El libro de Zacarías es, desde la perspectiva literaria y teológica, una obra compleja. Por eso los comentaristas lo han dividido en dos bloques: Primer Zacarías (Zac 1-8) y Segundo Zacarías (9-14). El “Primer Zacarías” recoge la predicación que el profeta Zacarías dirigió a los moradores de Jerusalén entre los años 520-518 aC. El “Segundo Zacarías” constituye una meditación sobre el sentido del sufrimiento humano.
Cuando Ciro II conquistó Babilonia en el año 538 aC la comunidad judía estaba divida en dos grupos. Una parte vivía en Babilonia, ciudad a la que había sido deportada cuando Nabudodonosor II conquistó Jerusalén (597.587.582 aC). El resto de la comunidad estaba formado por los miembros del pueblo que habían conseguido escapar de la deportación y que vivían en Jerusalén.
Tras la conquista de Babilonia, Ciro publicó un edicto permitiendo a los judíos deportados en Babilonia regresar a Jerusalén (Esd 1,2-4). A pesar de la expectativa que suscitó el decreto entre los deportados, los exiliados no emprendieron el regreso hasta el inicio del reinado de Darío I (522-486 aC.). Quienes emprendieron el regreso tuvieron dificultades para asentarse en Jerusalén; pues las relaciones entre quienes volvían del exilio y quienes habían permanecido en la Ciudad Santa eran tensas. Además, el ambiente social y la coyuntura política no favorecían la vivencia religiosa. En esa situación tuvo lugar el ministerio de Zacarías.
El profeta tenía ante sí una tarea ardua. Debía propiciar que dos grupos que mantenían relaciones tensas y que vivían, además, en un ambiente religioso adverso, constituyeran una comunidad compacta. Zacarías debía rehacer la identidad de los judíos que vivían en Jerusalén. El libro de Zacarías narra el proceso por medio del cual un grupo humano dividido y desencantado se convierte, con la gracia de Dios, en la comunidad que vive la fe con gozo y esperanza. De manera análoga, el libro relata la manera en que el ser humano puede rehacer su vida, aunque haya experimentado los desgarrones del pecado.
El primer paso del proceso de reconstrucción estriba en descubrir las causas que han precipitado a la comunidad y al ser humano al desastre. Por eso el libro de Zacarías comienza con una invitación a la penitencia (Zac 1,1-6). El profeta invita a sus hermanos a descubrir las razones de su caída. La existencia humana sólo puede reconstruirse cuando percibimos las causas que hunden la vida en el desencanto. El pueblo constata su miseria, pero el profeta no permite que la nación se regodee en su desgracia, sino que, con la ayuda de Dios, le invita a salir del oprobio. La penitencia no hunde a nadie, muestra la meta que Dios propone a quien desea convertirse.
Una vez que el pueblo ha descubierto las razones de su desgracia, Zacarías le propone ocho proyectos de vida para que la nación pueda encauzar su existencia según la Ley de Dios. Cada proyecto aparece descrito con el lenguaje del Antiguo Testamento y esbozado tras la mención de una visión del profeta: los jinetes (Zac 1,7-17), los cuernos y los herreros (Zac 2,1-4), el cordel para medir (Zac 2,5-9), la investidura del sumo sacerdote (Zac 3,1-10), el candelabro y los dos olivos (Zac 4,1-14), el libro (Zac 5,1-4), la cuba (Zac 5,5-11), y los carros (Zac 6,1-8).
Ni un individuo ni la comunidad entera puede emprender a la vez ocho proyectos de vida. El profeta propone ocho proyectos para que cada persona tenga donde elegir con libertad (Zac 2,10-17). La elección del proyecto debe realizarse con libertad y discernimiento, y contando siempre con el consejo y la ayuda de algunos miembros de la comunidad (Zac 4,6b-10ª).
Una vez elegido el proyecto de vida, aparece la tercera fase del proceso de reconstrucción de la persona o la de la comunidad: la responsabilidad en la decisión de llevar a término el proyecto elegido (Zac 1-8). El ser humano debe elegir el proyecto que crea más idóneo a su ideosincrasia personal; pero después debe asumir la responsabilidad que implica llevarlo a término. La profecía de Zacarías exige responsabilidad a quien desea reorientar su vida, a la vez que ofrece las mediciones idóneas para hacerse responsable de la tarea emprendida: la plegaria, la vida comunitaria, el esfuerzo, la confianza en uno mismo, la iniciativa, la práctica de la misericordia, la humildad que implica pedir perdón, y la capacidad de pedir consejo.
Cuando el profeta comenzó a predicar el pueblo sentía el abandono de Dios. El término “Zacarías” significa “el Señor se acuerda de nosotros”. El profeta, convencido de que Dios no abandona a nadie, y emprendió con el auxilio divino la reconstrucción del pueblo agostado. Exigió al pueblo que reconociera sus errores, le instó a elegir un proyecto de vida, reclamó la responsabilidad en la ejecución de proyecto elegido, y ofreció los medios para llevarlo a término con la ayuda de Dios.
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