Francesc Ramis Darder
El Adviento
es el tiempo litúrgico de la esperanza. El tiempo en que esperamos
la llegada del Señor, primero en Navidad, y después al final de los
tiempos, cuando irrumpa plenamente el Reino de Dios. Como atestigua
la Escritura, Dios actúa en bien de su pueblo de muchas maneras; a
modo de ejemplo, el Señor liberó a Israel de la esclavitud de
Egipto y le entregó la Tierra Prometida.
Cuando
el Señor quiere transformar el alma de su pueblo, lo hace con la
caricia de la misericordia. ¿Qué significa la palabra misericordia?
El término castellano “misericordia” procede de la lengua
latina, y proviene de la adición de dos palabras: “miser” que
significa “pobre”, y “corda” que significa “corazón”.
Aunando ambas palabras y adoptando un tono poético, apreciamos el
significado de la voz “misericordia”; es misericordioso quien
entrega alguna de sus cosas, o aún mejor, se entrega a sí mismo,
para calmar la pobreza del corazón de su hermano. Jesús es
misericordioso porque se entregó a sí mismo para liberarnos de la
fiereza del pecado e insertarnos en la senda de la libertad
cristiana. Jesús es misericordioso porque entregó todo lo que tenía
para calmar la pobreza de los afligidos; entregó su tiempo para
escuchar a quien sufría y entregó su gracia para curar a los
enfermos.
El
evangelio que hemos proclamado constituye un buen ejemplo de la
actuación misericordiosa de Jesús. Cuando el Señor predicaba en
Palestina, la situación social era muy adversa. La opresión de los
romanos y las arbitrariedades de los dirigentes judíos hundían
Israel en la miseria y sembraban la desesperanza en el corazón del
pueblo. Acercándose el penar de la gente, Jesús les decía: “Habrá
signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia
de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje”.
¿Qué significa la afirmación de Jesús?
Al decir
de los antiguos, el sol no solo era un astro; era también el signo
del poder, representaba a los poderosos que mantenían al pueblo en
la opresión y la miseria. Dice Jesús a sus discípulos, tened
esperanza porque llegará el día en que los malvados, representados
por el sol, desaparecerán. La luna era para los antiguos un astro
sorprendente, pues cada día cambia de cara, en lenguaje
astronómico, cambia de fase; la luna era el símbolo de los
mentirosos, aquellos que cambian de cara para engañar a la gente.
Anuncia Jesús a los apóstoles, tened esperanza porque llegará el
día en que los mentirosos, representados por la luna, caerán. Las
estrellas del cielo son innumerables; para los antiguos constituían
el símbolo de quienes solo piensan en acaparar bienes sin fin
hundiendo a los demás en la miseria. Advierte Jesús a quien le
escucha, tened esperanza porque llegará el día en que aquellos que
viven en la ostentación vana, representados por las estrellas,
desaparecerán.
Los
discípulos podrían preguntar a Jesús: ¿cómo desparecerán los
opresores, los mentirosos y los ostentosos?: es decir: Señor ¿cuál
es tu propuesta para construir un mundo nuevo? Jesús ofrece una
respuesta contundente: el mundo cambiará cuando la sociedad perciba
la llegada del Hijo del hombre. ¿A qué se refiere Jesús cuando
habla de la llegada del Hijo del hombre?
El
Antiguo Testamento anuncia la llegada del Hijo del hombre; un
personaje enviado por Dios que enseñará al ser humano a construir
una sociedad justa. ¿Cómo lo hará?; pues, plantando en el corazón
del hombre las tres actitudes que trasforman la sociedad corrupta en
espejo del Reino de Dios: la opción por servir al prójimo, la
decisión por compartir los bienes, y el empeño por una vida humilde
y profunda. A lo largo del evangelio, Jesús se identificó con el
Hijo del hombre. Jesús, la presencia encarnada de Dios entre
nosotros (Jn 1,1.14), se caracterizó por la humildad y la
profundidad de su vida, sirvió a su prójimo y compartió su
existencia con los discípulos. Jesús cambió el mundo con las manos
de la misericordia que tomó la forma del servicio, la hondura, la
humildad y la capacidad de compartir la vida con sus discípulos.
Adviento
es el tiempo de la esperanza. Atentos al mensaje de Jesús,
edifiquemos el Reino de Dios con las pautas de la misericordia. Ahora
bien, como sabemos, las fuerzas humanas no bastan para construir el
Reino de Dios. Solo podemos construir el Reino de Dios si contamos
con la fuerza que Dios nos da; por eso dice Jesús a sus discípulos:
“Estad, pues, despiertos en todo tiempo”; afinando la traducción,
podríamos entender: “Estad, pues, orando en todo momento”.
Durante la plegaria, el Señor nos da su gracia para que podamos
vivir la misericordia que edifica un mundo solidario.
En esta
Eucaristía, pidamos el Señor que derrame su gracia sobre nosotros
para que seamos testigos de la misericordia divina en las entrañas
de la humanidad, tan necesidad de justicia y de ternura.
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