sábado, 17 de mayo de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA SER RESPONSABLE?

                                                                                    Francesc Ramis Darder

 Las religiones circundantes a Israel atribuían el éxito o el fracaso vital al destino, la mala suerte, o los malos espíritus. La Biblia es muy clara: es cierto que en la vida tenemos condicionantes y limitaciones, pero la victoria o el fracaso de nuestra vida no depende del azar, sino de la responsabilidad y de la intensidad con que vivamos la existencia.

    Ser responsables de nuestra vida significa esforzarnos por desarrollar las virtudes que el Señor nos ha concedido y pulir las limitaciones y defectos que tenemos. La Biblia no exige que realicemos grandes cosas, sino que pongamos mucho amor en lo que hacemos: sólo es grande e importante lo que es grande e importante a los ojos de Dios.

    La persona que desarrolla sus capacidades y acepta sus limitaciones es feliz. En cambio, quien no se esfuerza en acrecer sus virtudes y controlar sus límites desperdicia  su vida. La irresponsabilidad humana bloquea el crecimiento personal, y tiene consecuencias duras; cuando el ser humano se niega a desarrollar sus cualidades, ve como en su corazón nace la envidia, pues contempla como otras personas se esfuerzan en desarrollar sus cualidades y lo consiguen.

    El Pentateuco y los Libros Históricos constituyen la catequesis de la responsabilidad. Enseñan cómo los patriarcas, condicionados por avatares históricos, aceptaron sus límites y desarrollaron sus potencialidades para que Israel deviniera el pueblo de Dios. Los Libros Históricos reseñan que el error humano radica en la irresponsabilidad; pero lo que trunca la vida no sólo es el pecado cometido, sino el no querer reconocerlo para poder pedir perdón y enmendarse. Veamos un ejemplo.

    David cometió una terrible maldad, hizo asesinar a su amigo Urías para poseer a su esposa Betsabé. Más tarde el profeta Natán le recriminó su pecado y el rey lo reconoció, dijo: “He pecado contra el Señor” (2 Sam 12, 13). Natán le respondió: “El Señor perdona tu pecado. No morirás” (2 Sam 12, 13). David cometió una falta horrible pero reconoció que se había saltado un límite de la vida, pues nadie puede matar al amigo; pero fue valiente, miró en su interior, asumió el pecado cometido y pidió perdón.

    La contraposición del pecado de David aparece en la narración del Paraíso. Dios prohibió a Adán comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente tentó a Eva para que comiera; después ella dio de comer a Adán del fruto del árbol. Dios no castigó en seguida el pecado de Adán y Eva, sino que preguntó a Adán: “¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?” (Gen 3, 11). Adán no asumió su culpa; tampoco Eva asumió su culpa, pues echó la culpa de la desobediencia a la astucia de la serpiente.

    Observemos la diferencia entre David y Adán. David se responsabiliza de su falta y recibe el perdón; así el rey, a pesar de las dificultades, pudo continuar desarrollándose como persona y fue capaz de gobernar Israel con justicia. En cambio, Adán no se hizo responsable de su pecado, por eso dejó de desarrollarse como persona y perdió el Paraíso.

     Ser responsable implica el esfuerzo por desarrollar nuestras cualidades y el empeño por controlar nuestros defectos; pero también supone la capacidad de saber pedir perdón, pues el perdón nos permite reorientar nuestra vida por la senda del bien. ¡Solo el amor hace las cosas nuevas! 

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