Francesc Ramis Darder
Los deportados que sorbieron el exilio
vivían de la teología del Antiguo Judá, propia la cultura semítica; la
comunidad exiliada, apegada como los demás semitas a la religiosidad antigua,
iba disolviéndose lentamente en la cultura babilónica. Sin embargo, entre los
deportados, amanece la figura del Profeta del Consuelo, oculto entre las líneas
de Is 40-55, que interpreta la realidad desde la perspectiva teológica. Quienes
moraban en Babilonia percibían en la inminente caída del imperio, precipitada
por el hastío de Nabonides, y la irrupción Persa, guiada por las victorias de
Ciro II, las consecuencias del azar de historia. En cambio, el Profeta del
Consuelo percibe bajo la debacle babilónica y la ascensión persa la
intervención de Yahvé en la historia encaminada a la liberación del pueblo
deportado; la irrupción de Ciro y el declive de Nabónides no proceden solo de
la coyuntura histórica, nacen de la iniciativa de Dios que actúa en la historia
a favor de su pueblo (Sal 12).
Junto al Profeta del Consuelo se reúne una
pequeña comunidad que, capaz de interpretar desde la perspectiva teológica los
acontecimientos históricos, recoge el contenido de la teología del Antiguo Judá
para dotarla de “novedad” y “credibilidad”. La novedad radica en la certeza de
que la tarea del Dios de Israel no se constriñe, como hacían las antiguas
teogonías y cosmogonías semitas, en exponer las tareas de Dios en la esfera
celeste, sino en especificar que la tarea de Dios estriba en intervenir en la
historia en bien de su pueblo. Esa recuperación de la “novedad” implica una
profunda renovación de la comunidad para dotarse de “credibilidad” ante la
mirada de sus compatriotas.
Con la intención de revestirse de
“credibilidad”, la comunidad, reunida en torno al Profeta del Consuelo, no
inventa formas nuevas, sino que trasforma en profundidad algunas
características propias de la teología del Antiguo Judá:
a.Sábado. El sábado era una
realidad muy antigua; era el día de asueto o de mercado de las antiguas
sociedades semitas. Los hebreos exiliados en Babilonia carecían de fiestas
propias, entonces el sábado se convirtió en el día festivo de la comunidad
renovada. Durante la solemnidad del sábado celebraban, entre otros aspectos, la
identidad liberadora del Dios de Israel. Quienes recordaban que antaño el Señor
liberó al pueblo esclavizado en Egipto, comprenden que bajo el triunfo persa y
el declive babilónico palpita la intervención de Dios en la historia para
liberar al pueblo deportado y devolverlo a los atrios de Sión.
b.Circuncisión. Constituía un
rito de iniciación a la pubertad, propio de muchas culturas antiguas. Sin
embargo, en el exilio se convirtió en el signo externo que caracteriza a los
varones de la asamblea que, reunida en torno al Profeta del Consuelo, entendía
que bajo el ascenso de Ciro y el ocaso de Babilonia, palpitaba la intervención
del Dios de Israel para liberar a su pueblo.
c.Embrión de la sinagoga.
Asentados en Babilonia, los deportados carecían de Templo para celebrar su
culto. Entonces organizaron las reuniones en las casas, embrión de la futura
sinagoga, para comentar la Palabra, orar juntos, y ayudarse mutuamente en la
adversidad.
d.Alimentos puros e impuros. En
toda cultura antigua había alimentos puros e impuros; en la práctica eran puros
los que favorecían la salud e impuros los que la dañaban. Pero durante el exilio,
la comunidad hebrea aceptará una serie de alimentos y rechazará otros para
manifestar, como hacían las culturas antiguas, su identidad más genuina. En el
seno de una sociedad que ignoraba la identidad hebrea, el hecho de comer
ciertos alimentos y desdeñar otros dibujaba, ante los babilonios y los demás
deportados, las peculiaridades de la estirpe hebrea.
e.Guía de los sacerdotes. En el
Antiguo Judá, el sacerdote por excelencia era el monarca quien oficiaba el
culto en Jerusalén; el clero era una especie de delegado del rey para oficiar
la liturgia en las aldeas o en la capital, pero siempre en nombre del soberano.
Entre los deportados, el clero no podía oficiar porque la comunidad carecía de
templo propio; entonces la tarea del clero, abandonó la cuestión sacrificial
para dedicarse a la guía espiritual de la comunidad; enseñaban a orar a los
fieles, estudiaban y comentaban los textos religiosos, propiciaban las
relaciones entre los israelitas deportados y favorecían la mutua ayuda.
En definitiva, la comunidad no inventa elementos
distintos de los que podría tener una religión antigua. Sino que, tomando los
elementos religiosos propios del Antiguo Judá, conforma una comunidad nueva,
dotada de “novedad” y “credibilidad”. La comunidad del exilio que percibe en el
ascenso de Ciro y bajo la caída de Babilonia, la intervención de Dios en la
historia, se forja como Resto de Israel. La asamblea que mediante la
observancia del sábado, la práctica de la circuncisión, las reuniones en las
casas, la pureza de los alimentos y la guía del sacerdocio, testimonia con
“credibilidad” y “novedad” que el Dios de Israel es el Señor de la historia que
actúa a favor de la comunidad exiliada para liberarla del destierro.
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