Segunda parte
Francesc Ramis Darder
d. La identidad de Dios
Cuando Moisés ha manifestado su disponibilidad, el Señor le revela su
nombre. En la mentalidad hebrea el nombre no sólo es la palabra utilizada para
denominar a alguien, sino que define la naturaleza íntima de la persona (1Sam
25,25). Cuando Dios comunica su nombre a Moisés le revela los rasgos de su
intimidad, y traba una relación profunda con él.
Dios comienza revelando su identidad de forma genérica apelando a la
historia de los patriarcas. Abrahán, Isaac y Jacob eran nómadas (Gen 12-50) y,
como tales, adoraban a la divinidad del jefe del clan. Por eso dice el Señor a
Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob” (Ex 3,6). Esta revelación establece que la divinidad que llamó a
Abrán (Gen 12,1-3), y la divinidad que se revela a Moisés (Ex 3,6.15) es la
misma. El Señor que llamó a Abrán liberará a los israelitas de Egipto.
Sin embargo Dios todavía no ha revelado su nombre propio, se ha limitado
a decir que es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Pero ¿cuál es el nombre
propio del Dios que llama y libera? Moisés pregunta con insistencia y el Señor
le revela su nombre: “Yo soy el que soy. Explícaselo a los israelitas: ‘Yo soy’
me envía a vosotros (Ex 3,14). Por tanto el nombre de Dios es: “Yo soy el que
soy” o, más sintéticamente “Yo soy”. Detengámonos a perfilar el significado de
la frase “Yo soy”.
La locución “Yo soy” puesta en
labios de Dios presenta un doble significado a lo largo del AT.
1º. En los tiempos antiguos cuando los israelitas eran nómadas, la
expresión “Yo soy” se comprendía como “el que hace ser”. El Señor no habita en
el cielo sin más; se preocupa y auxilia a su pueblo “haciéndole ser Israel”.
Notemos la semejanza con la tarea de un alfarero. El artesano toma barro y
modelándolo lo “hace ser” una vasija. Dios actúa igual, elige a Abrán
prometiéndole que le “hará ser un gran pueblo”: “Yo haré de ti un gran pueblo”
(Gen 12,2), Israel.
Un segundo relato de la vocación de Moisés describe plásticamente cómo
Dios convierte (hace ser) a un grupo nómada en el pueblo de su propiedad. “Yo
soy el Señor. Yo me manifesté a Abrahán, a Isaac y a Jacob [...] yo establecí
con ellos mi alianza prometiéndoles la tierra de Canaán [...] y ahora he oído
el clamor de los israelitas, a quienes los egipcios tienen sometidos a
esclavitud [...] yo soy el Señor [...] os libraré de la esclavitud [...] os tomaré para que seáis mi pueblo, y
yo seré vuestro Dios [...] os llevaré a la tierra que juré dar a Abrahán, a
Isaac y a Jacob, y os la daré en posesión. Yo el Señor” (Ex 6,2-9). La frase
“os tomaré para que seáis mi pueblo”, en un sentido más literal puede
entenderse como “os haré mi pueblo” (Ex 6,7).
El Señor “hace a su pueblo” (Ex 6,7). Convierte a un grupo nómada en el
pueblo de su propiedad mediante un intenso proceso: le habla, se le aparece,
establece una alianza con él, le escucha, comprende su dolor, le libera de la
esclavitud, y le ofrece la tierra prometida a los antepasados (Ex 6,2-9). El
proceso divino en favor de su pueblo no es una actividad aséptica, Dios actúa
siempre con amor apasionado porque Él mismo es amor (cf. 1Ju 4,8). Dice el
Señor a su pueblo: “Yo soy el Señor, tu Dios [...] tú vales mucho para mí, eres
valioso y te amo” (Is 43,3-4). En definitiva, Dios convierte un grupo nómada en
su propio pueblo modelándolo con amor apasionado. El Señor también desea
“hacernos ser” personas plenamente humanas, actuando sobre nosotros con amor
apasionado.
2º. Con el paso del tiempo los israelitas liberados se asentaron en
Canaán. Lentamente la condición nómada fue perdiéndose y devinieron un pueblo
sedentario. El cambio en el estilo de vida implicó una variación en el
lenguaje. La comprensión de la locución “Yo soy” como “el que hace ser” se fue
perdiendo, y se quedó sólo en “Yo soy”. Veamos qué significa “Yo soy” cuando
los israelitas se han convertido en un pueblo sedentario
Antes de que los israelitas llegaran a Canaán, la zona estaba ocupada
por los cananeos. Cuando los hebreos se establecieron en Canaán trabaron
relaciones con los cananeos. La religión cananea contaba con muchos dioses
(Baal, Aserá, etc.) a quienes adoraban mediante numerosas imágenes y rituales
complejos. Los israelitas fueron atraídos por la exuberancia del culto cananeo,
olvidaron al Señor que les había liberado de Egipto y adoraron a las
divinidades cananeas.
Los profetas fueron los encargados de recordar al pueblo que sólo el Señor
es Dios, y como consecuencia los ídolos no tienen carácter divino. El profeta
Isaías cuando se dirige a los ídolos les llama “los que no son” (Is 41,29),
“nada” (Is 41,24), “nulidad” (Is 45,14). En contraposición a los ídolos, el
Señor aparece como el único Dios: “Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45,5).
Isaías enseña que la salvación se halla sólo en las manos del Señor y no en el
falso poder de los ídolos. El Señor es autor de la creación (Is 40,26), y
dirige la historia (Is 41,1-5) para propiciar la liberación de Israel (Is
43,1). Los ídolos son incapaces de cualquier actuación (Is 41,23) sencillamente
porque “no son” dioses , y por tanto es absurdo elegirlos (Is 41,24).
Las dos acepciones de la locución “Yo soy” exponen claramente la intimidad
de Dios. El Señor es el único Dios y no hay otro; por tanto el Señor no es sólo
el Dios de Israel sino de toda la Humanidad. Al ser el único Dios, el Señor es
el único capaz de salvar; es decir, de modelar a Israel y todos los pueblos con
amor apasionado.
Moisés es el personaje del AT que capta con mayor profundidad el nombre
de Dios. La razón aparece en el libro del Eclesiástico donde define a Moisés
como “un hombre de bien” (Eclo 45,1). El hombre de bien trasmite la bondad
divina que brota del corazón abierto a la ternura de Dios.
f. La misión de Moisés
Los israelitas gemían por la opresión de los egipcios (Ex 2,23). El
dolor del pueblo oprimido conmovió las entrañas del Señor, y dijo a Moisés: “He
visto la aflicción de mi pueblo en Egipto [...] voy a bajar para librarlo del
poder de los egipcios” (Ex 3,7-8). Notemos un detalle importante. Israel sufre
en Egipto, pero antes de que ofrezca sacrificios complejos implorando la
salvación, el Señor se adelanta a liberarlo. El Señor se adelanta a liberar a
Israel porque Dios se adelanta siempre a amarnos. El Señor nos ama antes de que
le conozcamos: ¡Dios nos ama primero!
(cf. 1Ju 4,1).
Las religiones antiguas muestran al hombre angustiado ante los avatares
de la vida. El hombre oprimido ofrece sacrificios para conquistar el favor de
Dios y obtener su ayuda en las dificultades. Israel también padece oprobio en
Egipto. Pero, y ahí radica la diferencia, no es Israel quien conquista el favor
de Dios con sacrificios, es el Señor quien escucha el clamor de su pueblo y se
adelanta amarlo y liberarlo (Ex 3,7-9).
Nuestro Dios no es indiferente ante el sufrimiento humano: “Los
israelitas, esclavizados, gemían y clamaban, y sus gritos de socorro llegaron a
Dios [...] Dios se fijó y comprendió su situación” (Ex 2,23-25). Desde la
perspectiva divina “comprender una situación de opresión” no implica sólo
entenderla racionalmente. Desde la óptica divina “comprender” significa
“comprometerse” en la liberación de quien sufre.
El Señor se compromete de muchas maneras, pero la forma privilegiada del
compromiso divino pasa a través del compromiso humano en la liberación de quien
padece. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,27); y es,
por tanto, quien vigila en nombre de Dios el deambular de la sociedad para
estructurarla a imagen y semejanza del creador.
El Señor elige a Moisés, un hombre, para liberar a los israelitas
oprimidos. Dios le da una orden taxativa: “Ve, pues, yo te envío al faraón para
que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas” (Ex 3,10). Moisés no se
siente preparado para la misión encomendada por Dios. Pero el Señor le regala
la fuerza necesaria para llevar adelante el proyecto liberador: “Yo estaré
contigo” (Ex 3,13). Demasiadas veces pensamos que los proyectos de Dios salen
adelante sólo con las fuerzas humanas, y no es verdad. Los proyectos de Dios
triunfan cuando utilizamos las herramientas de Dios: la humildad, la plegaria,
la entrega, la gracia, etc.
El Señor no promete a Moisés una fuerza teórica sino una energía eficaz
para llevar adelante el plan divino. Dice Dios a Moisés: “ésta será la señal de
que yo te he enviado; cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto
en este monte” (Ex 3,13). El monte donde se halla Moisés es el Horeb (Ex 3,1);
cuando Moisés ha sacado a los israelitas de Egipto se detiene mucho tiempo en
el monte Sinaí (Ex 19-Num 10,11). En el Sinaí, el Señor entrega al pueblo por
mediación de Moisés las Tablas de la Ley, y prescribe muchas normas cultuales y
sociales.
La localización geográfica del Horeb y del
Sinaí sigue siendo incierta, pero la tradición bíblica identifica ambas
montañas (Dt 5,2). Ambas constituyen el monte de Dios; el Señor envía a Moisés
desde una montaña, el Horeb, y recibirá el culto agradecido del pueblo liberado
en la misma montaña, el Sinaí.
Moisés se entrega al Señor y con la fuerza divina emprende la tarea
liberadora. Vuelve a Egipto, habla con el faraón, recibe la ayuda de su hermano
Aarón, constriñe al faraón mediante las plagas, celebra la Pascua, sale de
Egipto con el pueblo liberado, divide las aguas del mar que atraviesa junto a
los israelitas, cruza el desierto, lleva al pueblo hasta las estepas de Moab, y
muere en la cima del monte Nebo contemplando la Tierra Prometida (Ex 4-Dt 34).
Durante el camino son innumerables las ocasiones en que Moisés recurre al Señor
para recibir su fuerza y perseverar en el camino. No nos fiemos sólo de
nuestras fuerzas, nuestra gran fuerza es la presencia en nosotros del Dios
liberador.
g. El prodigio del Éxodo
El Éxodo implica dos acontecimientos: la salida de los israelitas de
Egipto y el camino por el desierto hasta alcanzar la Tierra Prometida. La
Biblia narra la salida de los israelitas de Egipto de forma exuberante: “Los
israelitas partieron de Rameses hacia Sucot; eran unos seiscientos mil los que
iban a pie, sin contar a las mujeres y a los niños. Partió también con ellos
una gran muchedumbre de gentes con ovejas y vacas en gran cantidad” (Ex
12,37-38). Aparece aun otro elemento: “Siguiendo la orden de Moisés, los
israelitas pidieron a los egipcios vestidos y objetos de plata y oro [...] así
despojaron a los egipcios” (Ex 12,35-36). La lectura antigua de la Biblia
entendía esos datos literalmente. Pero hagámonos algunas preguntas.
Los israelitas recién salidos de Egipto deben cruzar la península del
Sinaí antes de llegar a la Tierra Prometida. La península constituye un
desierto árido, donde sólo pueden subsistir grupos humanos reducidos. ¿Pueden
cruzar a la vez el desierto del Sinaí seiscientos mil hombres, sin contar las
mujeres y niños? Si consideramos la gran muchedumbre de gente que les
acompañaba, llegamos a una contradicción. En el desierto del Sinaí no hay agua
ni comida suficiente para alimentar a tanta gente durante cuarenta años (cf.
Num 14,33). ¿Puede una multitud de vacas encontrar pastos en un desierto
baldío? ¿Es creíble que los esclavos israelitas pidieran a sus dueños egipcios
oro y plata, y estos les regalaran los metales preciosos sin objeción alguna?
Además, cuando analizamos el itinerario del éxodo expuesto en la Biblia
(Num 33) aparecen dos paradojas. Por una parte, muchas localidades citadas en
Num 33 no han sido localizadas por los geógrafos ni excavadas por los
arqueólogos. Por otra parte, el itinerario de Num 33 ubica algunas localidades
como si fueran vecinas cuando están muy alejadas entre sí en la península del
Sinaí. Esas cuestiones y algunas otras, llevaron a los investigadores a
profundizar en la realidad histórica del Éxodo.
Los estudiosos observaron la existencia de textos donde la salida de los
israelitas de Egipto aparece como una huida, mientras otros pasajes la
describen como una expulsión. Y de ahí dedujeron la existencia de dos éxodos
distintos, cuyas descripciones se entrelazaron después al redactarse la
historia de Israel. Los arqueólogos denominaron al primer éxodo de Egipto
éxodo-expulsión, y al segundo éxodo-huída.
El éxodo-expulsión habría acontecido entorno al año 1550 aC, tras una
historia compleja. Los hiksos eran un pueblo de raza semita que ocuparon casi
todo Egipto por el año 1720 aC. Sin embargo los faraones pudieron refugiarse en
el sur de Egipto; y, con el paso del tiempo emprendieron la reconquista del
país, hasta que en el año1552 retomaron el poder expulsando a los hiksos.
Aprovechando la presencia de los hiksos,
los hijos de Jacob, también de raza semita, llegaron a Egipto ocupando
el territorio de Gosén. Pero cuando el faraón Kamoses expulsó a los hiksos
también echó a la mayor parte de los descendientes de Jacob asentados en el
país del Nilo. Los descendientes de Jacob tomaron la ruta que cruza la zona
norte de la península del Sinaí, y penetraron en el país de Canaán por el sur.
El éxodo-huida podría situarse por el año 1250 aC. Tras la expulsión de
la mayoría de los hijos de Jacob, habría permanecido en Egipto una minoría
relevante de israelitas: escribas, administradores y comerciantes. Entorno al
año 1250 aC se habría producido en Egipto un concatenación de catástrofes
naturales, delineadas en la Biblia mediante el relato de las plagas.
Aprovechando la desgracia de los egipcios, algunos israelitas al mando de
Moisés habrían conspirado contra el poder faraónico, pero al ser descubierta su
intriga habrían tenido que huir de Egipto. Emprenderían la huida a través de la
zona norte de la península del Sinaí, se dirigirían luego hasta la zona sur; y,
finalmente, al mando de Josué entrarían en Canaán por el este tras cruzar el
Jordán.
La hipótesis del doble éxodo es interesante pero está repleta de
conjeturas; y, lentamente se ha ido descartando. Ciertamente tuvo lugar el
éxodo de los israelitas esclavos en Egipto hasta el país de Canaán, pero
aconteció de una forma distinta a la expuesta por la teoría del doble éxodo.
Los israelitas vivían en Egipto como esclavos, pero también como obreros
y soldados mercenarios. Los obreros con el tiempo podían adquirir un mejor
nivel de vida. Los soldados se licenciaban al final de su servicio. Los
esclavos podían emanciparse valiéndose de las turbulencias políticas frecuentes
en el imperio de los faraones. De ese modo y lentamente, los israelitas
regresaban al país de Canaán donde residían sus hermanos. En el conjunto de
esta lenta salida debió producirse algún suceso político en el que un personaje
destacado, Moisés, salió de Egipto con un grupo israelita. Moisés y sus
acompañantes anduvieron por el desierto del Sinaí donde experimentaron la
presencia del Señor, y se comprometieron a llevar una existencia acorde con los
mandamientos divinos.
La Biblia no es un libro de historia en el sentido moderno del término.
La Biblia contempla los acontecimientos desde la perspectiva de la fe. Por eso
donde la razón percibe sólo la casualidad, la Escritura descubre la providencia
de Dios en favor del ser humano.
El acontecimiento del éxodo fue un entresijo de sucesos económicos,
políticos y sociales que propiciaron la liberación de los israelitas de Egipto.
La Biblia no circunscribe la comprensión de los hechos a los factores variables
de la situación social. La Sagrada Escritura percibe en la liberación de los
israelitas la actuación privilegiada de Dios en la historia del pueblo hebreo;
actuación realizada por mediación de Moisés, en nombre de Dios. Así lo
atestigua la fe israelita aludida antes en el “Pequeño Credo Histórico de
Israel”: Dt 6,20-24; 26,5-9; Jos 24,2-13.
4. Síntesis y aplicación a la vida
El acontecimiento central del AT estriba en la liberación de los
israelitas de la esclavitud de Egipto. El Señor liberó a su pueblo y lo condujo
hasta la Tierra Prometida por mediación de Moisés. La tierra regalada por el
Señor a su pueblo es la misma que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.
La centralidad del acontecimiento del éxodo y de la figura de Moisés es
crucial en todo el AT. La Biblia resalta por todas partes la figura de Moisés;
pero, tal vez, el mejor elogio provenga del libro del Deuteronomio: “No ha
vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor
trataba cara a cara. Nadie ha vuelto a hacer los milagros y maravillas que el
Señor le mandó hacer en el país de Egipto ante el faraón, sus siervos y su
territorio. No ha habido nadie tan poderoso como Moisés, pues nadie ha
realizado las grandes hazañas que él realizó a la vista de todo Israel” (Dt
34,10-12).
Moisés libera al pueblo esclavizado y traba una amistad personal con el
Señor. Según la mentalidad antigua, la percepción del significado del nombre de
alguien implicaba la existencia de una relación profunda entre ambas personas.
Moisés descubre el nombre de Dios desde una doble perspectiva. Por una
parte, el Señor se manifiesta como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex
3,6.15). Utilizando esa forma de hablar, el Señor se revela a Moisés como el
Dios amigo: el Dios que acompañó a los patriarcas es el mismo que habla a
Moisés desde la zarza. Por otra parte al descubrirse a Moisés como “Yo soy el
que soy” (Ex 3,14), le manifiesta su compromiso de trasformar con amor
apasionado al pueblo esclavizado convirtiéndolo en el pueblo liberado.
Yahvé es el Dios que libera, no sólo salvó a Israel de Egipto, sino que
también nos libera hoy. Sentirse liberado significa creer que Dios nos ha
ganado para sí, nos ha amado primero. Significa confiar en que si nos
mantenemos fieles al Dios del amor, luchando por la liberación de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, no habrá contrariedad capaz de aniquilarnos para
siempre.
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