Francesc Ramis Darder
Las
religiones circundantes a Israel atribuían el éxito o el fracaso vital al
destino, la mala suerte, o los malos espíritus. La Biblia es muy clara: es
cierto que en la vida tenemos condicionantes y limitaciones, pero la victoria o el fracaso de nuestra
vida no depende del azar, sino de la responsabilidad y de la intensidad con que
vivamos la existencia.
Ser
responsables de nuestra vida significa esforzarnos por desarrollar las virtudes
que el Señor nos ha concedido y pulir las limitaciones y defectos que tenemos. La
Biblia no exige que realicemos grandes cosas, sino que pongamos mucho amor en
lo que hacemos: sólo es grande e importante lo que es grande e importante a los ojos de Dios.
El
Pentateuco y los Libros Históricos constituyen la catequesis de la
responsabilidad. Enseñan cómo los patriarcas,
condicionados por avatares históricos, aceptaron sus límites y desarrollaron
sus potencialidades para que Israel deviniera el pueblo de Dios. Los Libros
Históricos reseñan que el error humano radica en la irresponsabilidad; pero lo que
trunca la vida no sólo es el pecado cometido, sino el no querer reconocerlo para poder pedir perdón y enmendarse.
Veamos un ejemplo.
David
cometió una terrible maldad, hizo asesinar a su amigo Urías para poseer a su
esposa Betsabé. Más tarde el profeta Natán le recriminó su pecado y
el rey lo reconoció, dijo: “He pecado contra el Señor” (2 Sam 12, 13). Natán
le respondió: “El Señor perdona tu pecado. No morirás” (2 Sam 12, 13).
David cometió una falta horrible pero reconoció que se había saltado un límite
de la vida, pues nadie puede matar al amigo; pero fue valiente, miró en su
interior, asumió el pecado cometido y pidió perdón.
La
contraposición del pecado de David aparece en la narración del Paraíso. Dios prohibió a Adán comer del árbol del conocimiento del bien y
del mal. La serpiente tentó a Eva para que comiera; después ella dio de comer a Adán del fruto del árbol. Dios no castigó en seguida el pecado
de Adán y Eva, sino que preguntó a Adán: “¿Has comido acaso del árbol del que
te prohibí comer?” (Gen 3, 11). Adán no asumió su culpa; tampoco Eva asumió su culpa, pues echó la culpa de la desobediencia a la astucia de la serpiente.
Observemos
la diferencia entre David y Adán. David se responsabiliza de su falta y recibe
el perdón; así el rey, a pesar de las dificultades, pudo continuar desarrollándose como persona y fue capaz de gobernar Israel con justicia. En cambio, Adán no se hizo responsable de su pecado,
por eso dejó de desarrollarse como persona y perdió el Paraíso.
Ser responsable implica el esfuerzo por desarrollar nuestras cualidades y el empeño por controlar nuestros defectos; pero también supone la capacidad de saber pedir perdón, pues el perdón nos permite reorientar nuestra vida por la senda del bien. ¡Solo el amor hace las cosas nuevas!
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