sábado, 13 de enero de 2018

¿QUIÉN ES EL CORDERO DE DIOS?


                                                                                       Francesc Ramis Darder
                                                                                       bibliayoriente.blogspot.com



El domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, terminaba el tiempo de Navidad. En Navidad, hemos celebrado que el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret y ha habitado entre nosotros. En la noche de Navidad contemplábamos cómo el Dios hecho hombre se revelaba a los pastores, metáfora de los pobres, que lo adoraron en el pesebre de Belén. En el día de Epifanía, veíamos que el Dios encarnado se manifestaba a todos los pueblos, simbolizados por los sabios de Oriente. En el domingo del Bautismo del Señor veíamos cómo el Dios hecho hombre se revelaba a los pecadores, representados por los hebreos que acudían a recibir el bautismo de Juan. El tiempo litúrgico de Navidad conlleva un encuentro profundo con el Señor; el gozo festivo aparecía en la liturgia con el color blanco de los ornamentos.

    Acabado el tiempo de Navidad, la Iglesia inicia el tiempo litúrgico llamado ordinario; como podemos observar, la decoración del templo es más sencilla, y los ornamentos no son blancos, sino verdes. Este tiempo durará hasta el inicio de la Cuaresma. La espiritualidad del tiempo ordinario nos impulsa a poner en práctica el Evangelio en las situaciones sencillas de la vida cotidiana, a la vez que nos invita a ser misioneros de la Buena Nueva de Jesús, que con alegría hemos celebrado en Navidad.

    El evangelio que hemos proclamado presenta a Juan Bautista como un buen ejemplo del misionero del tiempo ordinario. Juan se encontró con Jesús cuando lo bautizó en el Jordán; pero el día siguiente tuvo el coraje misionero de anunciarlo a dos de sus discípulos. Cuando Jesús pasaba, Juan dijo: “Este es el Cordero de Dios.” ¿Qué quiere decir esta expresión? Cuando los hebreos se sentían pecadores, iban al templo de Jerusalén. Sobre el altar del santuario sacrificaban un cordero. Con el sacrificio del animal, afirmaba el Antiguo Testamento, imploraban el perdón de los pecados. Por tanto, cuando Juan dice que Jesús es “el cordero de Dios”, proclama ante los discípulos que Jesús es el Salvador, el que libera al hombre de las redes del pecado para conducirlo por el buen camino.

    El encuentro de los discípulos con Jesús es tan importante que, incluso, recordarán su hora; dice el evangelio: “Eran las cuatro de la tarde.” Y es que el encuentro personal con Jesús no deja indiferente a nadie; una vez que los discípulos han descubierto a Jesús, nace en su corazón el espíritu misionero. Uno de los dos, Andrés, fue a decir a su hermano Pedro: “Hemos encontrado al Mesías”; y después le acompañó a donde estaba Jesús. Notemos un detalle decisivo, el cristianismo no se vive de manera aislada, se vive en el lugar donde está Jesús, como decía el evangelio, “el lugar donde se alojaba Jesús”. Y el lugar en que se alojaba es la comunidad cristiana, el ámbito donde el cristiano puede “ir y ver” la presencia del Señor. El tiempo ordinario nos invita a ser misioneros del evangelio en la vida de cada día; pero también nos impulsa a construir la comunidad cristiana para que todo el mundo que vaya a la Iglesia pueda ver la presencia de Jesús resucitado.

    El encuentro personal con Jesús supuso un cambio radical en la vida de Pedro, simbolizado por el cambio de nombre; Jesús le dice: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas, que significa Piedra.” Jesús convirtió a Pedro en el primer servidor de la comunidad, el que mantendría, desde la caridad, la unidad de la Iglesia; y, como señala más adelante la Escritura, Pedro sería el misionero cristiano entre los hebreos. Pedro es también un modelo de la espiritualidad del tiempo ordinario; comprometido en la edificación de la Iglesia y misionero entre su gente. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que la espiritualidad del tiempo ordinario nos impulse a hacer de la Iglesia el ámbito de ternura que el mundo tanto necesita, y a hacer de nuestra vida un buen ejemplo del testimonio del Evangelio.


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