Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Al contraluz de Jesús, descuella la figura del apóstol
Pablo. Como revela la Escritura, Pablo destacó, en los albores de su vida
adulta, por su furia contra los cristianos; pero un día, como el mismo relata,
vivió un proceso de conversión: “Aquel que me escogió desde el seno de mi madre
y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo
anunciara a los gentiles” (Gál 1,15). Seducido por el Resucitado, buscó un
tiempo de reflexión en Arabia y Damasco. Al cabo de tres años, subió a
Jerusalén para conocer a Cefas (Pedro); establecida la comunión con Pedro,
viajó a Siria y Cilicia para predicar el evangelio. El testimonio de su
predicación era tan intenso que pudo afirmar: “(la gente) glorifica a Dios por
causa mía” (Gál 1,13-24); es decir, viendo el testimonio cristiano que
destilaba la vida de Pablo, la gente glorificaba al Señor que le había elegido
para proclamar el evangelio.
Como sabemos,
Pablo tuvo que vencer muchas contrariedades para perseverar en la tarea
misionera. Quizá uno de los mayores adversarios que encontró en su camino fueron
los grupos judaizantes. Definir la identidad teológica de los cristianos
judaizantes en pocas palabras es una tarea difícil, pues conformaban
comunidades diversas. La característica más esencial de los cristianos
judaizantes consistía en que se creían investidos de un carácter especial;
pensaban, erróneamente, que lo más importante de la vida cristiana estribaba en
observar las prácticas cultuales del judaísmo, como pudiera ser la observancia
del sábado o la prohibición de comer ciertos alimentos. Muy a menudo, Pablo les
recordará que la esencia del cristianismo radica en el encuentro con el Señor
Resucitado, encuentro que encauza la vida del cristiano por el cauce del amor a
Dios y al prójimo (Rom 1,16-17; Mt 22,37-39).
Aduciendo una
vez más la perspectiva catequética, imaginemos un encuentro entre Pablo y los cristianos
judaizantes. Los judaizantes se vanagloriaran de su empeño por extender el
mensaje cristiano y menospreciaban la ingente tarea de Pablo a favor de la
Buena Nueva. Ante el desprecio de los judaizantes, Pablo habría podido
argumentar su pasión a favor del evangelio enumerando, por ejemplo, las Cartas
que había escrito (Romanos, Corintios, Gálatas, etc.), o citando las numerosas
comunidades cristianas que había fundado. Sin duda, Pablo tenía argumentos
solventes para acreditar su afán misionero; pero cuando los judaizantes le
preguntaron sobre lo que había hecho por el evangelio, dio una respuesta
sorprendente: “nos acreditamos ante todo como ministros de Dios con mucha
paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines,
fatigas, noches sin dormir y días sin comer” (2Cor 6,4-5). Cuando los
judaizantes preguntan a Pablo sobre lo que ha hecho por el evangelio, el
apóstol enumera el sufrimiento que ha padecido por su fidelidad a Jesús y por
su tesón para sembrar la Buena Noticia.
Además del
sufrimiento por extender el evangelio, Pablo enumera otra causa de aflicción:
“para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de
Satanás que me abofetea para que no me engría” (2Cor 12,7). Añade el apóstol:
“Tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mi y me ha respondido: ‘Te
basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’. Así que muy a gusto me
glorío de mis debilidades, para que resida en mi la fuerza de Cristo” (2Cor 12,8-9).
Mucho se ha discutido sobre la naturaleza de la espina que tanto amargó la
existencia del apóstol; algunos comentaristas entienden que era una dolencia
moral, mientras otros se inclinan por una dolencia física. Sea lo fuere y al
decir de los comentaristas, parece que Pablo tenía una saluda endeble. Sin
embargo, conocedor de su debilidad, certificó ante los judaizantes: “vivo
contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las
persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2Cor 12,10).
¿Qué significa
la declaración de Pablo? Cuando el apóstol se gloría de su debilidad, no declara
que se alegre o busque el sufrimiento por sí mismo, eso sería una actitud
masoquista carente de sentido. Señala que la persecución que padece a causa de
su fidelidad al evangelio le hace sentirse como Jesús cuando, fiel al designio
del Padre, entregaba la vida en la cruz para la salvación de la humanidad
entera. En definitiva, el sufrimiento es la ocasión que le permite a Pablo
sentirse como Jesús cuando entregaba su vida por amor. Los discípulos del
apóstol ahondarán en la confidencia de su maestro y pondrán en labios de Pablo palabras certeras
dirigidas a los cristianos de Colosas: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por
vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo a
favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Como es obvio, la
interpretación de la sentencia es discutida; pero el hondón de la reflexión
pende de lo que acabamos de mentar, a saber, el sufrimiento a causa del
evangelio propicia que Pablo pueda sentirse como Jesús cuando, fiel al mandato
del Padre, entregaba su vida por amor.
Aguzando el
sentido catequético, hemos expuesto como el sufrimiento constituye la ocasión
privilegiada que permite al Hijo de Dios hacerse plenamente hombre, a la vez
que permite al hombre que vive el evangelio, Pablo, sentirse como Jesús cuando
entregaba su vida por amor a la humanidad; por eso decimos que el sufrimiento
es un misterio. Actualmente la palabra “misterio” designa aquello que es
complicado, obtuso, difícil de entender, pero en la antigüedad el término
“misterio” adquiría un significado distinto. Un “misterio” era el ámbito, la
ocasión o el tiempo propicio en que el hombre podía encontrarse personalmente
con Dios; como hemos observado, el sufrimiento fue la ocasión privilegiada, el
“misterio”, en que Pablo pudo encontrarse íntimamente con Jesús, su salvador.
Cuando en
nuestra tarea pastoral nos encontramos con un enfermo, no solo tenemos delante
un ser que sufre, sino sobre todo, a una persona que vive un tiempo de
“misterio”, una ocasión privilegiada para encontrase personalmente con Dios. La
enfermedad es el tiempo oportuno para repetir ante el enfermo, con nuestra voz
y con el testimonio de nuestra vida, las palabras de Jesús a los apóstoles:
“¡No temas!” (ver: Mc 4,35-39). Como hemos señalado, la locución “¡no temas!”
no alude solo a la tranquilidad psicológica que la presencia del voluntario
confiere al enfermo, es, sobre todo, una invitación a la fe, una invitación a
depositar el cauce de la vida en las buenas manos de Dios, el Señor de la vida.
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