Francesc Ramis Darder
Cuando Jesús predicaba
por las comarcas de Palestina proclamaba que Dios es el padre que nos
ama y anunciaba la llegada del Reino de Dios.
Dios no es alguien que
esté alejado de nosotros; es el buen padre que nos ama y que nos
acompaña en el camino de la vida. Los israelitas en tiempos de Jesús
estaban tan asustados de la presencia divina que, incluso, evitaban
pronunciar el nombre de Dios. Tan solo el sacerdote más importante
de Israel pronunciaba el nombre de Dios una vez al año en la sala
más recóndita del templo de Jerusalén. En contraposición al miedo
de los israelitas, Jesús no solo pronunciaba el nombre de Dios, sino
que lo llamaba “mi Padre”. Dios no es alguien distante o que
tengamos que temer. Dios, como un buen padre, nos habla en el
silencio de nuestra conciencia y nos invita a descubrir su presencia
en el rostro de los hermanos que encontremos cada día.
Jesús también
anunciaba la llegada del Reino de Dios. El Reino de Dios no se
refería a la creación de un estado o una nación. Como decía
Jesús, el Reino de Dios comienza cuando las personas decidimos vivir
amándonos los unos a los otros. Cuando en lugar de competir,
empezamos a compartir, llega el Reino de Dios. Cuando en lugar de
vivir en la desconfianza, empezamos a buscar la verdad, brota el
Reino de Dios. Cuando en lugar del egoísmo, optamos por la
generosidad, nace el Reino de Dios. Cada vez que ponemos en práctica
la misericordia, el Reino de Dios se hace presente entre nosotros.
Ahora bien, para
experimentar que Dios es un buen padre y construir el Reino de Dios,
es necesario que nos convirtamos. Lo decía Jesús en el evangelio:
“Convertíos y creed en la Buena Nueva.” ¿Qué significa
convertirse? La palabra convertirse quiere decir “volver la
vista hacia la buena dirección”. Quiere decir dejar de contemplar
la vida desde la “mala perspectiva” del “egoísmo personal”,
para contemplarla en la “buena dirección” de la “generosidad
con los demás”. La conversión nos hace sentir mucho mejor,
incluso, a nosotros mismos; como dice la Escritura, “hay más
alegría en dar que en recibir”. Cuando hacemos el esfuerzo de
convertirnos, de mejorar nuestra calidad humana, ciertamente nos
sentimos mejor; por ello, Jesús equipara la conversión con la
alegría de la Buena Nueva. Jesús decía: “Convertíos y creed en
la Buena Nueva”; dicho con otras palabras, haced el esfuerzo de ser
mejores personas y os sentiréis humanamente mucho mejor.
Pero la conversión no
es un hecho que se dé espontáneamente. Cuando Jesús llamó a Simón
y Andrés para que fuesen con Él, dejaron las redes para seguir a
Jesús. Cuando llamó a Santiago y Juan, dejaron a su padre y a los
jornaleros para poder convertirse en discípulos del Señor.
Convertirse implica
dejar las cosas que nos impiden profundizar en el camino del amor.
Los cuatro primeros apóstoles dejaron la barca y las redes; y
nosotros, ¿qué estamos dispuestos a dejar para poder recorrer la
ruta del Evangelio?
En esta Eucaristía,
pongámonos ante Dios, el buen padre que nos ama, y pidámosle que
nos ayude a dejar las cosas que nos impiden caminar por la ruta de la
Buena Nueva. Pidámosle la gracia de la conversión para poder
contemplarlo como el padre que nos ama y para aprender a sembrar en
el mundo la buena semilla del Reino de Dios.
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