miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL PRIMER CREDO CRISTIANO: 1 COR 15, 3-8

                                                                                                       Francesc Ramis Darder


Desde la primavera del año 50 hasta el verano del año 51, Pablo evangelizó la ciudad de Corinto. Un grupo de gente sencilla abrazó el cristianismo y constituyó una comunidad muy viva. Sin embargo, el paganismo erosionaba los cimientos de aquella Iglesia. Pablo, alarmado por la confusión que hería a la comunidad, decidió escribir una carta a los cristianos de Corinto para acrisolarles en la vivencia de la fe; escribió la Primera Carta a los Corintios en Éfeso, entre los años 55-57.

    Con la intención de reforzarles en la vivencia cristiana, el apóstol decidió adjuntar en la carta lo que pudiera ser el “credo cristiano” más antiguo, dice: “[…] que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que ha resucitado, según las Escrituras […]” (1Cor 15,3-4). Fijémonos en tres aspectos fundamentales.

1º. La expresión “según las Escrituras” ratifica que el ministerio de Jesús no fue el  resultado de la casualidad, pues Jesús durante su vida, muerte y resurrección dio cumplimiento a lo que anunciaba el AT. La vida de Jesús, el Hijo de Dios, constituyó el cumplimiento pleno de los designios del Padre a favor de la Humanidad entera.

2º. El texto recalca que Jesús murió por nuestros pecados. Dedicó su vida a explicar que la vivencia del amor es lo único que puede redimir al ser humano de la angustia, el miedo y el pecado. La intensa vivencia del amor provocó que los partidarios de la maldad lo mataran. Cuando el credo subraya que fue sepultado, certifica que Jesús murió realmente.

3º. Sin embargo, y eso es lo más importante, el credo recalca que Jesús “ha resucitado”.   ¡Cristo vive! Jesús no es sólo un personaje brillante, como tantos hubo en el pasado, que dejara un buen recuerdo y un mensaje religioso interesante. El credo confiesa que Jesús sigue vivo entre nosotros; es el amigo que nos echa una mano en la vida. El que sigue recordándonos que el amor es lo único que llena de sentido la vida del ser humano. El que nos ayuda a levantarnos cuanto el pecado ha conseguido abatirnos, el que nos infunde el ánimo para anunciar la Buena Nueva.

Ejercicio, podrías leer: 1Cor 15,1-58; Fil 2,1-18.

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