domingo, 5 de junio de 2016

¿QUÉ ES LA PIEDAD?


                                      Francesc Ramis Darder
                                     bibliayoriente.blogspot.com

La figura de María adquiere una especial relevancia en el evangelio. Ella es la doncella que, venciendo el miedo, dice al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38); es la madre, apostada al pie de la cruz, que oyó las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26). Recogiendo el calor del evangelio, la historia del arte ha contemplado como los artistas plasmaban las múltiples facetas de la identidad de María: Anunciación, Visitación, Dolorosa, Piedad, etc.; entre las diversas imágenes, contemplaremos el rostro de María tras la imagen de la Piedad.

    Casi de inmediato, viene a nuestra memoria la imagen de la Virgen de la Piedad, esculpida por Miguel Ángel, y venerada en la primera capilla lateral de la basílica de san Pedro, en Roma. Miguel Ángel cinceló en mármol la figura de María que sostiene entre sus brazos el cuerpo yacente de Jesús. La fuerza de María radica sobre todo en la entereza de su mirada; una mirada que refleja el valor de una gran virtud: la piedad.

    ¿En que consiste la virtud de la piedad? Tal vez el primer ejemplo nazca de la pluma de un poeta pagano, Virgilio, entre los versos de la Eneida. Como cuenta el poema, cuando los aqueos hubieron conquistado Troya, el troyano Eneas, hijo de Anquises, cogió a su padre en brazos y lo llevó a las naves. Los comentaristas medievales, apreciando la actitud de Eneas hacia su padre, le definieron como prototipo de hombre piadoso; pues entendieron que el amor de Eneas por su padre, Anquises, era tan intenso que ni siquiera el poder de la muerte lo podía romper. Entre dos personas, existe piedad cuando el amor que existe entre ellas es tan intenso que ni siquiera las zarpas de la muerte lo pueden quebrar.

    Como decíamos, la figura de María, cincelada en la imagen de la Piedad, se caracteriza, sobre todo, por la mirada; una mirada que destila piedad. La mirada que María dirige a Jesús, su hijo, desvela la hondura de la piedad porque certifica que el amor de María por su hijo es tan hondo que ni tan siquiera el poder de la muerte ha podido romperlo. Cuando María contempla a su hijo muerto, su mirada destila piedad porque su ojos reflejan la esperanza cierta de la resurrección del Señor; la certeza de que el amor de la madre por su hijo no ha quedado roto por las tinieblas de la muerte. La virtud de la piedad, entre otras muchas, convierte a María en el icono de la confianza y del acompañamiento. Ella venció el miedo y confió en Jesús durante toda su vida; por eso le acompañó siempre: antes de nacer le tuvo en su seno; mientras predicaba le acompañó en Palestina; cuando había muerto, según desvela la escultura de Miquel Ángel, le sostuvo en sus brazos; y, como narran los evangelios apócrifos, salió gozosa a su encuentro cuando había resucitado.

    El compromiso en la pastoral sanitaria nos impele a convertirnos en testigos de la piedad. Como hemos expuesto, la piedad no se asocia a un enjambre de beaterías sin valor; la piedad cosiste en creer firmemente que la relación que Dios ha trenzado con nosotros por amor es tan sólida que ni siquiera las garras de la muerte podrán anularla (ver: Dt 7,7-8). Cuando nos acercamos al enfermo, nos encontramos con un “misterio”, con una persona que se encuentra, al decir de la Escritura, en un momento privilegiado para entablar una relación personal con Dios. Entonces, ante el enfermo debemos ser testigos de la piedad. Debemos ser cristianos valientes, sin miedo, para comunicar a quien sufre que la relación amorosa que Dios ha trenzado con él es más fuerte que el dolor y la muerte. ¡Solo el amor hace las cosas nuevas!


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