martes, 4 de septiembre de 2012

OSEAS (II): EL SIGNIFICADO DEL MATRIMONIO DE OSEAS Y GOMER

                                                                                                            Francesc Ramis Darder

La narración de los avatares del matrimonio entre Oseas y Gomer constituye la metáfora que explica la relación de Dios con Israel. Detengámonos en la trascendencia de la metáfora: Oseas representa al Señor y Gomer a Israel.

    El Señor eligió a Israel e hizo una alianza con él en el Sinaí (Ex 19-24); de forma similar, Oseas eligió a Gomer y estableció con ella la alianza matrimonial (Os 1,3). Dios podría haber elegido a un pueblo importante como Egipto o Asiria; en cambio, eligió a un pueblo pequeño condenado a la esclavitud y al exterminio por el faraón (Ex 1-15). También Oseas podría haberse casado con una mujer importante; pero se desposó con una mujer marginal y sometida a la esclavitud de la prostitución (Os 1,3).

    El Señor liberó a Israel de la esclavitud para que la vida del pueblo expresara ante las naciones la gloria Dios (cf Is 43,1-7); de manera análoga Oseas liberó a Gomer de la prostitución para fundar con ella una familia (Os 1-3) en la que brotara la vida y el amor.

    El pueblo israelita debería estar agradecido al Señor porque le eligió entre otras naciones más fuertes y poderosas, estableció con él una alianza y le regaló la Tierra Prometida. Igualmente Gomer podría estar agradecida a Oseas porque la sacó de la prostitución, se casó con ella y la introdujo en su casa. Sin embargo el comportamiento de Israel, igual que el de Gomer, está plagado de traiciones y engaños.

    Los nombres de los hijos que Gomer concibe simbolizan la ingratitud de Israel con Dios. La Biblia narra los frutos amargos con que Israel pagó la liberación que el Señor le había otorgado: Infidelidades (Jue 6,1-10), pecados (1Sm 15,1-35), crímenes (2Sm 11,1-27), e intrigas (1Re 1,1-53). Demasiadas veces Israel dirá al Señor “tú no eres de los míos” o “a ti no te quiero”; y, lo que es peor, teñirá la historia de sangre tal como hiciera Jehú  en el valle de Jezrael, enloquecido de soberbia.

    Israel ahondó en la senda de su pecado y cayó en la idolatría. Abandonó al Dios de la vida para entregarse a los ídolos de muerte (2Re 21,1-17). Gomer, similarmente, huyó de Oseas para malbaratar su vida en la cruz de la prostitución. La idolatría llevó consigo la destrucción de Israel (2Re 17,5-23), mientras Judá experimentó el amargo trago del exilio en Babilonia (2Re 24,1 - 25,26). Gomer, como Israel y Judá, sintió igualmente el desconsuelo del hambre y el desamparo.

    Pero la capacidad de perdón y ternura que anida en las entrañas de Dios es más fuerte que la traición de Israel, simbolizada en la fuga de Gomer. Cuando Gomer regresa al hogar por necesidad; Oseas no le inflinge ningún castigo sino que le otorga la gracia del perdón, y la acoge con la ternura del esposo. El amor y el perdón que Oseas confiere a Gomer rehace la vida matrimonial, simbolizada en los nuevos nombres de los hijos, “especialmente querida” y “especialmente mío”, y en la trasformación del apelativo despectivo Jezrael que pasa a significar “semilla de Dios”.

    Detengámonos para observar el perdón de Oseas a Gomer, metáfora del perdón que el Señor ofrece a Israel. Cuando ofendemos a alguien solemos razonar de la siguiente manera: “he denigrado a mi hermano, me siento culpable, intentaré convertirme portándome bien a ver si consigo ganarme su favor y me perdona”. La lógica humana sigue este camino: primero es el pecado, después el esfuerzo por convertirnos; y, finalmente, la obtención del perdón.

     La lógica del perdón divino discurre de otra manera. Gomer peca, al regresar a casa Oseas la perdona, y con el perdón que le ha concedido se convierte en esposa, y ambos rehacen la vida conyugal. Desde la perspectiva de Dios, primero está el perdón, mediante la gracia del perdón alcanzamos la conversión, y una vez convertidos podemos plantar en nuestra tierra la semilla del Reino de Dios.

    La sociedad en que vivimos está hambrienta de ternura y misericordia; y, por eso, brota la injusticia, la competitividad y la soberbia. Más que nunca se nos pide a los cristianos que seamos testigos de la ternura y el perdón de Dios en la época en que triunfa el amor virtual y efímero. Sólo la vida cristiana que transparente las entrañas misericordiosas de Dios, podrá plantar en nuestra mundo la auténtica justicia, la que tiene como opción preferencial a los pobres de la tierra.


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