Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
La perspectiva liberadora del Antiguo Testamento halla su
plenitud entre las páginas del Nuevo Testamento. Jesús había anunciado la Buena
Nueva a la gente apostada en la ribera occidental del lago de Genesaret;
entonces, ávido por predicar la palabra a las poblaciones del litoral oriental,
dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla” (Mc 4,35). Todos embarcaron
para cruzar el lago de Genesaret desde occidente hacia oriente. El lago está
situado en la región de Galilea, al norte de Israel; también se le llamaba lago
de Tiberíades y Mar de Galilea.
Ente las peculiaridades del lago, una es
especialmente relevante. El lago es generalmente de aguas tranquilas, pero, a
menudo, se encrespa hasta provocar tempestades que amenazan con hundir las
barcas que surcan las aguas. Hoy sabemos que la tempestad tiene su origen en
las condiciones meteorológicas de la región, pues el cambio en la dirección del
viento y la alteración de la temperatura provocan las galernas. Sin embargo, en
tiempos de Jesús, la gente daba una explicación religiosa al acontecimiento;
suponían que bajo las aguas, en el fondo del lago, habitaban los demonios que
agitaban el agua y ponían las naves en peligro de zozobra.
Cuando Jesús y
sus discípulos hubieron emprendido la travesía, se levantó una fuerte tempestad
y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Mientras tanto,
Jesús en popa, estaba dormido sobre un cabezal. Entonces, lo despertaron
diciéndole: “Maestro ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38). Jesús se puso
en pie, increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio, enmudece!” (Mc 4,39).
Enseguida, el viento cesó y vino una gran calma. Con sus palabras, Jesús
declara su soberanía sobre las fuerzas diabólicas que, ocultas bajo las aguas y
entre el soplo del viento, agitan la barca (ver: Mc 1,23-17); pues Jesús,
presencia encarnada de Dios entre nosotros (Ju 1,21.14), es Señor del Cosmos
entero (ver: Sal 89,10; 93,3).
Calmadas las
aguas, Jesús dijo a sus discípulos: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”
(Mc 4,40). Apreciamos, de nuevo, la contraposición entre la seguridad que
confiere la fe y la ansiedad que provoca el miedo, eco de la carencia de fe.
Vemos, pues, que la fe, la confianza en Jesús, provoca en el ser humano la
certeza de sentirse seguro en las buenas manos de Dios, mientras el miedo, la
ausencia de fe, siembra en el hombre la angustia ante cualquier adversidad.
Al decir del AT, la angustia ante el futuro
que depara la vida constituye la característica de quienes viven apegados a la
idolatría. Como sabemos, la idolatría no se reduce a la pasión por adorar
imágenes de fetiches; la idolatría consiste en confiar la vida al poder del
dinero, al ansia de dominio sobre los demás, y al empeño por la hipocresía, la
pasión por aparentar ante los otros aquello que no somos. En contraposición a
la idolatría, la calma define la identidad de quien tiene fe, la actitud de
quien deposita el curso de la existencia en las manos de Dios, el señor de la
vida y el guía de la historia humana (Is 45,20-25).
Quizá por eso brota tan a menudo de labios de
Jesús la expresión “¡No temas!”, dirigida a los discípulos y a quienes le
siguen (Mt 14,26.27; 17,6-7; 28,10). Adoptando una perspectiva catequética, cuando
Jesús exclama “¡no temas!”, está invitando a quien le escucha a depositar la
confianza en él, el único salvador, a la vez que le invita a desdeñar el falso
poder de los ídolos. Aguzando el ingenio catequético, podríamos decir que la
expresión de Jesús “¡no temas!” equivale a la sentencia “¡ten fe!”. Cuando
Jesús entró en casa de Jairo, el jefe de la sinagoga, para curar a su hija, le
dijo: “No temas; basta que tengas fe, y tu hija se salvará” (Lc 8,50); y, en
otro momento, dijo a Marta, hermana de Lázaro: “el que cree en mí, aunque haya
muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn
11,25-26). La fe en Jesús no solo aleja el miedo, metáfora de la idolatría,
sino que planta en el corazón humano la certeza de la vida para siempre en las
buenas manos de Dios.
Un aspecto
relevante de la pastoral sanitaria consiste en repetir a oídos del enfermo las
palabras de Jesús, “¡no temas!”, o, dicho de otro modo, “¡confía en el Señor!
En el compromiso pastoral por los enfermos, pronunciamos las palabras de Jesús
no solo con nuestros labios, sino sobre todo con el testimonio de nuestro
acompañamiento. Sin duda, la veracidad de la palabra y el testimonio del
acompañamiento conforman la llave que ha abierto el corazón de tantos enfermos
al encuentro con Jesús, el Salvador del mundo.
Desde la perspectiva bíblica, el tiempo de
enfermedad es una ocasión privilegiada para el encuentro entre el hombre y
Dios; es una ocasión privilegiada para que quienes colaboramos en la pastoral
sanitaria podamos plantar o acrecer la semilla del evangelio en el alma del
enfermo. Por eso, entre las líneas del siguiente apartado esbozaremos, desde la
perspectiva de la Escritura, el calado religioso de la enfermad como ámbito
privilegiado para el encuentro entre Dios y el hombre. De ese modo,
apreciaremos que el tiempo de dolor es un tiempo privilegiado para anunciar al
enfermo las palabras de Jesús, “¡no temas!”, sinónimo de la expresión salvadora
“¡confía en el Señor!”
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