sábado, 3 de marzo de 2012

MIQUEAS: ¡EL MESÍAS LLEGARÁ!

    El profeta Miqueas era originario de la alquería de Moreset situada en el territorio de Judá, al oeste de Hebrón. Ejerció el ministerio en Judá e Israel, durante el reinado de Ajaz y Ezequías, entre los años 722-701 aC. Fue contemporáneo de los profetas Oseas e Isaías. Miqueas, como Amós, era un campesino que sentía aversión por las grandes ciudades. Subió a Jerusalén para protestar por el despotismo que el rey ejercía en las míseras aldeas. En su predicación utilizaba imágenes propias de la agricultura, y se valía a menudo de los juegos de palabras. El mensaje de Miqueas es profundo, pero podemos entresacar dos temas: la exigencia de la conversión y el anuncio de la llegada del Mesías.

    El Señor, a través de la voz apasionada de Miqueas, arremete contra la mala conducta del pueblo. La voz del profeta rememora la ocasión en que el Señor liberó al pueblo esclavizado en Egipto, y cómo protegió a la nación liberada durante la travesía del desierto (Miq 6,1-5).

     El pueblo, conmovido por la predicación, decide convertirse. Pero la comunidad se pregunta acerca de qué podría entregar al Señor a cambio del perdón. Los israelitas creen que la mejor forma de obtener el perdón consiste en aplacar al Señor mediante la ofrenda de holocaustos. El holocausto era un sacrificio de especial resonancia, consistía en sacrificar animales en el altar del templo de Jerusalén para quemarlos después íntegramente en honor de Yahvé. Sin embargo, a la comunidad le parece un sacrificio banal la realización de unos pocos holocaustos, y decide sacrificar ante el Señor miles de carneros (Miq 6,6-7ª).

    El sacrificio de miles de carneros es espectacular pero todavía sabe a poco a los israelitas pecadores, por eso deciden ofrecer al Señor miríadas de ríos de aceite para obtener el perdón. Los israelitas sienten que su pecado es demasiado grave para que el sacrificio de carneros y la ofrenda de aceite pueda obtener el perdón; y por eso optan por sacrificar a sus hijos primogénitos (Miq 6,7b). Los sacrificios que planean los israelitas son impresionantes pero externos; implican mucho boato pero no propician la conversión del corazón.

    Miqueas percibe la falsa parafernalia de los ritos externos y exige, en nombre de Dios, la conversión del alma y el cambio de vida en cada israelita. Dios no demanda de nadie la representación de espectáculos fastuosos. Dios exige del hombre que sea humilde, que practique la justicia, y que vive de manera acorde a los mandamientos (Miq 6,8).

     El Señor exige un cambio de vida y no se conforma con el cambio de vestuario. Sólo la fidelidad a los preceptos divinos que implica la lucha por la justicia y la vivencia de la humildad, permite la conversión de corazón y posibilita el encuentro personal con el Señor.

    El profeta no se limitó a exigir la conversión, anunció también la llegada del Mesías.

    El Señor había trabado una alianza con el rey David. Yahvé prometió a David que su dinastía se mantendría para siempre; mientras los reyes de Judá se comprometían a gobernar el reino según los criterios de Dios (2Sam 7). Los reyes desobedecieron el mandato divino y rigieron el país de forma arbitraria. El pueblo no veía la ocasión en que pudiera establecerse un reino donde imperara la justicia y la paz.

    Miqueas devuelve la esperanza al pueblo. El profeta anuncia que un día, en la aldea de Belén de Efrata, el lugar de nacimiento de David, nacerá el Mesías (Miq 5,1-3).

     El AT constituye la narración de la larga espera del Mesías. El AT halla su plenitud en el NT. Jesús de Nazaret es el Mesías prometido por Miqueas. Jesús nace en Belén como había prometido Miqueas (Mt 2,1; cf. Miq 5,1-3), y con su presencia inaugura el Reino de Dios anunciado por los profetas.


                                                                                                               Francesc Ramis Darder     

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