lunes, 16 de mayo de 2016

¿POR QUÉ HAY SUFRIMIENTO?

                                                     Francesc Ramis Darder
                                                     bibliayoriente.blogspot.com


Cuando abrimos las páginas de los periódicos, nos sobrecoge el sufrimiento que agrieta el corazón de tantas personas y de tantos países; sin duda, el fragor de la guerra, el azote del hambre, o el dolor de la enfermedad desgarran el alma de la humanidad. No en vano, ahíto de palpar el sufrimiento, exclamó Job entre las páginas del AT: “El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de dolores” (Job 14,1).

    El sufrimiento nacido de la guerra no brota de la casualidad, ni del azar; tampoco procede del designio divino, como si Dios deseara enfrentar a unos pueblos con otros para disfrutar de la contienda. La guerra nace de la injusticia; pues brota del afán de poder de los países ricos sobre las naciones pobres. Ante la barbarie, el ser humano debe oponerse a la guerra con todas sus fuerzas, sembrar en el mundo el germen de la justicia, y paliar con el ejercicio de la solidaridad los desmanes de la violencia. La cornada del hambre que desteje la sociedad de tantos países del Tercer Mundo tampoco procede de la casualidad, ni se origina en el designio divino contra algunos pueblos; el origen hambre procede de la injusticia sobre la que se estructura la sociedad humana. De ahí nace la obligación moral de luchar contra la injusticia y el deber de paliar los estragos de las hambrunas, rostro de la injusticia social, con la práctica de la solidaridad.

    Las catástrofes naturales, como pueden ser terremotos o maremotos, no proceden del designio divino contra el ser humano; nacen de la misma estructura geológica del planeta Tierra. Ante una catástrofe ecológica, el ser humano tiene la obligación de alentar el desarrollo científico-técnico para prevenir o atemperar las adversidades naturales, a la vez que tiene el deber de aliviar, mediante el ejercicio de la solidaridad, el sufrimiento que origina cualquier desastre natural. Algo semejante podríamos decir del penar nacido de la enfermedad. Una enfermedad no brota del designio de Dios que la envía contra un paciente; la enfermedad nace del mismo carácter limitado de la naturaleza humana que, como tal, envejece y se deteriora. La actitud del ser humano ante la enfermedad abraza dos aspectos complementarios; por una parte, el hombre debe mitigar, mediante el compromiso en el desarrollo científico-técnico, el dolor causado por cualquier dolencia, a la vez que debe suavizar las consecuencias dolorosas de la enfermedad, mediante el acompañamiento de los enfermos y la solidaridad con quienes sufren.


    Desde la perspectiva puramente humana, la postura del hombre ante la enfermedad abraza los dos ámbitos que acabamos de mencionar; el ser humano debe colaborar, en la medida de sus posibilidades, en el desarrollo científico-técnico que propicia el avance de la medicina,  y adiestrarse en el ejercicio de la solidaridad hacia los enfermos. Desde la perspectiva humana, las cosas son como acabamos de decir; pero, desde la perspectiva creyente, ¿es posible una interpretación teológica de la enfermedad? El libro de Job, mencionado antes, insinúa que la enfermedad puede ser entendida desde la perspectiva creyente. Cuando la mujer de Job se hartó de ver el penar de su marido, le dijo: “Maldice a Dios y muérete” (Job 2,9); pero Job, aferrado a la fe, le contestó: “Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?” (Job 2,10). Desde la perspectiva cristiana, agucemos el sentido de la pregunta, ¿percibimos algo más profundo en la enfermedad cuando la contemplamos con los ojos de la fe cristiana? Con intención de ensayar una respuesta, esbozaremos brevemente la actitud de Jesús y la perspectiva del apóstol Pablo ante la dureza del sufrimiento; lo expondremos en los dos artículo siguientes.

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