Francesc Ramis Darder
Adentrémonos
ahora en un episodio significativo de la Carta a los Romanos que explica, con
la mayor claridad, el contenido de la sabiduría cristiana. Comenzaremos leyendo
el texto y después nos introduciremos en el contenido espiritual y teológico.
A. Lectura de Rom 12,9-21.
Que
vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de
verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis
perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes y prontos para el servicio del
Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y
perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes;
practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid no
maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Vivid en
armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los
sencillos. Y no seáis autosuficientes.
A nadie
devolváis mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los hombres. Haced
todo lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos. No
os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos, sino dejad que Dios
castigue, pues dice la Escritura: “A mí me corresponde hacer justicia; yo daré
su merecido a cada uno”. Eso es lo que dice el Señor. Por tanto, “si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás
que enrojezca de vergüenza.
No te
dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien.
B. Comentario.
La segunda parte de la carta a los Romanos
(Rom 1,16-11,36) insiste en la necesidad de centrar la vida cristiana en la fe
en Jesús Resucitado y no en despeñar la vida hacia la servidumbre a las normas
de la ley. Ahora bien, Pablo no presenta la fe como un conjunto teórico ajeno
al deambular de la existencia humana. En la tercera parte de la carta (Rom
15,14-16,27), insiste en la necesidad de expresar la fe mediante la vivencia
del amor. El contenido de Rom 12,9-21 desvela las normas de conducta que hacen posible
que la fe se concrete en la experiencia del amor cristiano.
Los
consejos de Rom 12,9-21 confieren la sabiduría de Dios a quien los practica de
forma convencida (1Cor 1,23-24). Como expone la teología del AT, el sabio desarrolla seis actitudes que
posibilitan su crecimiento humano y su compromiso social: la conciencia de ser
alguien limitado; el sentimiento de la responsabilidad; la capacidad de pensar,
de rezar y amar; la conciencia de pertenecer a una comunidad concreta; el deseo
de encauzar su vida en el proyecto de Dios; y la intuición y después la certeza
de que el destino de final de la vida reposa en las buenas manos de Dios para
toda la eternidad. Veamos sucintamente las referencias con que Rom 12,9-21
alude a la sabiduría latente en la Sagrada Escritura.
El apóstol
afirma la necesidad de hacer el bien a todos “procurad hacer el bien ante
todos los hombres” (Rom 12,17). Ahora bien, Pablo se muestra muy realista y
percibe la limitación humana en la práctica de la bondad, sabe que no siempre
podemos contentar a todos y por eso dice: “haced lo posible, en cuanto de
vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rom 12,18).
La
responsabilidad implica dos cosas. Por una parte, supone un estilo de vida
semejante al de los profetas, es decir, la decisión de sembrar el amor por la
vida y el afán por la práctica de la justicia en nuestro entorno; Pablo ahonda
en ése aspecto: “Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y
abrazaos a o bueno” (Rom 12,9). Por otra parte, la responsabilidad implica
la decisión de querer vivir como un sabio, saber observar en la naturaleza y en
la sociedad el latido del proyecto de Dios, y como consecuencia de la
observación, adquirir el compromiso de sembrar la semilla del Reino; por eso
afirma el apóstol: “No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos
fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor” (Rom
12,11).
El ser
humano es espiritual por excelencia (Rom 2,14-16). Vivir espiritualmente
implica desarrollar la capacidad de pensar, rezar y amar. La capacidad de
pensar se desarrolla desde dos perspectivas.
Por un
lado, supone la decisión de adquirir un notable sentido crítico, una notoria
capacidad de discernir; ahora bien, sólo discierne las situaciones personales y
sociales quien sabe tomar distancia y posee la humildad suficiente para pedir
consejo a quien con solvencia pueda dárselo. Por eso Pablo comenta la necesidad
de distanciarse del mundo y adquirir un pensamiento propio: “No te dejes
vencer por el mal; antes vence bien, vence el mal a fuerza de bien” (Rom
12,21).
Por otro
lado, la capacidad de pensar requiere sosiego, paciencia y reflexión: “Sed
pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rom 12,12).
La vivencia
del amor es el rasgo sobresaliente de Rom 12,9-21. El amor debe manifestarse en
el seno de la comunidad cristiana: “Compartid las necesidades de los
creyentes, practicad la hospitalidad” (Rom 12,13). Sin embargo, el texto
recalca el aspecto más difícil del amor y por eso el más comprometido, el amor
a los enemigos: “Por tanto, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si
tiene sed dale de beber” (Rom 12,20). El apóstol recoge las sentencias que
expone en su escrito del fértil campo que constituye el libro de los Proverbios
(Prov 25,21).
Pablo
recuerda a la comunidad la fuerza esencial que confiere la plegaria. El apóstol
insiste en la oración: “Sed perseverantes en la oración [...]
bendecid a los que os persiguen” (Rom 12,12.14).
Las normas
prácticas sobre la vivencia del amor no se limitan al interés privado de cada
cristiano, sino que deben vivirse en el seno de la comunidad y en el entorno
social. El episodio contenido en Rom 12,9-21 refiere la vivencia del amor en el
seno comunitario; y el episodio siguiente, Rom 13,1-14, extrapola la práctica
del amor al ámbito social donde la comunidad cristiana debe dar testimonio de
Cristo.
El apóstol
sabe que la vida cristiana debe encauzarse en el proyecto de Dios; por eso
dice: “no os toméis la justicia por vuestra mano, sino dejad que Dios
castigue, pues dice la Escritura: a mí me corresponde hacer justicia; yo daré
su merecido a cada uno. Esto es lo que dice el Señor” (Rom 12,19). [En
lugar del término “castigue” podríamos valernos de la palabra “actúe”;
en el sentido de “dejar que Dios actúe para poner cada cosa en su sitio”].
Nuestra misión no estriba en tomarnos la justicia por nuestra mano, sino en el
compromiso de estar atentos a nuestra propia conducta (Rom 14,12), y
comprometernos en la transformación cristiana del mundo (Rom 13,8-14).
La vida
cristiana no persigue el éxito efímero sino la victoria final. El hombre fiel
está llamado a vivir en las manos de Dios, en ese sentido la carta está
henchida de miradas hacia la trascendencia y remite constantemente a la vida en
plenitud: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte
semejante a la suya, también compartiremos su resurrección [...] Dios
ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor”
(Rom 6, 5.23).
Desde la
óptica cristiana el Antiguo Testamento desemboca en el Nuevo Testamento. Pablo
sintetiza en Rom 12,9-21 la sabiduría de la Antigua Ley, pero centrándola en
Cristo. La sabiduría no se alcanza solamente contemplando el palpitar del mundo
como imagen del latido de Dios, sino, sobre todo, contemplando a Jesús muerto y
resucitado, el único que llena de sentido y colma de sabiduría la vida humana.
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