viernes, 12 de septiembre de 2014

BONDAD Y MISERICORDIA; METÁFORA DE LAS MANOS DE DIOS


                                                                             Francesc Ramis Darder


    Israel es la vasija modelada por las manos de Dios en el torno de la Historia. ¿Qué forma  desea conferir Dios a su pueblo?

    Para la Biblia la realidad no fluye de la casualidad, sino que nace del proyecto de Dios. El salmista observa el firmamento y exclama: “¡Los cielos cuentan la gloria de Dios!” (Sal 19, 1); al contemplar la historia detecta a Israel sostenido por Dios y grita: “¡Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Sal 136, 1). 

    Dios plasma con la mayor intensidad su gloria; es decir, su forma de ser, en la persona humana. El salmista percibe en su vida la obra de Dios: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno” (Sal 139, 13). Dios crea al hombre “a su imagen y semejanza” (Gen 1, 26) y se acerca a hablar con él a la hora de la brisa (3, 9).

    Israel es un pueblo concebido para ser semblanza de Dios. Isaías describe como Dios forma a su pueblo (Is 43, 1-7), y  explica la razón última por la que lo ha creado: “para mi gloria, lo he creado, formado y hecho” (43, 7). Cuando Yahvé, como un alfarero, modela a Israel, pretende elaborar la mejor cerámica: la que refleje ante todos la imagen de Dios. La misión de Israel radica en ser testigo de la bondad de Dios que teje nuestra vida con amor apasionado.

    Las manos con que Yahvé modela a Israel no son corporales, sino la misericordia y la clemencia, la bondad y la fidelidad. Oigamos el libro del Exodo: “Yahvé pasó ante Moisés diciendo: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en bondad y fidelidad, que conserva su bondad hasta la milésima generación; perdona culpas, delitos y pecados, pero no los deja impunes, castiga la culpa de los padres en los hijos ... hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 34, 6-7).

    La palabra “misericordia” indica en hebreo “el seno materno”. En sentido metafórico señala el sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre, como a la madre y al padre con su hijo (Sal 103, 13), o a un hermano con otro (Gen 43, 30).

     El término “clemencia” es sinónimo, pero matiza que la misericordia no es un concepto, sino la realidad tangible que Dios manifiesta a Israel. Cuando Yahvé modela a su pueblo, lo hace con la misma ternura que el seno de la madre conforma al hijo, o con el amor entrañable con que el padre le educa y hace crecer. Yahvé siente por el pueblo que teje entre sus manos, el mismo amor que un padre o una madre por su hijo.

    Yahvé es rico en bondad y fidelidad. Conviene precisar la diferencia entre la bondad y la misericordia. La misericordia es el sentimiento de amor espontaneo que brota de la madre y el padre hacia su hijo. La bondad no surge espontáneamente, sino de una deliberación consciente, como consecuencia de la relación de derechos y deberes entre dos personas. Pongamos un ejemplo: un maestro es bueno, no por un impulso del corazón, sino porque cumple su obligación de formar a los estudiantes. Un alumno es bueno, no porque sí, sino porque se esfuerza en aprender y formarse.

     Dios es bueno porque a pesar del pecado e iniquidad de su pueblo, persiste en la tarea de hacerlo feliz, de moldearlo a su propia imagen y semejanza. La bondad de Dios es distinta de la bondad humana: Yahvé conserva su bondad hasta la milésima generación, y sólo recuerda la culpa hasta la cuarta. Entre las religiones orientales Yahvé es un Dios muy original: se excede en la bondad y la misericordia, y se queda corto para rememorar la iniquidad humana.

    La bondad de Dios figura acompañada de la palabra “fidelidad” que matiza su significado. La “fidelidad” designa, en términos humanos, la conducta del hombre honesto con su prójimo, veraz en sus palabras, y estable en sus acciones. La voz hebrea “fidelidad” no se aplica a los hombres sino sólo a Dios. Yahvé es fiel no sólo porque es honesto, veraz y estable; sino porque es el Dios de cuyas obras y palabras es posible fiarse en todo momento y en cualquier situación. Dios cumple su palabra: se vuelve siempre hacia el hombre para que encuentre cobijo y protección.

    Misericordia y clemencia, bondad y fidelidad son las manos con que Yahvé modela a su pueblo para convertirlo en el reflejo de su amor.

    El alfarero y Yahvé sufrían el mismo problema: cuando el fango no está húmedo se endurece y no se deja tornear, fácilmente se desgarra y se rompe. Israel, demasiadas veces, estaba falto de agua, era un fango reseco que se desgarraba. ¿Qué significa la sequedad del fango?

    En el AT, la sed y la sequedad suelen ilustrar las consecuencias de la idolatría. Isaías acusa al pueblo de abandonar a Yahvé e ir tras los falsos dioses, y le anuncia: “seréis como una encina con las hojas secas, un jardín sin agua” (Is 1, 28-30). La idolatría, abandonar a Yahvé por otros dioses, deja al hombre agostado.

    ¿Cuáles son los falsos dioses por los que Israel abandona a Yahvé? Escuchemos al Deuteronomio: “Cuando el  Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena ... guárdate de olvidar al Señor ... no sea que cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro y abundes en todo... te olvides del Señor, ... no digas ‘por la fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas’, sino acuérdate del  Señor, porque es él quién te da la fuerza y mantiene la promesa que hizo a tus padres” (Dt 8, 7-18). Los falsos dioses son tres: el poder “por la fuerza y el poder de mi brazo”, el tener “cuando comas hasta hartarte”, y el aparentar “no digas”.

    Israel se dejó ganar el corazón por el afán de poder, el ansia de tener, y la vana ilusión de aparentar. Seguir a los ídolos le salió muy caro: el destierro, la miseria, la opresión, la vergüenza ante las demás naciones, etc. La idolatría consiste en huir de las manos de Dios para entregar la vida al poder, tener y aparentar. ¡Cuántas veces en la vida sabe a poco tener a Dios por padre y saber que ama con pasión, y gastamos la existencia en perseguir otros premios: el consumo, el poder, la vanidad!.

    La bondad y la misericordia de Yahvé modelan a Israel para que testimonie el amor de Dios. Muchas veces la vasija que Yahvé tornea lleva marcados los desgarrones de la idolatría. Al contemplar a Israel, sinónimo de nuestra vida, nos percatamos de la obra de Dios, pero también discernimos las distorsionadas huellas del pecado.

    Lo más importante es que las cicatrices del pecado y la impronta de las manos de Dios, no pesan igual en el aspecto final de la vasija: lo crucial es el reflejo del amor de Dios. Cuando el fango reseco se rompía, el alfarero no lo desechaba; sino que volvía a reelaborar la vasija (Jr 18, 1- 7). Cuando Israel huía de Yahvé entregándose a los ídolos quedaba seco y sin agua. Yahvé no lo abandonaba; le entregaba su perdón y seguía modelando a su pueblo.

    Al observar la semblanza entre Israel y nuestra vida percibimos la imagen de Dios y la herida del pecado. Al contemplar las huellas de la culpa en nuestra vida su aspecto nos causa desazón, pero también es posible mirar los golpes del pecado desde la óptica divina. A los ojos de Dios, incluso las marcas que el pecado deja en nuestra existencia son testimonio de su amor, porque son el contraluz del perdón que Dios gratuitamente nos ha concedido.

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