viernes, 22 de agosto de 2014

¿QUË DICE LA CARTA A LOS ROMANOS?

                                                       
                                                                                Francesc Ramis Darder


¿Qué tipo de sabiduría transmite la Carta a los Romanos?

    La sabiduría de Pablo es la sabiduría de Dios: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; más para los que han sido llamados, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,23-24).

    La sabiduría de Dios aparece reflejada en los escritos del apóstol. La mayoría de estudiosos de la obra de Pablo divide las cartas en dos grupos. Por una parte, existen las “cartas protopaulinas” nacidas de la pluma del propio Pablo: la primera a los Tesalonicenses, las dos a los Corintios, las remitidas a los Gálatas y a los Romanos, la carta a los Filipenses, y la dirigida a Filemón.  Por otra parte, las llamadas “cartas deuteropaulinas” habrían sido escritas, según la opinión mayoritaria de los comentaristas, después de la muerte de Pablo por autores anónimos vinculados a las comunidades fundadas por el apóstol de los gentiles. Esas cartas son: segunda a los Tesalonicences, Colosenses, Efesios, primera y segunda de Timoteo, y la epístola a Tito.

    La carta a los Romanos es la más extensa; quizá el capítulo 16 formara parte de una segunda carta añadida posteriormente al contenido de la primera. Pablo realizó una colecta entre las iglesias nacidas en el mundo pagano para socorrer a la comunidad de Jerusalén. Un poco ante de partir hacia la Ciudad Santa, Pablo redactó la carta a los Romanos desde Corinto, urbe donde residía (años 54-57). En su carta, Pablo recapitula y sintetiza su pensamiento, pero también dialoga con la comunidad romana con la intención de reconducirla por la senda evangélica.

    El apóstol se dirige a los romanos con gran delicadeza: “los que estáis en Roma habéis sido elegidos amorosamente por Dios para constituir su pueblo” (Rom 1,7). La ciudad de Roma en torno a los años 54-57 albergaba cerca de un millón de habitantes de toda raza y condición. La población judía residente en Roma estaba constituida por personas de todas las categorías sociales; pero el colectivo más numeroso estaba integrado por esclavos, libertos y extranjeros residentes, con una capacidad económica y cultural baja.

    La proclamación del evangelio llegó pronto a Roma. Seguramente algunos judíos procedentes de Palestina iniciaron las primeras comunidades; y, al parecer, el cristianismo se esparció con rapidez entre los judíos. Dos detalles evidencian la importancia de la comunidad cristiana. Por una parte, la arqueología ha sacado a la luz la lápida funeraria de una matrona romana cristiana enterrada en el año 43. Por otra, conocemos el edicto del emperador Claudio por el que decidió expulsar a los judíos de Roma quizá alarmado por los conflictos surgidos entre los judíos y quienes por entonces ya se habían hecho cristianos (Hch 18,2). Desde el momento de la expulsión, las comunidades cristianas dejaron de estar dirigidas por los fieles procedentes del judaísmo y comenzaron a recibir la orientación de los cristianos procedentes del paganismo.

    Después del año 54, el decreto de Claudio dejó de aplicarse con rigor, muchos cristianos pudieron regresar a Roma incorporándose a las comunidades que antes se habían visto en la necesidad de abandonar. Al integrarse en sus comunidades de origen, advirtieron que estaban básicamente constituidas por cristianos convertidos del paganismo, aquellos que no tuvieron que abandonar Roma cuando se promulgó el edicto de Claudio.

    Los cristianos de origen judío habían dirigido las comunidades cristianas hasta la publicación del decreto de Claudio; pero ahora, tras regresar a Roma, se dieron cuenta de que las comunidades estaban regidas por cristianos procedentes del paganismo. Entonces estallaron los problemas. El entendimiento entre los cristianos provenientes de la religión judía y los del mundo pagano fue difícil. Los judeocristianos deseaban imponerse sobre los paganocristianos. Pablo, consciente de las dificultades, escribe a los cristianos romanos una extensa carta, con una doble intención. Por una parte, desea calmar las tensiones entre ambos grupos cristianos; y, por otra desea exponer a la comunidad romana una síntesis ordenada y serena de la fe cristiana.

     Sin embargo, aún podemos percibir una tercera motivación en la carta de Pablo: la gran pasión misionera del apóstol. Pablo, hasta finales del año 57, ha desarrollado su labor evangelizadora en la zona del Mediterráneo Oriental, cree que ha llegado el momento de ensanchar el horizonte misioneros hasta el punto de que desea arribar a España (Rom 15,24).

     La decisión de llegar a España implicaba la necesidad de hacer una escala en Roma. Cuando el apóstol llegara a Roma, los cristianos de la Urbe ya habrían tenido ocasión de leer la carta que les habría escrito; de ese modo Pablo podría comentar con los cristianos romanos los puntos esenciales de la doctrina y alentar y corregir el funcionamiento de la comunidad.

     Sin embargo, a pesar de su empeño misionero, sabe que el proyecto que le impulsa a visitar España debe esperar; pues antes de embarcarse hacia Occidente le urge llegar a Jerusalén y entregar la colecta recogida en favor de la Iglesia madre (Rom 15,25-32).

    La carta a los Romanos muestra la madurez teológica del apóstol y su habilidad literaria. Pablo, entregado al ideal religioso, carga el contenido de la carta con himnos (Rom 11,33-36), catequesis (Rom 12,9-21), series encadenadas de textos bíblicos (Rom 15,9-13), comentarios a la Sagrada Escritura (Rom 13,8-10), etc. Literariamente utiliza las técnicas hebreas y también la retórica clásica, especialmente la antítesis y la diatriba. El contenido teológico, entretejido con un estilo elegante, confiere a la carta una gran brillantez y una enorme hondura.

    La carta comienza con el saludo inicial, la acción de gracias y la expresión del deseo del apóstol de visitar la comunidad de Roma (Rom 1,1-15).

    A continuación, figura una larga sección de contenido teológico (Rom 1,16-11,36) que desarrolla el tema central de la carta: “no me avergüenzo del evangelio, que es la fuerza de Dios para que se salve todo el que cree, tanto si es judío como si no lo es. Porque en él (Jesús) se manifiesta la fuerza salvadora de Dios a través de una fe en continuo crecimiento, como dice la Escritura: ‘Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá’ (Rom 1,16-17).

    Con la intención de comprender el sentido de Rom 1,16-17 volvamos por un momento hacia atrás en el orden de la exposición. Al principio, la comunidad romana estaba constituida por cristianos procedentes del judaísmo; por tanto, cabe afirmar que la asamblea estaba apegada al cumplimiento de las normas legales del judaísmo. Tal vez, en algún momento, llegó a dar más importancia al cumplimiento de las normas externas que a la fidelidad al mismo evangelio. Las normas de la Ley judía, en cuanto a la práctica habitual, tendían a ser externas: lavar bien platos y ollas, purificarse las manos lavándolas reiteradamente, o pagar el diezmo de la menta y la hierbabuena con la mayor escrupulosidad.

    El edicto de Claudio forzó la huida de Roma de los judíos, junto a los judíos también se vieron en la necesidad de abandonar la ciudad muchos cristianos de origen judío; por esa razón, como decíamos antes, la comunidad cristiana de Roma pasó a estar formada mayoritariamente por cristianos procedentes del paganismo. Éstos, al desconocer la aplicación precisa de la legislación judía, daban menor importancia al cumplimiento de los preceptos externos y otorgaban toda la relevancia a la Buena Nueva del Señor. La comunidad fue centrando su vida en torno a la fe en Jesús y obviando la práctica externa de la Ley.

    Sin embargo, cuando los judíos expulsados por Claudio regresaron a Roma, también volvieron con ellos los cristianos convertidos desde el judaísmo. Encontraron una comunidad distinta a la que habían dejado, dominada, como también hemos tenido ocasión de exponer, por cristianos procedentes del paganismo; los paganocristianos descuidaban las minucias rituales de la legislación mosaica, pues la desconocían en gran medida. Los judeocrisitianos que habían regresado a Roma desearon restablecer las cosas en su estado anterior favoreciendo, con gran ímpetu, el cumplimiento de las normas legales.

     Antes de continuar la exposición, es necesario dejar clara una cuestión: tanto los judeocristianos como los paganocristianos tenían asentada su fe en Cristo Jesús, el único salvador. Sin embargo, los judeocristioanos, los dirigentes de la Iglesia romana hasta la publicación del Edicto de Claudio, conferían una enorme importancia a la observancia de las tradiciones mosaicas, mientras los paganocristianos, desconocedores de la Ley hebrea, no daban importancia a la observancia de las múltiples normas cultuales de la religiosidad judía.

    La disparidad de criterios entre judeocristianos y paganocristianos provocó una crisis en la comunidad, tan fuerte que casi provocó la ruptura de la Iglesia. Pablo tomó partido en favor de los pagano-cristianos, y con una buena dosis de realismo supo mitigar el furor de los judeocristianos contra los paganocristianos. El apóstol afirmó que lo decisivo no es el cumplimiento de las obras de la Ley, sino la fe en Jesús. Reitera el apóstol que sólo hallará el sentido de su vida cristiana quien deposite plenamente su confianza en Jesús, al margen del cumplimiento de las normas externas de la Ley judía; dice Pablo: “Pero ahora, con independencia de la ley, se ha manifestado la fuerza salvadora de Dios atestiguada por la ley y los profetas” (Rom 3,21).

    Pablo sostiene la primacía de la fe sobre la ley: “con independencia de la ley, se ha manifestado la fuerza salvadora de Dios” (Rom 3,21a). Sin embargo, el apóstol recuerda que la Antigua Alianza no ha sido inútil, pues la fuerza salvadora de Dios ha sido “atestiguada por la ley y los profetas” (Rom 3,21b).

    Una vez confirmada la fe en Jesús como eje de la vida cristiana, la Carta a los Romanos se adentra en una nueva sección de tipo exhortativo (Rom 12,1-15,13). Pablo aclarara que la fe no se reduce a un contenido teórico ni al rechazo de las normas del judaísmo. La fe en Jesús se manifiesta en la vivencia del amor. La fe adquiere el aspecto del amor. Pablo propone a la comunidad el inicio de una nueva vida, basada en la fe incondicional en Jesús y en la capacidad de contagiar el amor del evangelio: “los preceptos [...] se resumen en éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley” (Rom 13,9).

    Pablo continúa la carta relatando sus proyectos misioneros y su interés por visitar las comunidades que había fundado (Rom 15,1-32). Concluye la epístola con un capítulo de saludos (Rom 16,1-24) y una oración de alabanza (Rom 16,25-27).

    La sabiduría de Dios que exigía Pablo a los Corintios (1Cor 1,23-24) se explicita en la carta a los Romanos. Vivir la sabiduría de Dios estriba en creer firmemente que el sentido de nuestra vida de sostiene en la buenas manos de Jesús de Nazaret y en la decisión convencida de sembrar en todo el mundo la fuerza trasformadora del amor cristiano.

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