcó la mentalidad de Jeremías; por eso, cuando hablaba de la injusticia y del exilio, lo hacía desde la experiencia personal que había tronchado la historia de su familia.

    La Escritura narra, desde el prisma teológico, la vocación de Jeremías; la vocación sembró en su corazón el ansia por la justicia y el reconocimiento de la dignidad de los débiles (1,4-19). Cuando Jeremías inició su ministerio, su afiliación a la saga de Abitar debió suscitar recelos entre los sacerdotes de Jerusalén, descendientes de Sadoc, y con la corte, vinculada a Josías, descendiente de Salomón, asesino de Adonías. La distancia entre Jeremías y los dignatarios de Josías quizá determinó que los criterios del profeta fueran poco apreciados durante el tiempo en que Josías inauguraba la reforma (1,6).

    Sin embargo, Jeremías apoyó la tarea de Josías; en palabras del profeta, el monarca “practicó la justicia y el derecho; por eso todo le iba bien; defendió a pobres y desvalidos” (22,15-16). Jeremías no define al soberano por la magnificencia de su palacio, sino por su empeño por la justicia; así recoge el testigo de los profetas antiguos (Amós, Oseas). Ahora bien, el apego de Jeremías a la reforma suscitó el recelo entre sus paisanos de Anatot (11,21-23); pues la reforma había eliminado los santuarios locales para centrar el culto en Sión. Seguramente, los descendientes de Abiatar oficiaban en Anatot, por eso la supresión del santuario encendió su furia contra Josías, ira que debió alcanzar a su paisano Jeremías.
 
    Josías proclamó solemnemente los principios de la reforma, el “libro de la Alianza” (2Re 23,1-3). La reforma implicaba la recuperación de la identidad nacional, la purificación religiosa (2Re 23,14), la lucha por la justicia y la defensa de los pobres (22,15-16). Josías también planeó implantar la reforma en el territorio del antiguo Israel, eliminó los santuarios idolátricos y veneró la memoria del hombre de Dios y el profeta de Samaría (2Re 23,15-20). No obstante, la sagacidad de Jeremías intuyó las grietas del auge innovador, a saber, el malestar entre los sacerdotes de los altozanos que Josías trasladó a Jerusalén, la guerra entre el país del Nilo y los imperios del Eúfrates, y la actitud acomodaticia de algunos profetas. Por eso, alertó de la amenaza babilónica y egipcia, censuró la conducta mendaz de sacerdotes, profetas y cortesanos, y fustigó la injusticia enmascarada por el culto pomposo (2,1-6,30).





[1] . Sobre el nacimiento de Jeremías: J. M. ÁBREGO DE LACY, “Jeremías” en  LA CASA DE LA BIBLIA, Comentario al Antiguo Testamento vol.II (Madrid: Atenas, PPC, Sígueme, Verbo Divino, 1997) 111-112.

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