domingo, 10 de agosto de 2014

MOISÉS II VOCACIÓN Y MISIÓN


Segunda parte

                                                            Francesc Ramis Darder


d. La identidad de Dios

    Cuando Moisés ha manifestado su disponibilidad, el Señor le revela su nombre. En la mentalidad hebrea el nombre no sólo es la palabra utilizada para denominar a alguien, sino que define la naturaleza íntima de la persona (1Sam 25,25). Cuando Dios comunica su nombre a Moisés le revela los rasgos de su intimidad, y traba una relación profunda con él.

      Dios comienza revelando su identidad de forma genérica apelando a la historia de los patriarcas. Abrahán, Isaac y Jacob eran nómadas (Gen 12-50) y, como tales, adoraban a la divinidad del jefe del clan. Por eso dice el Señor a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3,6). Esta revelación establece que la divinidad que llamó a Abrán (Gen 12,1-3), y la divinidad que se revela a Moisés (Ex 3,6.15) es la misma. El Señor que llamó a Abrán liberará a los israelitas de Egipto.

    Sin embargo Dios todavía no ha revelado su nombre propio, se ha limitado a decir que es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Pero ¿cuál es el nombre propio del Dios que llama y libera? Moisés pregunta con insistencia y el Señor le revela su nombre: “Yo soy el que soy. Explícaselo a los israelitas: ‘Yo soy’ me envía a vosotros (Ex 3,14). Por tanto el nombre de Dios es: “Yo soy el que soy” o, más sintéticamente “Yo soy”. Detengámonos a perfilar el significado de la frase “Yo soy”.

     La locución  “Yo soy” puesta en labios de Dios presenta un doble significado a lo largo del AT.

    1º. En los tiempos antiguos cuando los israelitas eran nómadas, la expresión “Yo soy” se comprendía como “el que hace ser”. El Señor no habita en el cielo sin más; se preocupa y auxilia a su pueblo “haciéndole ser Israel”. Notemos la semejanza con la tarea de un alfarero. El artesano toma barro y modelándolo lo “hace ser” una vasija. Dios actúa igual, elige a Abrán prometiéndole que le “hará ser un gran pueblo”: “Yo haré de ti un gran pueblo” (Gen 12,2),  Israel.

    Un segundo relato de la vocación de Moisés describe plásticamente cómo Dios convierte (hace ser) a un grupo nómada en el pueblo de su propiedad. “Yo soy el Señor. Yo me manifesté a Abrahán, a Isaac y a Jacob [...] yo establecí con ellos mi alianza prometiéndoles la tierra de Canaán [...] y ahora he oído el clamor de los israelitas, a quienes los egipcios tienen sometidos a esclavitud [...] yo soy el Señor [...] os libraré de la esclavitud  [...] os tomaré para que seáis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios [...] os llevaré a la tierra que juré dar a Abrahán, a Isaac y a Jacob, y os la daré en posesión. Yo el Señor” (Ex 6,2-9). La frase “os tomaré para que seáis mi pueblo”, en un sentido más literal puede entenderse como “os haré mi pueblo” (Ex 6,7).

     El Señor “hace a su pueblo” (Ex 6,7). Convierte a un grupo nómada en el pueblo de su propiedad mediante un intenso proceso: le habla, se le aparece, establece una alianza con él, le escucha, comprende su dolor, le libera de la esclavitud, y le ofrece la tierra prometida a los antepasados (Ex 6,2-9). El proceso divino en favor de su pueblo no es una actividad aséptica, Dios actúa siempre con amor apasionado porque Él mismo es amor (cf. 1Ju 4,8). Dice el Señor a su pueblo: “Yo soy el Señor, tu Dios [...] tú vales mucho para mí, eres valioso y te amo” (Is 43,3-4). En definitiva, Dios convierte un grupo nómada en su propio pueblo modelándolo con amor apasionado. El Señor también desea “hacernos ser” personas plenamente humanas, actuando sobre nosotros con amor apasionado. 

    2º. Con el paso del tiempo los israelitas liberados se asentaron en Canaán. Lentamente la condición nómada fue perdiéndose y devinieron un pueblo sedentario. El cambio en el estilo de vida implicó una variación en el lenguaje. La comprensión de la locución “Yo soy” como “el que hace ser” se fue perdiendo, y se quedó sólo en “Yo soy”. Veamos qué significa “Yo soy” cuando los israelitas se han convertido en un pueblo sedentario

    Antes de que los israelitas llegaran a Canaán, la zona estaba ocupada por los cananeos. Cuando los hebreos se establecieron en Canaán trabaron relaciones con los cananeos. La religión cananea contaba con muchos dioses (Baal, Aserá, etc.) a quienes adoraban mediante numerosas imágenes y rituales complejos. Los israelitas fueron atraídos por la exuberancia del culto cananeo, olvidaron al Señor que les había liberado de Egipto y adoraron a las divinidades cananeas.

     Los profetas fueron los encargados de recordar al pueblo que sólo el Señor es Dios, y como consecuencia los ídolos no tienen carácter divino. El profeta Isaías cuando se dirige a los ídolos les llama “los que no son” (Is 41,29), “nada” (Is 41,24), “nulidad” (Is 45,14). En contraposición a los ídolos, el Señor aparece como el único Dios: “Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45,5). Isaías enseña que la salvación se halla sólo en las manos del Señor y no en el falso poder de los ídolos. El Señor es autor de la creación (Is 40,26), y dirige la historia (Is 41,1-5) para propiciar la liberación de Israel (Is 43,1). Los ídolos son incapaces de cualquier actuación (Is 41,23) sencillamente porque “no son” dioses , y por tanto es absurdo elegirlos (Is  41,24).

      Las dos acepciones de la locución “Yo soy” exponen claramente la intimidad de Dios. El Señor es el único Dios y no hay otro; por tanto el Señor no es sólo el Dios de Israel sino de toda la Humanidad. Al ser el único Dios, el Señor es el único capaz de salvar; es decir, de modelar a Israel y todos los pueblos con amor apasionado.

    Moisés es el personaje del AT que capta con mayor profundidad el nombre de Dios. La razón aparece en el libro del Eclesiástico donde define a Moisés como “un hombre de bien” (Eclo 45,1). El hombre de bien trasmite la bondad divina que brota del corazón abierto a la ternura de Dios.

f. La misión de Moisés

    Los israelitas gemían por la opresión de los egipcios (Ex 2,23). El dolor del pueblo oprimido conmovió las entrañas del Señor, y dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto [...] voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios” (Ex 3,7-8). Notemos un detalle importante. Israel sufre en Egipto, pero antes de que ofrezca sacrificios complejos implorando la salvación, el Señor se adelanta a liberarlo. El Señor se adelanta a liberar a Israel porque Dios se adelanta siempre a amarnos. El Señor nos ama antes de que le conozcamos:  ¡Dios nos ama primero! (cf. 1Ju 4,1).

    Las religiones antiguas muestran al hombre angustiado ante los avatares de la vida. El hombre oprimido ofrece sacrificios para conquistar el favor de Dios y obtener su ayuda en las dificultades. Israel también padece oprobio en Egipto. Pero, y ahí radica la diferencia, no es Israel quien conquista el favor de Dios con sacrificios, es el Señor quien escucha el clamor de su pueblo y se adelanta amarlo y liberarlo (Ex 3,7-9).

    Nuestro Dios no es indiferente ante el sufrimiento humano: “Los israelitas, esclavizados, gemían y clamaban, y sus gritos de socorro llegaron a Dios [...] Dios se fijó y comprendió su situación” (Ex 2,23-25). Desde la perspectiva divina “comprender una situación de opresión” no implica sólo entenderla racionalmente. Desde la óptica divina “comprender” significa “comprometerse” en la liberación de quien sufre.

     El Señor se compromete de muchas maneras, pero la forma privilegiada del compromiso divino pasa a través del compromiso humano en la liberación de quien padece. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,27); y es, por tanto, quien vigila en nombre de Dios el deambular de la sociedad para estructurarla a imagen y semejanza del creador.

    El Señor elige a Moisés, un hombre, para liberar a los israelitas oprimidos. Dios le da una orden taxativa: “Ve, pues, yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas” (Ex 3,10). Moisés no se siente preparado para la misión encomendada por Dios. Pero el Señor le regala la fuerza necesaria para llevar adelante el proyecto liberador: “Yo estaré contigo” (Ex 3,13). Demasiadas veces pensamos que los proyectos de Dios salen adelante sólo con las fuerzas humanas, y no es verdad. Los proyectos de Dios triunfan cuando utilizamos las herramientas de Dios: la humildad, la plegaria, la entrega, la gracia, etc.

    El Señor no promete a Moisés una fuerza teórica sino una energía eficaz para llevar adelante el plan divino. Dice Dios a Moisés: “ésta será la señal de que yo te he enviado; cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte” (Ex 3,13). El monte donde se halla Moisés es el Horeb (Ex 3,1); cuando Moisés ha sacado a los israelitas de Egipto se detiene mucho tiempo en el monte Sinaí (Ex 19-Num 10,11). En el Sinaí, el Señor entrega al pueblo por mediación de Moisés las Tablas de la Ley, y prescribe muchas normas cultuales y sociales.

     La localización geográfica del Horeb y del Sinaí sigue siendo incierta, pero la tradición bíblica identifica ambas montañas (Dt 5,2). Ambas constituyen el monte de Dios; el Señor envía a Moisés desde una montaña, el Horeb, y recibirá el culto agradecido del pueblo liberado en la misma montaña, el Sinaí.

    Moisés se entrega al Señor y con la fuerza divina emprende la tarea liberadora. Vuelve a Egipto, habla con el faraón, recibe la ayuda de su hermano Aarón, constriñe al faraón mediante las plagas, celebra la Pascua, sale de Egipto con el pueblo liberado, divide las aguas del mar que atraviesa junto a los israelitas, cruza el desierto, lleva al pueblo hasta las estepas de Moab, y muere en la cima del monte Nebo contemplando la Tierra Prometida (Ex 4-Dt 34). Durante el camino son innumerables las ocasiones en que Moisés recurre al Señor para recibir su fuerza y perseverar en el camino. No nos fiemos sólo de nuestras fuerzas, nuestra gran fuerza es la presencia en nosotros del Dios liberador.

g. El prodigio del Éxodo

       El Éxodo implica dos acontecimientos: la salida de los israelitas de Egipto y el camino por el desierto hasta alcanzar la Tierra Prometida. La Biblia narra la salida de los israelitas de Egipto de forma exuberante: “Los israelitas partieron de Rameses hacia Sucot; eran unos seiscientos mil los que iban a pie, sin contar a las mujeres y a los niños. Partió también con ellos una gran muchedumbre de gentes con ovejas y vacas en gran cantidad” (Ex 12,37-38). Aparece aun otro elemento: “Siguiendo la orden de Moisés, los israelitas pidieron a los egipcios vestidos y objetos de plata y oro [...] así despojaron a los egipcios” (Ex 12,35-36). La lectura antigua de la Biblia entendía esos datos literalmente. Pero hagámonos algunas preguntas.

    Los israelitas recién salidos de Egipto deben cruzar la península del Sinaí antes de llegar a la Tierra Prometida. La península constituye un desierto árido, donde sólo pueden subsistir grupos humanos reducidos. ¿Pueden cruzar a la vez el desierto del Sinaí seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y niños? Si consideramos la gran muchedumbre de gente que les acompañaba, llegamos a una contradicción. En el desierto del Sinaí no hay agua ni comida suficiente para alimentar a tanta gente durante cuarenta años (cf. Num 14,33). ¿Puede una multitud de vacas encontrar pastos en un desierto baldío? ¿Es creíble que los esclavos israelitas pidieran a sus dueños egipcios oro y plata, y estos les regalaran los metales preciosos sin objeción alguna?

     Además, cuando analizamos el itinerario del éxodo expuesto en la Biblia (Num 33) aparecen dos paradojas. Por una parte, muchas localidades citadas en Num 33 no han sido localizadas por los geógrafos ni excavadas por los arqueólogos. Por otra parte, el itinerario de Num 33 ubica algunas localidades como si fueran vecinas cuando están muy alejadas entre sí en la península del Sinaí. Esas cuestiones y algunas otras, llevaron a los investigadores a profundizar en la realidad histórica del Éxodo.

    Los estudiosos observaron la existencia de textos donde la salida de los israelitas de Egipto aparece como una huida, mientras otros pasajes la describen como una expulsión. Y de ahí dedujeron la existencia de dos éxodos distintos, cuyas descripciones se entrelazaron después al redactarse la historia de Israel. Los arqueólogos denominaron al primer éxodo de Egipto éxodo-expulsión, y al segundo éxodo-huída.

    El éxodo-expulsión habría acontecido entorno al año 1550 aC, tras una historia compleja. Los hiksos eran un pueblo de raza semita que ocuparon casi todo Egipto por el año 1720 aC. Sin embargo los faraones pudieron refugiarse en el sur de Egipto; y, con el paso del tiempo emprendieron la reconquista del país, hasta que en el año1552 retomaron el poder expulsando a los hiksos. Aprovechando la presencia de los hiksos,  los hijos de Jacob, también de raza semita, llegaron a Egipto ocupando el territorio de Gosén. Pero cuando el faraón Kamoses expulsó a los hiksos también echó a la mayor parte de los descendientes de Jacob asentados en el país del Nilo. Los descendientes de Jacob tomaron la ruta que cruza la zona norte de la península del Sinaí, y penetraron en el país de Canaán por el sur.

    El éxodo-huida podría situarse por el año 1250 aC. Tras la expulsión de la mayoría de los hijos de Jacob, habría permanecido en Egipto una minoría relevante de israelitas: escribas, administradores y comerciantes. Entorno al año 1250 aC se habría producido en Egipto un concatenación de catástrofes naturales, delineadas en la Biblia mediante el relato de las plagas. Aprovechando la desgracia de los egipcios, algunos israelitas al mando de Moisés habrían conspirado contra el poder faraónico, pero al ser descubierta su intriga habrían tenido que huir de Egipto. Emprenderían la huida a través de la zona norte de la península del Sinaí, se dirigirían luego hasta la zona sur; y, finalmente, al mando de Josué entrarían en Canaán por el este tras cruzar el Jordán.

    La hipótesis del doble éxodo es interesante pero está repleta de conjeturas; y, lentamente se ha ido descartando. Ciertamente tuvo lugar el éxodo de los israelitas esclavos en Egipto hasta el país de Canaán, pero aconteció de una forma distinta a la expuesta por la teoría del doble éxodo.

    Los israelitas vivían en Egipto como esclavos, pero también como obreros y soldados mercenarios. Los obreros con el tiempo podían adquirir un mejor nivel de vida. Los soldados se licenciaban al final de su servicio. Los esclavos podían emanciparse valiéndose de las turbulencias políticas frecuentes en el imperio de los faraones. De ese modo y lentamente, los israelitas regresaban al país de Canaán donde residían sus hermanos. En el conjunto de esta lenta salida debió producirse algún suceso político en el que un personaje destacado, Moisés, salió de Egipto con un grupo israelita. Moisés y sus acompañantes anduvieron por el desierto del Sinaí donde experimentaron la presencia del Señor, y se comprometieron a llevar una existencia acorde con los mandamientos divinos.

    La Biblia no es un libro de historia en el sentido moderno del término. La Biblia contempla los acontecimientos desde la perspectiva de la fe. Por eso donde la razón percibe sólo la casualidad, la Escritura descubre la providencia de Dios en favor del ser humano.

    El acontecimiento del éxodo fue un entresijo de sucesos económicos, políticos y sociales que propiciaron la liberación de los israelitas de Egipto. La Biblia no circunscribe la comprensión de los hechos a los factores variables de la situación social. La Sagrada Escritura percibe en la liberación de los israelitas la actuación privilegiada de Dios en la historia del pueblo hebreo; actuación realizada por mediación de Moisés, en nombre de Dios. Así lo atestigua la fe israelita aludida antes en el “Pequeño Credo Histórico de Israel”: Dt 6,20-24; 26,5-9; Jos 24,2-13.


4. Síntesis y aplicación a la vida

    El acontecimiento central del AT estriba en la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. El Señor liberó a su pueblo y lo condujo hasta la Tierra Prometida por mediación de Moisés. La tierra regalada por el Señor a su pueblo es la misma que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.

    La centralidad del acontecimiento del éxodo y de la figura de Moisés es crucial en todo el AT. La Biblia resalta por todas partes la figura de Moisés; pero, tal vez, el mejor elogio provenga del libro del Deuteronomio: “No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara. Nadie ha vuelto a hacer los milagros y maravillas que el Señor le mandó hacer en el país de Egipto ante el faraón, sus siervos y su territorio. No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha realizado las grandes hazañas que él realizó a la vista de todo Israel” (Dt 34,10-12).

    Moisés libera al pueblo esclavizado y traba una amistad personal con el Señor. Según la mentalidad antigua, la percepción del significado del nombre de alguien implicaba la existencia de una relación profunda entre ambas personas.

    Moisés descubre el nombre de Dios desde una doble perspectiva. Por una parte, el Señor se manifiesta como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6.15). Utilizando esa forma de hablar, el Señor se revela a Moisés como el Dios amigo: el Dios que acompañó a los patriarcas es el mismo que habla a Moisés desde la zarza. Por otra parte al descubrirse a Moisés como “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), le manifiesta su compromiso de trasformar con amor apasionado al pueblo esclavizado convirtiéndolo en el pueblo liberado.

    Yahvé es el Dios que libera, no sólo salvó a Israel de Egipto, sino que también nos libera hoy. Sentirse liberado significa creer que Dios nos ha ganado para sí, nos ha amado primero. Significa confiar en que si nos mantenemos fieles al Dios del amor, luchando por la liberación de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, no habrá contrariedad capaz de aniquilarnos para siempre.


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