Francesc Ramis Darder
El
Antiguo Testamento dispone de un libro especialmente interesante para
vivir la existencia cotidiana desde la perspectiva de Dios. El libro aparece en la Biblia bajo tres nombres: Eclesiástico, Sirácida
o Ben Sirá. Quizás el nombre más emblemático sea el de
Eclesiástico, debido al gran uso que hacía la Iglesia Antigua de
las provechosas enseñanzas de la obra.
Si
ojeamos sus páginas, aunque sea de corrido, apreciaremos cómo
abarca todos los ámbitos de nuestra vida: Habla del autocontrol y la
sinceridad, insiste en la práctica de la humildad, previene contra
el orgullo, protege contra la crítica, enfatiza la relación
familiar, instruye sobre los viajes, asesora sobre los sueños ... y
así un largo etc. Pero lo que caracteriza el libro es la tenacidad de su insistencia para que vivamos nuestra existencia según los
criterios de Dios: la justicia, la ternura, la bondad y la
misericordia.
Nuestras
librerías tienden a llenarse de libros de autoayuda, y eso es bueno;
pero como cristianos no podemos olvidar que uno de los mejores libros
de autoayuda está en la Biblia: el libro del Eclesiástico.
Igualmente, los anuncios por palabras que aparecen cada día en la
prensa nos remiten a magos, videntes y tarotistas que pretenden
aconsejarnos y diseñar nuestro futuro. Sin embargo es el libro del
Eclesiástico quien mejor nos instruye acerca de la elección de un
buen consejero: “Acude a menudo a una persona fiel, de quien sepas
que guarda los mandamientos, que comparte tus anhelos, y que, si
tropiezas en la vida, compartirá contigo tus penares ...” (Eclo
37,12).
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