viernes, 5 de septiembre de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA YAHVÉ?


                                                                   Francesc Ramis Darder

 El Dios de Israel no es una divinidad difusa y lejana. Yahvé se reveló a Moisés mostrándole su identidad, y le confió la misión de liberar a Israel de Egipto.

     Moisés guardaba el rebaño de Jetró. Una oveja huyó y buscándola vio una zarza ardiendo sin consumirse. Cuando se acercó al prodigio, Dios le habló desde el fuego: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto ... he bajado para librarle ...  yo te envío para que saques a mi pueblo de Egipto”. Moisés respondió al Señor: “Si voy a los israelitas y les digo ‘el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’, cuando me pregunten ‘¿cuál es su nombre?’, que voy a responderles. Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Así dirás a los israelitas: ‘Yo soy me ha enviado a vosotros’ (Ex 3, 1-15).

    El relato de la vocación de Moisés permite discernir el sentido del término “Yahvé”.  Dios, cuando habla a Moisés se define como “Yo soy” (Ex, 3, 14). No debe extrañarnos que la palabra “Yahvé” sea un verbo y no un sustantivo. Todo pueblo elabora su lenguaje según la forma en que vive. Los hebreos eran  nómadas y su habla estaba marcada por términos que indican movimiento: los verbos. La frase “Yo soy” tiene dos matices de significado.

    1º. En los tiempos antiguos, cuando Israel era plenamente nómada, la expresión “Yo soy” se entendía en sentido causativo; es decir, se comprendía como “el que hace ser”. Yahvé no es un Dios que habita el cielo sin más, sino que se preocupa y auxilia a su pueblo “haciéndole ser Israel”. Notemos la semejanza con el ejemplo del alfarero. El artesano toma barro y modelándolo lo “hace ser” una vasija. Dios actúa igual, toma un pueblo pequeño y esclavo en Egipto, y lo “hace ser”, lo convierte en su pueblo, Israel.

      Para precisar el significado de los términos hebreos a menudo se comparan con el árabe. El árabe dispone de un verbo cuya raíz es semejante a la del hebreo “Yahvé”, y significa “amar apasionadamente”. Unamos la significación hebrea de Yahvé “Yo soy” entendida como “el que hace ser”, con el matiz árabe “amar con pasión”. Resulta una bella significación del nombre de Dios: Yahvé es quien “hace ser”, quien modela, a su pueblo “amándolo apasionadamente”. La metáfora del alfarero cada vez se hace más real: el AT narra la historia en que Yahvé modela a su pueblo con amor apasionado.

    2º. Con el paso del tiempo Israel se asienta en Palestina: la condición nómada se pierde y deviene sedentario. El cambio en el modo de vida implica una variación en el lenguaje. La comprensión de Yahvé “Yo soy” con el matiz de significado “el que hace ser” se va perdiendo, y se queda en el “Yo soy”.

    Los hebreos, en Palestina, tomaron contacto con los cananeos que poblaban el país. La religión cananea contaba con muchos dioses. Los israelitas fueron atraídos por la exuberancia del culto cananeo, olvidaron a Yahvé y dieron culto a los ídolos.

     Los profetas recordaron al pueblo que sólo Yahvé es Dios y, por tanto, los ídolos no tienen carácter divino. Isaías cuando se dirige a los ídolos les llama “los que no son” (Is 41, 29), “nada” (41, 24), “nulidad” (45, 14). En contraposición a los ídolos, Yahvé se presenta como el único Dios:  “el que es” Yo soy (45, 5). Isaías enseña a su pueblo que la salvación se halla en las manos de Yahvé, y no en el falso poder de los ídolos. Yahvé es autor de la creación (40, 26), y dirige la historia (41, 1-5) para propiciar la liberación de Israel (43, 1). Los ídolos son incapaces de cualquier actuación (41, 23) porque “no son” dioses, y por tanto es absurdo elegirlos (41, 24).

    Las dos acepciones de la palabra “Yahvé” (Yo soy) exponen claramente la intimidad de Dios. Yahvé es el único Dios y no hay otro; por tanto Yahvé no es sólo Dios de Israel sino de toda la Humanidad. Al ser el único Dios, Yahvé es el único capaz de salvar; es decir, de modelar a Israel y todos los pueblos con amor apasionado. El amor apasionado de Dios por la humanidad entera constituye el rosto del Dios cristiano, pues ¡Dios es amor! (1 Jn 4,8).  

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