Francesc Ramis Darder.
Zenón de Elea (ca.460) sostenía ante sus
discípulos que el veloz Aquiles jamás podría alcanzar a una lenta tortuga que
hubiera comenzado a andar antes que él.
Zenón esgrimía el siguiente argumento:
“Supongamos que la tortuga ha avanzado cien metros en el momento en que Aquiles
comienza a correr; cuando Aquiles alcanza la posición en que se hallaba la
tortuga cuando él inició la carrera ésta ha avanzado ya un poco más, y para
alcanzar la nueva posición del animal, Aquiles debe reemprender la marcha, pero
al llegar a la siguiente posición de la tortuga ésta ha recorrido unos pasos, y
el veloz corredor debe ponerse de nuevo en camino para alcanzar la posición del
animal ... y así sucesivamente; por eso Aquiles nunca podrá alcanzar a la
tortuga, pues al conseguir la posición anterior, la tortuga ha recorrido otra breve
distancia”.
Zenón exigía a sus discípulos una respuesta
lógica a la contradicción que les presentaba; pues aunque mentalmente parezca imposible que
Aquiles adelante al animal, la experiencia muestra que todo corredor sobrepasa la marcha lenta de la tortuga. Los discípulos respondían al maestro con
dificultades, pues desconocían que tras el enigma no se escondía un problema
lógico, sino que afloraba la naturaleza íntima del sentido de la vida.
El sentido de la vida no radica en hacer
“carreras” con nadie ni contra nadie, como sucedía entre Aquiles y la tortuga, sino en disponer de un “centro” o una “diana” hacia la que dirigir nuestra
existencia. El sentido cristiano de la vida no se logra al recorrerla como una
carrera batida a codazos contra el prójimo, sino disponiendo de un “centro”,
Jesús de Nazaret, y de una “diana”, el Reino de Dios.
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