lunes, 30 de mayo de 2016

¿CÓMO ENTENDIÓ SAN PABLO EL SUFRIMIENTO?


                                               Francesc Ramis Darder
                                              bibliayoriente.blogspot.com


Al contraluz de Jesús, descuella la figura del apóstol Pablo. Como revela la Escritura, Pablo destacó, en los albores de su vida adulta, por su furia contra los cristianos; pero un día, como el mismo relata, vivió un proceso de conversión: “Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara a los gentiles” (Gál 1,15). Seducido por el Resucitado, buscó un tiempo de reflexión en Arabia y Damasco. Al cabo de tres años, subió a Jerusalén para conocer a Cefas (Pedro); establecida la comunión con Pedro, viajó a Siria y Cilicia para predicar el evangelio. El testimonio de su predicación era tan intenso que pudo afirmar: “(la gente) glorifica a Dios por causa mía” (Gál 1,13-24); es decir, viendo el testimonio cristiano que destilaba la vida de Pablo, la gente glorificaba al Señor que le había elegido para proclamar el evangelio.

    Como sabemos, Pablo tuvo que vencer muchas contrariedades para perseverar en la tarea misionera. Quizá uno de los mayores adversarios que encontró en su camino fueron los grupos judaizantes. Definir la identidad teológica de los cristianos judaizantes en pocas palabras es una tarea difícil, pues conformaban comunidades diversas. La característica más esencial de los cristianos judaizantes consistía en que se creían investidos de un carácter especial; pensaban, erróneamente, que lo más importante de la vida cristiana estribaba en observar las prácticas cultuales del judaísmo, como pudiera ser la observancia del sábado o la prohibición de comer ciertos alimentos. Muy a menudo, Pablo les recordará que la esencia del cristianismo radica en el encuentro con el Señor Resucitado, encuentro que encauza la vida del cristiano por el cauce del amor a Dios y al prójimo (Rom 1,16-17; Mt 22,37-39).

    Aduciendo una vez más la perspectiva catequética, imaginemos un encuentro entre Pablo y los cristianos judaizantes. Los judaizantes se vanagloriaran de su empeño por extender el mensaje cristiano y menospreciaban la ingente tarea de Pablo a favor de la Buena Nueva. Ante el desprecio de los judaizantes, Pablo habría podido argumentar su pasión a favor del evangelio enumerando, por ejemplo, las Cartas que había escrito (Romanos, Corintios, Gálatas, etc.), o citando las numerosas comunidades cristianas que había fundado. Sin duda, Pablo tenía argumentos solventes para acreditar su afán misionero; pero cuando los judaizantes le preguntaron sobre lo que había hecho por el evangelio, dio una respuesta sorprendente: “nos acreditamos ante todo como ministros de Dios con mucha paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer” (2Cor 6,4-5). Cuando los judaizantes preguntan a Pablo sobre lo que ha hecho por el evangelio, el apóstol enumera el sufrimiento que ha padecido por su fidelidad a Jesús y por su tesón para sembrar la Buena Noticia.

    Además del sufrimiento por extender el evangelio, Pablo enumera otra causa de aflicción: “para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea para que no me engría” (2Cor 12,7). Añade el apóstol: “Tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mi y me ha respondido: ‘Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mi la fuerza de Cristo” (2Cor 12,8-9). Mucho se ha discutido sobre la naturaleza de la espina que tanto amargó la existencia del apóstol; algunos comentaristas entienden que era una dolencia moral, mientras otros se inclinan por una dolencia física. Sea lo fuere y al decir de los comentaristas, parece que Pablo tenía una saluda endeble. Sin embargo, conocedor de su debilidad, certificó ante los judaizantes: “vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,10).

    ¿Qué significa la declaración de Pablo? Cuando el apóstol se gloría de su debilidad, no declara que se alegre o busque el sufrimiento por sí mismo, eso sería una actitud masoquista carente de sentido. Señala que la persecución que padece a causa de su fidelidad al evangelio le hace sentirse como Jesús cuando, fiel al designio del Padre, entregaba la vida en la cruz para la salvación de la humanidad entera. En definitiva, el sufrimiento es la ocasión que le permite a Pablo sentirse como Jesús cuando entregaba su vida por amor. Los discípulos del apóstol ahondarán en la confidencia de su maestro  y pondrán en labios de Pablo palabras certeras dirigidas a los cristianos de Colosas: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Como es obvio, la interpretación de la sentencia es discutida; pero el hondón de la reflexión pende de lo que acabamos de mentar, a saber, el sufrimiento a causa del evangelio propicia que Pablo pueda sentirse como Jesús cuando, fiel al mandato del Padre, entregaba su vida por amor.

    Aguzando el sentido catequético, hemos expuesto como el sufrimiento constituye la ocasión privilegiada que permite al Hijo de Dios hacerse plenamente hombre, a la vez que permite al hombre que vive el evangelio, Pablo, sentirse como Jesús cuando entregaba su vida por amor a la humanidad; por eso decimos que el sufrimiento es un misterio. Actualmente la palabra “misterio” designa aquello que es complicado, obtuso, difícil de entender, pero en la antigüedad el término “misterio” adquiría un significado distinto. Un “misterio” era el ámbito, la ocasión o el tiempo propicio en que el hombre podía encontrarse personalmente con Dios; como hemos observado, el sufrimiento fue la ocasión privilegiada, el “misterio”, en que Pablo pudo encontrarse íntimamente con Jesús, su salvador.


    Cuando en nuestra tarea pastoral nos encontramos con un enfermo, no solo tenemos delante un ser que sufre, sino sobre todo, a una persona que vive un tiempo de “misterio”, una ocasión privilegiada para encontrase personalmente con Dios. La enfermedad es el tiempo oportuno para repetir ante el enfermo, con nuestra voz y con el testimonio de nuestra vida, las palabras de Jesús a los apóstoles: “¡No temas!” (ver: Mc 4,35-39). Como hemos señalado, la locución “¡no temas!” no alude solo a la tranquilidad psicológica que la presencia del voluntario confiere al enfermo, es, sobre todo, una invitación a la fe, una invitación a depositar el cauce de la vida en las buenas manos de Dios, el Señor de la vida.

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