miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿ QUIÉN ES EL PROFETA MALAQUÍAS?

                                                                                                                Francesc Ramis Darder               

    La palabra “Malaquías” no es el nombre de ningún profeta. El término “Malaquías” constituye una locución hebrea que significa “mi mensajero”. A lo largo de la profecía de Malaquías figura en dos ocasiones la expresión “mi mensajero”. La primera aparece en Mal 3,1 donde dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí”. La segunda encabeza el libro: “Palabra que el Señor dirigió a Israel por medio de mi mensajero” (Mal 1,1). Con el paso el paso del tiempo la locución “mi mensajero” se entendió como un nombre propio: Malaquías. Por eso el libro comenzó a llamarse libro de “Malaquías”, como si la palabra “Malaquías” fuera un nombre personal cuado sólo es una locución que significa “mi mensajero”.

    Clemente de Alejandría y Tertuliano, adoptando un comprensión muy espiritual del texto de Malaquías, atribuyeron el libro al “Ángel del Señor”; pues la palabra “mensajero” también puede traducirse como “ángel”. San Jerónimo, haciéndose eco de una tradición antigua, atribuyó el libro de Malaquías a la pluma de Esdras, sacerdote y escriba.

    Realmente desconocemos el nombre del autor del libro de Malquías; pero a tenor de su contenido, podemos afirmar que el libro nació en Jerusalén entre los años 520-400 aC. Cabe preguntarse ¿qué ambiente social y religioso se respiraba en Jerusalén cuando apareció el libro de Malaquías?

    Los judíos exiliados en Babilonia regresaron a Jerusalén tras la publicación del Edicto de Ciro (538 aC.). Quines regresaban a Sión lo hacían con gran entusiasmo. Suspiraban por la reconstrucción gloriosa del templo de Jerusalén y ansiaban, seguramente, la restauración de la dinastía de David; pues la presencia del Arca en el Templo y la residencia del rey en palacio habían sido los fundamentos políticos y religiosos del antiguo Israel.

    Sin embargo el entusiasmo de quienes volvían sufrió el golpe amargo de las contrariedades de la historia. Los judíos que regresaban de Babilonia tuvieron conflictos con quienes residían en la Ciudad Santa. Según parece, las hostilidades desembocaron en una guerra civil en la que pereció el legítimo heredero al trono, Zorobabel. Muerto Zorobabel, desaparecieron las expectativas de la restauración monárquica. Por otra parte, la reconstrucción del templo apenas avanzaba. Tras muchas adversidades, en el año 515 aC., puedo restaurase el culto. Pero el nuevo templo carecía de la magnificencia del templo de Salomón, y el culto que se celebraba no respondía a las expectativas del quienes habían regresado a Jerusalén (Esd 3,12-13). Por si fuera poco la religión judía se desleía ante el envite de las sectas que la acosaban por todas partes.

    Los judíos fieles al Señor se formulaban muchas preguntas. ¿Ha valido la pena el esfuerzo de regresar a la Ciudad Santa desde Babilonia? ¿Vale la pena luchar y esforzarse cuando no se consigue nada? En definitiva los judíos fieles inquirían: ¿dónde está el auxilio de Dios? ¿dónde está Dios en esa época de hastío?

    Entonces surge la voz anónima de un profeta que dice al pueblo: “El Señor os ama” (Mal 1,2). Los avatares de la historia no siempre son dorados, casi siempre adquieren tonos grises y anodinos; pero es en la monotonía de la historia donde más mérito tiene la decisión de  hacer el bien, luchar y esforzarse. La misión del creyente estriba en sembrar; pues aunque parezca que nada puede florecer, llegará el tiempo oportuno en que Dios hará fructificar el esfuerzo callado que sólo el oído del Señor es capaz de escuchar.

    La voz profética, presente en el libro de Malaquías, hizo posible que los judíos creyentes no se cansaran de sembrar la palabra de Dios en el corazón del mundo. A pesar del escepticismo imperante la pequeña comunidad permaneció fiel al Señor, y mantuvo el hálito divino en el corazón del mundo desencantado.

      Tal vez los cristianos nos hagamos la misma pregunta que la antigua comunidad hebrea: ¿vale la pena el esfuerzo?, ¿tiene algún sentido la decisión de volver a empezar? La profecía de Malaquías responde sin ambages: Sí; pues a los ojos de Dios sólo el amor hace las cosas nuevas.


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